miércoles, 10 de octubre de 2018

Viajes. Viaje de fin de semana por el Delta del Ebro

El delta del Ebro se adentra en el Mediterráneo como una gran ave con sus alas extendidas. El río llega a su destino final amplio y majestuoso, flanqueado por arrozales y marismas que mudan su aspecto con el paso de los meses y las estaciones. Localizado en el sur de Tarragona, este territorio de gran biodiversidad, frágil y cambiante, es hoy un destino excelente para la observación de aves, el turismo rural y las rutas fluviales y en bicicleta. Protegido como Parque Natural del Delta de l’Ebre y declarado Reserva de la Biosfera, es la segunda zona húmeda más importante de España tras el Parque Nacional de Doñana. Para descubrirla lo mejor es adentrarse sin rumbo por esta tierra dominada por el agua –lagunas, arrozales, acequias…–, siguiendo estrechas y laberínticas carreteras que llevan a todas partes, siempre con las montañas del Montsià como punto de referencia en el oeste y, por supuesto, el curso del río.

Desde la ciudad de Amposta, reconocible por su puente inspirado en el neoyorquino de Brooklyn, el Ebro penetra en el parque y discurre perezoso hasta desembocar junto a la Isla de Buda, una reserva especialmente protegida dentro del parque, de acceso restringido y habitada por caballos traídos de la Camarga francesa que pacen entre eucaliptos centenarios. Los paseos que circulan por ambas márgenes del río descubren en un paseo en bicicleta los antiguos bosques de ribera que poblaban el territorio décadas atrás. Son más de 30 kilómetros de terreno llano, con paneles informativos y zonas de descanso.

Una de las poblaciones más icónicas de este territorio es el Poblenou del Delta, en el hemidelta sur, con sus casas bajas y blancas, cuajada de palmeras y buganvillas, creada en 1958 como colonia para aparceros. Desde allí se puede rodear a pie o en bicicleta L’Encanyissada, la mayor laguna de la zona. Lo recomendable es ir deteniéndose en los miradores situados a lo largo del sendero para observar la enorme riqueza de aves, sobre todo flamencos, que han encontrado en las aguas mansas de la laguna y en las marismas cercanas un hábitat para vivir. En L’Encanyissada se puede visitar un museo sobre la fauna autóctona, instalado en la Casa de Fusta, una construcción de madera y cien años de antigüedad. Se halla cerca de una barraca típica del Delta donde, además de encontrar información sobre la zona, se pueden adquirir productos gastronómicos típicos, como los deliciosos pastissets de cabello de ángel.

Desde Poblenou del Delta parte una carretera rectísima que conduce hasta la larga lengua de arena del Trabucador. Por el camino se suceden arrozales, alguna construcción agrícola e incluso barracas, antiguas viviendas campesinas hechas con barro, cañas y espartina, que vuelven a formar parte de la vida cotidiana gracias, en gran parte, al turismo rural. Antes de llegar al mar hay que hacer una visita a la laguna de la Tancada y al centro de interpretación "MónNatura Delta de l’Ebre", que explica la formación y la vida en esta tierra rica pero frágil. Desde su terraza-mirador se observa el entorno: enfrente, el arenal del Trabucador, con el mar bañando sus orillas; más allá, las salinas de la Trinitat y la Punta de la Baña que abraza la bahía dels Alfacs; y al fondo, ya en tierra firme, Sant Carles de la Ràpita, un antiguo pueblo pescador y hoy una de las poblaciones más turísticas.

El delta incluye más de 100 kilómetros de playas, arenales prácticamente desiertos que permiten disfrutar de paseos y baños solitarios, y que, con la salida y la puesta de sol, se convierten en lienzos de mil colores. Las excursiones en barca por la bahía visitan plataformas de mejillones y ostras, algunas de las cuales ofrecen degustaciones. Una recomendación es tomar una ración regada con vino blanco de la denominación Terra Alta, frente al mar y con la sola compañía del murmullo de las olas. La gastronomía es, precisamente, el otro gran atractivo del delta del Ebro y su producto base es el arroz que, combinado con pescados, hortalizas y caza, alcanza cotas soberbias de sabor. Al arroz hay que añadir los guisos de anguila, pato y ancas de rana, los postres de inspiración árabe y productos de creación reciente, como el licor de arroz.

Para visitar el norte del delta se tiene que cruzar Lo Passador, el puente inaugurado hace cinco años que une las dos poblaciones principales del territorio: Sant Jaume d’Enveja y Deltebre, donde se halla el Museu del Parc Natural del Delta de l’Ebre, de visita imprescindible. Desde Deltebre, de nuevo una carretera de horizonte infinito lleva hasta el mar, un trayecto que obsequia con la visión de colonias de ánades, garzas reales y fumareles pescando en los arrozales. La meta es la playa de Riumar y sus dunas, que se recorren a través de pasarelas de madera. Tras dejar el coche en la playa de la Marquesa, un paseo de un par de horas conduce a la Punta del Fangar, donde un faro emerge entre espejismos. La visión es inolvidable sobre todo al atardecer.



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