lunes, 25 de junio de 2018

Viajes. Seychelles, el oasis verde del Índico

Una vez embarcados en el avión, lleva apenas dos minutos comprobar que las islas Seychelles están consideradas un paraíso de luna de miel. Sus bellas playas son la causa de que la mayoría del pasaje esté compuesto por parejas que solo tienen ojos para su vecino de asiento. Unos pocos nos sentimos extraños, tal vez equivocados en el destino elegido. O, al menos, desacertados en dar prioridad en el equipaje a guías naturalistas, prismáticos y calzado senderista en lugar de coloristas atuendos playeros. Sin embargo, este material resulta básico para disfrutar de la exuberante vida natural de las Seychelles, un santuario de aves y de especies vegetales. De los 270 tipos de plantas nativas, nada menos que 60 viven exclusivamente en las islas, además de 13 especies de aves endémicas y de otras muchas que hallan refugio durante las largas rutas migratorias entre Europa, Eurasia y Africa.

Las 115 pequeñas islas del archipiélago están ubicadas, literalmente, en medio del Océano Indico, a 4 grados del Ecuador y distantes 1.590 kilómetros de Mombasa, 950 kilómetors del norte de Madagascar y más de 1.700 kilómetros de las costas de India. Deben su riqueza natural a dos elementos: su situación geográfica, lejos de todas partes, y su composición geológica. A diferencia de la mayoría de islas oceánicas, las Seychelles no son de origen volcánico sino que constituyen un remoto resto granítico del antiguo continente Gundwana. Junto con India y Madagascar, se separaron de África y finalmente se esparcieron por el Índico en su deriva hacia el este y el norte.

República independiente desde 1976 y gobernada, desde 1993, por un sistema de partidos, las Seychelles cuentan hoy con una población de 90.000 personas, que habitan en 33 islas y viven esencialmente de la pesca de atún y, desde hace poco, del turismo.

Tierras de formas diversas

El archipiélago está dividido en dos grandes grupos de islas, uno interior y otro exterior. 41 de las 43 –dos son coralinas– de la zona interior poseen un relieve perfilado por grandes moles graníticas, grisáceas y pulidas por el agua y el viento, que se tornan doradas bajo el sol. Mientras que tierra adentro la vegetación las oculta, en las playas surgen como grandes muelas prehistóricas clavadas en la arena; otras, labradas por la erosión, se exhiben tan bellas que parecen irreales, casi un escenario de cartón que ha contribuido a crear la imagen de paraíso que ha dado fama al país.

El resto de las islas, ubicadas al sur y en la zona más exterior del archipiélago, son más jóvenes por su origen coralino, lo que les da un característico aspecto llano y arenoso. Su preservación, por no haber sido habitadas hasta hace dos siglos y medio, y el sumarse tardíamente al desarrollo turístico, han creado un modelo comprometido con la conservación del medioambiente. Preservado en un 40%, el país es uno de los territorios más protegidos del mundo.

Al sumarse tardíamente al desarrollo turístico, han creado un modelo comprometido con la conservación del medioambiente

Nada más poner el pie en Mahé, la isla principal abruma con una belleza tropical exuberante. La vegetación se extiende por todas partes y solo se abre para dejar hueco a casas dispersas, cubiertas por un tejado metálico sobre el que repiquetean ruidosamente las breves pero torrenciales lluvias; allí donde no hay una vivienda la jungla es la reina. El ritmo tranquilo de los isleños es otra de las señas de identidad más encantadoras de Mahé: conversando de camino a casa, trabajando en las huertas, a la espera del autobús o pedaleando junto a la carretera sin arcén. Lo cotidiano surge a pie de ruta como una tropical y acogedora tarjeta de bienvenida al visitante.

En el centro de la isla se eleva el monte Morne Seychellois (905 metros), la mayor altitud del archipiélago y el corazón de un parque nacional que abarca una quinta parte de los 150 km2 de Mahé. Desde la cumbre se contemplan las islas cercanas así como la densa floresta y los manglares del parque, y la bahía de Victoria, la capital y única ciudad importante del país, aunque sea una de las urbes más pequeñas del mundo.

Viejas mansiones de madera, ajenas al tiempo con sus desvaídos tonos coloniales, recortan las calles de Victoria. A la entrada un moderno monumento señala los tres continentes (Asia, África y Europa) y homenajea el crisol de culturas que conviven en el archipiélago. Con o sin mestizaje –indios y chinos son los menos proclives a mezclarse con otras etnias–, la población de Victoria es rica en rasgos y color de piel según su procedencia, sobre todo africana, europea, india, cingalesa y malaya.

La capital cuenta con otro monumento peculiar en el cruce de la avenida de la Independencia: la Torre del Reloj, pequeña pero fidedigna reproducción del Big Ben londinense. Fue un regalo de los británicos cuando abandonaron Seychelles en 1976, tras 160 años de dominio colonial.

Productos locales

El sábado es día de mercado en Victoria, una oportunidad para deambular entre puestos rebosantes de frutas –hay 80 especies de plátanos– y pescados, cuya enorme variedad refleja la riqueza de los fondos submarinos del archipiélago. También es momento de escuchar el creole o criollo, el idioma isleño, oficial junto al francés y al inglés. De origen fonético, resulta familiar por la abundancia de palabras francesas a las que se han ido incorporando vocablos, expresiones y estructuras de las lenguas africanas que llegaron con los esclavos introducidos por los colonizadores franceses para trabajar en las plantaciones de vainilla y copra (pulpa seca del coco).

Sonoro y alegre, el criollo es símbolo del entendimiento entre gentes de tan variado origen y creencias. Así, es normal que los católicos –el 95% de la población– acudan a celebraciones hinduistas y muestren el mismo respeto que por su propia religión. El sincretismo siempre lleva a festejar; da lo mismo que sean bodas, bautizos o funerales, familiares y amigos encuentran numerosas ocasiones para reunirse a celebrar la vida o la muerte. Con la misma fe solicitan los poderes sobrenaturales de la magia y brujería al bonom (del francés bonhomme de bois) para solventar problemas cotidianos.

Cada isla invita a ser descubierta con una mirada única, si bien es cierto que los arenales envuelven todas las islas como una tentación sombreada de cocoteros y takamakas que extienden sus ramas sobre las blanquísimas playas hasta el mismo borde oceánico, convirtiéndose en la mejor sombrilla seycheliana. Quince minutos de vuelo desde Mahé bastan para alcanzar la isla de Fregate, denominada así por la abundancia de fragatas, esa ave que hincha su pecho rojo para conseguir pareja.

La estancia en la isla es casi un sueño: dormir en un lodge instalado sobre un enorme baniano, ascender los 125 metros del monte Signal –su mayor altitud–, pasear entre la jungla que envuelve sus rocas colosales o buscar en alguna de sus siete playas tesoros de los piratas que en el siglo XVIII asaltaban los barcos de la Compañía Británica de las Indias Orientales.

Con hasta 250 kg de peso es, junto a la tortuga de las Galápagos, la más grande del mundo y uno de los seres vivos más viejos del planeta

Las plantaciones de coco se abandonaron para recuperar la selva original y, gracias a ello, ahora las gigantescas tortugas de Aldabra deambulan libres entre la vegetación. Con hasta 250 kg de peso es, junto a la tortuga de las Galápagos, la más grande del mundo y uno de los seres vivos más viejos del planeta. Entre los meses de octubre y enero, los arenales de Fregate reciben la visita de cientos de tortugas marinas de las especies verde y carey, que acuden a desovar en sus playas.

Fregate también es el hogar de un centenar de especies de aves que viven o descansan en la isla de forma permanente o durante sus rutas migratorias. Entre ellas se cuenta el escaso shama de Seychelles, que sobrevivió en su selva con solo 14 ejemplares hace 30 años, y desde donde ha recolonizado otras islas del Índico.

La naturaleza de Praslin

Praslin, la segunda isla más extensa del país, está mucho menos urbanizada que Mahé, a 40 kilómetros. El arrecife coralino frena las corrientes y convierte sus ensenadas y playas solitarias en un lienzo blanco acariciado por delicadas olas. Una única carretera asfaltada atraviesa la isla y comunica la costa con el interior, donde se halla el hermoso Valle de Mai. La Unesco lo declaró Patrimonio de la Humanidad por su valor natural, inalterado a pesar de las sucesivas colonizaciones. Contemplar el amanecer desde su zona más elevada ayuda a zambullirse de lleno en esta maravilla tropical. Hay que caminar lentamente para percibir el entrechocar seco de las palmeras mecidas al viento, oler el perfume vegetal que emana del suelo y observar algunos de los animales más curiosos de esta parte del mundo: como los zorros voladores, unos murciélagos de increíble tamaño, o el loro negro de Seychelles, que únicamente habita en este bosque.

El coco de mar se ha convertido en el emblema de las Seychelles. Fruto de la principal de sus palmeras –hay seis especies autóctonas– se ganó el nombre hace siglos, cuando apareció flotando en las costas indias y malayas, donde se llegó a creer que procedía de un árbol que crecía en medio del océano. Es enorme, pesa hasta 20 kilos y sus voluptuosas curvas recuerdan las caderas femeninas, mientras que los órganos reproductores del cocotero macho semejan un gran miembro viril. De ahí que se le atribuyeran propiedades afrodisiacas y sanadoras, así como proveedor de buena suerte, lo que acabó convirtiéndolo en un codiciado objeto.

Los redondeados peñascos graníticos, el otro icono de Seychelles, tienen su mejor muestra en Anse Source d’Argent. Así se conoce al archiconocido conjunto de calas que componen la más famosa playa del archipiélago. Es la imagen del paraíso en una isla diminuta, La Digue. Su extensión se mide por sus medios de locomoción: el carro de bueyes, la bicicleta y las piernas. Situada apenas a 6 kilómetros de Praslin, su ritmo de vida es aún más tranquilo que el de sus vecinas y una buena manera de contemplar la vida rural tradicional.

Millones de ejemplares de aves, de al menos 18 especies, se concentran en la isla de Bird. A 105 kilómetros de Victoria, es un paraíso para los amantes de la ornitología. Basta un corto paseo para observar garcillas, tortolitas estriadas, minás comunes y el fodi rojo, entre muchas otras. La plataforma que se asoma al área de nidificación deja boquiabiertos a los visitantes ante la variedad y cantidad de aves: charranes blancos, pardelas del Pacífico, fragatas, charrancitos comunes, correlimos zarapitines, charranes sombríos y los curiosos dromas.

La paradisíaca isla de Cerf

El centenar de habitantes de la isla de Cerf presumen de su cercanía al Parque Nacional Marino de Sainte Anne. De hecho la reserva también está muy cerca de Victoria (Mahé), a solo 5 kilómetros. Una máscara de snorkel o un paseo en barco de fondo transparente bastan para asomarse a la vida que protegen las praderas submarinas de este parque. Seychelles es un destino de fama mundial para bucear por su biodiversidad y por sus cálidas aguas, que se mantienen a 29 ºC todo el año. La emoción la ponen las crías de tiburones de punta blanca o limón, capaces de atravesar la barrera coralina. Estas inofensivas criaturas añaden emoción a un baño entre bancos de peces tropicales por uno de los archipiélagos más bellos del planeta.



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