miércoles, 27 de junio de 2018

Viajes. La Liébana, el secreto mejor guardado de Cantabria

Escondida al pie de los Picos de Europa en el sudoeste de Cantabria y adornada con pueblos prendidos de las laderas, La Liébana es una comarca histórica bendecida por un clima benigno y una humilde belleza montañesa.

Nuestra ruta se inicia atravesando la inmensa cicatriz de piedra del desfiladero de La Hermida, uno de los cañones más impactantes de la Península Ibérica y puerta norte a la comarca cántabra. Desde su fondo, los farallones parecen engullir al viajero a cuyo paso se apresura un río Deva encajado entre paredones calizos a lo largo de 21 kilómetros. El pueblo que da nombre al desfiladero ofrece un descanso balneario gracias a sus aguas mineromedicinales, que ya eran apreciadas por los romanos y que manan a 60 ºC.

Cuando los farallones se abren surge Lebeña, pueblo con uno de los parajes más mágicos de la comarca: el llano, donde la estrella es Santa María de Lebeña. Este templo, uno de los más antiguos de Cantabria, fue abierto al culto el año 924. Con su belleza mozárabe, torre exenta y cementerio con estelas cántabras, aparece integrado en el paisaje. En su interior guarda una talla de la Virgen de la Buena Leche y una estela del siglo VI a.C. en el altar, adornada con símbolos solares.

Desde Lebeña en dirección al sur surge el valle de Bedoya. Antes de que se abriese la senda del desfiladero, la calzada romana era el único paso que lo atravesaba rumbo al mar Cantábrico. El pueblo de Castro Cillórigo, rodeado de castaños centenarios, se asienta sobre el campamento romano original. En Tama (a 2 kilómetros) la mirada se vuelve salvaje, ya que el Centro de Interpretación del Parque Nacional de los Picos de Europa invita a conocer la riqueza de esta reserva poblada por osos pardos, rebecos, lobos, urogallos y águilas reales.

A medida que se avanza hacia el corazón de la comarca, se entra en una zona vitivinícola peculiar. Gracias a un microclima surgido al abrigo de las montañas, abundan plantas mediterráneas como la vid y árboles insólitos en estas latitudes como olivos y alcornoques.

En dirección a Cabezón de Liébana conviene desviarse montaña arriba hacia Luriezo, un pueblito de cuidada arquitectura rural, distinguido por sus hórreos y por la enorme estela cántabra con inscripción del siglo IV integrada en el pórtico de su iglesia. Se puede culminar la visita con las vistas del valle que se contemplan desde la vecina aldea de Cahecho. Y después llegar a Piasca para deleitarse con los vestigios del monasterio románico de Santa María la Real.

Potes, el centro geográfico y capital de la comarca, distingue su casco antiguo con edificios notables y puentes arcaicos allí donde las aguas de los ríos Quiviesa y Bullón se entregan al Deva. La Torre del Infantado (siglo XIV), antaño esencial en la defensa del territorio y hoy sede del Ayuntamiento, y la Torre de Orejón de Lama son las únicas que perviven de las muchas que tuvo la villa. No ocurre así con las casonas que construyeron los oriundos ilustres y que aún conservan los escudos de sus fachadas en piedra.

La gastronomía cántabra

Los lunes en Potes es día de mercado, una cita perfecta para comprar productos gastronómicos como los famosos quesucos, el té de puerto y las legumbres de la tierra. También son muy apreciadas las fresas de Frama, pueblo a orillas del río Bullón y situado junto a un magnífico alcornocal. No se pueden olvidar el vino tostadillo, típico de La Liébana e idóneo para un final de comida, ni el orujo lebaniego, un aguardiente de destilación artesanal.

Seguimos remontando el río Quiviesa hacia el puerto de San Glorio (1.602 metros), paso natural a las tierras leonesas. En la ruta surgen otros bonitos núcleos a los que se puede acceder por senderos. Villaverde conserva un pajar circular y una lápida romana con un jinete y un caballo grabados junto a la puerta de la iglesia. Ledantes recuperó hace poco sus frescos renacentistas que habían permanecido ocultos bajo un retablo barroco; entre sus elementos de valor etnológico conserva una antigua prensa junto al arroyo que servía para golpear los tejidos y hacerlos resistentes.

Ledantes recuperó hace poco sus frescos renacentistas que habían permanecido ocultos bajo un retablo barroco

De vuelta a las orillas del Deva llega una de las joyas del viaje: el monasterio de Santo Toribio, un centro de peregrinaje con privilegios comparables a los de Jerusalén y Santiago de Compostela. Situado en la falda del monte Viorna, en él vivió y escribió un monje del siglo VIII hoy conocido como el Beato de Liébana.

El Deva riega las huertas del valle de Camaleño, donde se erige la ermita de San Pelayo, uno de los edificios románicos más antiguos de la comarca. A medida que se avanza hacia la cabecera del río, el valle se encrespa y regala bellas estampas montañesas como la de Mogrovejo, con su torre medieval. En Treviño, otro pintoresco pueblo, se puede dormir en la antigua casona de los condes de la Cortina, hoy transformada en un alojamiento rural.

Al pie del pico Coriscao (2.235 metros), frontera con León, Las Ilces conserva viejos hórreos envueltos por hayedos. La huella de ilustres linajes pervive en las casonas de Espinama, donde el río Nevandi vierte sus aguas al Deva. Desde este pueblo una ruta ganadera alcanza los puertos de Aliva y la ermita de la Virgen de la Salud, venerada el 2 de julio con una romería.

Por la misma carretera que sube al mirador de Fuente Dé, se alcanza la cabecera del río Deva y la coqueta aldea de Pido. Se trata de la más alta del valle de Camaleño que, además, se ha hecho famosa por elaborar algunos de los quesos más sabrosos de la comarca.

Fotografías: Juan Carlos Muñoz; Gonzalo Azumendi; Age Fotostock



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