sábado, 11 de febrero de 2017

Pachinko. Machu Picchu, viviendo el sueño de los incas

Pese a que estaba alojado en uno de los mejores hoteles de Aguas Calientes, sabía que esa noche me iba a costar más de la cuenta conciliar el sueño. Tras las ventanas, la lluvia no paraba de nutrir al río que bajaba muy crecido. El sonido potente del agua fluyendo embravecida contra las rocas era realmente ensordecedor. Nunca he tenido demasiados problemas para caer rendido en los brazos de Morfeo, pero aquel crepúsculo era muy distinto y especial. Machu Picchu me esperaba al alba.

Las habitaciones de hotel pueden ser un poco frías cuando las compartes con los tuyos, así que llamé a la familia por Skype y les conté que el viaje a Perú estaba yendo como la seda, que no se preocuparan por nada. Sus voces y las risas de Teo fueron como un bálsamo y me tranquilicé un poco. Cerré los ojos e intenté descansar para que los nervios se esfumaran como las gotas de aquel chaparrón en el río Vilcanota.

En ese momento tenía dos temores. Que el despertador me jugara una mala pasada y no acudiera a la cita que tenía temprano con una de las 7 Maravillas Naturales del mundo o que aquella noche cayera el diluvio universal sobre Aguas Calientes  y la inundaciones me impidieran cumplir uno de los sueños de todo viajero, visitar el Machu Picchu.

Insensato, mis miedos eran infundados. Mi viejo iPhone 3 sonó a la hora que habíamos pactado -gracias al difunto Steve Jobs- y cuando bajé a desayunar observé que en quñe salón había gente con las mismas sensaciones que yo. Algunos lo llaman aleteo de mariposa en el estómago, otros cosquillitas, yo simplemente lo calificaría como ilusión. La primera cita siempre suele ser una mezcla de pánico y esperanza, pero si sale bien el resultado suele ser una sensación indescriptible.

Visita a Machu Picchu

Bajo una fina lluvia tomé uno de los muchos autobuses que cada día cubren el trayecto entre Aguas Calientes y Machu Picchu. Son 8 kilómetros de carreteras sinuosas y de vistas increíbles del valle. En cada curva parece que el vehículo se va a despeñar abruptamente por el precipicio, pero al final te acabas acostumbrando a esa tosquedad ondulante.

Pese a que el bus va lleno hasta la bandera nadie dice nada. Todos están soñando despiertos e imaginando cómo será el momento de ver el Machu Picchu con sus propios ojos. Como los desconocidos con los que comparto vehículo, a mí también me apetece entretenerme en ese juego de elucubración.

La vanidad y la estupidez del viajero a veces nos hace creer que hay lugares que no nos emocionarán porque son demasiado conocidos, son muy turísticos o están masificados. Dudar de Machu Picchu, es una mayúscula memez, pues no hay lugar sobre la faz de la Tierra que se pueda comparar a aquella antigua ciudad inca. Sólo por aquella maravilla merece la pena viajar a Perú y disfrutar de su grandeza.

Crucé el control de seguridad y las puertas que marcan el inicio del recorrido turístico y ya escuché los primeros gritos de asombro ¿Imposible resistirse, no crees? Mi visita coincidió con la temporada de lluvias y por eso las nubes pintaron el cuadro con un halo de misterio muy embriagador. ¿Cómo debía ser aquel lugar con cielo despejado?

Mientras mi cerebro trataba de procesar aquel entorno de casi de ficción, escuché a una guía que iba narrando los pormenores históricos del descubrimiento de Machu Picchu o la función que tenían antiguamente algunos de los lugares más emblemáticos de las zonas visitables. Para ser sincero, tengo que decir que no le hice el mínimo caso a aquella buena mujer.

Me encontraba en una especie de estado de shock, incapaz de dar crédito a lo que estaban viendo mis ojos. Entre las nubes, la lluvia y aquella especia de catarsis me pareció vivir el sueño de los incas.  Dejé volar la imaginación e intenté responder dos preguntas. ¿Cómo fueron capaces de construir todo aquello? ¿Qué sentiría Hiram Bingham hace 100 años cuando se topó con aquel increíble descubrimiento?

De nada serviría que ahora tratara de describir la desgarradora belleza del Huayna Picchu y el valle repleto de bancales de cultivo, lo imponente de las construcciones que se conservan o la energía que emanan las piedras colocadas a más de 2.000 metros de altitud. Las palabras no harían nunca justicia a lo que se vive en Machu Picchu. Se trata de un lugar de sensaciones, de emociones, de ensoñaciones… casi místico.

Ni la lluvia, ni las nubes, ni la exaltación me impidieron disfrutar como un niño de aquella experiencia. Aquel día me prometí a mí mismo que regresaría con mi familia. Todo el mundo merece ver aquel célebre lugar de Perú con sus propios ojos. Yo tuve la suerte de volver de nuevo al día siguiente. Quería seguir viviendo el sueño de los incas, pero esta vez desde arriba. Me atrevería con la subida al Huayna Picchu, pero eso es ya otra historia onírica.



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