lunes, 5 de marzo de 2018

Viajes. Transiberiano, de Moscú al Pacífico en tren

El Transiberiano no hace referencia a ningún tren, sino a la línea férrea construida a finales del siglo XIX que unió la Rusia europea con sus lejanas provincias siberianas tras años de trabajos hercúleos. Moscú es el lugar perfecto para adentrarse en la historia y el alma de Rusia, una ciudad que no es asiática ni europea, sino simplemente rusa: iglesias de cúpulas bulbosas que recuerdan mezquitas salidas de Las mil y una noches, el Kremlin agazapado tras sus poderosas murallas rojizas, la sombría arquitectura estalinista, un sinfín de rincones para descubrir una ciudad con mil rostros.

Existen tantas rutas del Transiberiano como viajeros y multitud de paradas entre las que escoger, especialmente en el tramo de la Rusia europea, donde se puede optar por tres caminos para llegar a los Urales. Sea cual sea el elegido, al entrar en cualquiera de las estaciones de tren de Moscú, con ese aire palaciego del periodo zarista que evoca los tiempos románticos de los primeros viajes en tren, es imposible no emocionarse ante la perspectiva de un trayecto que se extiende hasta los confines de Asia.

El tramo moscovita

El tren atraviesa los suburbios de Moscú, que dan paso a bosques que se alternan con pequeños asentamientos de dachas, las típicas casas de campo rusas, y pueblos que parecen sumidos en un estado de hibernación. Las opciones para detenerse son múltiples: las históricas ciudades del Anillo de Oro como Vladimir, Suzdal o Yaroslavl, cuyas ricas iglesias medievales rivalizan con las de Moscú; Kazan, capital de la República de los Tártaros, que parece tener un pie en Oriente y otro en Occidente, donde los espigados minaretes de las mezquitas y las resplandecientes cúpulas de las iglesias sobresalen a orillas del Volga; o la orgullosa Nizhni Nóvgorod, con un portentoso Kremlin.

El tren abandona las grandes planicies y empieza a serpentear entre las colinas que conforman los Urales, la cordillera que separa Europa y Asia. No importa la vía que se tome puesto que todas confluyen en la capital de los Urales: Ekaterimburgo. Esta ciudad, creada en 1723 para convertirse en el centro industrial de la región, pasó a la historia porque allí fueron asesinados el zar Nicolás II y su familia por los bolcheviques.

Más allá de los Urales la tierra parece asentarse de nuevo cubierta por una impenetrable taiga y el tren se adentra en Siberia. Aunque hubo expediciones ocasionales, la conquista de este territorio no se inició hasta que Iván el Terrible se deshizo de los kanatos tártaros que ocupaban parte de la Rusia europea. Apenas un siglo más tarde casi toda Siberia ya formaba parte de las tierras del zar. Aunque se encuentre en un ramal de la línea principal, conviene visitar Tobolsk, antigua capital de Siberia, con un majestuoso Kremlin a cuyos pies se extiende la ciudad antigua, con infinidad de casas de madera e iglesias centenarias a orillas del río Irtysh.

Ciudades siberianas

Las ciudades de Omsk, Novosibirsk o Krasnoyarsk aparecen como anomalías entre la naturaleza que las rodea; centros industriales con gigantescos bloques de pisos enmarcados en un horizonte de chimeneas humeantes. Estas poblaciones, fundadas en su mayoría como pequeños asentamientos por cosacos y pioneros a medida que los rusos iban colonizando Siberia, son hoy grandes metrópolis donde viejos edificios zaristas y catedrales provinciales se funden con edificaciones soviéticas y rústicos barrios de casas de madera. Su ambiente relajado contrasta con el estrés que reina en Moscú.

Hay multitud de opciones para explorar el Baikal: en barco, a bordo de un pequeño tren que recorre la vía conocida como el Circumbaikal o a pie

A los 5.185 kilómetros aparece Irkutsk, la ciudad siberiana más atractiva y base ideal para realizar una excursión al Baikal. Este lago de más de 650 kilómetros de longitud es el más antiguo y profundo del mundo y contiene el 20% de las reservas de agua dulce del planeta. Hay multitud de opciones para explorar el Baikal: en barco, a bordo de un pequeño tren que recorre la vía conocida como el Circumbaikal completada en 1904, a pie por alguno de los senderos que rodean el lago, o simplemente durmiendo en Listvyanka en una pensión con vistas. El tren prosigue el viaje rodeando el sur del Baikal hasta llegar a la acogedora Ulén-Udé, la capital de Buriatia, donde los rasgos asiáticos de sus habitantes, el sonido gutural del idioma y los monasterios budistas traen efluvios de la cercana Mongolia. Desde aquí la ruta conocida como el Transmongoliano se dirige a Ulán Bator y Beijing (Pekín).

Para llegar al Mar de Japón aún quedan más de 3.000 kilómetros por algunas de las zonas más despobladas de la vía. De vez en cuando aparecen capitales como Chita, lugar de destierro de los decembristas, un grupo de oficiales que trataron de derrocar al zar en 1825, o Khaba-rovsk, a orillas del grandioso río Amur, en cuya otra orilla se encuentra China. Lentamente, la taiga va dejando paso a paisajes más dulces, con agradables colinas y una vegetación que anuncia la cercanía del océano. En este último tramo se experimenta una mezcla de tristeza ante el fin del viaje y cierta liberación tras tantos días en el tren. El Pacífico aparece de repente, con un deslumbrante azul turquesa, mientras la locomotora aminora su ritmo hasta detenerse en Vladivostok.



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