lunes, 14 de agosto de 2017

Viajes. Un paseo por Carcasona, la maravillosa ciudad medieval del sur de Francia

Puede que muchos la reconozcan sin haber estado nunca allí, y es que Carcasona ha sido el decorado perfecto para películas como Juana de Arco o Robin Hood. El último en plantar sus cámaras en la ciudad fue Ridley Scott, que grabó la miniserie Laberinto, basada en el best seller del mismo nombre, con la particularidad de que la historia que relatan la novela y la serie ocurrió realmente en la ciudadela medieval amurallada: el genocidio de los cátaros en 1244 a manos de los cruzados.

Situada en el corazón del llamado País Cátaro, la historia de Carcasona se remonta a mucho antes. Íberos, romanos, visigodos, sarracenos y francos dominaron la ciudad durante siglos, antes de que el papa Inocencio III enviara a 50.000 cruzados al Languedoc-Roussillon en el siglo XIII para combatir a los albigenses o herejes cátaros. Ya en manos del rey de Francia la ciudad amplió las fortificaciones y se erigió en un punto estratégico de la frontera entre Francia y la Corona de Aragón. Carcasona alcanzó entonces su esplendor, convirtiéndose en refugio de artistas y de juglares que, por entonces, recitaban sus poemas en una lengua romance, la lange d’òc u occitano, cuya variante aranesa es reconocida como lengua cooficial en Cataluña.

Dos ciudades en una

Carcasona está formada, en realidad, por dos ciudades, la Nueva y la Antigua, separadas por el río Aude y conectadas por el encantador Puente Viejo, de piedra. En lo alto de la colina surge la Cité, la mayor ciudadela medieval fortificada que se conserva en Europa, incluida en el Patrimonio de la Unesco desde 1997. A sus pies, al otro lado del río, se esparce la Bastide Saint-Louise, la actual ciudad "nueva y viva", que fue creciendo despreocupadamente a medida que iban desapareciendo las defensas militares.

La Ciudadela, con sus 52 torres y dos recintos concéntricos de murallas, es lo primero que llama la atención. Su magnífico estado de conservación se debe al inefable y prolífico arquitecto Eugène Viollet-le-Duc que, a mitad del siglo XIX, se encargó de reconstruirla, basándose en planos y documentos histórico. Sin embargo, hizo aportaciones personales no exentas de polémica, por lo que también se considera una de las primeras restauraciones con fines turísticos de la historia.

La Ciudadela, con sus 52 torres y dos recintos concéntricos de murallas goza de un magnífico estado de conservación

La visita a pie por la Cité comienza en la Puerta de Narbona, flanqueada por torres gemelas y un puente levadizo ideado por Viollet-le-Duc. Tras cruzarlo, lo recomendable es pasear sin rumbo por el laberinto de callejuelas con casas medievales, algunas convertidas en cafés, restaurantes y comercios.

La Rue de Saint-Louis reúne tentadores establecimientos gourmet, anticuarios, talleres de artistas y la parada obligada en el Hôtel de la Cité, un establecimiento rodeado de jardines, en el que hay que detenerse aunque solo sea para tomar un café o probar alguno de los tesoros de su bodega.

Además de las omnipresentes crêperies, en las calles intramuros abundan locales donde catar los vinos del Languedoc o probar el suculento cassoulet, un guiso de alubias blancas y carne que se sirve en una cassole o cazuela de barro.

Todas las callejuelas de la Cité conducen al Castillo Condal, la última defensa que incorporó el recinto. Esta fortaleza dentro de otra fortaleza fue construida en el siglo XII, rodeada por un foso y custodiada por robustas torres. Desde el castillo se aprecia mejor la estructura militar del conjunto. Destacan los matacanes o galerías de madera desde las que se lanzaban proyectiles, y las lices o palestras, el espacio entre murallas en el cual, si los atacantes accedían al recinto exterior, quedaban al descubierto y desprovistos de refugio. Hoy la palestra se ha convertido en un paseo de adarve que sumerge en la época medieval y ofrece amplias vistas.

La otra visita obligada en la Cité es la basílica de Saint-Nazaire, un templo del siglo XI con modificaciones del XIII. Conserva su estructura románica en la parte posterior, bella aunque severa y oscura, que contrasta con el gótico luminoso del ábside y el transepto. Sus magnificas vidrieras (siglos XIII y XIV) fueron desmontados pieza a pieza durante la Segunda Guerra Mundial para preservarlas de los bombardeos y del expolio de los nazis que habían ocupado el castillo en 1944.

Tras el Puente Viejo

Tras la contundencia medieval de la Cité amurallada, tal vez pensemos que la ciudad "nueva" que creció fuera de las murallas sea menor. Sin embargo, una vez cruzado el Puente Viejo que enlaza ambos núcleos, la Bastide Saint-Louise se muestra como una ciudad ordenada y acogedora, con casas señoriales y palacetes que testimonian el auge de la próspera industria textil de Carcasona en el siglo XVIII.

La arbolada plaza Carnot es el centro neurálgico de este barrio. En torno a su fuente de Neptuno, desde la Edad Media, se organiza el mercado las mañanas de los martes, jueves y sábados. Entre sus monumentos más interesantes hay la catedral de Saint-Michel, incendiada en 1355 y reedificada en estilo gótico, y el pórtico de los Jacobinos, último vestigio de las cuatro puertas de la muralla que rodeaba la ciudad baja en el siglo XIV.

La visita a Carcasona puede completarse con un recorrido en barca por el plácido Canal del Midi, una proeza técnica de 240 kilómetros que alcanza el Mediterráneo y fue declarada Patrimonio de la Unesco. Las riberas del canal, caminos de sirga bordeados de refrescantes arboledas, conforman un ruta turística, ideal para el senderismo y la bicicleta. Este recorrido fluvial también puede ser un magnífico inicio para lanzarse a un viaje en busca de la huella de los cátaros y sus legendarios castillos.

Fotografías: Fototeca 9x12; Gtres; Getty images; Aci



via http://ift.tt/JKJLOL http://ift.tt/2vT7JIo

No hay comentarios:

Publicar un comentario