miércoles, 15 de agosto de 2018

Viajes. Una ruta por el interior Chile

Para reforzar el recuerdo de épocas prehistóricas, además de con cráteres, el suelo de las regiones IX y X de este país se cubre de bosques frondosos de araucarias, verdaderos fósiles vivientes que al crecer despliegan sus copas como paraguas. Y, en el bosque, todavía habitan los mapuches, pueblo amerindio con un fuerte apego a su cultura y tradiciones.

Pocos lugares del mundo reúnen tantas imágenes que inciten al viaje, de manera que tomé un autobús en la atareada estación central de Alameda, en Santiago de Chile, con rumbo a Temuco, la ciudad natal del poeta Pablo Neruda. El plano de Temuco sigue una cuadrícula perfecta, como corresponde a una ciudad delineada por un alemán. Sus calles no sorprenden a los ojos europeos, que encontrarán más interesante la zona del Cerro Ñielol, un monumento natural en el que se ubica La Patagua del Armisticio, el lugar donde en 1881 se acordó la paz entre colonos y mapuches para que estos cedieran los terrenos donde se fundaría la ciudad. El punto exacto lo señala un chemamull, un tótem sagrado. Lo rodea una muestra de vegetación valdiviana, incluida el copihue, la flor nacional.

Tierra de leyendas

Las ganas de explorar el territorio me llevan al día siguiente hacia el este, en busca del volcán Lonquimay. En los pueblos de Curacautín y Malalcahuello abundan las casas de una planta y las gentes que se detienen a observar al desconocido. Recojo por el camino a una mujer y a su hijo que solicitan "jalón" para llegar al próximo pueblo –el autostop es habitual– y como pago me obsequian con un par de leyendas: cerca de Malalcahuello se encuentra la Roca Santa, en realidad una virgen india que escapó de los "afuerinos", los extranjeros que quisieron abusar de ella; murieron, pero el frío la dejó petrificada en el lugar donde se escondió. La otra historia hablaba de las cascadas del Indio y de la Princesa: los amores entre un español y una noble india que acabaron con su suicidio en una de las cataratas.

Los cuentos entretuvieron el trayecto hasta el Túnel de las Raíces, una galería de 4.528 metros de longitud, sin luces ni soportes, proyectada inicialmente para albergar la línea ferroviaria. Al otro lado del túnel, las araucarias se imponen hasta llenar todo el horizonte. Este árbol majestuoso alcanza la madurez a los 200 años de vida, pero no despliega su característico paraguas hasta los 500; se calcula que los ejemplares más antiguos de la región tienen 1.200 años. De hoja perenne y 50 metros de altura, es considerado Monumento Nacional.

Y a pesar de lo solemne que resulta, llega un momento en que la araucaria cede el protagonismo a la tierra devastada que culmina con la vista del volcán Lonquimay. Su última erupción tuvo lugar en 1988, dando lugar al cráter Navidad, día en que estalló.

Los mapuche son la única etnia chilena que conserva su carácter original y se ha hecho famosa por su oposición a la construcción de presas

La carretera sigue hacia el sur, hacia el Parque Nacional Conguillío, pero me he perdido en algún lugar cerca de la laguna Gualletué. El sonido de unos tambores me atrae hasta un claro del bosque, donde unos hombres bailan alrededor del fuego mientras otros cabalgan a su alrededor y las mujeres descuartizan una res. Parece una película, pero se trata de una rogativa mapuche propiciatoria de la cosecha. Esta es la única etnia chilena que conserva su carácter original y se ha hecho famosa por su oposición a la construcción de presas y a todo lo que comportan: los conflictos por la tierra siguen un siglo y medio después de la firma de la paz. Por fortuna, me dejan asistir a condición de no sacar fotos. Me advierten: "no somos una atracción turística".

El nombre mapuche de Conguillío significa "agua con piñones", nombre que le viene como anillo al dedo a este parque de más de 60.000 hectáreas, creado en 1950 y declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco. Desde cualquiera de sus senderos se divisa siempre el perfil del volcán Llaima con sus dos cráteres gemelos, de los que brota una columna de humo. A consecuencia de la actividad telúrica, el suelo se ha hundido en diversos lugares y se han originado lagos. Para verlos hay que seguir la senda del río Truful Truful, que en cierto punto deja al descubierto diversos estratos de colores que hablan de la edad de la Tierra, como las líneas de una mano. Muy cerca, las lagunas Verde y Arco Iris albergan árboles formidables hundidos, petrificados. Queda claro por qué la cadena de televisión BBC eligió este lugar para ambientar la serie documental Caminando entre dinosaurios (1999). De aquellos gigantes no queda rastro pero con suerte en Playa Linda tal vez se acerque a la orilla un huemul, un ciervo endémico que se encuentra en peligro de extinción.

Ciudades históricas

Tras pasar la noche en el cercano pueblo de Melipeuco, el viaje sigue hacia el sur, en busca de otros espejos de agua. El destino esta vez es Villarrica, una de las ciudades más antiguas de Chile. Poco queda de su pasado, ya que la población se convirtió hace tiempo en un destino vacacional y abunda en casitas de alquiler temporal. Baña sus pies un lago que lleva el mismo nombre y, de noche, se puede ver como su volcán resplandece con fogonazos rojos. Más bonito y con mejores servicios aún es Pucón, en la orilla opuesta del mismo lago, pero en cuanto a belleza natural los supera el Caburga, con su Playa Negra sobrevolada por halcones peregrinos. Un poco más allá se encuentran sus Ojos, una serie de pozas y saltos de agua que convergen en una piscina natural color turquesa.

Para llegar a Valdivia, mucho más cerca de la costa, hay que desandar el camino hasta Villarrica y continuar luego atravesando selvas pluviales extensas donde la araucaria se hace más rara para dejar paso al alerce y el coigüe primero, y al roble y el laurel después.

Tras la independencia del país, el gobierno chileno fomentó la llegada de europeos para mejorar la economía

La carretera me deja a las puertas de Valdivia en menos de dos horas, ciudad que disfruta de una animada vida artística y cultural, con muchos universitarios y una fuerte carga de historia; aquí se construyó la mayor plaza fuerte española de América del Sur, con el objetivo de repeler a los indígenas y a los holandeses que querían afianzar sus rutas marítimas. Son testigos el Castillo de Niebla y diversos torreones dentro de la ciudad, muy estratégica porque en ella convergen tres caudalosos ríos antes de desembocar en el Pacífico: el Calle Calle, el Cau Cau y el Cruces. Tras la independencia del país, el gobierno chileno fomentó la llegada de europeos para mejorar la economía. Consiguió atraer a muchos alemanes en el siglo XIX, algunas de cuyas casas aún se erigen en la calle General Lagos. Otros edificios, los fundos o fincas agrícolas, presentan formas originales porque se han hecho con madera y materiales reciclados.

La ruta desde Valdivia hasta Puerto Montt, la principal salida marítima hacia la Patagonia chilena, está marcada por el recuerdo del estadista y aventurero Vicente Pérez Rosales, quien lideró la colonización de la zona del lago Llanquihue para entregar las tierras a cerca de 40.000 alemanes. Primero pasó por Osorno, donde se quemaron muchos bosques para despejar el terreno. Hoy la ciudad es un cruce de caminos donde muchos se aprovisionan en sus grandes centros comerciales antes de seguir viaje. Más adelante aparece el lago Llanquihue, que en mapuche significa "paraje en el que zambullirse en el agua".

El chapuzón tendrá de fondo los volcanes Osorno y Calbuco, pero será bien frío, porque la temperatura media en verano es de 14 oC.

El paseo por las orillas del lago Todos los Santos, en el remoto Parque Nacional Vicente Pérez Rosales, es en una experiencia de paz absoluta

La reserva de Llanquihue tiene su continuidad natural en el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales, el más antiguo del país y el más solitario. Lo remoto de su ubicación convierte el paseo por las orillas del lago Todos los Santos en una experiencia de paz absoluta. De sus aguas nace el río Petrohué, muy valorado por los pescadores de truchas y salmones. Y para completar el viaje por una de las zonas más remotas de Chile, visito otra reserva nacional, la del Alerce Andino, nombre de uno de los árboles más longevos del mundo. Emparentado con el ciprés, se parece más a una secuoya y llega a vivir hasta 4.000 años.

Tras tanto aislamiento, Puerto Montt se me antoja especialmente caótica. Su bullicio es el precio por ser uno de los mayores nudos de comunicaciones de todo Chile, en especial entre el norte y el sur, inaccesible por carretera. La fundó el ya citado Pérez Rosales con el nombre de Melipulli, pero luego este se cambió para honrar a Manuel Montt, presidente de 1851 a 1856. El centro forma una larga terraza que perfila la costa, siempre cerca de los lugares de atraque de los grandes cruceros. En cierto punto, pasa a llamarse avenida Angelmó, en realidad puerto de pescadores con muchos restaurantes instalados en palafitos sobre el agua. Es el momento de disfrutar comiendo la sabrosa centolla o el picoroco, un pariente lejano del percebe, e imaginar qué nuevas aventuras me traerá el viaje por mar.



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