miércoles, 4 de abril de 2018

Viajes. Perigord, ruta por el dulce valle del Dordoña

Todo ello se traduce además en una pasión por la buena mesa y los frutos de la tierra. Pero habría que hacer una precisión sobre el mapa. El Perigord es el nombre de toda la vida para designar la Dordoña, uno de los departamentos administrativos de la región de Nueva Aquitania. Así pues, hablar del Perigord es lo mismo que decir la Dordoña, territorio que debe su nombre al río homónimo y cuya capital es la ciudad de Périgueux. Tradicionalmente se ha venido hablando de un Perigord Negro, por sus espesos bosques, uno Blanco por la piedra calcárea, uno Púrpura por el vino, otro Verde... Esa definición cromática es cada vez peor vista, por simplista, y porque procede de viejos tiempos de un turismo naif. La gente joven prefiere hablar ahora de los valles de los ríos –considerados la sangre, la savia de Francia– y así tendríamos el valle del Dordoña, del Vézère, del Isle y del Dronne.

Si uno viene de Burdeos –donde se halla el aeropuerto más cercano–, entra sin más en el Perigord Púrpura, que es el color del vino. Salta a la vista. A un lado y otro de la carretera las cepas se agarran con sus pámpanos a alambres y rodrigones. Un paisaje domesticado y pulcro, jalonado por caseríos que llaman châteaux (castillos, y a veces lo son) y que dan nombre al domaine (finca) y al vino que se elabora en ellos.

Uno de esos castillos verdaderos se alza en St-Michel-de-Montaigne y fue hogar del célebre pensador del siglo XVI Michel de Montaigne

Uno de esos castillos verdaderos se alza en St-Michel-de-Montaigne y fue hogar del célebre pensador del siglo XVI Michel de Montaigne. El autor de los Ensayos –obra de referencia del humanismo francés– escribió también un Journal de Voyage de su viaje por Italia. Original de la época solo queda una torre aislada, donde Montaigne tenía su biblioteca, capilla y dormitorio. A unos pasos estaba la casa, pero ardió y acabó convertida en un castillo muy al gusto decimonónico que ahora ofrece visitas guiadas por sus elegantes salones. A la salida del pueblo, el yacimiento galorromano de Montcaret posee algunos sencillos mosaicos.

Tras la ruta del vino

El vino, transportado en gabarras por el Dordoña, dio esplendor a Bergerac. La estampa de esta ciudad medieval sigue intacta, con colores que hacen pensar en Italia, realzados por el intenso olor de las glicinias. A orillas del río, un viejo monasterio del siglo XII alberga la Maison des Vins, donde es posible conocer las trece denominaciones de origen de la zona, y catar o comprar algunas botellas. Y de paso, asomarse al antiguo claustro, hermoso por su aire campestre.

Durante mi última visita un chico belga con pinta de mitómano preguntó si aquella era la casa de Cyrano de Bergerac, del que solo había encontrado un par de estatuas en sendas plazuelas. Pascal Dupouy, estudioso del tema y encargado del turismo local, le informó de que para seguir los pasos de Cyrano tendría que ir... a París. Y es que, aparte del personaje creado por Edmond Rostand en 1897, existió un tal Hercule Savinien de Cyrano, nacido en París en 1619. Para entrar en el cuerpo de Mosqueteros, Hercule Savinien de Cyrano adoptó como "apellido" Bergerac, el nombre de la finca parisina donde solía pasar su tiempo de ocio.

Al sur de Bergerac, el castillo de Monbazillac es la imagen ideal de un château vinícola. Rodeado de viñas y con el negocio a pleno rendimiento, este recinto más renacentista que medieval se puede visitar. También está abierto al público el cercano castillo de Bridoire, restaurado a fondo en 2013 y con un completo programa de actividades familiares y escolares, de día y también de noche.

En 1934 un erudito se dio cuenta de que las orlas que ornaban el sagrado lienzo contenían una dedicatoria en árabe a un califa del siglo XI

En la villa de Cadouin, suaves colinas envuelven una calle medieval que desemboca en una abadía románica de 1115. Allí se veneraba nada menos que el Santo Sudario de Cristo, traído de Tierra Santa en tiempos de las Cruzadas. Los peregrinos fluían a raudales, y también las ofrendas. Hasta que en 1934 un erudito se dio cuenta de que las orlas que ornaban el sagrado lienzo contenían una dedicatoria en árabe a un califa del siglo XI; el obispo mandó retirar la reliquia y se acabaron las procesiones. Pero un tesoro sigue allí: el claustro gótico renacentista, cuyas esculturas y pinturas han merecido el título de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. También ostenta esa distinción la cercana abadía de Saint Avit Senieur, una destacada etapa en la Vía Lemovicensis a Santiago de Compostela.

Una tierra de murallas

Estamos en territorio de bastides, poblaciones amuralladas que surgieron en el siglo XIII durante las guerras entre ingleses y franceses. El núcleo se articulaba en torno a una plaza cuadrada y porticada donde había una iglesia a un lado y el centro estaba ocupado por un mercado techado. Hay más de 300 bastides catalogadas y un tercio se encuentra en Aquitania. De las muchas que pueblan el sur del Perigord, la que podría calificarse de más "pura" es Monpazier.

Monpazier cuenta con el centro de interpretación Bastideum, donde se explica esa forma singular de urbanismo medieval. Abundan también los pueblos pintorescos, como Belvès, asomando por encima de sus murallas a la feracidad de huertos y pastizales. Allí también pueden verse "viviendas trogloditas", otra de las curiosidades más buscadas; aunque el conjunto más llamativo es el de la Madeleine, en Tursac, en el valle del Vézère.

Si se tiene la fortuna de coincidir con un día de mercado, en los tabancos callejeros se podrá oler, tocar y comprar el alma nutricia del país. Los campesinos venden patés elaborados en casa, conservas de pato, cochon noir (cerdo negro, parecido al ibérico), así como tartines y panes o dulces artesanos, aceite de nueces, setas o trufas (si es temporada), quesos, miel... y por supuesto, hortalizas recién cortadas esa misma mañana.

El valle del Dordoña a veces se estrecha y encajona entre una vegetación furiosa, y otras veces respira y se ensancha, como aspirando a pasar de ser una rivière a ser un fleuve o río mayor. Asomado al agua se ve a lo lejos el castillo de Beynac, con el pueblo trepando por la cornisa. Merece la pena subir a pie para calibrar la importancia de su ubicación. El castillo roquero, con recuerdos de Ricardo Corazón de León, apenas tiene cuatro trastos que acentúan el rigor medieval. Desde lo alto de sus torres se divisan otros cuatro castillos a orillas del río: Fayrac, Castelnaud –se puede visitar–, Lacoste y Marqueyssac, con unos jardines colgantes que son considerados como el balcón del Dordoña.

La Roque-Gageac es el pueblo más codiciado y fotografiado de toda la región

Apenas unos minutos en coche siguiendo los giros zalameros del río y se avista la cornisa formidable de La Roque-Gageac. El pueblo más codiciado y fotografiado de toda la región. Apenas una calle-muelle sobre el cauce ancho, con las casas incrustadas en la pared de roca como moluscos. Hoteles y restaurantes exquisitos, paseos en gabarra por el río y vuelos en globo al amanecer. Cerca, la bastida de Domme, en lo alto de una montaña, permite asomarse y contemplar el valle entero.

Sarlat, la joya de la región, aparece al cabo de poco. La capital turística del Perigord conserva admirablemente sus callejas y escaleras medievales, la catedral gótica y la casa renacentista de La Boetie, un rico discípulo y amigo de Montaigne.

Visitas arquitectónicas

Llama la atención la antigua iglesia de Santa María, a la que cortaron el ábside como a cuchillo para usarla de almacén y cosas peores; ahora es un mercado. Las puertas monumentales para cerrar el arco ojival de la nave amputada son obra reciente del arquitecto Jean Nouvel, que es de la tierra y viene a casa de sus padres de vez en cuando. En las puertas se lee una frase del filósofo Jean Baudrillard que podría ser el lema del propio Nouvel: "La arquitectura es una mezcla de nostalgia y anticipación extrema".

Otra deslumbrante arquitectura nos aguarda a menos de una hora, en Montignac. Se trata del soberbio edificio Lascaux 4, del estudio noruego Snohetta, inaugurado en diciembre pasado. Sustituye a Lascaux 2 –que sigue en uso–, réplica de la cueva del Neolítico cubierta de pinturas asombrosas, del estilo y época de las de Altamira.

La cueva original, Lascaux 1, descubierta por cuatro chavales al rescatar a su perro en 1940, solo puede ser visitada por el presidente de la República. ¿Y Lascaux 3? Es una exposición itinerante que recorre el ancho mundo. El escritor Henry Miller (1891-1980), que vivió por un tiempo en Dordoña, dejó escrito que "si el hombre de Cromañón se instaló en este rincón es porque era sumamente inteligente y tenía muy desarrollado el sentido de la belleza".

La última parada es Périgueux, la capital, no muy grande –unos 30.000 vecinos–, pero auténtica slow city donde la vida se saborea como un aperitivo. Subiendo a la torre medieval de Mataguerre, se aprecia bien la estructura dual de esta urbe a orillas del Isle. A un lado, se ve lo que parece un torreón, pero en realidad es un templo circular galorromano a la diosa Vesunna. En el lado opuesto, la ciudad medieval y renacentista, en torno a la catedral de St-Front.

Si callejear por la parte medieval tiene su encanto, entrar en la villa romana de Vesunna deja boquiabierto. Por los restos de mosaicos y pinturas al fresco, pero también por el museo que ha levantado Jean Nouvel sobre la domus romana, al lado de la muralla. Es admirable la manera de "envolver" en cristal semejante explanada. Y una lección acerca de cómo lo más arcaico –sean pinturas rupestres, restos romanos o filósofos de entretiempo– casa perfectamente con la vanguardia más audaz.



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