martes, 11 de julio de 2017

Periodismo viajero. SORIA: LOS ÚLTIMOS TRASHUMANTES

A principios de junio me uní, tal vez, a uno de los últimos viajes trashumantes que se vivirán en Soria. Cada vez hay menos personas dedicadas a este oficio centenario y al parecer no hay relevos.

Caminé, supe lo que es ir perseguido por las inclemencias del clima y disfruté de la compañía de muchas personas. En pocas palabras, fui trashumante durante tres días. Eduardo es el pastor, nuestro capitán –como yo lo llamé en el tramo de su larga travesía en el que yo me adheri-; el venía desde Ciudad Real y su destino era Los Campos, en la semi desierta provincia de Soria. Ha hecho este recorrido desde que tenía 16 años. Ahora anda por los sesentas. Habrá acumulado muchos kilómetros en ese tiempo llevando ovejas del sur al norte, y viceversa. Siempre buscando ese clima ideal para que pasten sus animales, sin importar dónde este su familia. Nadie dijo que ser trashumante sea un asunto sencillo.

Salimos una tarde desde la capital de Soria. Las calles fueron recorridas por las 1200 ovejas del rebaño. Los coches tenían que detenerse y dejar pasar esa tempestad de lana; los vecinos guarecerse en la orilla de la calzada y sacar el móvil para compartir en todas las redes lo que estaban viviendo. Ya nadie quiere ser trashumante, pero todos queremos mostrarlo al mundo entero.

Cuando el sol caía llegamos a nuestro primer destino. Los mosquitos ya nos esperaban. Ellos eran 1200 con muchos ceros agregados. Pero también nos esperaba un pacharán casero y una noche larga para expandirse en todo tipo de temas. Eduardo nos advertía que la hora de levantarse sería a las 5 de la mañana. Eso sí, lo hacía al mismo tiempo en que rellenaba nuevamente mi vaso.

El segundo día comenzó cuando el sol aún no iniciaba la jornada. Poco desayuno, algo de pacharán aún por la sangre y muchos kilómetros frente a todos nosotros. Nadie hacía bien los números: algunos hablaban de 20, otros de 30 y unos se aventuraban a decir que eran tantos que no llegaríamos a Los Campos, asunto que significaba dormir en algún punto del camino. Las ovejas caminaban, ajenas a tantas cuentas, a tanto futurizar. Y mis pies hacían lo mismo: con cada kilómetro que agregaban, sentía dolor ya en cualquier sitio.

A mediodía el sol calentaba con mucha fuerza. Sin sombras donde esconderse y con las cañadas reales sin ninguna intención de detenerse, el grupo seguía andando. Charlas, silencios, sonrisas, hambre y sed… ya se iba esbozando un buen cuadro de lo que es ser trashumante. Eduardo me veía de reojo: tal vez pensaba que no resistiría, pero al final se equivocó: cumplí los más de 35 kilómetros que hicimos en esa segunda jornada y además, lo masacre con decenas de fotografías y preguntas sobre su vida. Ser trashumante debe ser duro, pero ir acompañado por un periodista, debe ser peor. ¡Ahora era yo el que lo veía de reojo!

Por la tarde, después de haber cruzado todo el paisaje que se perdía hasta donde la vista lograba ver algo, llegamos a la tierra prometida. Ya caminábamos simplemente por reflejo o porque el atardecer era realmente espectacular y queríamos terminar el día con el cierre del viaje de las ovejas: regresaban a su casa de verano, a disfrutar de la hierba hasta que el otoño las haga volver al sur. Mientras el sol caía, Eduardo cerraba la cerca… culminaba un trayecto más de su vida, de su oficio. Seguía dando pulsaciones a este trabajo que se viene llevando a cabo en España desde la Edad Media, o antes incluso. Y si, fue emocionante. Supongo que varios escondimos alguna piel emocionada. Yo vi lágrimas, pero no diré de quién fue. Los trashumantes somos caballeros.

La tercera jornada fue corta de andar. Se trataba simplemente de recorrer un par de kilómetros para entrar triunfalmente a Los Campos, un breve pueblo habitado por trashumantes durante tantos años que ya no saben si son dos o 10 siglos. Caminamos poco, pero festejamos mucho. El folclore soriano invadió al pueblo mientras las migas de pastor hacían lo mismo con mi estómago. Qué buenas que son, y más cuando uno lleva un hambre de tres días andando. La música, las emociones y los encuentros de viejos amigos pastores fueron dando color al día. La trashumancia en España tiene los días contados. Nos hemos hecho modernos. Es un oficio para dejarse la piel, es cierto. ¿Pero para que la queremos si no es para vivir con intensidad?

Por  Carlos Sánchez Pereyra / fotouropa.com



via Espíritu Viajero Administración http://ift.tt/2uMlzZE

No hay comentarios:

Publicar un comentario