martes, 7 de mayo de 2013

Periodismo viajero. GIRONA, ENAMORA

Calidad de vida. Estas son las palabras que definen mejor el encanto de esta ciudad, pequeña y asequible, pero monumental, llena de historia y de cultura, de tradiciones y leyendas. Sus ciudadanos representan la esencia más pura del carácter catalán: orgullosos, curiosos y cerrados.

Son tópicos que tienen su poso de verdad, pero sería injusto quedarse con ellos. Quizá fuera así durante muchos años, cuando la ciudad guardaba su pasado para sí, llena de religiosidad gracias a la feroz presencia de diversas órdenes religiosas que instalaron sus conventos y edificios. Pero actualmente, y en especial gracias a los más de 10.000 estudiantes de la Universidad de Girona, es una ciudad muy viva, acogedora, que mantiene esa calidez de las pequeñas ciudades atravesadas por un río. Aquí hay tiempo para contemplar el río desde cualquiera de los bares que dan a él; de deambular para dejarse impregnar por sus piedras; para sentarse a tomar una copa en uno de los bares de la Rambla o en uno de los múltiples cafés o pastelerías. Es una villa para recorrer en bicicleta, para pasear… o para enamorarse bajo los árboles centenarios de la Devesa o de los jardines poco frecuentados de la ciudad.



La calidad de vida, en fin, le viene impuesta. Pocas ciudades pueden presumir de tener una Costa Brava a poco más de 20 km., con la primera colonia griega de la Península, Empúries. Y del mar a la montaña, porque el Pirineo está sólo a unos 50 km. y las pistas de esquí a dos pasos. Girona tiene algunas comarcas más hermosas de todo el país, como La Cerdanya, con sus valles verdes espléndidos y su buena ganadería; la boscosa y volcánica Garrotxa, con paisajes tan sublimes que ha dado lugar a una de las mejores escuelas de pintura paisajista de Cataluña o del Empordá, esta magnífica tierra surrealista que vio nacer a su padre, Salvador Dalí, y que hoy constituye uno de los sueños de la burguesía y del mundo artístico barcelonés.



Barcelona, la capital, siempre está presente en Girona. Para lo bueno y para lo malo. Una de las ventajas de Girona es que está sólo a 100 km. de Barcelona, y bien conectada por ferrocarril y autopista. Así que los gerundenses lo tienen fácil cuando se sienten ahogados por el provincianismo de su ciudad: la metrópolis está a tiro de piedra. La desventaja es evidente: no hay rincón virgen amado por ellos que no sea ultrajado por los pixapins (“meapinos”: nombre despectivo con el que designan a los barceloneses).

Y a efectos prácticos, esa cercanía a casi todo acaba por convertirse en una desventaja cuando las rutas turísticas sólo hacen visitas de medio día a Girona: se aprovecha el tiempo y se hace en una jornada por la ciudad y por el triángulo daliniano. No caigan en este error. Pernocten en Girona, busquen tiempo para el paseo y para saborear su calidad de vida. Recórranla al atardecer, cuando su buen comercio se muestra con todo su esplendor y deja descubrir sus tiendas de diseño. Contémplenla al anochecer, cuando las luces del casco antiguo acercan al visitante a las leyendas e historias que le habrán contado por la mañana. Admírenla con los primeros rayos de la luz solar, cuando empiezan a iluminar las coloreadas casas que dan al Onyar, el río que cruza la ciudad, en un arco iris que afecta también a sus puentes y a las piedras de la catedral y de la ex-colegiata de San Félix, las dos figuras que recortan la silueta de la ciudad.



Josep Pla, el gran literato ampurdanés autor de muchos escritos sobre Girona, dice que “Girona es una ciudad reumática, si es que el reuma tiene la capacidad de evocar un determinado color”. Y si lo que busca es cultura con mayúscula, Girona merece un fin de semana y algunos días más si se quiere realizar alguna de las múltiples excursiones que se pueden hacer por la provincia.

El carácter de Girona empieza con sus orígenes. Las leyendas también. A pesar de que parece que Ptolomeo ya cita al embrión de Girona, no hay noticias fiables de su fundación hasta la romanización. Pero los gerundenses han conseguido creerse que fue Carlomagno quien fundó la ciudad. No está mal esta voluntad de querer ser francos y por esto, la villa está llena de referencias de Carlomagno. Así, en el museo de la catedral se puede admirar una bella escultura gótica en alabastro de “San Carlomagno”, puesto que no han dudado en elevarlo a la categoría de santo; en la misma catedral se puede contemplar, en lo alto del presbiterio, la cátedra episcopal, una silla románica realizada en mármol conocida como la “silla de Carlomagno”, aunque el emperador jamás se sentó en ella.


EL CALL JUDÍO

Con la romanización empieza la historia de Girona. Bajo el nombre de Gerunda los romanos constituyeron una plaza fuerte en el lugar donde los ríos -Ter, Onyar, Güell y Galligants- juntaban sus aguas. Cristianizada entre los siglos II y III, sufrió diversos ataques hasta la ocupación árabe, que en Girona fue breve puesto que la voluntad popular hizo que en el 785 se librara a Carlomagno. El emperador creó el Condado de Girona, que pocos años después fue unificado con el de Barcelona. Se consolida entonces la villa y comienza su expansión comercial, empezándose a desarrollar el barrio judío, el Call.

He visitado muchas veces Girona, pero nunca había sentido tanta añoranza y sensibilidad en el Call como cuando la visité con Diana, una buena amiga de origen judío. Y ese sentimiento suele repetirse desde que Girona ha apostado fuerte por la rehabilitación del Call y ha pasado a formar parte de la red de ciudades españolas con Juderías. Son muchos los ciudadanos del mundo que se acercan a Girona y ante la placa que indica el nombre de Moshe Ben Nahman, rompen a llorar.



Ben Nahman o Nahmánides, cuyo nombre catalanizado es Bonastruc ça Porta, fue un médico y filósofo que nació en Girona en 1194. Rabino de Girona y Gran Rabino de Cataluña, su trabajo es verdaderamente universal. Él fue quien desarrolló la primera escuela cabalística de la Península Ibérica, que llenaría de luz a todo el mundo judío. Hoy lleva su nombre la casa mejor conservada del antiguo Call. Es el Centro Bonastruc ça Porta, una magnífica casa en la que se puede admirar la forma de vida que tenían los judíos en el Call. Hoy es un centro de exposiciones, pero también la sede de una importante biblioteca de estudios hebreos. Que Diana sintiera vibraciones especiales entra dentro de lo normal, si uno hace el recorrido por el Call empezando desde abajo. Y esto quiere decir empezar por la calle de la Força (la fuerza), el lugar por donde pasaba la antigua Vía Augusta. Fue aquí donde los judíos se establecieron y construyeron sus casas.



La subida por la calle de la Força nos va introduciendo en un laberinto de piedra. Cada pequeña y estrecha calle que sale de este eje principal parece que no lleve a ningún sitio. En unas ocasiones, se ven escaleras; en otras, murallas o muros de casas… Cualquiera puede pensar que esos callejones no llevan a ninguna parte, pero esto no era, ni es, así. Los judíos supieron construir este laberinto para facilitar su huida, porque ellos conocían perfectamente el barrio. Las personas que van subiendo por la calle, van metiéndose en la atmósfera de la edad media. Van sintiendo y pensando en lo que fue esta zona. Y quienes conocen su historia, como es el caso de Diana y de tantos y tantos judíos que visitan Girona, sienten algo especial.



Por esto, al ver el nombre de Moshe Ben Nahman, es difícil esconder los sentimientos. Y más cuando uno sube por la estrechísima calle de Sant Llorenç (San Lorenzo), que es por donde se entra en esta casa. Y entonces la sorpresa, la emoción y la ternura llegan al cénit. De unas calles que se van estrechando hasta la nada, de una zona donde el sol se oculta y la sombra es nuestra compañera, pasamos a un grandioso patio soleado, lleno de plantas. Y descubrimos la que era la vida paredes adentro. Patios escalonados, jardines colgantes y casas con estancias arriba y abajo, a la derecha y a la izquierda.



Un laberinto secreto, difícil de descifrar, que conectaba una casa con otra y con una que estaba más allá… y así hasta un laberinto que subía hacia Montjuïc, la colina por la que escapaban de la ciudad. Su nombre lo dice bien claro: Montjuïc significa “Monte Judío” y es que este era otro lugar sagrado de los hebreos, ya que aquí tenían su cementerio. De aquí provienen la mayoría de inscripciones hebreas que se contemplan en los museos de la villa. Pero en este laberinto no es difícil intuir la sempiterna tragedia del pueblo judío.



-¿Aquí estaba la última sinagoga? ¿Y aquí el baño purificador de las mujeres? ¿Y este agujero en la piedra es en el que se colocaba el pergamino con texto bíblico que debía tocarse al salir de casa? Quizá, quizá, quizá. La historia se mezcla con las leyendas. Sólo la lenta e intensa investigación que se está haciendo -y que se hará en los próximos años, mientras se vaya dando forma al museo de historia del pueblo judío en Cataluña-, podrá conducir hacia la luz.


LA CATEDRAL, PUNTO ÁLGIDO

Al salir del Centro Bonastruc ça Porta, hay que seguir aún por la calle de la Força. Seguiremos descubriendo bellísimas casas, algunas restauradas, que albergan espléndidas tiendas de anticuarios o de muebles de diseño. Otras son privadas y no pueden visitarse. Algunas lo permiten en mayo, cuando se celebra la exposición de flores que abre los interiores de estas casas y de algunas iglesias siempre cerradas, como la de Sant Nicolau.



Este recorrido es hermoso. Uno debe realizarlo lentamente, para meterse aún más en el laberinto de piedra. Bellísimas las escaleras de la Pera, quizá una de las mejores formas de llegar a la catedral, puesto que dan un ángulo de visión espléndido del templo. Inmortal la calle de Cándaro, todo un monumento a la piedra. Y al final de la calle de la Força, en uno de los lugares donde los judíos habían celebrado sus mercados, en lo que hoy es la Plaza de la Catedral (aunque no existe tal plaza, ocupada por las escaleras de la seo), comienza la escalinata que hizo construir un obispo entrado en carnes, que se agotó para subir a la catedral y prometió construir unas escaleras cómodas para no sufrir ese suplicio.



La catedral de Girona es un monumento impresionante. Es la mayor iglesia de una sola nave de toda la cristiandad, con sus 23 m. de ancho. Claro que para conseguirlo hubo un concilio que duró 70 años, hasta que el arquitecto Guillem Bofill hizo entender que era posible construir una sola nave que aguantara arquitectónicamente. La solución se ve desde el exterior, cuando uno descubre los contrafuertes, uno de los cuales es el antiguo campanario románico, del siglo XII. El campanario es visible desde el claustro, una joya románica con una forma trapezoidal muy curiosa.



La majestuosidad del templo se agranda con las vidrieras góticas, aún originales, con las capillas laterales y sobre todo, con su museo. El tesoro de la catedral alberga piezas únicas, empezando por el grandioso tapiz de la Creación.



NO OLVIDAR SANT PERE DE GALLIGANTS

La Girona monumental está a la derecha del Onyar, cruzando el río por uno de sus puentes, el de Piedra, el de les Peixeteries Velles (“de las Pescaderías Viejas”, obra de Gustave Eiffel), el de Sant Agustí… Veremos las casas de colores vivos sobre el Onyar, con un encanto especial que ha hecho que muchos autores compararan esta vista con la que se tiene en Florencia con el Arno.



Ya en la orilla derecha, hay que pensar que la ciudad se eleva hasta la catedral, el punto más alto del pequeño monte que es la ciudad antigua. Se puede empezar el paseo por la Rambla, aunque es un espacio que casa mejor con la tarde. Se puede seguir la costumbre y besar los cuartos traseros de la Lleona (Leona), en la plaza de Sant Félix o de Sant Feliu, al lado de la excolegiata gótica de Sant Félix.



Es la copia de una antigua columna románica que tenía en lo alto la escultura de un animal rampante, conocido como “la leona”. La tradición dice que no se es buen ciudadano de Girona si no se ha besado el trasero del animal. Por descontado, por toda la ciudad se gastan bromas sobre la costumbre de besar a la leona “en el culo”. Y se puede empezar por visitar la ciudad “de abajo”, que dará perspectivas bellísimas y sigue un orden cronológico artístico más adecuado. Yo recomiendo empezar por abajo, por el monasterio de Sant Pere de Galligants, uno de los mejores románicos de Cataluña. Desde él, tenemos magníficas vistas de los jardines y de la catedral, en una imagen que nos recordará a Granada.



La zona del monasterio es el punto de partida hacia varias zona privilegiadas de Girona: los jardines de John Lennon que llevan a la zona residencial de Montjuïc, con su castillo. O un paseo hacia el valle de Sant Daniel, al norte, con un monasterio de clausura que fundó Ermessenda de Carcasona. Y si cruzamos el riachuelo de Galligants, nos asomaremos a los restos de la muralla. Aquí empieza otra ruta recomendable: hacer un seguimiento de la muralla de Girona. Es especialmente interesante desde el convento de Sant Doménec, (otra joya gótica) hasta la plaza de Catalunya. Las vistas sobre la ciudad antigua son inmejorables, incluyendo la de los patios privados de las viejas casas, que son un gozo para la vista, y por supuesto de quienes los disfrutan. Veremos también la Devesa, pulmón y zona de ocio de la ciudad.



La ruta acaba en la plaza Catalunya, sobre el Onyar. Desde allí tiene cerca el ensanche medieval, una zona comercial, con la plaza del Vi (Vino), donde se sitúa el ayuntamiento; las calle Ciutadans (Ciudadanos), de les Ferreries Velles (de las Herrerías Viejas), de la Cort Reial (de la Corte Real), de Mercaders (Mercaderes) y la Rambla. Todas tienen hermosas casas y palacios, arcadas y bóvedas como las de la Rambla o la plaza de las Voltes d’en Rosés, y lugares para perderse, como la plaza de las Castañas. En esta zona no será difícil caer en los bares, terrazas, pastelerías o granjas. Podrá reposar, mirar y descubrir historias de amor. Entonces, seguro que recordará las imágenes de piedra de Girona. Y quizá recuerde el slogan de la ciudad: “Girona, m’enamora”. Entonces comprenderá que se ha enamorado para siempre de Girona.


Por Francesc Tur


GUÍA DEL VIAJERO

QUé SE DEBE VER

Sant Pere de Galligants. Magnífico ejemplo de románico de los siglos XI y XII. El ábside y la torre-campanario se integran en el recinto amurallado de la ciudad. Alberga el museo Arqueológico, donde se muestra una colección de objetos prehistóricos y de las épocas griega y romana. Merece citarse la importante colección de lápidas hebreas del cementerio judío.

Convento de Sant Doménec. Fundado en el siglo XIII, su iglesia, de una sola nave, fue uno de los primeros edificios góticos construidos en Cataluña. Claustro protogótico.

Catedral. El primitivo edificio románico data de 1038. De él se conserva el claustro (esculturas románicas en los capiteles y góticas en los sepulcros) y una parte de la torre. El ábside, con su girola, es del siglo XIV y corresponde al proyecto inicial de hacer un templo de tres naves, que posteriormente y tras un concilio que duró 70 años, se cambió por el de una sola nave, que es como vemos el templo actualmente. Gracias a ello, Girona se enorgullece de tener el templo de una sola nave más ancho de toda la cristiandad. Puerta de los Apóstoles. Es la entrada lateral, en gótico apócrifo, puesto que se terminó en 1974 después de haber estado inacabada durante 6 siglos. La parte baja y las peanas de las hornacinas son genuinas, de los siglos XIV-XV. La fachada principal es del siglos XVIII y se concluyó siguiendo los cánones barrocos. La espectacular escalinata es del siglo XVII.

En el interior, las vidrieras policromas son góticas originales en su mayoría. Diversas esculturas merecen la atención, especialmente la tumba de Ramón Berenguer II y el sepulcro del obispo Bernat de Pau, gótico. En el presbiterio destaca el retablo del altar mayor, en plata repujada y dorada, magnífica muestra de la orfebrería gótica. El baldaquino es del siglo XIV, y el sepulcro de mármol del cardenal de Anglesola, es del siglo XV.

Detrás del altar se puede ver la silla de Carlomagno, un trono de mármol, del siglo XI.

Tesoro catedralicio. El museo de la catedral alberga una colección remarcable de orfebrería medieval, pero sus joyas son un beatus del siglo X, la estatua gótica en alabastro de Carlomagno y el magnífico Tapiz de la Creación.

Museo de Arte. En la plaza de los Apóstoles, al lado de la catedral. Tiene un acceso que no invita a visitarlo, pero les recomiendo hacerlo. Pasada la entrada se descubre un bellísimo edificio, el Palacio Episcopal. Es un espléndido museo con piezas de gran categoría, que van desde el románico hasta el modernismo, pasando por el gótico, el barroco y retablos renacentistas.

Museo de Historia de la Ciudad. En la calle de la Força, está situado en una antiguo convento de capuchinos. Alberga colecciones permanentes sobre la historia de la ciudad.

Ex colegiata de Sant Feliu. Una de las estampas más típicas de Girona, que algunos visitantes confunden con la catedral. Es un monumento de los siglos XIII al XVI que se levantó al lado mismo de la muralla.

Su interior muestra una estructura románica sobre la que se construyó la nave gótica. En el presbiterio se pueden admirar sepulcros paleocristianos y un magnífico Cristo Yacente, obra maestra de la estructura gótica catalana, realizado por el Maestro Aloi en 1350.

Iglesia de Sant Nicolau. Enfrente del monasterio de Sant Pere de Galligants se levanta esta iglesia del siglo XII, antiguo templo funerario. Es una iglesia románica de estilo lombardo y una nave, raro en Cataluña. Sólo se visita en ocasiones singulares, como la fiesta de las flores.

Baños Árabes. En la calle Ferràn el Catòlic, a la que se acede desde la plaza de la catedral. Es un edificio románico del siglo XII, de gran valor, inspirado en las termas romanas, tiene tres salas diferenciadas, pero la de más valor es el lucernario interior.

El Call – Centro Bonastruc ça Porta. Como se ya se menciona, hay que pasear por el barrio y descubrir el centro, con su Biblioteca de Estudios Hebreos.

Palacio de los Agullana. Partiendo de la plaza de l’Oli y subiendo por la Pujada de Sant Domènec, junto a la escalinata de Sant Martí Sacosta, encontramos una casa noble de los siglos XIV al XVII. El espacio conforma una de las mejores zonas barrocas de la Girona antigua.

Monasterio de San Daniel. Monasterio que aún hoy es de clausura, pero con estancias que se pueden visitar solicitándolo a las monjas. La iglesia es del siglo XI y XII y el claustro, del XIII.

Muralla. Girona conserva parte de su antigua muralla, que se recorre en un itinerario muy recomendable por las vistas que ofrece de la parte antigua de la ciudad.

Jardines. Girona posee algunos jardines notables, como el entrañable y pequeño Jardín del Ángel, todo un remanso de paz en la parte antigua de la villa o los espaciosos Jardines John Lennon que conducen hacia el castillo de Montjuïc. Pero el espacio verde por excelencia de Girona es la Devesa. Se trata de una amplísima extensión a lo largo del río Ter en su confluencia con el Onyar. Árboles centenarios, cuidados parterres, amplios paseos flanqueados por árboles por todas partes… uno de los mejores jardines de toda Cataluña.


DÓNDE COMER

Girona posee muy buenas opciones gastronómicas. La cercanía de l’Empordà, con una de las mejores cocinas de España, deja su impronta. Excelentes pescados, buenas verduras y frutas y platos creativos, que mezclan elementos del mar con los de montaña. Destacamos sólo algunos restaurantes emblemáticos de la ciudad.

El Celler de Can Roca. Qué decir de este restaurante. Recientemente ha sido nombrado como el mejor restaurante del mundo. ¡Ahí es nada!

Boira. Un clásico de la ciudad, con vistas al Onyar y a sus casas de colores.

Can Marquès. Comidas caseras desde 1920. Situado al lado del mercado de la Leona.

La Penyora. Cocina sencilla, en ambiente agradable. Muy buena relación precio-calidad.


MÁS INFORMACIÓN

Punt de Benvinguda.

C/ Berenguer Carnicer, 3.

Oficina municipal de información, pero que ofrece servicios turísticos, con la posibilidad de efectuar reservas.






via Francesc Tur http://espirituviajero.com/girona-enamora/

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