La peste negra fue una devastadora pandemia que golpeó con crudeza África, Asia y Europa, principalmente, entre los años 1346 y 1353. Aunque es algo difícil de determinar, se estima que pudo causar más de 75 millones de muertes a nivel global y 25 millones solo en Europa. Una cifra que, hoy en día, supone el 50 % de la población de España, pero que en aquel momento correspondía a un tercio de los habitantes totales del viejo continente. En resumidas cuentas, fue una catástrofe demográfica colosal.
Todos estos datos, al igual que muchos otros, son sabidos por historiadores y científicos. Lo que la inmensa mayoría de ellos no podía sospechar es que aquello que verdaderamente provocó que la enfermedad llegase a Europa fue una erupción volcánica ocurrida en el año 1345. Al menos, así lo asegura un equipo de investigadores del Instituto Leibniz para la Historia y la Cultura de Europa Oriental y la Universidad de Cambridge en un estudio publicado en la revista Nature Communications Earth & Environment.
Los investigadores realizaron una serie de análisis multidisciplinares y lograron trazar una sorprendente correlación entre las alteraciones del clima y esta mortífera crisis demográfica de la Edad Media. Una tormenta perfecta que mezcló bajadas drásticas de las temperaturas, escasez de alimentos y, por supuesto, nuevas rutas de comercio marítimo.
Un ejemplo de efecto mariposa
Como ya hemos dicho, los investigadores sugieren que el inicio de la pandemia de peste negra fue consecuencia indirecta de una erupción volcánica de alcance global, pero de localización desconocida. Al menos, por el momento. Ahora bien, ¿de dónde sale esta premisa? Pues de una serie de perforaciones realizadas en núcleos de hielo de las regiones polares, los cuales tienen la capacidad de actuar como archivos atmosféricos del pasado.
Estos núcleos de hielo revelaron un pico masivo en los niveles de azufre depositado sobre la nieve en torno al año 1345. Un elemento que dejó una firma geoquímica que suele asociarse con erupciones volcánicas de gran envergadura. De hecho, los datos dejan entrever que se trató de uno de los 20 episodios más intensos acontecidos en los últimos 2.000 años. Llegó incluso a alterar la atmósfera terrestre.
La hipótesis de la erupción volcánica y su impacto atmosférico cobró fuerza al analizar los anillos de los árboles procedentes de ocho zonas distintas de Europa. Esta técnica, denominada dendrocronología, reveló una secuencia de tres veranos consecutivos inusualmente fríos: los de 1345, 1346 y 1347. Los científicos creen que las partículas de sulfato expulsadas por el volcán formaron un velo que redujo la radiación solar, hizo descender las temperaturas y, obviamente, afectó al crecimiento de los árboles, como se aprecia en los registros de densidad de la madera.
Las cosechas y el comercio marítimo
El descenso de las temperaturas y la reducción de la radiación solar que llegaba a la superficie de la Tierra tuvo un impacto directo sobre la agricultura. De hecho, hay registros históricos que hablan de cielos nubosos permanentes, veranos gélidos y malas cosechas. Esto último derivó en la escasez de alimentos y en el encarecimiento de los cereales, lo que obligó a las ciudades y naciones con acceso al mar a reconfigurar sus redes de aprovisionamiento.
Para sortear la amenaza de la hambruna, potencias comerciales de la época, como era el caso de Venecia, Génova y Pisa, se vieron obligadas a importar grandes volúmenes de grano desde la región del Mar Negro, especialmente de zonas bajo la jurisdicción de la Horda de Oro del Imperio mongol. Este cambio en el tráfico marítimo fue el vehículo involuntario de la calamidad, pues los barcos transportaron las pulgas infectadas con Yersinia pestis, el patógeno mortal, hasta Europa.
Prueba de ello es que los primeros brotes de peste negra se documentaron en los puertos mediterráneos que recibían los cargamentos de cereales. Después, la distribución del grano hacia otros territorios de Europa facilitó enormemente la dispersión del agente infeccioso, marcando el inicio de la segunda pandemia de este tipo y la mayor crisis de mortalidad premoderna.
“Aunque la coincidencia de factores que facilitó a la dispersión de la peste negra en Europa parece sorprendente, lo cierto es que la probabilidad de que surjan enfermedades zoonóticas en un contexto de globalización y cambio climático es alta y crecerá aún más en el futuro”, indicó Ulf Büntgen, científico de la Universidad de Cambridge y coautor del estudio. Para muestra, solo tenemos que echar la vista unos años atrás y recordar lo sucedido con la COVID-19. Y en esa ocasión no hizo falta la erupción de un volcán.
via Rubén Badillo https://ift.tt/87eLvAl
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