La selva amazónica es el bosque tropical más grande del planeta. Considerado uno de los ecosistemas más ricos y diversos del mundo, su extensión abarca varios países de Sudamérica y alberga millones de especies de plantas, animales y microorganismos, muchos de ellos endémicos. Pero lo que la hace realmente especial es su papel fundamental en la regulación del clima global: actúa como enorme sumidero de carbono, produce gran parte del oxígeno que respiramos y mantiene el ciclo del agua a escala continental.
Esta vastísima extensión de tierra, de aproximadamente entre 5,5 y 7,7 millones de kilómetros cuadrados, ha reafirmado su papel como pulmón del planeta en 2025. La razón: la COP30, celebrada en Belém do Pará, Brasil, situó a la selva amazónica en el centro del debate mundial. Con líderes, científicos y activistas reunidos para definir el futuro de la acción climática, esta selva ha dejado de ser únicamente un símbolo de biodiversidad para convertirse en un termómetro ambiental.
Las amenazas a las que se enfrenta, desde la devastación de sus bosques hasta la presencia de mercurio en sus aguas, son un reflejo de la salud de nuestro planeta. Sin embargo, aún hay motivos para creer en su futuro, y aquí te contamos qué mantiene viva esa esperanza.
La selva amazónica, un escenario para crear conciencia
La elección de Belém como sede de la cumbre climática de 2025 no fue casual. Esta ciudad se encuentra en el Estado do Pará (Brasil), una de las "puertas" a la selva amazónica. En la región habitan numerosas comunidades indígenas que protagonizaron el inicio del evento: irrumpieron en el edificio donde se celebró la COP30 para denunciar su ausencia en la toma de decisiones climáticas. Días más tarde, un estudio liderado por ILEPA, una organización que trabaja para la mejora del medioambiente, reveló que "sin las prácticas de gestión ni los conocimientos y de los pueblos indígenas, el mundo perdería el 40% de los grandes ecosistemas y de los biomas intactos", citó el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (FILAC).
La habitual indignación en este tipo de eventos es directamente proporcional a la urgencia que requiere el contexto. Los datos del Global Forest Watch apuntan que, desde el 2000 a la actualidad, se ha perdido aproximadamente un 20% de la selva, una cifra que complementa lo que ya a finales del año pasado sabíamos: que casi la mitad de árboles endémicos de la Amazonía están, oficialmente, en peligro de extinción.
La actividad humana está detrás de estos números. Una de las principales amenazas —aunque no la única— para la conservación del ecosistema amazónico es la contaminación derivada de la minería. El departamento de Madre de Dios (Perú), por ejemplo, fue noticia este año por ser la región del país más afectada por la extracción ilegal de oro. En National Geographic España, sin embargo, no solo explicamos la problemática sino que también dimos visibilidad al proyecto de la Explorer Jennifer Angel-Amaya, una geóloga colombiana que ha evaluado la presencia de mercurio en las cuencas fluviales amazónicas y trabaja en una aplicación que permite saber si una pieza de oro se obtuvo sin mercurio.
Pero, ¿por qué es esto crucial? Porque el mercurio usado para separar el oro contamina ríos, suelos y entra en la cadena alimentaria, afectando a peces, fauna y comunidades humanas. Así, esta garantía se traduce en la protección de la salud del ecosistema y de quienes dependen de él.
Iniciativas específicas como esta se enmarcan en un contexto global atravesado por la emergencia climática, pero también por un aumento de la conciencia ambiental. La COP30 fue un escaparate de ello.
Eva Saldaña, ecóloga y directora de Greenpeace España, a quien entrevistamos después del acontecimiento, nos contó que hay un grupo cada vez más grande de países que se están aliando para proponer una hoja de ruta destinada a la protección de los bosques. Y aunque el acuerdo final "no estuvo a la altura", señaló, “algo se está moviendo, cambiando y quizás esos países puedan seguir aumentando la masa crítica necesaria para que esté dentro de los acuerdos de la COP31. El movimiento climático es imparable, y hemos defendido el espacio democrático”.
Entre los países más comprometidos con la acción climática figuran algunos de los que albergan porciones de Amazonía, como el propio Brasil, o Colombia, que será sede de numerosos foros previos a la COP31. No obstante, las problemáticas planteadas en la cita de 2025 no afectan únicamente a este ecosistema, sino a todos los que conforman nuestro planeta (incluyendo a la fiel compañera que lo orbita).
Del Ártico a... ¿la Luna?
Si bien, en 2025, el ecosistema más relevante a nivel informativo ha sido la selva amazónica, no ha sido el único en destacar. La intensa actualidad internacional nos ha llevado a cubrir la situación crítica de los océanos, el deshielo acelerado en las regiones polares y hasta fenómenos que trascienden nuestra atmósfera. Porque la mirada hacia la sostenibilidad ya no se limita a la Tierra.
En el norte total de planeta, un estudio reciente liderado por Josep Bonsoms — quien, por cierto, participó como experto en la COP30— reveló que el ecosistema del Ártico se está transformando a un ritmo sin precedentes: "Más allá del aumento de las temperaturas, el cambio climático está dando lugar a episodios de fusión acelerada que concentran en pocos días pérdidas de hielo que antes requerían semanas o meses", explicó en un artículo publicado en National Geographic España.
Pero, ¿qué significa esto? Según los análisis del geógrafo, el fenómeno se traduce en que la acumulación de nieve durante el invierno ya no compensa la pérdida estival. Las consecuencias de este balance anual negativo van desde la pérdida de la capacidad del Ártico para reflejar —por ser una enorme superficie blanca— la radiación entrante del sol, hasta el aumento del nivel del mar.
Y en este sentido, otro ecosistema clave es precisamente el submarino. Los océanos, que ocupan un 70% de la superficie terrestre, han experimentado este año fenómenos preocupantes. Uno de ellos, el Cinturón Atlántico de Sargazo, una proliferación sin precedentes de esta alga parda flotante que, según una investigación publicada en 2025, ya está transformando los biomas y economías costeras en toda la cuenca atlántica.
A este desafío se suma otro igual de inquietante y persistente: la presencia masiva de microplásticos, que se han infiltrado en cada rincón del ecosistema marino. Su acumulación no solo amenaza la biodiversidad, sino que también entra en la cadena alimentaria, con efectos potencialmente devastadores para la salud humana. Nuestro número de julio de 2025 abordó esta problemática.
Este año, además, hemos aprendido que la crisis climática no conoce fronteras. El espacio, que alguna vez fue símbolo de progreso y exploración, hoy también plantea sus propios dilemas: la basura espacial es uno de ellos. En agosto de 2025, una conversación con Alberto Águeda, experto en tráfico espacial, permitió a nuestros lectores descubrir no solo cuántos satélites operativos hay orbitando nuestro planeta, sino también por qué es fundamental que este ecosistema siga siendo sostenible (y qué papel juega España en este sentido).
Así, la conciencia ambiental ha llegado a las principales agencias espaciales del mundo, donde los proyectos de exploración lunar se han convertido en una de las mayores preocupaciones. El ser humano tiene previsto volver a pisar el satélite natural en 2026, con planes que incluyen la instalación de bases y la extracción de recursos naturales. Sin embargo, el escenario plantea una advertencia crucial: la Luna, aunque inhóspita, es un ecosistema tan frágil frente a nuestra actividad como cualquier otro.
via Constanza V. Paura https://ift.tt/gtsWXL3