lunes, 17 de noviembre de 2025

Viajes. Estudian 600 cráneos y descubren cómo los humanos antiguos criaron y comerciaron con los primeros perros domésticos

La desbordante variedad de razas caninas modernas suele atribuirse al capricho victoriano. Sin embargo, un nuevo estudio desmiente esa narrativa. Investigadores han descubierto que gran parte de esa diversidad ya estaba presente hace miles de años, mucho antes de la aparición de criadores de salón y concursos de pedigrí.

Dos trabajos publicados en Science desentierran fragmentos de la historia de este vínculo fundacional entre humanos y perros. Uno analiza más de 600 cráneos antiguos y modernos de perros y lobos; el otro, una secuencia genómica de perros de hace hasta 10.000 años hallados en Eurasia. 

Juntos, estos estudios no solo apuntan a una diversidad temprana, sino también a una posible red de comercio prehistórico de perros con rasgos específicos. En palabras de Carly Ameen, bioarqueóloga de la Universidad de Exeter y coautora de uno de los estudios, los perros ocuparon un lugar destacado en las sociedades humanas desde el principio. 

Pero diferenciar un fósil de perro de uno de lobo (especialmente cuando se remonta al Pleistoceno, durante la última Edad de Hielo) no es tarea sencilla. Para afrontarlo, su equipo empleó escaneos 3D de cráneos de 643 ejemplares, algunos con hasta 50.000 años de antigüedad.

Este enfoque permitió identificar un patrón anatómico distintivo: hocicos más cortos, caras más anchas. Este "sello canino" aparece ya en fósiles de hace 11.000 años hallados en el noroeste de Rusia. Curiosamente, el ADN de estos animales también encaja con el de los perros domésticos actuales. Apenas unos siglos después, los perros vinculados a cazadores-recolectores tardíos y las primeras sociedades agrícolas comenzaron a mostrar una extraordinaria variedad de formas craneales, que reflejan más de la mitad de la diversidad morfológica observada hoy.

 

Dos de los cráneos utilizados en el análisis: un cráneo arqueológico de cánido (arriba) y un cráneo moderno de perro (abajo). 

Mayor diversidad temprana

Desde el principio, pues, existía una diversidad sorprendente, mucho más amplia de lo que imaginábamos. Eso sí: los cráneos con formas extremas, como los de los bulldogs o pugs, brillan por su ausencia en el registro arqueológico, lo que indica que estas morfologías surgieron mucho más tarde.

¿Pero qué impulsó esa diversidad tan temprana? Una hipótesis plausible es que los humanos antiguos comenzaron a seleccionar perros en función de necesidades específicas: caza, defensa, compañía. La cría selectiva, aunque rudimentaria, podría haber empezado mucho antes de lo que la historia convencional sostiene.

En paralelo, el segundo estudio explora la genética de 17 perros antiguos encontrados en Asia oriental y Eurasia central. Al comparar sus genomas con los de humanos del mismo periodo, los investigadores descubrieron un patrón: las poblaciones humanas con distintas raíces genéticas tendían a estar acompañadas por perros con linajes diferenciados. 

Intercambio entre grupos

En algunos casos, cuando los humanos migraban, sus perros viajaban con ellos, dejando huellas conjuntas. En otros, sin embargo, las huellas genéticas de humanos y perros no coincidían, lo que sugiere la existencia de intercambios entre grupos. Una suerte de proto-comercio canino con fines funcionales.

Este fenómeno se observa especialmente en perros de ascendencia ártica, que aparecen ligados tanto a cazadores de las estepas euroasiáticas como a comunidades metalúrgicas del sur de China. Es decir, ya en la prehistoria, los perros eran algo más que simples compañeros: eran bienes valiosos, transmitidos de grupo en grupo por su utilidad.

¿Podría este comercio de perros haberse iniciado incluso antes, durante el último máximo glacial? Los estudios genómicos sitúan la divergencia entre linajes caninos hace unos 20.000 años. Pero los restos fósiles que permitirían confirmar esto siguen siendo escasos y fragmentarios. De hecho, de los 17 cráneos del Pleistoceno analizados por el equipo de Evin y Ameen, ninguno mostraba señales claras de domesticación.

Es probable que estos primeros perros fueran casi indistinguibles de los lobos. Por eso, os investigadores podrían necesitar fijarse en otras pistas menos evidentes: fragmentos mandibulares, huellas de convivencia humana o señales genéticas residuales. Como si la domesticación hubiera empezado de manera invisible, soterrada, antes de dejar un registro claro.

El verdadero origen del perro sigue siendo una interrogante sin resolver. Pero lo que parece cada vez más claro es que este vínculo no surgió de forma abrupta ni por azar. Fue una relación cocida a fuego lento durante milenios, tejida en rutas migratorias, afinidades funcionales y quizás también afectivas. Una historia de simbiosis sin la cual difícilmente podríamos entender la evolución cultural de nuestra propia especie.



via Sergio Parra https://ift.tt/jIJEd1z

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