El milagro de Formentera es la persistencia de una forma de vida muy antigua y profunda tras la fachada del siglo XXI… Y siempre bajo la mirada pacíifica de un cielo intensamente azul y de las aguas más puras y cristalinas de nuestro Mediterráneo.
Es verdad que de pequeños todos hemos tenido nuestros sueños. Al hacernos mayores, algunos de ellos se convierten en realidad, pero con mayor frecuencia lo que pasa es que se desvanecen a lo largo del camino recorrido, mayormente hacia ese lugar que llamamos olvido. Pero tambén es cierto que a veces las cosas suceden al revés. Al hacernos mayores, los recuerdos de nuestra infancia, cuando vuelven oportunamente, adquieren por arte de magia la visión de sorprendentes sueños que parece imposible haberlos vivido anteriormente. Y este es exactamente el tipo de espejismo que creo ver ahora cuando recuerdo mis veranos de niño en Formentera.
VIAJE DE MARAVILLAS
De los nueve a los catorce años, el cénit de mis vacaciones escolares se producía cuando llegaba julio y mi tía y yo nos embarcábamos, como la pareja más feliz del mundo, en un viaje repleto de maravillas, rumbo a Ibiza.
Ella no era de hecho mi tía, ni siquiera una pariente cercana. Pero yo era su ahijado gracias a mi madre que, amante de los oráculos y de consultar astros, éstos le habían dicho cuando nací que su hijo no tendría profesión ni vocación. Yo había nacido para viajar, para explorar y mi madre comprendió que lo mejor sería dejarme en manos de alguien que me enseñara a navegar y a observar. Alguien que fuera una hija de la isla de los piratas.
Mi tía era ibicenca y optó por no casarse, vivir su vida a su aire y refugiarse en una casa sin luz ni agua en Formentera. Era un caserón que se encontraba medio derruido en La Savina, y desde entonces esa palabra no solo ha sido para mí el aromático arbusto fenicio que crece por toda la isla, sinó tambien sinónimo de magia y libertad. En la casa de La Savina nada cerraba bien, ni puertas ni ventanas; tenia tantas grietas y resquicios que el viento silbaba libremente por sus habitacions, mientras que el sonido el mar resultaba tan penetrante que por las noches era como estar metido en una nuez que te acunara en alta mar. Entonces, a la luz de una vela colocada en una calabaza llena de arena, mi tía se lanzaba, ahora pienso que del todo hipnotitzada, a contarme historias de la pequeña pitiusa.
PIRATAS E INVASORES
Formentera posee una historia antigua como el tiempo y la mejor prueba de ello está en el dolmen que se encuentra en Ca Na Costa, en un promontorio sobre Estany Pudent. Los restos allí hallados (cerámica, joyas, hachas…) pertenecen a una sofisticada cultura de la Edad de Bronce, unos 2000 años aC.
Los romanos bautizaron a la isla llamándola “forment”, por la riqueza de sus, antaño, abudantes campos de trigo. Los árabes llegaron en el siglo X y aunque, como el resto de las Baleares, dependía del reino taifa de Denia en Alicante, éstos dejaron con su estlizado sentido de la estètica, una huella imborrable hasta el presente: la sencilla y encalada arquitectura local que tanta fama ha dado a Ibiza.
La privilegiada situación de la isla entre la Península Ibérica y África, a quien abastecía de sal y madera, convirtió Formentera en uno de los objetivos de la pirateria de los siglos XI y XII. Los normandos fueron los responsables de la masacre que cometieron a los defensores de la isla con el fin de obtener sus tesoros, torturándolos y quemándolos en una cueva de la costa este, llamada muy adecuadamente cova d´es Fum.
Finalmnte fueron los catalanes, con Guillem de Montgrí a la cabeza, quienes conquistaron Formentera en el siglo XIII. Y aunque en la actualidad dicha efemérides se celebra cada 8 de de agosto con fiestas populares, la derrota de los árabes supuso para la isla un extraño revés; la inseguridad causada por los mares infestados de piratas empujó a la población a emigrar en masa hasta el punto de que, en 1403, la isla quedó completamente deshabitada.
Este fenómeno resultó decisivo para Formentera pues durante tres siglos ésta permaneció absolutamente vacía de gente. Su repoblación no se iniciaría hasta finales del siglo XVII, y estoy convencido de que se hizo con una vocación que marcaría para siempre a la isla y a sus nuevos habitantes. Desde entonces Formentera se convirtió no sólo en refugio de los más fuertes, de los más atrevidos, sinó también para un tipo de gente cuyas virtudes no se encuentran en las otras pitiusas: un soñador apego a la soledad, al aislamiento, la búsqueda de un ambiente primitivo y olvidado que propiciaba una vida sin concesiones, profundamente libre. El hechizo que desde entonces han venido buscando todos aquellos que han llegado a la isla.
La arquitectura de Formentera es un testimonio muy visible de las condiciones en que se realizó el resurgir de la isla. La muestra más interesante de ello es la Iglesia de Sant Francesc Xavier. Construída en 1726 como un pequeño fortín provisto de artilleria para defenderse de los ataques piratas, la iglesia es única por la sencillez de sus líneas que nos disminuye su portentoso aspecto.
También de carácter defensivo son las muchas torres que se alzan saludándote por toda la isla, construídas durante el siglo XVIII.
LA ESENCIA DE LA SOBREVIVENCIA
¿De qué nos defendíamos mi tía y yo? Todavía soy incapaç de descubrirlo. Me veo todas las tardes tratando de seguirla pedaleando en nuestras bicicletas en dirección a Cap de Barbaria, la parte más salvaje de la isla. Parábamos junto al faro d´es Cap para realizar agradables pícnics; ella leía La Odisea en voz alta y yo pintaba batallas con mis lápices de colores. A mi tía le encantaba recorrer la isla desde La Savina y por la larga y recta carretera hasta La Mola, parándose a saludar a los muchos conocidos que encontrábamos. No recuerdo aburrirme nunca de contemplar el mismo paisaje, simplemente porque siempre parecía distinto. Solíamos levantarnos muy temprano, cuando salía el sol, e ir a darnos el baño diario en la cala escogida. Cala Saona ya era la más frecuentada, en Es Caló estaban los rústicos cabestrantes que elevaban los barcas hasta sus casetas.
En las infinitas playas de la Punta Trocadors, Llevant y Ses Illetes, vi a los primeros nudistes de mi vida. El Estany d´es Peix era ideal para observar a las muchas gaviotas, garzas y chorlitos, sobre un melancólico horizonte de salinas, y los caminitos que bordeaban los campos eran perfectos para disfrutar del pedaleo entre higueras gigantes, algarrobos y los viejos molinos de sal.
El atardecer nos sorprendía en Estany d´Es Peix o con mayor frecuencia en casa de algun Tur o Ferrer. Siempre surgía una invitación a un vaso de vino local. Cada família tenía también su “frigola” de elaboración casera, licor tradicional de hierbas silvestres. Y tal vez fueran esos primeros vasillos de vino o “frigola” los que me hicieran creer al acostarme que Formentera entera se acunaba conmigo sobre el oleaje nocturno.
Era como una esencia mágica que poseía la isla de darme a entender que en la aspereza y soledad de la misma vivía no obstante un universo extremadamente vivo y complejo. Un mundo muy pobre en recursos que, sin embargo, luchaba y se obstinaba por sobrevivir. Con la misma tenacidad de sus retorcidos pinos de crecer en la arena, de los coloridos geranios por florecer únicamente con la humedad del rocío…
Para mí resulta curioso comprobar que al hacerme mayor, después de toda una vida dedicada a viajar, lo que ahora se me antoja más maravilloso sean aquellos veranos tan libres y despreocupados de cuando era niño. La lección que inconscientemente éstos me ofrecieron han dado su fruto, pues de hecho siempre he vuelto a casa de una pieza. Y creo sinceramente que eso se lo debo a Formentera. Y a mi tía, naturalmente.
Fotos de Patxi Uriz
Cómo moverse. Las distancias son cortas. Desde La Savina existe un Servicio de autobuses que comunica el Puerto de San Francesc, San Ferrán, Es Pujols y El Pilar. Una fórmula buenísima de recorrer la isla es en bicicleta. Alquilarlas no es ningún problema.
Mercadillo hippy. Una de las atracciones de la isla es el mercado artesanal de La Mola (domingos y miércoles).
Playas color turquesa. Formentera ofrece, sobre todo, mucho sol y playa. Todos los caminos conducen al mar, a calas recoletas… La playa más mítica es Ses Illetes. Hay que caminar un poco pero el esfuerzo bien merece la pena. Otra playa es la playa de Llevant, cerca de Es Pujols. Es Caló es otra de las playas más atractivas, junto a Caló de San Agustí, un Puerto muy pintoresco. Destacable, también, es la playa de Mitjorn, una de las más extensas.
Alojamineto. Nada mejor que alquilar una casa. Las hay para todos los gustos y en todas las zones de la isla.
Nuestro hotel preferido es Hotel Cap de Barbaria (Carretera Cap de Barbaria, km. 5,8. Sant Francesc).
Comer. Paellas deliciosas en Can Rafalet (Es Caló de San Agustin). Cocina argentina de muy buena calidad en Caminito (Es Pujols)
De Copas. Antes de acostarse, lo mejor es acercarse a Blue Bar (playa de Mitjorn). Km 8, en San Fernando. Muy buen ambiente nocturno.
Más información. www.formentera.es
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