jueves, 24 de enero de 2019

Viajes. Los pumas de la Patagonia

El primer puma que vi en mi vida era una criatura musculosa que gruñía de miedo encaramada a un pino de seis metros en el estado de Utah. Acosado por los perros, el animal fue abatido por un funcionario federal que protegía las ovejas de un ganadero. Si aquel encuentro fue como una escena de Sam Peckinpah en estado puro, mi siguiente avistamiento de estos esquivos felinos, ocurrido en Chile, parece salido de un cuento infantil.

Agazapada entre los arbustos de una ladera azotada por el viento, justo fuera del límite meridional del Parque Nacional Torres del Paine, en Chile, observo cómo tres cachorros rubios retozan y corretean por la orilla de un lago de color aguamarina, tanteando su fuerza, su dentadura, su es­tatus social. De vez en cuando su madre, llamada Sarmiento, se detiene para evaluar la situación: sus ojos verdes, perfilados con una raya negra, expresan calma; la gruesa cola pende relajada. Cuando el cuarteto alcanza una península salpicada de estromatolitos, la madre y sus cachorros se acurrucan en el interior de una de esas rocas y hacen lo que los félidos mejor saben hacer: dormitar.

Presente desde el sur de Alaska hasta la zona austral de Chile, Puma concolor tiene el área de distribución más amplia de todos los mamíferos terrestres del hemisferio Occidental. Los científicos sospechan que las mayores concentraciones de pumas se hallan en el área de Torres del Paine. Eso se explica sobre todo por la abundancia de presas (guanacos, liebres), la protección que les brinda el parque y la ausencia de otros mamíferos depredadores, como lobos, con los que competir.

El puma es el mamífero terrestre del hemisferio Occidental con un área de distribución más amplia

Quien quiera contemplar a este depredador en estado salvaje, hará bien en poner rumbo a Torres del Paine, más de 200.000 hectáreas de picos graníticos, praderas, bosques subárticos y lagos batidos por el viento. El paisaje es totalmente abierto, y muchos de los pumas se han habituado a la presencia humana que conlleva la explosión del turismo. Como los cachorros de Sarmiento a la orilla del lago, los pumas merodean, cazan, se acicalan, se aparean y juegan aparentemente sin prestar atención a los visitantes que se les acercan.

Deseosos de ver más pumas en acción, mi guía, Jorge Cárdenas, y yo seguimos la pista de los depredadores durante varios días, atentos a los agudos chillidos de alarma de los guanacos que delatan la actividad cazadora de los pumas. No vemos víctimas, pero más adelante, en una reunión organizada por el grupo conservacionista Panthera, percibo claramente los estragos que puede llegar a cometer la creciente población de pumas de la región. A la reunión, celebrada en un hotel del pueblo de Cerro Castillo, asisten funcionarios, biólogos, guías turísticos y ganaderos.

Arturo Kroeger Vidal, un ganadero ovino de segunda generación que gestiona una gran estancia al sudeste de Torres del Paine, se ha tomado un inaudito día libre para manifestar lo que le preocupa. «A principios de mes vendí 400 ovejas –explica con calma–. A los cinco días de la venta solo tenía 370 que entregar al vendedor. Un puma se llevó 30 cabezas en una sola noche». Los demás ganaderos asienten con comprensión.

Durante un siglo largo, hombres como Kroeger –a caballo, armados, ayudados de perros de caza– controlaron la población de pumas de la región, pero cuando en la década de 1970 el Gobierno chileno fundó Torres del Paine, la caza de pumas y guanacos quedó prohibida. Las poblaciones de unos y otros se incrementaron significativamente, y tanto depredador como presa empezaron a salir del parque para buscar sustento en los ranchos privados de las inmediaciones.

«La creación del parque fue terrible para los ga­­naderos», dice Kroeger, porque algunos pumas que salían de él empezaron a atacar ovejas. Los ganaderos estiman que desde la creación del parque estos felinos han devorado unas 30.000 cabezas de ganado lanar, lo que significa una sustancial merma de ingresos procedentes de la lana y la carne.

Los guías y algunos guardas veteranos calculan que hay en el parque entre 50 y 100 pumas. Fuera de sus límites, donde todavía no se ha hecho un censo preciso, los ganaderos afirman estar abatiendo, en conjunto, un centenar de pumas al año. «La ganadería es nuestra economía –afirma Víctor Manuel Sharp en la reunión del hotel–. ¿Qué va­­mos a hacer?».

Una opción es sustituir las ovejas por vacas, que son demasiado grandes para que los pumas las molesten. Pero la ganadería ovina es una tradición en la región, y además no todo el mundo tiene pastos adecuados para el ganado bovino. También se podrían proteger las ovejas con perros, apunta el ganadero y criador canino José Antonio Kusanovic, quien cazaba pumas antes de pasarse al negocio del adiestramiento canino. Solo que un perro guardián cuesta unos 1.500 euros, y se necesitan varios para vigilar rebaños de 2.000 y 3.000 ovejas. Es mucho más barato, dicen los ganaderos, contratar un leonero: un cazador de pumas.

Charles Munn, un estadounidense que dirige empresas de ecoturismo, se pone en pie y toma la palabra: «Yo hice del turismo de jaguares una actividad económica en el Pantanal brasileño. Los pumas pueden reportarles mucho dinero».


Los ganaderos protestan. Saben que no pueden cobrar a los turistas por avistar pumas en sus tierras mientras siguen matándolos. (El Gobierno les permite abatir un puma si pueden demostrar que se ha llevado una oveja, pero la mayoría de ellos ni siquiera solicitan la autorización «O sea, que nosotros tenemos que dar de comer a los pumas para que usted tenga más pumas que ofrecer al turismo –dice con dureza otro ganadero–. Yo ya estoy viejo para turismos».

Munn apela a los hermanos Goic, Tomislav y Juan, que siguen la reunión desde el fondo de la sala. Con el paso de los años sus 5.500 ovejas, que pastaban en la linde oriental del parque, pasaron a ser unas 100, víctimas de una tormenta de nieve catastrófica y de la constante depredación del puma. Hoy unos 800 turistas al año pagan a los Goic un buen dinero por recorrer en todoterreno o a pie los 62 kilómetros cuadrados de su propiedad con un guía rastreador. En su estancia, los visitantes tienen la garantía casi total de ver a Sarmiento y sus cachorros, el larguirucho Arlo o la mansa Hermanita, a la que le gusta vagar cerca de la valla que separa las tierras de los Goic de Torres del Paine.

Los Goic abrieron su rancho al avistamiento de pumas en 2015, cuando el parque puso en vigor un reglamento que impide a turistas y guías salirse de las sendas marcadas, lo que limita sus oportunidades de avistar pumas. «Nos preocupaba la seguridad del público», dice el superintendente del parque, Michael Arcos. Presionados por los clientes, los guías independientes acechaban a los pumas de noche, con linternas, y se acercaban demasiado a ellos. En Torres del Paine, el parque más visitado de Chile, solo se ha registrado un incidente mortal con un puma, y se pretende que sea el primero y el último.

La actitud cautelosa del parque respecto del turismo no variará hasta que los científicos puedan determinar cuántos pumas viven en él, hasta dónde llegan en sus merodeos, cuáles son sus hábitos alimenticios y cuáles sus conductas sociales. Esta investigación, fuera y dentro del parque, tardará años en completarse y se apoyará en cámaras térmicas, collares con GPS, perros guardianes en los ranchos especialmente vulnerables y perros adiestrados para husmear heces de puma (el ADN de los excrementos puede revelar cuántos pumas viven en una zona).

La investigación del comportamiento de los pumas servirá para trazar planes de conservación. Se espera que con ello el turismo del puma llegue a ser una actividad más segura, tanto para los felinos como para los humanos.


Con la información recabada se trazarán los planes de conservación, y se espera que con ello el turismo del puma llegue a ser una actividad más segura tanto para los felinos como para los humanos. Las tarifas turísticas podrían incluso ayudar a compensar a los ganaderos las ovejas devoradas por los pumas. La idea es conseguir que estos depredadores cruciales que controlan las poblaciones de sus presas sean tan valiosos para la economía de la región como ya lo son para su integridad medioambiental.

Probablemente los pumas de la zona comen más guanacos que ovejas, pero este es un ínfimo consuelo para ganaderos como Jorge Portales, quien explica en la asamblea del hotel cómo en una sola temporada los pumas se cobraron el 24% de su ganado lanar, 600 cabezas. Se pasó al bovino y posteriormente reintrodujo ovejas con perros guardianes, pero los pumas siguieron a lo suyo. «Es el precio de vivir cerca de Torres del Paine –dice con un suspiro–.

Ahora ya no tenemos ovejas». Actualmente gestiona su estancia como un negocio orientado a los visitantes, ofreciendo rutas escénicas a caballo y asados de cordero al aire libre. El turismo del puma es el próximo paso, afirma.


Sus colegas ganaderos no responden. Indómitos y orgullosos, resistirán todo lo que puedan.



via http://bit.ly/JKJLOL http://bit.ly/2RbgqEn

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