Me habían contado la leyenda del milagro de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, donde «cantó la gallina después de asada». Cuando visité el templo de niño iba entre incrédulo y expectante. Al entrar confirmé mis sospechas. Mi intuición infantil no me había fallado: «esas gallinas están vivas. Porque una gallina muerta no puede cantar». Después de aquella primera vez he regresado en repetidas ocasiones y he podido comprobar que los plumíferos siguen allí, vivos y amenizando con quiquiriquís los oficios religiosos de esta localidad jacobea. Luego también he podido sentir que La Rioja es más que el aroma inconfundible a tempranillo, la variedad de uva que marca la idiosincrasia de los caldos que tanta buena fama han dado a sus viñedos. Es una tierra de ilustre historia y bellos paisajes.
La comunidad riojana se extiende por la parte septentrional de la depresión del Ebro, entre la ribera sur del río y las cumbres del Sistema Ibérico. Toda ella está surcada por los valles de los siete cauces que la horadan transversalmente: el Tirón, el Oja, el Najerilla, el Iregua, el Leza, el Cidacos y el Alhama. Ese estatus geográfico le confiere sabor a frontera y el derecho de comunión con una naturaleza diversa, donde los paisajes se mueven entre suaves ondulaciones, cimas teñidas de blanco y ecos de pasados belicosos.
En las últimas décadas, La Rioja ha convertido su antigua cultura del vino en un atractivo turístico
En La Rioja, igual que los viñedos, la historia nos sigue donde quiera que vayamos. Huellas de vascones, celtas y romanos, cuya memoria pervive en lugares como el magnífico oppidum celtíbero de Contrebia Leucade, un yacimiento de la Edad de Hierro situado en Aguilar del Río Alhama; en restos romanos como el acueducto de Alcanadre o Puente Moros; y en vestigios de puertas, circos, calzadas, murallas y villas en Calahorra.
Historia también derivada de la disputada muga entre los reinos de Navarra y Castilla por un lado y los musulmanes por otro, fruto de la cual surgen magníficos castillos. Los hay elegantes como el de Sajazarra, el de Leiva o el de Aguas Mansas en Argoncillo, el de Cornago o la casa-fuerte de Torremontalbo; y los hay inexpugnables, como el de Davalillo en San Asensio, el de Arnedo, el icónico Clavijo –sobre un roquedo de conglomerado pulido por el tiempo–, o el insólito bastión rupestre de Inestrillas, casi esculpido en la pared vertical de la montaña.
Y si hay historia, también hay arte, como el que acompaña al Camino de Santiago vistiendo de románico iglesias, ermitas y hospitales. Desde la iglesia de San Bartolomé en Logroño, etapa fundamental de la ruta jacobea en La Rioja, nos dirigimos hacia el oeste. Así se admira el precioso pórtico del hospital de peregrinos de San Juan de Acre en Navarrete, Santa María la Real de Nájera donde se encuentran las tumbas de doña Blanca de Navarra y Garcilaso de la Vega, y los valiosos frescos que guarda Santa María de Arcos, en Tricio. Asimismo, resulta imprescindible desviarse hacia el norte para disfrutar de otra perla, Santa María de la Piscina, y del románico del Tirón. Y después, viajar hacia el sur, para no perdernos el románico de Oja y alcanzar el cauce del Alto Najerilla, que nos recibe con la bellísima arcada de la ermita de San Cristóbal, en Canales de la Sierra.
Por el camino nos detenemos en Valvanera, un monasterio del gótico tardío rodeado de bosques y cumbres. Y antes, por supuesto, en San Millán de la Cogolla para visitar el monasterio de Suso, que aúna estilo románico con visigótico y mozárabe, y el de Yuso, renacentista. A partir del año 1100, ambos cenobios se constituyeron en una misma comunidad monástica, siendo Yuso el edificio principal. Custodio desde el siglo X de las Glosas Emilianenses, Yuso es cuna milenaria de dos lenguas, el romance y el vascuence, la primera de las cuales tomará forma literaria en este mismo lugar tres siglos después en los versos de Gonzalo de Berceo.
Bodegas con diseños vanguardistas se han convertido en los nuevos iconos de esta región
También hay arte e historia en los palacios de Haro, etapa destacada de cualquier ruta de enoturismo, lo mismo que en las casas solariegas de Briones, con su botica antigua y la barroca Casa Encantada. Otros enclaves de interés histórico y artístico son las casonas de cuidada sillería de Ollauri, el monumental San Vicente de la Sonsierra, Casalarreina, con su convento plateresco de La Piedad, y Ezcaray, con la Real Fábrica de Tejidos y las fachadas tejidas con madera y piedra. En Alfaro, en el oriente del territorio, Roma se hace de nuevo presente en las ruinas de su ninfeo y de la ciudad de Graccurris. Pero ante todo destaca su Colegiata de San Miguel, de exquisito barroco y hogar de más de 350 parejas de cigüeña blanca, la mayor colonia del mundo sobre un único edificio.
En La Rioja, la historia, el arte y la cultura del vino conviven con la naturaleza. Se comprueba en la Reserva de la Biosfera de los valles del Leza, Jubera, Cidacos y Alhama, donde la arquitectura popular de San Román de Cameros, Ocón o Rabanera se entrevera con el dolmen del Collado de Mallo, en Trevijano, y hasta nueve yacimientos con huellas de dinosaurios, más de 3.000 solo en Enciso. Hacia el oeste se alza el parque de la Sierra Cebollera, y algo más allá los Picos de Urbión y la sierra de La Demanda, espacios cuajados de senderos.
Regreso a Santo Domingo con el recuerdo aún vivo de fiestas tradicionales como la danza de los zancos de Aguiano, los picaos de San Vicente de la Sonsierra o la batalla del vino de Haro, y me inunda el paladar la añoranza de unas chuletas de cordero al sarmiento. Para despedirme subo a la torre exenta de la catedral y contemplo la plaza Mayor, la casa de Trastámara y los restos de las murallas. Y hacia el este atisbo, a lo lejos, la torre del monasterio de Santa María de San Salvador de Cañas. En ese momento agradezco los humildes cacareos de una gallina que, hace ya tiempo, me abrieron todo un mundo de belleza y sensaciones.
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