Hay lugares que no necesitan ninguna presentación. La Catedral de Notre Dame de París es de esos rincones afamados de allende los mares, de esos monumentos que tantas veces has visto en postales, leído sobre él en libros o visto inmortalizado en algunas películas que te resulta familiar. Muchísimo antes de que los productores de la Disney lo infantilizaran, Quasimodo ya saltaba de gárgola en gárgola en las páginas de la universal Nuestra Señora de París, de Victor Hugo.
Notre Dame es una de esas maravillas archiconocidas, así que por mucho que lo intentes es imposible visitarla sin tener una idea preconcebida de su belleza y majestuosidad. Un imprescindible en los viajes a París que se llevaba todos los piropos mucho antes que la Torre Eiffel ¿Nos jugarían las altas expectativas una mala pasada durante la visita a una de las catedrales góticas más célebres del planeta?
Cómo llegar a Notre Dame de París
Tras dar un paseo por el reino de los juguetes, tomamos el metro que es la forma más rápida de llegar hasta este imponente lugar. Si pillas la línea morada, debes apearte en cité. Si te viene mejor subir a uno de los trenes RER, la estación más próxima es Saint-Michel-Notre-Dame de las líneas B y C. En autobús, puedes coger las líneas 21, 38, 47, 85, 96. Independientemente del medio de transporte que elijas, de repente te verás en Les Îles. Este punto es considerado el corazón de la centenaria París. Las paredes y calles están cargadas de historia.
En aquel viaje a París decidimos jugar a no mirar el reloj y a tomarnos las cosas con calma. Disfrutar de cada sorbo de la ciudad. Quizás fue una osadía fruto de no haber tomado todavía el primer café del día, pero pronto nos dimos cuenta de que todo el mundo había decidido visitar la capital de Francia aquel fin de semana… y, por supuesto, querían ver los mismos lugares que nosotros.
Colas para acceder Notre Dame
Las colas que vimos en la Sainte-Chapelle no fueron un buen augurio. Al llegar a la plaza donde reposa desde hace ocho siglos la catedral gótica más célebre del mundo se despejaron todas nuestras dudas. Una marea de gente hacía cola para entrar a la Catedral de Notre Dame (entrada gratuita, aunque puedes evitar las colas reservando este tour guiado y entrada a Notre Dame y la Sainte-Chapelle) y aguantaba el frío de diciembre de una forma muy estoica.
Las bajas temperaturas del invierno parisino no se asemejan demasiado a las que normalmente gozamos en Alicante, así que pronto se convirtieron en nuestro peor enemigo… hasta el calor humano de la cola nos pareció acogedor en aquel momento. Sin embargo, nuestros temores poco a poco se fueron esfumando, ya que la fila menguaba a toda velocidad mientras las descomunales puertas de la catedral iban fagocitando al gentío hasta las entrañas del templo.
Cuando te das cuenta de que te toca a ti, olvidas por completo el frío y la gente. Te das de bruces con la realidad y no puedes creer lo que estás viendo. Dijo Víctor Hugo que “inspiración y genio son casi la misma cosa” y al contemplar Notre Dame sólo puedes asentir y pensar que merece todos los apelativos y piropos que le han dedicado literatos y artistas a lo largo de los siglos.
Lo primero que se nos vino a la cabeza fue “imponente, menudo canto a la gloria de Dios”. Para ateos confesos es difícil mascullar estas expresiones con tanta ligereza, pero nos encanta contemplar los templos y el legado cultural religioso como si fueran obras de arte… y la Catedral de Notre Dame de París es de las más fascinantes de todos los tiempos.
Los rosetones, los arbotantes, las columnas, vidrieras, las famosas gárgolas y sus expresiones desgarradoras. Estábamos, a todas luces, ante el cenit de la arquitectura gótica. Nos encontrábamos casi en estado de shock, pero para añadirle más pasión, si cabe, a lo que estábamos viendo, un coro se puso a cantar a capella. Los pelos de punta amigos.
Subir a las torres de Notre Dame
No obstante, en poco minutos, pasamos del cielo al infierno. Ya que estábamos allí nos preguntamos aquello de “¿por qué no subir a las torres y contemplamos París y las gárgolas de Notre Dame desde lo alto?”. Con el Paris-Pass no estaba incluida la entrada así que pagamos los 8,5 € del ticket y nos pusimos a la fila.
A primera vista, percibimos que la cola para acceder a las torres de Notre Dame era infinitamente más pequeña que la de entrada a la catedral. Sin embargo, esta boca no era tan voraz y la gente iba ingresando con cuenta gotas, avanzando a paso de tortuga.
Nuestra falta de fe y el frío provocaron que estuviésemos a punto de abandonar. Pensamos que en un viaje a París de tan pocos días no podíamos perder una mañana completa en aquella flemática fila. Después de varias horas (y al borde de la hipotermia) llegamos a la puerta de entrada y subimos frenéticamente por la escalera de caracol que te conduce a las torres de Notre Dame.
Pese a la niebla matutina las vistas compensaron con creces la larga espera. Las panorámicas y el coqueteo con las famosas gárgolas fueron maravillosas, aunque nos prometimos que no haríamos ninguna cola más en todo el viaje. París bien vale una misa, pero no tenemos toda la eternidad para celebrarla.
Galería de fotos de Notre Dame de París
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