jueves, 1 de junio de 2017

Viajes. Omán, la Arabia más fascinante

Durante el siglo pasado, cuando el país era gobernado por un déspota oscurantista, la capital cerraba las puertas de su muralla cada noche y algunos aparatos básicos de la vida moderna como la radio estaban prohibidos. El descubrimiento de ingentes yacimientos de petróleo y la llegada al poder del actual sultán, Qabús Bin Saïd, en 1970 abrió el país al mundo. Sin embargo, ignorado por el turismo de masas, ¿conserva Omán aquel halo de misterio que cubría una identidad y paisajes únicos?

La primera impresión de Mascate tras bajar del avión es la de una urbe próspera y tecnológicamente desarrollada, a la vez que austera. Por cuestión de infraestructuras y ubicación, la capital es una buena base desde donde descubrir magníficas playas, desiertos de dunas gigantes, escarpadas montañas y ciudades históricas, vestigios de un viejo imperio.

La ciudad nueva, de grandes avenidas y pulcros edificios blancos, convive con la antigua capital. Allí, abrigada por unas abruptas colinas que protegían de invasiones y razias, se halla el colorido palacio presidencial del sultán Qabús. Mientras el sol se esconde tras las montañas, coronadas por dos fortalezas medievales, media docena de turistas posa para una foto ante la valla del majestuoso recinto. La presencia policial es mínima y los pocos agentes desplegados muestran una actitud distendida. Esta postal es inédita en cualquier otro país árabe, región martirizada por guerras intestinas y el yihadismo.

Con cuatro millones de habitantes y un territorio del tamaño de Italia, Omán es una isla de calma en un mar de conflictos sectarios, lo que le ha valido el sobrenombre de la Suiza de Oriente Medio. Además destaca por su tolerancia religiosa, incluso para doctrinas politeístas prohibidas en otros países musulmanes. Y en una subregión, la del Golfo Pérsico, caracterizada por el lujo y la ostentación, exhibe una actitud más bien modesta y recatada.

Conservación del patrimonio

"No somos como los Emiratos Árabes, que han construido ciudades de rascacielos y han destruido su patrimonio histórico. Queremos preservar nuestra identidad", explica Hassan Riyami, un joven empresario. "Por eso, el sultán ha prohibido los edificios con más de siete plantas en todo el país", añade orgulloso en un perfecto inglés, la lengua de los negocios. Este interés en preservar la cultura local frente a la globalización se ha plasmado en el museo Bait Zabaid, que recoge preciosas puertas, cofres, joyas, instrumentos musicales y vestidos. Una excelente introducción al país.

Ahora bien, esta idiosincrasia no evita que Omán se asemeje a las petromonarquías del Golfo, prósperos estados construidos gracias a una mano de obra muy barata, a menudo explotada. Casi la mitad de los habitantes del país son inmigrantes, la mayoría de naciones cercanas, como Pakistán, India o Bangladesh. Ellos son quienes construyen las autopistas y sirven cafés en los bares y restaurantes.

A pesar de la fascinación que sienten los omaníes por las grandes superficies a la americana, el zoco de Mascate, cuya boca está emplazada frente a un agradable paseo marítimo, no ha perdido su encanto. Al atardecer, cuando bajan las tórridas temperaturas veraniegas, se torna un lugar bullicioso en el que es posible comprar, siempre previo regateo, incienso, jabones artesanales o una khanjar, la daga curvada que forma parte del elegante traje tradicional y constituye el emblema nacional.

Es más fácil divisar un delfín frente a las costas que un autocar en sus carreteras

Para realizar una ruta por el Omán profundo es aconsejable alquilar un coche, pues el transporte público es prácticamente inexistente. Es más fácil divisar un delfín frente a las costas que un autocar en sus carreteras. La alternativa pasa por utilizar la misma red de transportes que los inmigrantes: los abundantes taxis compartidos.

En el corazón del país se localiza su segunda ciudad más poblada, Nizwa, capital de un antiguo imperio marítimo que extendió sus posesiones hasta la isla de Zanzíbar. De aquella época, el siglo XVII, data su fortaleza de color ocre, un prodigio arquitectónico que ha sido reproducido en billetes y monedas. Nizwa es aún el centro espiritual de la confesión ibadita, la tercera rama del islam, mayoritaria entre los omaníes, aunque mucho menos conocida que la suní o la chií.

Con más de 1.300 años de historia, el ibadismo, presente solo en Omán, Zanzíbar y de forma marginal en el Magreb, se caracteriza por escoger a sus imanes a través del consenso de la comunidad y por buscar una solución pacífica de los conflictos. La existencia de esta escuela de pensamiento explica que, a pesar de ser un país de moral conservadora, las minorías disfruten de una plena libertad de culto.

La tolerancia de Omán, un país abocado al mar y de legendarios navegantes –los locales aseguran que el mítico Simbad no era iraquí, sino omaní–, se explica asimismo por su historia de intercambios comerciales con otras culturas. No en vano, la deliciosa gastronomía tradicional es una fusión de platos árabes e indios, y su lengua incluye una profusión de palabras persas, indias, suahilis y baluchis.

A unos 50 kilómetros de Nizwa se halla la urbe de Bahla, declarada Patrimonio Mundial gracias también a su castillo medieval, con su sorprendente laberinto de galerías secretas. Las dos ciudades están envueltas por la alargada cordillera de al Hajar, la más importante de la península arábiga, y cuyo pico más alto se eleva por encima de los 3.000 metros de altitud.

La deliciosa gastronomía tradicional es una fusión de platos árabes e indios, y su lengua incluye una profusión de palabras persas, indias, suahilis y baluchis

Desde Nizwa se puede hacer una travesía a pie por la cercana región de Jebel Akhdar (significa "montaña verde"), que ofrece excelentes panorámicas de montañas tapizadas de terrazas con hileras de olivos, albaricoqueros y granados. La región es muy fértil y, gracias a la estación de lluvias y a la tupida red de canalizaciones que demarca los valles, sus campesinos realizan diversas cosechas al año.

Paisajes de bosque y desierto

En el corazón de Jebel Akhdar se conservan vestigios de las casas tradicionales de la región, hechas de barro y de notable altura, parecidas a los edificios de varias plantas del vecino Yemen. Más difíciles de encontrar son las joyas del mundo animal que esconde esta sierra: la cabra o tar árabe y el oryx. Ambas especies se encuentran en peligro y cuentan con apenas unas decenas de ejemplares, así que para divisarlos es necesario adentrarse en las zonas más recónditas y escarpadas además, claro, de tener mucha suerte. En cambio y aunque parezca increíble, resulta más fácil encontrar un íbice de Nubia o un lince.

La ciudad de Sur, a 150 kilómetros de Mascate, es un destino famoso pues su región ofrece algunos de los paisajes más bellos y variados del país. En unas paradisíacas playas de aguas turquesas, arena blanca y cielos límpidos, desovan cada año miles de tortugas verdes, en riesgo de extinción. Hacia el interior se extiende el desierto de dunas de Wahiba, cuyo tamaño nada tienen que envidiar a las del Sáhara. Los beduinos de la zona reciben en sus jaimas a los viajeros y permiten conocer su ancestral cultura. Gozar de una noche de verano al raso, bajo el cielo estrellado, después de un paseo en dromedario por las dunas de Wahiba constituye un privilegio.

En este mismo trayecto vale la pena acercarse al Hawiyat Najm, una piscina natural creada tras el impacto de un meteorito

Más impresionantes aún son los cursos de los wadis, auténticos oasis entre montañas que jalonan el camino de Sur a Mascate. El más conocido es Wadi Beni Khaled, que nace en los montes agrestes y va descendiendo hacia la llanura formando pequeñas piscinas naturales de agua transparente y suave corriente. En ellas viven unos traviesos pececitos cuya dieta incluye las pieles muertas de los pies de quien supere el recelo inicial. Recorrer a nado una parte del arroyo, entre rocas y desfiladeros ofrece una experiencia simplemente mágica. En este mismo trayecto vale la pena acercarse al Hawiyat Najm, una piscina natural creada tras el impacto de un meteorito. Su agua cristalina refleja las láminas de la roca y crea un espectacular efecto visual.

Sur es también célebre por poseer la última dársena que construye dhows, las embarcaciones típicas del Golfo Pérsico, de forma tradicional. "Hace veinte años, funcionaban siete compañías. La competencia de las fábricas modernas de Dubai y el desinterés de los jóvenes por un trabajo arduo y mal remunerado nos ha dejado solos", lamenta Jumaa Bin Jassim, propietario de uno de los talleres más veteranos. Una docena de trabajadores, todos extranjeros, trajinan alrededor de un gran esqueleto náutico. En función del tamaño, su construcción dura entre nueve meses y dos años. No hay manera de arrancarle el precio aproximado al astuto anciano, en cambio no tiene inconveniente en mostrar a los visitantes el pequeño museo que ha abierto en su taller.

Para trasladarse a la península de Musandam, conectada por tierra con los Emiratos Árabes Unidos, hay que reservar un vuelo desde Mascate. Esta región del norte es la más mestiza de Omán. Hasta hace unos pocos años, a este rocoso y aislado territorio, situado en el cabo del estrecho de Ormuz, solo se podía llegar en barco. Su carácter multicultural ha quedado registrado en el habla de sus habitantes, una mezcla de tantas lenguas diversas que incluso un árabe lo encuentra casi incomprensible.

Los fiordos omaníes

La península, punto más septentrional del sultanato, es un lugar especial gracias a sus espectaculares fiordos, una cadena de montañas infiltrada por las aguas marinas, en las que resulta habitual avistar delfines –nariz de botella, común, spiner y de Rissos–, tortugas e incluso ballenas. Bajo la superficie marina, una serie de arrecifes de coral regalan inmersiones de ensueño. Musandam y las islas Daymaniat, emplazadas a una hora de Mascate, se consideran los mejores lugares de Omán para practicar el submarinismo o el buceo con gafas, tubo y aletas, pues no es necesario descender a grandes profundidades para apreciar su belleza. La costa omaní atesora una rica fauna marina gracias a la calidez de sus aguas y a la abundante pesca. Entre las especies más frecuentes, destacan el pez linterna, la tortuga verde, la tortuga carey, el dugongo o dugón, la barracuda, el pez damisela, el rorcual aliblanco, el rorcual común, el cachalote, la orca y varias especies de langostas, cangrejos, además de 21 tipos de delfines.

Omán posee en el sur otra de sus regiones más singulares: Dhofar, pegada a la frontera con Yemen. Esta zona, cuya capital es Salalah, constituye la única franja de la desértica península arábiga atravesada cada año por las lluvias monzónicas, y por lo tanto, un exuberante manto verde cubre cada año sus campos y sus montañas en otoño.

En Dhofar se encuentran algunas de las playas más impresionantes del país. Las hay kilométricas y lisas cerca de Salalah, pero también existen otras pequeñas y rocosas, al abrigo de acantilados. Como en otras regiones, los turistas también pueden gozar en Dhofar observando tortugas y delfines a escasos kilómetros de la costa, pero solo en el extremo sur de Omán es posible contemplar ballenas jorobadas así como numerosas aves zancudas y migratorias que vuelan rumbo a la India, África o el frío norte de Europa.

A pesar de haber entrado en la modernidad, Omán no ha perdido del todo el aire misterioso que cautivó a los primeros exploradores occidentales. Y para muestra, su sistema de elección del sucesor del sultán Qabús, enfermo de cáncer y sin descendencia. Según la ley de 1996, tres días después de la muerte del septuagenario monarca, se deberá reunir un consejo formado por varios miembros de su familia con el fin de consensuar el nombre del heredero, siempre de la misma dinastía. En caso de no alcanzar un acuerdo, se abrirá un sobre sellado por el propio Qabús que contiene la elección del sucesor que ha designado. Un toque stendhaliano para un país de estructura medieval hasta el boom del oro negro.



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