Al sur de Cataluña, se encuentra una región donde, uno tras otro, los distintos pueblos que habitaron la zona dejaron su impronta. Una franja litoral con playas de arenas doradas, bosques mediterráneos, aguas traquilas, una gastronomía variada... Seis comarcas y trece municipios forman la Costa Daurada, una de las grandes joyas culturales e históricas que se asoman al Mediterráneo.
Un ejemplo de ello son las montañas de Prades que albergan un interesante grupo de cuevas y abrigos rocosos en el que desarrollaron su arte los distintos pueblos prehistóricos que ocuparon todo el arco mediterráneo peninsular.
En concreto, este conglomerado de sierras prelitorales catalanas acoge hasta 15 asentamientos en los que se han localizado pinturas que se remontan a 6.000 años de antigüedad, principalmente del Neolítico pero también del final del Paleolítico. Las representaciones más esquemáticas y abstractas corresponden a los pastores y agricultores. Las más figurativas, a los cazadores-recolectores.
Para entender este arte y cómo vivieron quienes lo realizaron es interesante una visita al Centro de Interpretación del Arte Rupestre de Montblanc, donde paneles y dioramas proporcionan información sobre la configuración geológica, la flora y la fauna de la zona. Además, los visitantes conocerán los materiales empleados en las pinturas, las técnicas de ejecución y su simbología. Los guías del centro dirigen las visitas a las cuevas y abrigos.
En L’Espluga de Francolí, los aficionados a la Prehistoria encontrarán la sorprendente Cova de la Font Major, una de las siete cuevas más largas del mundo y de las pocas que se extiende parcialmente bajo el subsuelo del casco urbano. Otra de las singularides del espacio es haber sido convertido en museo. Los más de 3,5 km de longitud están equipados con paneles y dioramas. Los visitantes más aventureros podrán adentrarse en compañía de un guía en el río subterráneo que da lugar al nacimiento del Francolí.
El legado romano en Tarragona
La ciudad de Tarragona está declarada Patrimonio de la Humanidad por su magnífico legado romano. La destellante luz y el buen clima del emplazamiento parece que enamoraron a los romanos, que construyeron en primer lugar la muralla que todavía rodea casi todo el casco antiguo y que constituye una de sus señas de identidad.
Además de esta construcción defensiva, la capital tarraconense conserva la trilogía de edificios que distinguían a cualquier capital –recordemos que Tarraco lo fue de la Hispania Citerior–: el teatro, el circo y el anfiteatro. Este último es el más impresionante, levantado junto al mar Mediterráneo. Albergaba todo tipo de espectáculos, desde lucha de gladiadores a exhibiciones atléticas pasando por suplicios de muerte a los cristianos. En sus gradas formadas con sillares se ofrecía aforo para 15.000 personas.
El teatro, construido en la época de Augusto, aprovechaba el desnivel natural del terreno para una parte de las gradas. Tanto el hemiciclo como el espacio escénico se pueden contemplar perfectamente desde un mirador construido a tal efecto.
El circo, uno de los más bien conservados de Occidente, era el lugar donde se desarrollaban las carreras de caballos y carros. 30.000 personas rugían ante el espectáculo, en un espacio localizado ahora en el interior del entramado urbano.
Dentro del casco antiguo se hallan otros espacios emblemáticos, como el Fórum de la Colonia, centro religioso y social de la ciudad, y el Fórum Provincial, que fue primero zona militar pero que luego se convirtió en centro político y administrativo donde quedan restos de la antigua Audiencia.
En un parque boscoso situado en el extremo noroccidental de Tarragona se halla uno de los monumentos romanos más apreciados por sus habitantes: el Pont del Diable. Se trata del Acueducto de las Ferreres, fragmento de una canalización de agua que se halla en una espectacular hondonada.
Al norte de la ciudad de Tarragona, en Altafulla, encontramos la villa romana de Els Munts, propiedad de un alto cargo de la administración de Tarraco ocupada hasta el siglo vi. Y en el término de Constantí, la villa romana de Centcelles conserva una cúpula con un espectacular mosaico que presenta escenas de caza y bíblicas.
En las afueras de Tarragona está la cantera del Mèdol, de la que se extrajeron más de 50.000 m3 de piedra caliza que sirvieron para construir los principales monumentos
Junto a la carretera N-340 se sitúa el magnífico monumento funerario del siglo i de la Torre dels Escipions. Se trata de la tumba más famosa de la zona. La piedra triangular que la corona no se ha conservado, pero sí el pilar principal, con dos altorrelieves que representan al dios Atis. En el interior de los sillares se guardaba el ajuar de los difuntos.
Más al norte, ya en Roda de Berà, el Arc de Berà es un monumento del siglo i a.C. dedicado al emperador Augusto y sirvió para delimitar el territorio de ilérgetes y cossetanos.
Conventos y castillos medievales
Seguir la huella de las construcciones medievales es uno de los viajes más enriquecedores de las zonas interiores de la Costa Daurada. Hallamos dos monasterios cistercienses, una cartuja y pueblos perfectamente conservados en su estructura milenaria.
El monasterio de Santes Creus remonta sus orígenes al año 1150, cuando se ubicó cerca de Barcelona, pues sus benefactores, la poderosa familia Montcada, deseaba que fuera el lugar de su panteón familiar. Pero tan solo veinte años después comenzó a construirse el cenobio actual ya en el emplazamiento a orillas del río Gaià.
Santes Creus pronto se convirtió en uno de los más importantes centros monásticos de la Corona de Aragón. Ahora los visitantes pueden admirar su arquitectura solemne y serena, en la que destacan la iglesia, el claustro y la sala capitular, completadas con el refectorio, el locutorio, el scriptorium y el dormitorio.
Santes Creus acoge parte del panteón real catalán. Son imponentes el sepulcro de Jaime II (junto a su esposa, Blanca de Nápoles) y el de Pedro III, a cuyos pies se halla la tumba del bravo almirante Roger de Llúria. Uno de los elementos más significativos del monasterio es el claustro. En los capiteles de sus columnas hallamos talladas las imágenes de seres mitológicos y criaturas fantásticas sin nombre, en ocasiones incluso luchando entre ellos.
Poblet, Patrimonio de la Humanidad desde 1991, es el mayor monasterio cisterciense de Europa
Al traspasar la imponente Puerta Dorada de su muralla se entra en un espléndido complejo donde enseguida admiramos la mezcla de estilos arquitectónicos.
El cenobio de Poblet fue también panteón real desde mitad del siglo xiv. Son magníficos los sepulcros del interior de la iglesia, el retablo en mármol de Damià Forment, el claustro y el palacio del rey Martín el Humano, obra capital del gótico civil catalán y sede del museo. El monasterio está rodeado por unos bosques de gran valor ecológico, más de 2.000 hectáreas protegidas como Espacio Natural de Interés Nacional.
Montblanc, una de las villas medievales más bellas de Cataluña, está encerrada entre sus murallas. En el Portal de Sant Jordi se dice que el caballero dio muerte al legendario dragón. En el casco antiguo, hay que visitar la iglesia de Santa Maria la Major, la judería y el Palacio Real, además del encantador Pont Vell sobre el río Francolí.
Al sur, en la comarca del Priorato –a la que da nombre– sobresale la Cartuja de Escaladei. Su nombre le viene dado por el sueño de un pastor, que vio cómo los ángeles subían al cielo desde aquí remontando una escalera pétrea. Este entorno solitario fue idóneo para el voto de silencio de los monjes cartujanos que se instalaron en el enclave a partir del siglo xii, siendo la primera comunidad de la Península Ibérica de la orden de san Bruno.
En la ciudad de Tarragona, presidiendo una escalinata, su catedral es un hermoso ejemplo del gótico temprano. Frente a ella tienen lugar eventos tradicionales, como las exhibiciones de castells y los desfiles de carnaval.
Joyas modernistas de campo y ciudad
La frase «Reus, París, Londres» no es una ocurrencia graciosa. La capital del Baix Camp era, en el siglo xix, la ciudad que fijaba en primer lugar las cotizaciones del mercado de destilados del alcohol, por delante de las capitales francesa y británica. En aquella época Reus se consideraba la segunda ciudad de Cataluña en importancia, por detrás de Barcelona. Ese próspero empuje económico generó la construcción de un número enorme de edificios modernistas, el estilo más rompedor del momento.
Reus conserva de aquel momento de auge hasta 80 inmuebles en el interior de su término que conforman un sensacional atractivo cultural. Desde la misma Plaça Mercadal, epicentro de la ciudad, se puede comenzar con la Casa Navàs, un proyecto de Lluís Domènech i Montaner. Aunque dañado parcialmente durante la Guerra Civil, este edificio es singular porque conserva todos sus elementos originales: muebles, cortinajes, lámparas, cerámica, vitrales...
En la misma plaza los visitantes tienen a su disposición el Centre Gaudí, el único centro de interpretación sobre la vida y obra del hijo más ilustre de Reus. Allí se descubre cómo influiría Antoni Gaudí en toda una generación de arquitectos, como Josep Maria Jujol, autor del Teatro Metropol, o Cèsar Martinell, que dejó su huella en las llamadas Catedrales del Vino.
Entre los 26 edificios que integran la Ruta Modernista de Reus destaca una obra situada en las afueras: el Instituto Pere Mata. Diseñada por Lluís Domènech i Montaner, esta institución psiquiátrica fue construida siguiendo el esquema de conjunto de pabellones. Se puede visitar el denominado Saló dels Distingits, un despliegue de buen gusto, desde el suntuoso comedor decorado con cerámica que representa naranjos a las salas de ocio, pasando por las habitaciones y los baños.
El modernismo no tuvo solo representación en los núcleos urbanos: llegó también al mundo rural, principalmente con la construcción de sedes de cooperativas agrícolas. Esparcidos por toda la demarcación de Tarragona hallamos estos sorprendentes edificios, que conjugan a la perfección belleza y funcionalidad, en localidades como Barberà de la Conca, l’Espluga de Francolí, Montblanc, Nulles o Rocafort de Queralt.
El escritor Àngel Guimerà las bautizó como Catedrales del Vino, pues la mayoría son bodegas que se distinguen por sus dimensiones, con naves centrales sostenidas por arcos parabólicos, muy luminosas gracias a sus ventanales a los cuatro vientos y fachadas con una uniformidad estética.
Sabores intensos de Cataluña
La cocina de la Costa Daurada pone el mar Mediterráneo en el plato y lo combina con los frutos de la tierra. Docenas de kilómetros de costa con una gran tradición marinera y pesquera y unos territorios de interior con una rica gastronomía de huerta y montaña brindan un recetario variado y saludable.
La calidad de los vinos y cavas de la Costa Daurada es mundialmente conocida, con hasta siete denominaciones de origen
Muchos de los ingredientes de la zona cuentan con sellos de calidad. En invierno aparece el singular calçot, una variedad de cebolla que se come braseada y con una salsa específica. Lo mismo sucede con el xató, clásica ensalada con bacalao y la misma salsa. En verano, pescados azules. En otoño, estofados de caza, como el jabalí. Y todo el año, los arrossejats, las truites en suc y dulces autóctonos como el menjar blanc de Reus.
Pero, además, en la zona existe una gran tradición en la elaboración de vermut. Se produce en muchas localidades, tanto embotellado como a granel. Ello ha dado lugar en Reus al mayor museo del mundo dedicado a este licor aperitivo.
Castells: fuerza, equilibrio y valor
Los grupos de castellers son una tradición que, en las comarcas del Camp de Tarragona, se remonta a dos siglos atrás. La práctica de levantar torres humanas se fue extendiendo desde la ciudad de Valls por el resto del territorio catalán y, ahora, la temporada es uno de los eventos más esperados del año, por su componente de emoción, trabajo colectivo, esfuerzo, entreno e integración.
En los días festivos de los meses más cálidos del año, las colles se reúnen en las plazas de pueblos y ciudades para, ataviados con sus tradicionales pantalones blancos, camisa de color distintivo del grupo y faja, elevar construcciones que llegan a tener hasta diez pisos de altura y requieren de la participación de cientos de personas que sostienen, físicamente y con su aliento, los frágiles edificios humanos, coronados en un estallido de júbilo por el miembro más pequeño y ligero del grupo, el enxaneta.
Las colles se reunían antes por pura rivalidad local, pero ahora compiten en concursos que proporcionan gran prestigio. Esta tradición de alzar torres humanas fue declarada en 2010 Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y ha provocado que se constituyan colles en diferentes países del mundo.
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