sábado, 16 de febrero de 2019

Viajes. La Costa Dálmata

Nuestro particular viaje por mar empieza en uno de los puertos más antiguos y emblemáticos del Adriático, el de Stara Luka, que desde hace siglos custodia las murallas de la inexpugnable, impresionante y altiva Dubrovnik. Durante los siglos XV y XVI esta ciudad –antigua República de Ragusa– plantaba cara a la todopoderosa República de Venecia y competía con ella por el control marítimo en la zona. Fue la época dorada en que Dubrovnik presumía de poseer una de las flotas navieras más importantes de Europa y de disponer de Consulados de Mar en más de 40 puertos del Mediterráneo, entre ellos Barcelona, Valencia y Palma de Mallorca.

Basta con atravesar una de las puertas de acceso al casco antiguo fortificado para intuir aquel esplendor del pasado: hay palacios góticos, renacentistas y barrocos, iglesias precedidas de escalinatas y columnas, pavimento blanco, fuentes públicas esculpidas y un monasterio franciscano cuya farmacia funciona desde 1317. En él se elaboran aceites, pomadas y ungüentos a partir de recetas que se remontan al siglo XIV, como la crema hidratante de rosas.

El centro de Dubrovnik es hoy un museo al aire libre, desde el puerto viejo y la calle central (Placa o Stradun) hasta las murallas, que pueden recorrerse por lo alto. Se llena de visitantes por la mañana y pierde toda la actividad de noche cuando se marcha el último crucero. Es la oportunidad que esperan los que viajan en su propio barco para pasear en solitario hasta la plaza Luza y después sentarse junto a la fuente circular de Onofrio.

Una ruta junto al Adriático

Tras una noche amarrados en el puerto viejo, el primer día de navegación nos lleva a Korcula, que sí perteneció a la República de Venecia. Dicen los habitantes de esta isla que el intrépido Marco Polo nació aquí en 1254. Mientras se espera a que los estudios arrojen una luz más clara sobre el origen del mercader, la isla se ha llenado de referencias a su persona: desde la supuesta casa familiar y una exposición sobre su vida, hasta un vino que lleva el nombre de Marco Polo.

Korcula no necesita tener como conciudadano al mítico viajero para considerarse un enclave imprescindible. Son méritos propios su típica estructura dálmata –erigida sobre una península fortificada– y toda una miríada de palacios e iglesias que se apiñan abrazados por compactos muros de piedra. Korcula deslumbra de puertas afuera, pero sus interiores también guardan detalles que dejan boquiabierto. La catedral de San Marco, por ejemplo, cuya bóveda se construyó en forma de casco de barco en honor a los pescadores locales, contiene una obra maestra de Jacopo Tintoretto.

Un rasgo distintivo de Korcula es la moreska, un baile de espadas que se representa desde hace más de 400 años

Al circunnavegar la isla de Korcula se descubre un paisaje de playas pétreas e interiores tapizados por viñedos de una variedad que solo existe aquí, el grk. La uva autóctona crece en las inmediaciones de Lumbarda desde hace milenios y con ella se elabora un vino blanco muy apreciado en todo el país. El otro distintivo de Korcula es la moreska, un baile de espadas que se representa desde hace más de 400 años. ¿Sus raíces? Las danzas de moros y cristianos que en época medieval se representaban en diversos puntos del Mediterráneo y que en territorio croata solo se perpetuaron en esta remota isla.

La mañana siguiente el viento del norte no da tregua –el terrible bora adriático– y tras bregar con velas, cabos y jarcias, llegamos a Hvar, esa isla que en todas partes se empeñan en describir como hedonista. Sospechamos que el motivo de tal adjetivo tiene que ver con los despampanantes yates amarrados en el puerto. Y es que desde hace unos años las celebridades de la cultura y la política europea han encontrado en este rincón de arquitectura gótica una alternativa más discreta a la famosa Costa Azul francesa. Pero a pesar de la presencia de la gente guapa y a su animada vida nocturna, Hvar –se pronuncia "juár"– no es de ningún modo un lugar exclusivo. Más allá de los bares chill out, los cócteles de diseño y los barcos recreativos, se trata de una isla tranquila y rural que cada verano se tiñe con el dulce tono violeta de la lavanda, el cultivo tradicional.

El casco histórico de Hvar

La capital de Hvar es una coqueta localidad medieval con palacios de ventanas ojivales, calles pavimentadas de blanco y una fortaleza veneciana que lo vigila todo desde las alturas. Igual que sucedía en Korcula, también en Hvar conviene curiosear puertas adentro para descubrir rincones extraordinarios, entre ellos el primer teatro público de Europa, una joya del barroco que se inauguró en 1612. En aquel entonces, sus habitantes fundaron la Hygienic Society of Hvar, entre cuyas misiones se contaban la promoción y el desarrollo del turismo. Parece que no les fue mal.

Nuestro periplo marinero continúa navegando junto a los ferris que desde Stari Grad –el municipio más antiguo de Hvar– parten rumbo a la costa continental. Al cabo de unas pocas millas náuticas aparece el perfil de la isla de Brac, la más extensa del país y la que posee la playa más famosa: Zlatni Rat. También conocida como Cuerno de Oro por su forma, esta playa es una excepción en la costa dálmata, que en realidad carece de grandes arenales y donde las pequeñas calas pedregosas compensan con su recoleta belleza la incomodidad de extender la toalla sobre duro.

A la isla de Brac se viaja por su célebre playa y por sus calas, pero también por sus delicias culinarias. Aseguran los isleños que los corderos de Brac son los mejores del Mar Adriático y de ellos lo aprovechan todo: la carne, la leche y también las vísceras, con las que elaboran el tradicional vitalac, una especie de pincho de hígado, pulmón y corazón asado a la brasa. La bebida típica, la smutica, es leche de cordero mezclada con vino tinto, un brebaje que al parecer el médico griego Hipócrates recomendaba para ciertas dolencias.

A primera hora de la siguiente mañana ponemos rumbo a toda vela hacia la bella Split. Hoy es una ciudad moderna con casi medio millón de habitantes, pero hubo un tiempo en que el espacio intramuros lo ocupaba el palacio del emperador romano Diocleciano. Fue erigido en el año 300 como colosal villa privada del augusto soberano en el lugar que él escogió para su jubilación, tras haber protagonizado la más sanguinaria persecución contra los cristianos que la historia recuerda. Ya en época medieval, caídos los poderes del Imperio romano y aprovechando las estructuras arquitectónicas existentes, una nueva Split se encajó como un termitero en lo que había sido el recinto palatino.

El Palacio de Diocleciano fue erigido en el año 300 como colosal villa privada del augusto soberano en el lugar que él escogió para su jubilación

Lejos de ser un enclave arqueológico, el Palacio de Diocleciano constituye ahora el hogar de unas 3.500 personas, que han incorporado a su rutina el hecho de vivir entre columnas romanas. El Peristilo se ha convertido en el corazón de la vida cultural de Split, una plaza donde siempre hay animación y música en directo. No muy lejos de allí se levanta la catedral de San Dominus que custodió los huesos del emperador hasta que un saqueo en el siglo XVI acabó con ellos en algún lugar desconocido.

De la villa diocleciana se conservan las cuatro puertas por las que se accedía y aún se accede al cuadrilátero formado por la residencia imperial. No son especialmente majestuosas pero al franquearlas uno cambia de época radicalmente. La Puerta Sur, a la que llegamos a través de las antiguas bodegas subterráneas, devuelve a la Riva, el moderno paseo marítimo de Split. Allí, tras las palmeras y las terrazas de los restaurantes, sobresalen los mástiles de todos esos veleros –entre ellos, el nuestro– que esperan meciéndose impacientes por volver a mar abierto.

Joyas marinas de Zadar

Antes de darnos cuenta ya nos estamos alejando de Split y de ese sueño monumental que Diocleciano plantó sobre las mismísimas aguas del Adriático. Después de un fondeo a medio camino para nadar, hacer un poco de snorkel y picar algunos quesos adquiridos en el mercado, la puesta de sol nos sorprende llegando a las hermosas islas de Zadar. Este denso archipiélago, el mayor del Adriático, conforma un paisaje laberíntico que hace las delicias de los navegantes. La zona de mayor valor natural está protegida por dos reservas: el Parque Nacional de las islas Kornati y el Parque Natural de Telascica, que abarca la bahía y la laguna de la isla Dugi ("larga").

Las Kornati son islas peladas, atardeceres de color miel y recovecos perfectos para fondear. El plato fuerte de este archipiélago está bajo la superficie del mar. Sus fondos son uno de los mejores puntos en el Adriático para realizar inmersiones por su gran biodiversidad marina. Se han contado hasta 353 variedades de algas, 61 tipos de coral, 177 de moluscos y 185 especies de peces. Ademá, es hábitat permanente de delfines y tortugas marinas. Fuera del agua toca relajarse y disfrutar del buen comer. Si Korcula tenía el vino y Brac los corderos, las islitas de Kornati presumen de aportar sus propios productos mediterráneos a la lista de delicias croatas: en este caso miel, aceite de oliva e higos secos.

Nuestro viaje marinero toca su fin en el puerto de Zadar, la antigua Diodora bizantina que los venecianos rebautizaron como Zara. Contemplamos el perfil prerrománico de la iglesia de San Donato (siglo IX) y su campanario exento antes de despedirnos del Mediterráneo y poner rumbo hacia el montañoso interior. Algo más de 100 kilómetros separan Zadar de otro enclave donde el agua también impone su mandato: el Parque Nacional de los Lagos Plitvice. Declarado Patrimonio de la Humanidad, a su magia contribuyen 96 cascadas y 16 lagunas color turquesa unidas por una red de pasarelas de madera.

La entrada 1 del parque da acceso directo a la Gran Cascada y a los lagos Inferiores. Tras una mañana de andar poco y parar mucho para hacer fotos, nos encaminamos a la sección superior de Plitvice, que es más salvaje y más íntima. El hayedo que abraza esta zona es hogar de una variada fauna que se vio muy afectada por la guerra que entre 1991 y 1995 acabó con la antigua Yugoslavia. Muchas especies tuvieron que ser reintroducidas y actualmente, entre las 259 especies catalogadas, cuatro están altamente amenazadas y cuentan con una protección especial: el lince, el lobo gris, la nutria y el oso pardo.

Tras una caminata entre la sorprendente gama de verdes de Plitvice, nuestra última noche en Croacia transcurrirá saboreando un buen vino de Korcula mientras la brisa mece las hojas de los árboles de este paraíso natural.



via http://bit.ly/JKJLOL http://bit.ly/2SGwFig

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