El 28 de junio de 1963 se publicó Rayuela y ya nada más volvió a ser como antes. Julio Cortázar escribió la novela en París, la ciudad que eligió para vivir, y para morir. Más tarde, la elevó a la altura de los mitos: “Caminar en París –afirmó en la película de Alain Caroff y Claude Namer– es caminar hacia mí”.
Camino hacia Julio Cortázar con una antigua edición de la novela como única guía. Al pasar las páginas, aparece el Sena y sus muelles, los cafés, las librerías, los mercados, el barrio de Marais, los bulevares, el horizonte con la silueta inconfundible de Notre Dame. En el mundo de Julio Cortázar se confunden realidad y ficción a cada instante.
"¿Encontraría a La Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti”. Así comienza –si es que podemos decir que la novela comienza en algún punto– Rayuela, y es ineludible comenzar por aquí a caminar la ciudad, por la orilla izquierda del Sena, entre los bouquinistes (los vendedores de libros usados), caminando como le gustaba caminar al escritor: de forma pausada, mirando, dejando que las cosas sucedan espontáneamente.
Paseando por el Sena
El Quai de Conti es un lugar céntrico de París, muy transitado porque cerca está el Pont des Arts, lugar de paso para llegar al Museo del Louvre. Bajando con dirección a Île de la Cite, pasaremos por la librería más famosa del mundo, la Shakespeare & Company. La actual, que tomó el relevo de la mítica librería de Sylvia Beach por donde pasaran Scott Fitzgeral, Hemingway o James Joyce, es un animado lugar de encuentro cultural. Contigua hay una cafetería con vistas a la Catedral de Notre-Dame, que tanto entusiasmó a Julio Cortázar. De noche, iluminada, es un espectáculo que todo el mundo debería contemplar al menos una vez en la vida.
Julio Cortázar llegó a París en 1951. Tenía 37 años y no podía imaginar lo que el destino le depararía como escritor. Siempre deseó vivir en la capital francesa y, tal vez, esa erre que nunca supo pronunciar y que le quedaba tan afrancesada fue más profecía que anomalía fonética. Los primeros meses en París, los pasó en la habitación 40 de la Maison Argentine de la Cité. Aún hoy, el viajero fetiche se podrá dejar caer por el campus universitario para llegar a la puerta de la habitación, donde una placa recuerda que en ella se alojó el escritor argentino.
Luego llegaron otros apartamentos, algunos muy pobres, con baño compartido al final del pasillo y un simple hornillo como cocina. La primera vivienda que ocupó con Aurora Bernárdez, su primera mujer, está situada en la rue du Général Beuret. Debió ser muy pequeña porque la describió en una carta como “una bicicleta, toda de perfil, sin tercera dimensión, y apenas cabemos nosotros y los libros". Enfrente, hay una plaza pavimentada en la que se respira esa atmósfera de pueblo que aún sorprende encontrar en algunas partes de París donde me siento a comerme un Pain au chocolat.
Pasaron muchos años más hasta su última residencia compartida con su segunda esposa, Carol Dunlop, en el número 4 de la rue Martel. Hoy encontramos una placa que hicieron colocar los vecinos para recordar que ahí vivió Julio Cortázar, el “escritor argentino nacionalizado francés autor de Rayuela".
Durante los primeros años en París fue muy pobre, pero inmensamente feliz. Su única riqueza: la Olivetti Lettera con la que escribía. Vivía la ciudad con entusiasmo, casi como una liberación, sin cansarse de recorrerla una y otra vez, primero caminando, luego en bicicleta y cuando pudo sobre una Vespa, con la que se accidentó gravemente. Un episodio que le inspiró la anécdota del cuento La noche boca arriba.
Su París era infinito: “Uno cree conocer París, pero no hay tal; hay rincones, calles que uno podría explorar el día entero, y más aún de noche”. Uno de esos rincones favoritos era el de la Galería Vivienne, en la zona de la Place Notre Dame des Victoires. Solía pasearse por esta galería, porque, dijo, en ella podía sentirse la presencia de Lautréamont y del París de 1870. “A lo mejor escribo un cuento largo –explicó en una carta a su amigo Paco Porrúa– que sucederá en este barrio”, y escribió El otro cielo.
Para escribir se refugiaba en cafeterías, porque en ellas se podía calentar, como el Café Old Navy, en el 150 del Boulevard Saint-Germain. Pero si hay que buscar el refugio de escritura favorito de Julio Cortázar en aquellos primeros años hay que ir a la Biblioteca del Arsenal, en la rue Sully, donde acabó su formidable ensayo Imagen de John Keats.
Allí se pasó muchas horas. Ya muy enfermo, muerta Carol Dunlop, y consciente de que sus días también se acababan, el escritor quiso visitar la biblioteca; pero sin fuerzas, no pudo subir las escaleras de la entrada. Lo acompañó Aurora Bernárdez y ella sí subió a la sala de lectura, "Julio –le dijo después como un consuelo–, todo está igual”.
La muerte de Carol Dunlop, su segunda esposa, le deprimió mucho. En una carta dirigida a su madre y a su hermana, les contó que ella se había ido “como un hilito de agua entre los dedos”. Sólo dieciséis meses después, era él el que se iba. Julio Cortázar fue enterrado en la misma tumba que su esposa, en el cementerio de Montparnasse, la última etapa en este recorrido por el París del gran escritor.
Hoy, la lápida parece una rayuela, toda llena de piedrecitas con las que los visitantes aguantan las notas que le dejan. También hay flores, libros, y algunas cartas, porque nunca se sabe, tal vez Julio encuentre algún momento para responderlas.
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