En el sector central de la cordillera pirenaica, los valles del Aragón y de Tena invitan a disfrutar de la nieve en todas sus variantes. El blanco manto es un atractivo añadido a este paisaje modelado por el trasiego milenario de una tierra de frontera.
Jaca es la puerta a este territorio mágico. La primera capital de Aragón conserva de su época fundacional (1035) el fuerte Rapitán, asentado sobre una colina, y el castillo de San Pedro, protegido por diez casamatas, un muro pentagonal y un foso en el que habitan ciervos.
La población de Jaca fue la primera capital de Aragón
Desde este baluarte se divisa la catedral, un magnífico templo románico construido en 1077 y etapa fundamental del Camino de Santiago que entraba en la Península por el puerto de Somport. A lo largo del paseo por el casco antiguo se pueden admirar varias casas modernistas y la Torre del Reloj, erigida en 1445 para alojar el campanario y la cárcel eclesiástica tras el incendio que destruyó el templo.
Las calles del centro de Jaca también albergan templos del tapeo, especialmente los de la calle Bellido, y pastelerías donde deleitarse con el bizcocho típico, relleno de nata y recubierto de almendra molida.
De camino al Pabellón de Hielo, un curioso edificio de 2007 tan ovalado que no dispone de una fachada definida, encontramos la iglesia románica de Sarsa, trasplantada desde el pueblo del mismo nombre. Y es que los valles alrededor de Jaca rebosan de ermitas primorosas como las de Santa María de Iguácel y San Adrián de Sasabe, ambas del siglo XI y pertenecientes a sendos conventos benedictinos.
El enclave románico más destacado de la zona es el monasterio de San Juan de la Peña, 13 km al sur de Jaca. En su origen fue una pequeña ermita instalada en una cueva protegida por una cornisa de roca. Hacia el año 950 se construyó una iglesia de dos plantas con un delicado claustro del siglo XII. Su interior, umbrío y misterioso, guarda el Panteón Real, donde fueron enterrados reyes aragoneses y navarros.
No muy lejos se localiza el Monasterio Nuevo (siglo XVII), hoy centro de interpretación de la naturaleza y hospedería. De aquí parte un sendero que conecta con el monasterio viejo y que lleva al Balcón de los Pirineos, un mirador orientado hacia los bosques y las nevadas cumbres pirenaicas.
De la milenaria Jaca partimos hacia el norte, remotando el valle del río Aragón. En el término de Villanúa se puede visitar la cueva de Las Guixas, una cámara kárstica de casi un kilómetro, recorrida por un curso de agua. Alcanza los 16 m de alto y las estalactitas penden del techo como fantasmagóricas figuras forjadas a lo largo de los siglos. La cueva estuvo habitada durante el Neolítico, y se cuenta que en la Edad Media las brujas danzaban en ella durante las noches de luna llena.
Llegamos a Canfranc, enclave famoso por su estación de tren, inaugurada en 1928. Esta grandiosa estructura formaba parte de la línea que unía Huesca con Jaca y que cruzaba a Francia por el túnel de Somport, abierto en 1914. Abandonada durante décadas, hoy se está recuperando con visitas guiadas, exposiciones y, en verano, un espectáculo de luces nocturno, así como visitas teatralizadas.
La vista hechizante de las cercanas cumbres pirenaicas invita a seguir la ruta hasta las estaciones de esquí de Candanchú y Astún, que coronan la parte más alta del valle del Aragón. El primer remontador mecánico de Candanchú se inauguró en 1945, dos años después del de La Molina, el primero de España. La cercana Formigal-Panticosa, en el vecino Valle de Tena, completa la oferta de deportes de nieve en la zona. Además de esquí alpino y de fondo, se organizan actividades complementarias, desde cenas en refugios hasta descensos nocturnos por pistas iluminadas.
Paralelo al río Aragón, el valle de Tena también ofrece sus encantos. Los amantes de las aguas termales y del reposo pueden acudir a los Baños de Panticosa, un balneario del siglo XIX cuyas aguas mineromedicinales brotan del manantial de Tiberio, a 53º C. Es la fuente más caliente del recinto, que cuenta con otras tres con aguas de entre 20 y 26 oC. Baños de Panticosa, a 1630 m de altitud, se localiza a 8 km del pueblo de Panticosa, en el fondo de un circo glaciar de imponentes paredes junto al lago o ibón de Baños.
Panticosa es punto de inicio de muchas excursiones por los paisajes del norte de Huesca
El núcleo rural de Panticosa está formado por casas de piedra y tejados de pizarra típicos de la arquitectura local. Alrededor del pueblo se diseminan más de medio centenar de ibones glaciares, magníficos objetivos de excursiones con esquís de travesía o con raquetas de nieve. Con el paisaje nevado conviene escoger bien la caminata. Hay rutas fáciles como la que lleva a los ibones de Piedrafita o D’as Paules, a los pies de la granítica Peña Telera (2764 m); de dificultad media, hacia los ibones de Ip o Anayet; o para los más experimentados –y acompañados de un guía–, las rutas de contrabandistas a través del paso de Somport, con el Midi d’Ossau (2884 m) a lo lejos. Cruzar el bosque del Betato –magnífico en otoño por los colores de su hayedo– constituye otro atractivo itinerario con raquetas. La quietud y la placidez que nos imbuye al caminar sobre la nieve y las hojas caídas son indescriptibles.
A diferencia del esquí alpino, estos paseos dan tiempo para avistar la fauna o su rastro sobre la nieve. Gracias al manto blanco que cubre el bosque, las posibilidades de ver rebecos, liebres, zorros o ardillas se multiplican. Solo hay que respetar el silencio y sentirse parte del paisaje, minúsculos invitados en este inmenso anfiteatro de cumbres.
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