Si hay un lugar en Cataluña en el que parece posible tocar el cielo con los dedos, ese está en los Pirineos. Al menos, los campanarios románicos de las iglesias del Vall de Boí, aliados con la altura de las montañas, así parecen indicarlo.
El románico encontró en el Vall de Boí su mejor entorno. Su conjunto patrimonial (ocho iglesias y una ermita), declarado Patrimonio de la Humanidad, es la mejor expresión del románico lombardo en Cataluña. El misterioso maestro de Taüll quedó unido al Pantocrátor de la iglesia de Taüll, salvándose así del olvido de los siglos. Y a pesar de que las pinturas originales se conservan en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, en Barcelona, podemos disfrutar de los frescos recreados mediante un espectacular video-mapping.
La mejor forma de iniciar este viaje es pasando por el Centro del Románico de Vall de Boí, en Erill la Vall. Además de visitar las iglesias, hay que dejar tiempo para hacer una ruta de senderismo por el parque nacional de Aigüestortes y para relajarnos en el balneario de Caldes de Boí.
Un geoparque y deportes de aventura
Siguiendo por carretera y paralelos al Riu Noguera de Tor, llegaremos a Pont de Suert, nuestro siguiente destino. Un paso más y estaremos en Aragón. Al entrar en su casco antiguo, el viajero podrá sentir la quietud de otra época. Le espera la Plaza Mayor y la plaza porticada del Mercadal. Las calles Mayor, Escú o de Avall conducen al puente viejo que da sentido al topónimo del municipio. El lugar se ha convertido en un importante destino para el turismo activo, con ofertas para practicar senderismo, escalada, vías ferratas, descenso de barrancos, bicicleta de montaña o, incluso, rafting en el Noguera Ribagorzana.
Una alternativa es continuar hacia el sur por la carretera N-230 para visitar la Pobla de Segur, donde hace parada el pintoresco Tren dels Llacs, que llega desde la ciudad de Lleida. Viniendo de visitar patrimonio románico sorprende encontrarse la Casa Mauri y el Molino del Aceite, un conjunto de maravillosos edificios modernistas. Igualmente, hay que visitar Licors Portet, auténtico especialistas de una de las bebidas de tradición más popular de Cataluña: la ratafía.
Muy cerca, recorriendo la rivera del embalse de Sant Antoni, llegamos a la ciudad de Tremp. La capital de la comarca del Pallars Jussà está de enhorabuena porque a sus atractivos turísticos añade un nuevo geoparque mundial: el de la Conca de Tremp-Montsec, el duodécimo en España. Se reconoce así la riqueza geológica y paleontológica y el rico patrimonio natural, histórico y cultural de un espacio repartido entre 19 municipios.
Y de la tierra al cielo; o al menos, esa es la opción que nos permite alargar nuestra ruta hacia Àger. Decir Àger es decir aventura. Sobre todo, parapente y ala delta. Por sus características, esta zona es uno de los mejor lugares para estas disciplinas de toda España. De hecho, aquí se encuentra la única escuela de Ala delta de Cataluña. Además, entre sus valores, está el espectacular Congost de Mont-rebei, perfecto para la práctica del kayak y el senderismo.
Hacia los monasterios del Cister
Siguiendo el curso del Segre, ponemos rumbo a la llanura de Lleida. Precisamente, es paseando a orillas del río, que podemos comprobar mejor cómo la silueta de la Seu Vella se impone en la ciudad. De la catedral, a primera vista, destaca su espectacular campanario de 60 metros de altura y el cimborrio. Como indica su nombre, la Seu Vella es la catedral antigua de Lleida. Podemos visitarla de forma conjunta al Castillo del Rey. La visita a este conjunto monumental permite disfrutar de otra magnífica panorámica de la ciudad.
En Lleida hay otros muchos monumentos destacados, como el Antiguo Hospital de Santa María, el Palacio de la Paeria, la Catedral Nueva, o los bellos edificios modernistas. El depósito del agua, referente del patrimonio industrial catalán, es una de las joyas más desconocidas de la ciudad. Finalmente, hay otro patrimonio, sólo que no monumental: los Cargols a la llauna, una delicia gastronómica que hay que probar antes de dejar Lleida.
A partir de la ciudad, una sucesión de árboles frutales y olivos nos acompaña hasta la comarca del Urgell. Antes de llegar a Vallbona de les Monges, sale a nuestro paso Arbeca, aún en Les Garrigues, con su sorprendente castillo, del que dicen que tenía tantas ventanas como días del año. En una visita se puede recorrer distintas parte como la torre del purgador o el impresionante balcón que da acceso a los depósitos de agua y la torre de los vientos. Por supuesto, antes de seguir viaje será mejor probar el aceite de la variedad Arbequina, que trajo de Palestina, el Duque de Medinaceli, ya en el siglo XVIII.
Seguiremos ruta hasta Vallbona de les Monges, el único monasterio femenino de la Ruta del Cister que une culturalmente a las comarcas de Alt Camp, Conca de Barberà y el Urgell. Conviene no quedarse solo en la belleza de este monasterio e ir un poco más allá en su historia que se remonta al año 1153 y que refleja la importancia que también tuvieron las mujeres en la Edad Media. Sus religiosas alcanzaron relevancia por su labor en el scriptorium. La comunidad ofrece visitas guiadas para conocer la cultura del monacato femenino.
Tierras de vino y arte rupestre
Paisajes de viñas, cereales y bosques se abren a nuestro paso hacia la Conca de Barberà, donde nos aguarda otro de los hitos de Cister en Cataluña. Llegar al Real Monasterio de Santa María de Poblet es entrar directamente en la Edad Media. Conocido popularmente como el “Escorial de Cataluña” por los monarcas que fueron enterrados en su iglesia, su origen se remonta al S.XII. Este monasterio, el más grande habitado de Europa, fue declarado Patrimonio de la Humanidad. En él hay una hospedería que recibe hasta doce viajeros varones que deben cumplir con el recogimiento monástico.
Fue con la vida religiosa que la cultura del vino se comenzó a desarrollar en estas tierras. Testimonio de ello son las conocidas bodegas modernistas diseñadas por el arquitecto Cèsar Martinell en las que se cría el vino D.O Conca de Barberà. Esta denominación de origen concentra 23 bodegas distintas; muchas de las cuales ofrecen catas de vino y cava.
En la misma comarca, están las montañas de Prades, donde se encuentra el testimonio más antiguo de civilizaciones que habitaron en la zona. Montblanc, capital de la comarca, es el punto de partida para las excursiones guiadas hasta el conjunto rupestre del barranco del Mas d’en Llort. Estas pinturas rupestres que se descubrieron en 1830, antes que las pinturas de la Cueva de Altamira, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad. Además, Montblanc es uno de los conjuntos medievales más bellos de Cataluña.
Desde aquí, la ruta sigue hasta El Priorat, otra interesante tierra de vinos. El secreto de esta denominación de origen se encuentra en sus viñas, escarpadas y de temperaturas extremas, que parecen querer tocar el cielo. De su difícil trabajo salen vinos de un temperamento muy personal y cada vez más valorados. Vale la pena conocer este paisaje y alcanzar el pintoresco pueblo de Siurana, último bastión árabe en la zona, que parece tallado directamente en la roca del promontorio desde el que se eleva.
Vuelta a los orígenes
Abandonamos lo agreste del Priorat hacia tierras más llanas. Reus es la ciudad de los orígenes de Antoni Gaudí y donde vivió hasta su marcha a Barcelona. Conoceremos la trayectoria del genial arquitecto en el Gaudí Centre, que se encuentra en la popular plaza del Mercadal. En Reus, a pesar de ser el lugar de la infancia de Gaudí, no hay muestra de su arquitectura. Algo que queda compensado sobradamente con varías otras obras representativas del Modernismo catalán firmadas por Domènech i Montaner.
Junto al del Centro Gaudí, encontramos en una de las esquinas de la plaza, la Casa Navàs, una de las joyas destacadas que se pueden ver en la Ruta del Modernismo de Reus. También de Domènech i Montaner, destaca el Instituto Pere Mata, maravilla modernista en la que ya apuntan los rasgos esenciales del posterior Hospital de Sant Pau, en Barcelona. Además de por su arquitectura, podemos conocer Reus a través del Vermut. Y es que, en el siglo XVIII, el aguardiente la situó entre las principales capitales del mundo: “Reus, París y Londres”, solía decirse.
Es interesante hacer noche en Reus antes de proseguir hasta el punto final en la ruta porque nos aguarda todo un museo al aire libre: Tarragona. O tal vez, debiéramos decir mejor, Tarraco, la gran ciudad imperial, la que viviera el esplendor del gran César Augusto. El anfiteatro es uno de los enclaves más simbólicos de esa Tarragona. Pero, además, hay que pasar frente a la Catedral de Santa Tecla e imaginar la extensión que ocupó el Gran Foro Provincial (un equivalente a dos veces el Camp Nou) o pasear por la cabecera del Circo y recorrer los restos conservados de la muralla, la construcción arquitectónica romana más antigua conservada fuera de Italia.
Ambos lugares, el anfiteatro y la catedral, forman parte de los ocho espacios a través de los cuales se desarrolla la Ruta de los Primeros Cristianos. Esta ruta muestra el importante patrimonio artístico y arqueológico paleocristiano de Tarragona.
Además, Tarragona es “Ciutat de Castells"; aquí, como en Valls y otros lugares clave de Cataluña, la tradición castellera se vive con intensidad por parte de las cuatro "colles" (Xiquets de Tarragona, Jove dels Xiquets de Tarragona, Xiquets del Serrallo Castellers de Sant Pere y Sant Pau). Por todo ello, este es el cierre perfecto: si en los Pirineos, donde comenzábamos nuestro viaje, son los campanarios de las iglesias románicas los que parecen querer tocar el cielo, en Tarragona, son los castillos humanos los que se encargan de alcanzar el cielo soportando el peso de la historia en un vibrante y estético esfuerzo común.
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