ES EL MOMENTO, ACÉRCATE A LOS ALPES AUSTRIACOS
Austria convoca. Pero más allá de Viena y su apego indisoluble a la música, más allá de Graz, de Salzburgo, del Tirol… es en las tierras altas de esta tierra montañosa donde es más fácil encontrarse con la intimidad folclórica de un país que ha aprendido a conciliar su legítima “ilustración” de pulcritud, pinares y tradiciones. De hecho, hoy creo que el punto álgido de la belleza austriaca se esconde en los Alpes. En esos pueblos de relatos para niños, escenarios de Hansel, de cuentos y leyendas que hablan de lagos subterráneos, bosques húmedos y casitas de casitas de tejados en punta.
Está claro que, cuando uno viaja por Austria, no debería pasar por alto el caristmático universo alpino. Esta vez no quiero hablaros de los tópicos del territorio, sino de un pueblo encajonado entre montañas, de una postal de cumbres y arboledas.
Hallstatt mira al lago; es casi un vicio bonito, una tarea inevitable para un pueblo que se abre como una ventana sobre el Hallstätter See. Es una aldea de terrazas y calles empinadas que se construye sobre las laderas del Dachstein (2.995 m).
A 80 kilómetros de Salzburgo, Hallstatt ocupa uno de los cordones de la región popularmente conocida como la región de los lagos. Aunque hoy lleve su historia atada a los celtas fue mucho antes de la parición de esta cultura cuando esta tierra ya florecía. Y en ese resurgir, la sal, el “oro blanco”, tuvo un papel fundamental.
EL ORO BLANCO
Desde el 800 hasta el 500 a C, Hallstatt se caracterizaba por sus galería infinitas repletas de sodio. Hoy, aquellas minas que ya funcionaban hace más de 2800 años son consideradas las más antiguas del mundo y constituyen el eje de uno de los itinerarios tradicionales para los viajeros modernos.
Lo cierto es que Hallstatt se fundó hace más de 3000 años, y desde entonces vive envuelta en sus neblinas matinales, creciendo lentamente, como respetando al máximo el entorno natural que la contiene.
CALLES PARA EL SUSURRO
Llegué a este pueblo de cuento de hadas en un tren rojo como las fresas. Todo era allí de colores y más cuando la primavera se dignaba a dar su vuelta de temporada. Desde la estación, al otro lado del lago, el pueblo se veía entre esas alturas de montaña y un infinito bosque de pinos. Tuve que cruzar en uno de los barcos que esperaban a los pasajeros ferroviarios.
Con las primeras horas de caminata uno entiende muy pronto ese espíritu salvaje y –al mismo tiempo- paradójicamente cauto que envuelve a la región; esa prolijidad detallista que se traduce en la impecabilidad urbana rodeada de naturaleza : ni un papel en el suelo, ni una pincelada de más en los tejados, ni un ápice de desorden.
Lo primero que hice fue recorrer las calles empinadas del centro. En la plaza del Mercado, una estatua de la Santísima Trinidad domina la escena desde 1744. A lo largo del camino se iban sucediendo las casitas del siglo XVI, con sus paredes de colores o pintadas directamente con algún fresco decorativo de artistas locales. Y después flores, muchas flores. Parecía una perfecta y preciosa confabulación de la primavera. No había ventanales son color.
LAS MINAS DE SAL
En la actualidad las minas de sal, además de funcionar como antaño, aunque en menor escala, se han transformado en uno de los atractivos turísticos por excelencia. Hay que subir de la montaña en funicular. Una vez dentro, el guía de turno escupe su speech. Alucina caminar por el corazón de la montaña hasta toparse de pronto con un lago subterráneo. El paseo es de película, créanme.
Al día siguiente, el rumbo estaba marcado hacia el sur. Desde la ciudad tomé la carretera que bordea el lago y salí hacia las cuevas del Dachstein.
Fácilmente –todo está señalizado- llegué al funicular que desemboca en la entrada de las más conocidas cavernas de hielo de la región. Es otra de las maravillas de la región de los lagos. El ambiente es otra vez de película, la luz del interior es un caleidoscopio gigantesco que va reflejándose mil veces entre estalactitas y estalagmitas de agua helada.
Ya se iba la tarde, así que entendí que debía seguir mi camino. Hacia Salzburgo, la bella ciudad del rey Mozart. Pero esa es otra historia que les contaré otro día…
Fotos de Gonzalo Martínez Azumendi
CÓMO IR. La forma más rápida es en avión hasta Salzburgo. En Salzburgo, puede alquilarse un coche o coger el tren hasta Hallstatt, donde posteriormente se cruza el lago en barco. Muy bonito, vale la pena.
QUÉ VER
Museo de la Prehistoria. Resulta interesante para entender la importancia cultural que ha tenido la ciudad en Austria.
Pfarrkirche. En el centro del cementerio y rodeada de un precioso paisaje, la iglesia parroquial está situada en una posición dominante sobre el lago. Es del siglo XV.
St. Michaelskapelle. En la planta inferior de esta santuario gótico está el osario parroquial, utilizado desde 1600, al que se trasladaban los restos de las personas fallecidas.
Plaza del Mercado. Zona peatonal, rodeada con casas del siglo XVI de alegres colores.
Minas de sal. En el valle de Salzberg. Ha estado en actividad desde hace 2800 años. Se siguen explotando en la actualidad.
Cuevas de hielo. En las laderas del Dachstein. Hay que ir a Overtraun y allí coger el funicular. Son espectaculares.
DÓNDE DORMIR
Grüner Baum. Marketpltaz, 104. Casa muy acogedora, de 1760. Las habitaciones balconean al lago. Es probablemente el mejor hotel de la ciudad.
via Oriol Pugés https://ift.tt/2KTrylW
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