sábado, 11 de agosto de 2018

Viajes. Córcega, del interior a la costa

A Córcega la definen la preservación de un entorno natural y la conciencia ecológica. No abundan cadenas hoteleras ni bloques de pisos frente al mar ni lugares de comida rápida. Apuesta por el turismo, pero sin poner en peligro la identidad. Hasta hace poco era imposible llegar en compañías low cost. Su riqueza patrimonial y paisajista es ajena a tendencias. Se expresa principalmente en francés pero leeremos muchos carteles en corso, idioma de origen italiano que, gracias a reivindicaciones y bregas permanentes, es reconocido por el estado francés como lengua cooficial.

Para abarcarla en su conjunto conviene apostar por el coche como medio de transporte y separar en el mapa la Córcega del oeste y la del este. La primera tiene como capital a Ajaccio y la segunda a Bastia. A grandes rasgos, una es refinada y la otra popular; la primera mira a Francia y la segunda, a Italia. A mitad de camino, con una universidad que aglutina a 4.000 estudiantes y que se erige en el principal referente de la resistencia de la lengua corsa, está Corte. Esta ciudad entre montañas fue elegida capital histórica por Pascal Paoli, el gran teórico e icono de la independencia corsa, el hombre de las luces de la revolución que independizó a la isla del poder genovés entre 1755 y 1769, fecha en que fue comprada por Francia.

Decía D. H. Lawrence que el sol era su necesidad íntima. Si el escritor hubiera pisado el golfo donde se emplaza Ajaccio no se habría ido nunca. Desde mayo hasta finales de octubre, en la céntrica playa de St-Françoise, cualquier momento es bueno para bañarse. No queda lejos de la Maison Bonaparte, la casa en la que nació Napoleón. También tiene su estatua al final del Cours Grandval y el Grand Café Napoleón, de los más antiguos establecimientos en la ciudad. El Palais Fesch (Museo de Bellas Artes), fundado por el Cardenal Fesch (tío de Napoleón I), expone obras de Botticelli, Bellini o Tiziano. A 7 kilómetros se encuentran las Islas Sanguinarias, cuatro pequeñas islas desde donde observar resplandecientes puestas de sol. Allí no cuesta nada imaginar a Alphonse Daudet traspasando la emoción a su libro Cartas desde mi molino, en el que hallamos su texto "El faro de las Sanguinarias", donde evoca su experiencia como farero en este lugar: "Otro bello rincón que encontré para meditar y estar solo. Figuraos una isla rojiza de salvaje aspecto, el faro en una punta, y en la otra una vetusta torre genovesa".

Naturaleza salvaje

No se debe pasar por alto el desvío que anuncia Capo di Feno, la playa más hermosa, salvaje y arrebatadora de la región. En ella se concentran la espontaneidad de las olas y el ímpetu de los surfistas. De vuelta a Ajaccio una forma de celebrar tanta generosidad natural puede ser acudir a Chez Jean Jean. En este restaurante solo se sirve un plato y requiere genuflexión: langosta con espaguetis. La banda sonora que invade la terraza también es única: Tino Rossi, el artista más querido de la isla. Nació en Ajaccio en 1907, murió en París en el 83 y vendió más de 500 millones de discos.

Dado su emplazamiento y su apariencia Bonifacio se convierte en una encrucijada rebosante de promiscuidad viajera

De camino al sur esperan sorpresas en forma de pueblos –Olmeto, una pequeña delicia tradicional, o Sartène, más grande y muy arraigado a sus costumbres– y de playas. Las hay extensas y de fácil acceso como Cupabia, fusión de pinos y agua cristalina en cuya arena suele tomar el sol alguna que otra vaca, ensimismada ante la marea con los ojos entornados. También las hay recónditas y silvestres como Roccapina, secreto al que se accede descendiendo un camino de tierra, o como Pianottoli-Caldarello, más escarpada, ideal para pasar el día a solas, con la sensación de estar en otro mundo y de entender a Cesare Pavese: "En los viajes nada le pertenece a uno salvo las cosas esenciales: el aire, el descanso, los sueños, el mar, el cielo... todo tiende hacia lo eterno o a lo que imaginamos de la eternidad".

De la idiosincrasia corsa nos hablarán numerosos detalles, como esos cochons sauvages (cerdos) de negro pelaje que piden paso en las carreteras secundarias y algunas cruces que se ven frente al mar, levantadas en lugares privilegiados, donde los corsos jamás construyen –prefieren resguardarse en el interior– para así reservar a sus muertos las mejores panorámicas.

Dado su emplazamiento y su apariencia Bonifacio se convierte en una encrucijada rebosante de promiscuidad viajera: invita al ritual del paseo por tierra y por mar. Por un lado se halla el puerto, alargado y glamuroso, y por otro la ciudad vieja, desplegada en lo alto de unos acantilados de piedra blanca lijada por siglos de corrientes de aire y de agua. Son las famosas falaises que iluminan todas las postales y dan carácter a un pueblo tocado por la filantropía de la naturaleza. Por supuesto, hay que recorrer la muralla y bajar al mar por los asombrosos 189 escalones de la Escalier du roi d’Aragon (otro vestigio del reino de Aragón), tallados directamente en la piedra, así como acudir al cementerio marino. En embarcaciones desde el puerto se accede a las islas Lavezzi, una reserva natural cuya única construcción es un faro. Agua turquesa y playas desérticas que se alcanzan superando rocas.

Playas para todos los gustos

Aquí la vida no es mecánica, no transita por los carriles de las imposiciones tecnológicas y el viaje adquiere significados mayores, como el de sustituir lo común por lo extraordinario. A dos pasos está el selecto golf de Sperone, y más adelante, ya cerca de Porto Vecchio, las playas que todo viajero memorizará: Palombaggia, Santa Giulia, Rondinara... Si las playas del oeste eran agrestes y aparecían entre acantilados, las del este tienden a ser arenosas y largas y crean un rincón turquesa en el Mediterráneo.

Más allá del Vieux Port vale la pena pasear las coloridas calles de La Citadelle de Bastia

Bastia es bastante más marinera que Ajaccio y, por tanto, más festiva y reconocible desde el humor. La gastada belleza de su puerto habla de arquitectura genovesa, de pescadores felices y, junto a las torres de la iglesia de Saint-Jean-Baptiste y la multitud de veleros y los bulliciosos cafés que los rodean, conforman un fresco marítimo de lo más genuino. Más allá del Vieux Port vale la pena pasear las coloridas calles de La Citadelle, fortaleza medieval instalada sobre un promontorio rocoso de cuando Bastia fue la capital de Córcega durante la ocupación genovesa.

En el centro espera la vibrante Place du Marché, donde se despliega el mercado de comida. Entre frutas y verduras predomina la charcutería producida en el interior de manera artesanal y basada en la raza de cerdo nustrale, criada en semilibertad y alimentada con castañas, bellotas y raíces de arbustos de la maquia. A según qué horas se hará difícil hallar sitio en las terrazas, siempre propicias para picar unos buñuelos de brocciu, delicioso queso fresco de oveja o de cabra.

El Cap Corse condensa naturalidad agreste y variedad de costa. Erbalunga se sustenta en su puerto tradicional que, por su parecido con algunos parajes de la Costa Brava, hubiera encandilado al propio Josep Pla. En Luri resiste la Torre de Séneca donde, según cuenta la leyenda, estuvo preso el intelectual romano. Desde Macinaggio, otra reliquia marinera, se puede bordear la costa a pie siguiendo el último tramo del Sentier des Douaniers (sendero de los aduaneros). El camino requiere unas tres horas y lleva hasta Barcaggio, en la punta del cabo, para luego, del otro lado, entregarse al ambiente deliciosamente decadente y pesquero de Centuri. De bajada, de ninguna manera se podrá evitar Nonza, elevado y armónico, tentador por la playa de arena negra que tiene a sus pies, ¡qué panorámica!

En apenas 8.500 km2 Córcega combina playas de agua cristalina con montañas que alcanzan los 2.700 metros. La isla está atravesada de norte a sur por una imponente cordillera. Esta columna vertebral puede recorrerse a través de un sendero que no tiene nada que envidiar en paisajes y verticalidad a los que surcan los Pirineos. El GR-20 es una de las rutas de senderismo más impactantes de Europa. Enlaza Calenzana y Conca, dentro del Parque Natural Regional de Córcega, y, a lo largo de 180 kilómetros, asciende un desnivel de nada menos que 12.800 metros. El caminante atraviesa magníficos bosques de castaños y de hayas, lagos, circos montañosos y picos que parte del año quedan cubiertos por la nieve, la misma que luego da brillo al paisaje y alimenta los ríos, que forman pozas idílicas y refrescantes.

Si ponemos rumbo a Porto será inexcusable detenerse en L’Île-Rousse y Calvi. Allí, entre Porto y Piana aguardan las Calanques, una angosta calzada que circunda un capricho geológico en forma de enormes rocas de granito rojo declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Su visión constituye una experiencia deslumbrante. De Porto y Calvi salen los barcos para disfrutar de la reserva natural de Scandola, primera de Francia en ser terrestre (900 hectáreas) y marítima (1.000). Como quien busca reconquistar la inocencia, salpicado por las gotas de agua de mar que precisa todo ensueño, nadie se cansa de fotografiar islotes, grutas y acantilados donde la lava alterna con el granito, que culminan un viaje iniciático y a la vez definitivo. Y es que el tiempo en Córcega no se relaciona con la urgencia, sino más bien con algo parecido a la infinitud.



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