Asombra que un país minúsculo, más pequeño que la Comunidad Valenciana, pueda concentrar tal cantidad de maravillas. Y sin embargo Eslovenia, que perteneció al imperio austrohúngaro durante 600 años, que desde la Segunda Guerra Mundial formó parte de la República de Yugoslavia y que se hizo independiente en 1991, atesora algunos de los más bellos parajes naturales que pueden verse en Europa.
Desde los imponentes Alpes Julianos hasta una pequeña salida al mar Adriático, pasando por un mosaico de bosques, cuevas, lagos y ríos flanqueados de viñedos que dan caldos de reconocido prestigio. Todo aliñado con un jugoso legado histórico y una incipiente sofisticación culinaria que comienza a tener mucho que decir, con figuras como Ana Ros, elegida en 2017 la mejor chef femenina del mundo.
Liubliana, la capital
El mejor inicio es Liubliana, la coqueta, amable y dinámica capital eslovena, que se emplaza en el centro geográfico del país. Esta ciudad de espíritu mediterráneo pero corazón germánico goza del apacible ritmo con el que se vive en los pueblos, aunque con una interesante escena cultural.
Liubliana fue Capital Verde Europea de 2016 por sus parques y su conciencia ecológica.
La capital eslovena invita a pasear sin rumbo fijo. Recorrer las calles empedradas del casco viejo desde la Plaza Presernov, donde se erige la estatua del gran poeta France Preseren (1800-1849). Atravesar el Puente Triple, rediseñado en 1929 por el emblemático arquitecto Joze Plecnik, con tres arcos que canalizan el tráfico rodado y peatonal. Emprender un paseo a la vera del río Liublianica, flanqueado por cafés con terrazas. O contagiarse del ambiente bohemio del embarcadero de Trnovo, en cuyas escalinatas, ahora que asoma el buen tiempo, se congregan los jóvenes al caer la tarde.
En Liubliana conviene además subir al castillo medieval –a pie o en funicular– para ver la mejor panorámica, curiosear por el Mercado Central y, sobre todo, disfrutar de la atmósfera cool de restaurantes, tiendas de diseño y bares de moda que, como buena ciudad universitaria, hierven de animación a todas horas.
Eslovenia natural
Eslovenia es esencialmente un destino de naturaleza. Al sur de la capital se puede recorrer la región de la Carniola Interior, con pueblos y bosques donde habita una población de osos pardos con unos 450 ejemplares. De aquí proceden los osos con los que se intenta recuperar la especie en las dos vertientes de los Pirineos y en los Alpes franceses e italianos.
Hacia el norte de Liubliana, en menos de una hora se llega al gran emblema del país: el lago Bled. El paraje regala la imagen romántica de su pequeña isla con iglesia, una fortaleza colgada de un acantilado, las aguas turquesas del lago y, como telón de fondo, los Alpes Julianos. Sin embargo, el enclave es mucho más que un escenario de cuento. Su oferta de actividades (piragüismo, submarinismo, senderismo…) atrae a amantes de la aventura, mientras los menos intrépidos pueden dar largos paseos en barca de remo o a bordo de una góndola tradicional.
Los Alpes Julianos son el telón de fondo del idílico lago Bled.
La preciosa Bled es el inicio de las excursiones que se adentran en los Alpes Julianos. Hasta ellos se asciende por una carretera que cruza bosques frondosos y valles con aldeas alpinas. El principal tesoro de estas montañas es el Parque Nacional Triglav, la reserva más antigua de Eslovenia (1924) y la más extensa (88.000 ha), a solo 20 km de Bled. Bajo los pliegues de este murallón surcado por desfiladeros destacan dos pueblos encantadores, Trenta y Kranjska Gora, este con una famosa estación de esquí. La reserva ofrece rutas para recorrer a pie o en bicicleta.
El itinerario senderista más popular es el que sigue el río Radovna. Se inicia junto a su fuente, recorre por pasarelas de madera la garganta Vintgar (1, 6 km de largo y paredes de 100 m de alto) y culmina en la cascada Sum, un salto de 13 m que se contempla desde un mirador.
La excursión más emblemática del parque es la subida al pico Triglav, la mayor altitud del país (2.864 m). Esta cumbre tiene un significado casi espiritual: no hay esloveno que no haya hollado esta cima que, según la mitología eslava, es la morada de un dios adivino, representado como un caballo con tres cabezas.
El hermoso valle del Soca
A sus pies, en las estribaciones del parque nacional, se extiende el impresionante valle del Soca, por el que se abre paso el río del mismo nombre, con su intenso color aguamarina. Entre abril y octubre el cauce aparece salpicado de piraguas, listas para abordar uno de los mejores descensos fluviales de Europa.
El valle también guarda el trágico recuerdo del frente más sangriento de la Primera Guerra Mundial, en cuya memoria se erigió la iglesia de Holy Spirit, una maravilla art nouveau concebida para aunar todas las confesiones y homenajear con sus nombres a los 300.000 soldados fallecidos.
Las entrañas de Eslovenia están cuajadas de cavidades, algunas de las cuales se pueden visitar.
La ruta, ahora dirección sur, sigue por la región del Karst, que ha dado nombre universal a un tipo de formación geológica caracterizada por un paisaje calizo, rico en cavidades subterráneas. Porque si Eslovenia en la superficie es deslumbrante, en las profundidades esconde otro mundo maravilloso: 10.000 grutas con las que emprender, cual Julio Verne, un viaje al centro de la Tierra. Emplazadas cerca del pueblo de Divaca, las de Skocjan, declaradas Patrimonio Mundial, son tal vez las más impactantes. Explorar estas cuevas esculpidas por el río Reka a 250 m de profundidad –siempre en grupos guiados– es como sumergirse en un abismo de desfiladeros y restos de asentamientos prehistóricos donde habitan hasta 15 tipos de murciélagos.
Final en el Adriático
Más amplio es el horizonte de nuestro último destino, Piran. Seguimos hacia el oeste un trayecto de una hora por carreteras que discurren entre bosques de hayas, robles y avellanos. De pronto aparece el mar. La costa eslovena, de apenas 47 km sobre el Adriático, acoge uno de los tesoros de la Península de Istria. Es Piran, una deliciosa población con casas de colores que descienden por laderas hacia el agua, una plaza pavimentada en mármol y un entramado de calles retorcidas que destilan un romanticismo decadente. Por algo, en un alarde de originalidad, la llaman «la Venecia chica» de Eslovenia. Este país es un tesoro guardado en el corazón de Europa.
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