Los instantes iniciales en una ciudad asiática suelen ser terriblemente desconcertantes, sobre todo si hablamos de una metrópolis tan caótica y vasta como Bangkok. Cuando ponemos los pies en un lugar por primera vez tendemos a comparar con nuestras experiencias previas y para mí la capital de Tailandia era una amalgama entre Saigon con sus ríos de motos, Nueva Delhi y sus coloridos tuk tuk por doquier o Hong Kong por sus altísimos rascacielos y autobuses abarrotados. Ese olor a Asia es inconfundible.
No obstante, conforme van pasando las primeras horas y dejas de estar aturdido por el jetlag, el ruidoso tráfico y los chaparrones monzónicos, te das cuenta de que Bangkok es una ciudad con muchísimas señas de identidad propias, con mucha personalidad. Los cientos de wat o templos que engalanan sus calles, los salones de masaje desparramados en cualquier rincón y, sobre todo, la sonrisa perpetua en el rostro de sus gentes. Da igual que sea un hombre bien vestido que trata de timarte a la entrada de un monumento, un taxista que te pregunta dónde quieres ir o un grupo de jóvenes masajistas que tratan de que alcances el nirvana mientras estiran tus músculos y retuercen tus articulaciones.
Una vez sacudida esa confusión inicial cogí mi cámara, me embadurné de crema solar y cargué con un par de botellas de agua antes de subirme a uno de los miles de taxis de colores chillones que circulan por la ciudad. Le dije en inglés al taxista que me dirigía a la zona de Ko Ratanakosin donde están los principales monumentos de Bangkok. Afortunadamente puso el taxímetro (hay veces que te dicen precio y te toca regatear) y en unos 20 minutos me encontraba como buen turista sudando la gota gorda frente a las puertas del Gran Palacio. Tras una exhaustiva visita, caminé unos 15 minutos hasta llegar a las puertas de uno de los lugares que más me encandilaron de la capital de Tailandia, el Wat Pho o templo del Buda Reclinado.
Visita al Wat Pho o templo del Buda Reclinado
El Wat Pho es mucho más tranquilo que el complejo del Wat Phra Kaew y el Gran Palacio y tiene el gran aliciente de contar con unos jardines preciosos donde desconectar un rato del caos de Bangkok o tumbarte a la sombra de un árbol para refrescarte. Mimetízate con los locales y pégate un buena siestecita. En ese momento me sentí muy afortunado de ser finalista de los premios Bloguero Gold promovidos por la Tarjeta Gold American Express y tener la oportunidad de visitar un lugar tan maravilloso como aquel templo budista.
La entrada al recinto cuesta sólo 100 Bath (2,5 €) y casi todo el mundo va directo al pabellón que cobija al gigantesco Buda Reclinado. Cuando estás “cara a cara” con él sólo puedes soltar una onomatopeya de admiración. Esta descomunal estatua dorada mide 43 metros de largo y 15 de alto y los peregrinos se dedican a rodearlo. Si cierras los ojos escuchas como un tintineo constante. En la parte de la espalda hay como unos cuencos en los que los fieles van depositando moneditas para pedir el favor de la deidad y que suenan como una lluvia golpeando contra un cristal.
El resto del Wat Pho también es muy estético. Además del Buda Reclinado y los jardines, este templo presume de tener la mayor colección de Budas de Tailandia y el centro de enseñanza más antiguo. Es casi una obligación perderse un rato largo entre las bellísimas estupas decoradas y la vegetación que da cobijo a los fieles y curiosos que acaban de quedar atónitos antes el Buda Reclinado.
Escuela de medicina y masajes tradicionales
El masaje en Tailandia es casi tan ancestral como la devoción de sus habitantes por el budismo. De hecho, cuentan que esta práctica fue creada por Jivaka Kumar Bhaccha que se inspiró en las enseñanzas de Buda en India y que añadió esta nueva técnica terapéutica a sus lecciones de asana y meditación. Dentro del fervor de los tailandeses por los masajes, uno de los lugares más importantes del país para aprender este arte es el propio Wat Pho, donde se ubica la principal escuela de medicina y masaje tradicional tailandés o Nuat Phaen Boran.
Justo al fondo del recinto del templo se pueden observar unas tablillas de piedra donde se explican las principales técnicas del masaje tailandés, una transcripción que fue ordenada hace más de 200 años por el Rey Rama III. No obstante, al viajero lo que más le puede interesar es relajarse con un masaje en los dos pabellones que hay habilitados junto a la escuela.
Si nunca te has dado un masaje tailandés éste es un gran lugar para iniciarte, así que para zambullirme en la cultura local pagué los 420 bath (poco más de 10 €) que costaba una hora y acompañé al que iba a ser mi masajista los siguientes 60 minutos. Me condujo a una sala común muy silenciosa repleta de camas pero muy bien refrigerada. Me dio unos pantalones de tela y me cambié en una salita contigua.
Desde los primeros instantes descubrí que el masaje tradicional tailandés no tiene nada que ver con el que te puedes dar en un spa en España. Te presionan y retuercen decenas de puntos y músculos que no sabía ni que formaban parte de mi cuerpo. Es una mezcla de relax y dolor al que poco a poco te vas acostumbrando y que se torna en placer. Hubo momentos más dolorosos que una patada de muai thai en todos los morros, aunque al final sales flotando y extrañamente relajado. La sonrisa es contagiosa, así que lo único que pude hacer cuando terminó la sesión es devolverle el gesto al hombrecito que me machacó, estrujó y torció durante una hora. Todo sea por contar la experiencia.
Galería de fotos del Wat Pho o templo del Buda Reclinado
Quiero dar las gracias a American Express por haberme seleccionado como finalista de los premios Bloguero Gold, gracias a los cuales pude viajar a Bangkok con 200.000 puntos del Programa Membership Rewards® Club.
via Pau http://ift.tt/1Qa2jJb
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