No es Jordania un país en el que quedarse unos pocos días. La configuración de sus fronteras es sorprendente e interesante a primera vista. Privado del Mediterráneo por la creación de Israel, Jordania sólo tiene salida al mar por el puerto de Aqaba, cuyas aguas son una extremidad del Mar Rojo. Pero el país también comparte con Israel dos mares pequeños, pero de los más curiosos de la Tierra: el Mar Muerto y el Mar de Galilea.
El primero se encuentra a 416 metros por debajo del nivel del mar. Junto a sus orillas se extienden las tierras situadas al más bajo nivel de toda la superficie terrestre con un altísimo porcentaje de sal, un 33%, que hace totalmente imposible la existencia de vida animal o vegetal.
Por el contrario las aguas puras y dulces del Mar de Galilea hacen de éste un lugar beatífico por naturaleza. Fue aquí donde, hace aproximadamente 10.000 años, el hombre se decidió a plantar y cultivar la tierra, abandonando el viejo estilo nómada utilizado por los primeros asentamientos permanentes de la humanidad.
Sin embargo, tres cuartas partes del país es desierto y esa es la razón por la que su recurso mayor sigue siendo su capital turístico, que es mucho.
Encontramos en Jordania un buen número de enclaves bíblicos y muchos otros alicientes, como las fabulosas ruinas romanas de Jerash, los parajes del mar Muerto, los fondos de coral del mar Rojo o las arenas rojizas del fascinante desierto de Wadi Rum. Claro que todos ellos pasan casi totalmente inadvertidos ante la magnitud de Petra, la ciudad roja de las arenas, sin lugar a dudas el mayor tesoro del país.
Pero es Amán, la capital, la puerta de entrada. Aunque es una de las ciudades más antiguas del mundo apenas guarda huellas de su pasado. Sin embargo, es una ciudad fascinante, llena de contrastes, una mezcla única de lo antiguo con lo moderno. Para enamorarse un poquito de Amán hay que dirigirse al centro de la ciudad. Ahí sigue en pie un teatro romano del siglo II.
Poco más ofrece Amán, en todo caso habrá que visitar los escuetos bazares que rodean la mezquita de El-Hussein y subir a la Ciudadela para visitar lo que queda del palacio omeya, las columnas del templo romano de Hércules y avistar toda la ciudad desde las alturas.
JERASH, RUINAS ROMANAS MONUMENTALES
A menos de una hora de Amán, en dirección norte, la inmensa columnata de Jerash surge del desierto como para recordar que aquí se elevaba antaño una ciudad greco-romana, la antigua Gerasa de la Decápolis de Palestina, rival de Palmira.
Oculta durante siglos en la arena antes de las excavaciones y restauraciones durante los últimos 70 años, Jerash, sin duda una de las ciudades romanas mejor conservadas de todo el mundo, revela un perfecto ejemplo del gran urbanismo formal romano. Los siglos han conservado el foro pavimentado, el teatro de 5000 plazas (algunas numeradas en la piedra), los tres arcos monumentales de un arco de triunfo bajo el que sigue pasando la vía romana que el emperador Adriano siguió hace diecinueve siglos y un soberbio hipódromo (siglo II) en el que cada día se escenifican espectáculos de gladiadores y cuadrigas.
POR LA LLAMADA “RUTA DEL REY”
Jordania es un país de distancias pequeñas y el buen estado de la mayoría de las carreteras contribuye a que se llegue sin demasiados problemas a todas partes. Es, pues, el momento de volver, de emprender el camino recorrido y volver hacia Amán.
Pasada ésta, en dirección sur, en la cresta rosa de los montes de Moab, la primera ciudad de la “ruta del rey” es Mádaba, uno de los lugares más importantes de Tierra Santa, y que debe su lugar en la arqueología a un mosaico bizantino: “el mapa de Mádaba”. Éste representa Palestina en el siglo VI, con la ciudad de Jerusalén en el centro, rodeada de sus murallas. Con dos millones de piezas de piedras de colores y con una extensión de 25×5 metros originalmente, en la actualidad se puede contemplar prácticamente en su totalidad.
Cerca de Mádaba, el monte Nebo es el punto más alto de las montañas moabitas. Es el lugar en el que está enterrado Moisés y el lugar santo más venerado de Jordania. Una vez en la cima, se puede contemplar, tal y como lo hizo Moisés, el vasto paisaje compuesto por el valle del río Jordán, el mar Muerto, Jericó y Jerusalén.
Precisamente, también el mar Muerto es parada obligada en este viaje.
Es extraño el mar Muerto, el ambiente enrarecido del mar tiene algo de irreal. De hecho, el mar Muerto es el punto más bajo del planeta (416 metros por debajo del nivel del mar). Para remate, es imposible hundirse en sus aguas debido a la saturación de sal (supera seis veces la de cualquier otro mar del mundo). Algún hotel de lujo ha abierto ya sus puertas y ofrece los mismos tratamientos de salud y belleza que tan populares han vuelto los lodos del mar Muerto en la orilla israelí.
PETRA, LA CIUDAD INMORTAL
Finalmente llegamos a Petra, la inmortal Petra, adonde se llega por la carretera del desierto. Sumida en el caos de sus púrpuras montañas, es el mayor tesoro de Jordania, la “ciudad muerta”, el “Angkor del desierto”, un montón de templos que forman cuerpo con la montaña, tumbas con aires de palacios, cavernas con frontones tallados al fondo de un anfiteatro colorista como un arco iris.
Petra, la antigua Selo –la Roca de los Edomitas de la que habla la Biblia- fue la enigmática capital de los nabateos (tribu árabe muy trabajadora que se estableció en la zona hace más de 2000 años y la convirtió en una importante ciudad de paso de las rutas de la seda) entre el siglo V antes de JC y el año 105, en que Trajano convirtió su reino en provincia romana. Para penetrar en el corazón de esta ciudad perdida en la montaña solo hay un acceso: un desfiladero sinuoso, el siq. Una vez dentro es fácil adivinar por qué Petra ha sido denominada a menudo como la octava maravilla del mundo antiguo.
Petra es fascinante y si se quiere visitar bien se necesitan, por lo menos, dos días. De todas formas, en un día es posible visitar lo más importante y disfrutar de un día maravilloso.
Probablemente una de las visitas inexcusables en Petra sea al Monasterio, construido para el descanso eterno del rey nabateo Obodas. Para ello habrá que caminar poco más de 30 minutos y subir 1.000 escalones, pero la recompensa final vale la pena. Contemplarlo con la puesta de sol es todo un acontecimiento. Mientras llega el momento crucial uno puede tomar un dulcísimo xai (té) amenizado con las charlas de los beduinos. De vuelta hay dos opciones: bajar la escalera excavada en la montaña a pie de nuevo o en burro, toda una experiencia teniendo en cuenta los vertiginosos precipicios que quedan a un lado de la montaña y que los burros sortean con una habilidad pasmosa.
WADI RUM Y MAR ROJO
Al sur de Petra, el viaje hasta el golfo de Aqaba por el famoso desierto del Wadi Rum, adopta el aspecto de una fabulosa expedición a los valles de la Luna. Escarpamientos rojos ocultan cornisas de cobre. Se conduce en medio de rellanos calcinados, de muñones carcomidos por ríos de arena. El Wadi Rum fue el rincón preferido de Lawrence de Arabia que lo describió como “enorme, resonante y divino”.
Hoy el turismo aprovecha este maravilloso escenario y se atreve a cruzarlo durante unas pocas horas en camello o en automóviles todo terreno. Y es que este fascinante entorno natural ofrece un amplio abanico de posibilidades: pasar una noche a luz de las estrellas, sólo rodeados de dunas y espectaculares rocas; contemplar la inmensidad del desierto desde las alturas contratando un viaje en globo; disfrutar de una buena jornada de trekking o escalada…
Efectivamente, el paisaje lunar del Wadi Rum es único en el mundo, salpicado por inmensas montañas con distintas tonalidades de rojo, amarillos y naranjas. Sus matices se dispersan sobre las dunas de arena del desierto haciendo que el paisaje sea un espectáculo impresionante. Es aquí donde uno se siente insignificante ante la majestuosidad de las montañas y sobrecogido por la serenidad y el ambiente silencioso de este increíble enclave.
El mar Rojo no queda lejos. Más allá de los desfiladeros montañosos, el puerto de Al Aqaba comparte el fondo del golfo con su vecino israelita Elat. Al Aqaba es la única apertura marítima de Jordania. En medio de palmeras y tamariscos, es una estación balnearia que se ha desarrollado en pocos años, reino de la inmersión submarina entre los arrecifes coralinos del “mundo del silencio”. Porque es en el mar Rojo, cuyas cálidas aguas albergan algunos de los fondos marinos más espectaculares del mundo, donde los submarinistas dan rienda suelta a su pasión y descubren un maravilloso mundo de coral sin apenas alejarse de la costa.
Al Aqaba es, por lo demás, un pedazo de mundo occidentalizado, con todos sus hoteles, bares, restaurantes…
Magnífico final de viaje, ¿no creen?
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