Para hacerse con una idea clara de cómo es la ciudad, lo mejor es subir al lugar más alto. En este sentido, Ljubljana nos lo pone fácil: Ljubljanski Grad, el castillo, es un extraordinario mirador que regala excelentes vistas. Del horror de aquellos tristes tiempos en que era prisión apenas queda nada. Hoy es un excelente lugar donde se celebran eventos, exposiciones y cuenta con varios restaurantes y cafés. Si se sube a la Torre Vigía, nos llevaremos una fantástica panorámica del casco antiguo y nos daremos cuenta que estamos en una ciudad de dimensiones humanas, cómoda de recorrer en uno o dos días.
En efecto, Ljubljana es una ciudad europea de tamaño medio que conserva el carácter acogedor de un lugar pequeño pero al mismo tiempo dispone de todo lo que tienen las grandes capitales. Su población alcanza los 270.000 habitantes. En invierno es una ciudad centroeuropea somnolienta; en verano prevalece su carácter mediterráneo relajado. Dos rasgos muy distintos que, sin embargo, se combinan perfectamente: por una parte Ljubljana se conoce por su patrimonio histórico y su tradición, y por otra es, gracias a la edad de sus habitantes, una ciudad joven con un ritmo de vida moderno.
La historia de Eslovenia no es un camino de rosas, precisamente: la Segunda Guerra Mundial se cebó con saña. Al finalizar la contienda, una República de Eslovenia se integraba en la República Federal Socialista de Yugoslavia. Tras a muerte de Tito, su presidente vitalicio, las diferentes repúblicas que formaban la federación fueron desmembrándose una a una. En junio de 1991, Eslovenia se declaró Estado independiente. Hubo algunos problemas con el ejército yugoslavo pero terminaron en diez días.
Acabamos de llegar. Es una plácida mañana de julio y las jarras rebosan cerveza. Un anciano se desliza por entre las mesas de los innumerables bares y cafés que salpican las calles y plazas. Cuando nos ve nos dedica una pieza típica eslovena con su viejo acordeón; al mismo tiempo, bajo la frondosidad de un tilo me entretengo haciendo fotos a una joven pareja que está “comiéndose” a besos. Sí, esta es la primera impresión que recibo: nos encontramos en una ciudad festiva, donde se hace difícil encontrar una mesa libre en las terrazas de los locales que se asoman a orillas del río Ljubljanica.
Acodado a la balaustrada contemplo la corriente del río que “discurre hacia el norte, desemboca en el Sava, fluye por la llanura panónica, se une al Danubio y con él se disuelve en el mar Negro”…, un recorrido que escucho con vértigo.
Ljubljana es una ciudad de cuento, embaucadora, y como sucede en la mayoría de las más importantes ciudades europeas también aquí tienen su hijo predilecto. Se llama Joze Plecnik (1872-1957), el arquitecto esloveno por excelencia, un hombre de gran talento que supo importar lo mejor de la Viena imperial. Los eslovenos le deben mucho, sin duda. A mí, sin embargo, Ljubljana me recuerda a Praga… No sé, quizá por su pasado medieval…
El último día, lo dedico a navegar por entre las discretas y dóciles aguas del Ljubljanica. Las embarcaciones turísticas que zarpan de la plaza Presernov, en el casco histórico, ofrecen una perspectiva distinta de la ciudad: su cara fluvial, con sus palacios e iglesias reflejándose en el agua. Son las últimas e imborrables imágenes de una ciudad que ha conseguido en apenas dos días enamorarme…
No hay vuelos directos desde España. Se hace escala en Venecia, donde se puede alquilar un coche. El viaje por autopista dura dos horas. Desde Barcelona, con Vueling; desde Madrid, con Iberia.
QUÉ NO DEBES PERDERTE
Castillo. El principal símbolo de la capital. Vistas excelentes.
Puente Tromostovje (Tres Puentes). Elemento peculiar dentro de la arquitectura de Ljubljana. Es un puente formado por tres pasarelas.
Plaza Preseren. Dedicada al famoso poeta esloveno. Rodeada de números cafés y terrazas.
Puente de los Dragones. Estos animales míticos son un símbolo que se repite en la ciudad. Según cuenta la leyenda, las grotescas figuras que decoran el puente mueven la cola cada vez que una mujer virgen la atravies.
Catedral de San Nicolás. Dedicada al patrón de los barqueros y pescadores.
Río Ljubljanica. Para contemplar la ciudad desde una barca, o tomar un café en alguna de las terracitas en su ribera.
Mercado de Plecnik. Con su preciosa columnata, desde él se accede a las plazas Pogarcarjev y Vodnikov, donde se celebran mercadillos al aire libre.
Museos. Hay varios: el National Museum, la national Gallery, Museo de Arte Moderno.
Callejones casco antiguo. Sus viejas residencias y suelos adquinados conservan la atmósfera de tiempos pasados. Es como retroceder unos siglos.
DÓNDE DORMIR Y COMER
Grand Hotel Union (Miklosiceva cesta 3) Es perfecto. Confortable y muy bien situado, a escasos metros del centro histórico. www.union-hotels.eu
Una buena opción para comer son las terrazas de la ribera del río. Para cenar, en uno de los restaurantes del castillo.
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