La noche es suave y tranquila en el poblado Akha. Atrás queda el clima tórrido veraniego de las llanuras del sur. Nos encontramos en la región momtañosa y selvática, en parte ignota, situada a occidente de Mae Chan, el vértice superior del mítico Triángulo de Oro. A nuestros pies se extienden profundos valles cuyas laderas boscosas están entrecortadas aquí y allá por cultivos y espacios yermos en los que aflora una tierra rojiza. Son las heridas causadas en el paisaje por una agricultura de desbroce y quema, necesariamente rotativa, que no tiene espacio ya donde extenderse. En los campos más alejados que aún conservan su escasa fertilidad crecen, entre pimientos, legumbres y pequeños frutales, las adormideras prohibidas.
Hoy día las tribus de las montañas tienen que enfrentar grandes dificultades económicas para adaptarse al orden moderno que les impone Bangkok. Especialmente en el caso de los Akha, cuyo empeño en aferrarse a sus tradiciones atávicas, superior al de otras etnias, dificulta aún más su integración en la economía monetaria.
El poblado akha en el que pasamos la noche se halla a unos 1000 metros de altura. Una red de estrechos senderos lo comunica con otras aldeas por distintas etnias: los Meo, los Yao, los Lisu, los Laho…
El poblado que nos acoge está muy apartado de las vías de comunicación principales. Para llegar hay que caminar varias horas, hollando primero las profundas huellas de los elefantes, jadeando luego por el flanco abrupto de la desbrozada montaña.
En realidad, nuestro trekking comienza en Chiang Rai, donde remontamos en bote por el río Mae Kok hasta un pequeño asentamiento Karen. Aquí hacemos noche y nuestros guías, que pertenecen a la misma etnia, no tienen dificultades para conseguir que los aldeanos, aparte del alojamiento, nos ofrezcan una suculenta cena y nos alquilen tres elefantes enjaezados al modo local. Al día siguiente, sentados en nuestros cómodos howdas (sillas de pasajeros), iniciamos una vertiginosa ascensión por una empinada senda.
Los kornaks guian los elefantes con gran soltura a pesar de su jovencísima edad.
La excursión a lomos de elefante se da por terminada en el siguiente asentamiento karen, al fondo del valle. Aquí empieza la dura marcha a pie hasta el poblado Akha.
El esfuerzo vale la pena porque esta etnia, que muchos tildan de primitiva, constituye en realidad la más pintoresca representación de los pueblos que habitan las montañas del norte. Empezando por las mujeres que, incluso en los senderos fangosos que conducen hacia los campos, saben llevar con gracia sus minifaldas ornadas de redecillas de encaje y sus suntuosos tocados en los que predomina la plata, unos extraños tocados hechos de hileras de monedas, entre las cuales se entrelazan a veces collares de conchas, plumas de pájaros, piezas de moño teñidas, colas de perro incluso, y de los que no se desprenden nunca, ni siquiera para dormir. Porque tanto el tocado como la vestimenta de las mujeres Akha representan el patrimonio móvil de la familia.
Esta etnia procedente de la China meridional -de donde emigró a principios de siglo- está sujeta, por el carácter mismo de su agricultura, a una vida perpetuamente errante que obliga a las diferentes tribus a cambiar de asentamientos cada cinco o seis años, a medida que las tierras que los circundan van perdiendo su fertilidad. Por eso sus integrantes guardan gran apego hacia sus antiguas creencias y su tradición salpicada de ritos, únicos valores que pueden llevar consigo en sus periódicos desplazamientos.
En la sociedad Akha es la mujer la que lleva el peso de las tareas pues, aunque el hombre la ayude en sus doce horas de trabajo en los campos, no participa en el duro transporte del agua (hay que ir a buscarla en los pozos que se encuentran a varios kilómetros de distancia) ni prepara las comidas diarias. Tampoco dedica como ella horas y horas a los trabajos manuales.
Mientras las mujeres tejen, cosen y bordan sus elegantes chaquetas, polainas y bolsas que después llevarán incluso para trabajar, los hombres prefieren fumar las pipas de plata que, antes de casarse, les han sido útiles para conquistarlas.
Y en esta sociedad férreamente patriarcal en la que el hombre lo dirige y planifica todo no podían faltar las figuras del cacique o jefe de aldea y la del brujo o chamán. Éste último goza de una gran autoridad en el pueblo por su facultad de comunicarse con las divinidades.
Por desgracia, la injerencia de los distintos estamentos del gobierno, a pesar de sus intenciones humanitarias o quizás por culpa de ellas, socava la autoridad de los chamanes y jefes tribales y erosiona, lenta pero inexorablemente, la compleja tradición de los Akha, el corpus de sus creencias, en definitiva los cimientos de su identidad cultural.
CÓMO IR. Hay que volar hasta Chiang Mai o, mejor, Chiang Rai, donde está el aeropuerto más cercano a la región donde viven los Akha. Las aldeas más fácilmente alcanzables están situadas en las inmediaciones de Mae Cha. Está situada a unos 30 kilómetros de Chiang Rai. El poblado de más fácil acceso es Kao Saen Chai, situado en las cercanías del Hill Tribe Center, una agencia gubernamental cuyo objetivo es reconvertir a la vida sedentaria a las tribus de las montañas. Kao Saen Chai ha sido muy estropeado por el turismo. Aconsejamos visitar opciones más alejadas, por ejemplo, Paca.
CUÁNDO IR. La mejor época es e diciembre a febrero, cuando los días son luminosos y soleados.
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