El choque entre un avión de pasajeros de American Airlines y un helicóptero militar Black Hawk en las inmediaciones del Aeropuerto Nacional Reagan de Washington ha puesto sobre la mesa una preocupación recurrente: la extrema congestión del espacio aéreo en una de las zonas más sensibles y transitadas del país.
La tragedia, que tuvo lugar el miércoles por la noche sobre el gélido río Potomac, ha dejado un saldo incierto en términos de víctimas, pero las primeras investigaciones ya comienzan a delinear algunos factores clave que pudieron haber contribuido al desastre.
Un espacio aéreo sobresaturado y una tecnología vital apagada
El tráfico aéreo en Washington es particularmente complejo. Con tres aeropuertos principales en la región, el Aeropuerto Nacional Reagan es el más cercano a la capital y el más utilizado, con más de 800 despegues y aterrizajes diarios. Esto equivale a una maniobra cada minuto en gran parte del día, lo que convierte cualquier margen de error en un riesgo potencialmente catastrófico.

A esto se suma la presencia habitual de helicópteros militares y de agencias gubernamentales, que comparten el cielo con aeronaves comerciales en un entorno de alta exigencia operativa.
Los primeros informes señalan que el Black Hawk del Ejército de los Estados Unidos estaba realizando un vuelo de entrenamiento en el momento de la colisión. Geoffrey Thomas, analista de aviación y editor de 42kft.com, ha explicado a la CNN que el helicóptero realizó hasta seis cambios de rumbo antes de impactar con el CRJ-700 de American Airlines a unos 105 metro sobre el Potomac. Pero lo más alarmante, según Thomas, es que el Black Hawk aparentemente no tenía encendido su sistema ADS-B, una tecnología fundamental que transmite su posición a los controladores aéreos y a otras aeronaves para evitar colisiones.
El ADS-B es también una pieza esencial del sistema TCAS (Traffic Collision Avoidance System), que alerta automáticamente a los pilotos cuando dos aeronaves se acercan peligrosamente. Sin esta señal activada, el helicóptero habría sido prácticamente invisible para el CRJ-700 y para el control de tráfico aéreo, dificultando cualquier maniobra de evasión a tiempo.
El reto de aterrizar en uno de los aeropuertos más difíciles
El Aeropuerto Nacional Reagan es uno de los más desafiantes para los pilotos comerciales. Se trata de un espacio sumamente limitado, con restricciones de vuelo y una presión constante para realizar maniobras de aterrizaje y despegue con rapidez. La cercanía del Pentágono y la Casa Blanca hace que la zona esté bajo estrictos protocolos de seguridad, pero también multiplica los riesgos de incidentes en un entorno tan congestionado.
Los registros de la Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) muestran que entre 2016 y 2019 se registraron 88.000 vuelos de helicópteros dentro de un radio de 50 Km del aeropuerto, incluyendo más de 33.000 vuelos militares. A pesar de la experiencia de los pilotos en este tipo de condiciones, cualquier error en la coordinación puede desembocar en situaciones críticas como la de este miércoles.
Cuasi colisiones y escasez de controladores aéreos
Este no es el primer susto que se vive en el espacio aéreo de Washington. En mayo de 2024, un avión de American Airlines estuvo a punto de chocar con una avioneta, y un mes antes, aviones de Southwest y JetBlue protagonizaron un incidente similar. En todos los casos, la saturación del tráfico y la posible falta de personal de control aéreo han sido factores de riesgo en aumento.
La FAA, consciente de estos problemas, abrió una auditoría en octubre para evaluar los riesgos de incursiones en pista en los 45 aeropuertos más transitados del país. La falta de controladores aéreos ha sido señalada como un obstáculo recurrente para garantizar la seguridad de las operaciones. En este contexto, la colisión en el Aeropuerto Nacional Reagan no es solo una tragedia aislada, sino un síntoma de un problema más profundo en la gestión del espacio aéreo.

Las preguntas que la investigación deberá responder
El secretario de Transporte, Sean Duffy, ha asegurado que la FAA tomará medidas si es necesario modificar las rutas de vuelo para evitar más tragedias. Mientras tanto, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, ha confirmado que el Ejército y el Departamento de Defensa han iniciado su propia investigación para determinar qué salió mal.
Una de las cajas negras ya ha sido recuperada y será clave para esclarecer los últimos momentos del vuelo y las comunicaciones entre ambas aeronaves. Aunque los expertos anticipan que el informe preliminar del Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB) podría publicarse en 30 días, el análisis detallado de lo ocurrido tomará meses.
Por ahora, lo único cierto es que la colisión ha encendido todas las alarmas sobre la seguridad del espacio aéreo de Washington. Entre la sobresaturación de vuelos, la posible falta de comunicación entre controladores y tripulaciones, y el presunto apagado del sistema ADS-B en el Black Hawk, las interrogantes son muchas y las respuestas aún escasas. Lo que viene ahora es un proceso de indagación minucioso, pero con una conclusión ineludible: en un cielo tan concurrido y con márgenes de error tan estrechos, cualquier omisión puede ser fatal.
via Sergio Parra https://ift.tt/RC4Wag0
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