viernes, 17 de mayo de 2019

Viajes. Kami Rita Sherpa bate el récord de ascensiones al Everest

Fue una jornada espléndida aquel 13 de mayo de 1994. Espoleado por los cielos abiertos y rodeado de horizontes prometedores, un nepalí de 24 años asciende veloz, descarado como cualquier joven, por la arista Sureste del Everest. Ni siquiera el mítico obstáculo del Escalón Hillary, ahora desaparecido tras el terremoto de 2015, frena sus ambiciones. Le hierve la sangre y siente como todo le palpita. El aire enrarecido sobre los 8.000 metros, donde muchas de las motivaciones humanas se fragmentan en átomos, no le afectan como al resto. No, él es Kami Rita Sherpa, miembro de una admirada estirpe de guías de alta montaña, y cuando alcanza la cumbre, alegre y excitado, aún no sabe que ha iniciado un camino que va a situarle como uno de los más prolíficos y queridos alpinistas de los Himalayas.



Este 15 de mayo de 2019, en plena efervescencia de la temporada primaveral en los ochomiles, Kami Rita volvía a poner el pie sobre la mágica altitud de 8.848 metros, logrando su vigésimo tercera cima del Everest y batiendo su propio récord de ascensiones. El veterano guía, de 49 años, lo lograba a las 7:50 am a la cabeza de una expedición comercial lanzada por Seven Summit Treks. “¡Es un orgullo nacional!”, exclamaba Mingma Sherpa, director de la agencia que lleva dos décadas organizando ascensiones en Nepal.

Una leyenda del alpinismo

Para muchos ascender el Everest es la fantasía de una vida. Hasta el punto de arriesgar la vida y los ahorros para unirse a alguno de los envites masivos que se producen cada primavera. Para otros es, sencillamente, la vida misma. Este año, en el que al Everest se le está poniendo cara de récord, cerca de un millar de alpinistas hormiguean por las laderas de Nepal y Tíbet, siguiendo las huellas de aquellos que imprimieron el esplendor del alpinismo en el imaginario colectivo: George Mallory, Reinhold Messner, Edmund Hillary… y Tenzing Norgay. Precisamente la figura de Norgay, icono sherpa por excelencia, era una de las que inspiraba a Kami Rita (y a muchas de las generaciones locales) para descubrir por sí mismo los últimos secretos del Sagarmāthā (nombre en nepalí) o Chomolugma , como se conoce en Tíbet. Aunque el principal motor de sus ambiciones siempre fue su padre.

Inspiración paterna

“Nunca tuve una educación adecuada para salir adelante o ayudar a mi familia, así que seguí los pasos de mi padre y me convertí en porteador”, recuerda Kami, que comenzaba su trabajo en aquellas moles irreprochables a los 20 años. Nacido en la remota aldea de Thame, creció escuchando los grandes relatos de la edad dorada de la exploración de los ochomiles, que nunca hubieran sido posible sin la audacia y tenacidad del pueblo sherpa. Varios centenares de porteadores acudían cada vez a la llamada de los pioneros occidentales para hallar la solución a aquella matemática de los sueños, que en muchas ocasiones sirvió tanto para convertirse en estandarte nacionalista como para rendir tributo a la irrenunciable curiosidad humana.

"Desde el principio en mi cabeza no tenía nada más que el Everest”, sigue Kami. “Era todo lo que quería hacer"

Kami decidía coger el testigo de su padre, uno de los primeros guías profesionales de Nepal, y de la mano de su hermano mayor Lakpa (que ha escalado el Everest en 17 ocasiones), se lanzaba hacia esas montañas antes pulcras y salvajes, hoy explotadas comercialmente y objeto de un debate sobre los límites del alpinismo. “Desde el principio en mi cabeza no tenía nada más que el Everest”, sigue Kami. “Era todo lo que quería hacer y en parte por ello me convertí en porteador y empecé a entrenar como un loco”. El hecho de que su progenitor nunca hubiese hollado el Tercer Polo no hacía más que alimentar su propósito. “Él fue quien más me apoyó para realizar grandes cosas, quería ascender el Everest por él”, reconocía en una entrevista personal con motivo de su 21º cumbre. Fue con aquella ascensión cuando lograba empatar con Apa Sherpa y Phurba Tashi, legendarios guías que también acumulaban 21 conquistas del Everest en su morral.
Ahora, Kami Rita los ha dejado atrás pero no por ello se acerca al fin del camino. “Me gustaría seguir escalando hasta más allá de los 50 años y llegar a hacer historia completando 25 ascensiones”. El récord de ascensos femenino permanece en manos de Lhakpa Sherpa, quien ya ha acumulado 9 cimas y sigue en activo también guiando expediciones comerciales.

No todo su futuro está en manos de Kami. Guiar escaladas en los ochomiles, para muchos una barbaridad impropia del alpinismo de vanguardia, es impredecible y arriesgado. “La meteorología, por ejemplo, no es siempre constante y debemos adivinar cuál es el mejor momento para lanzar el ataque”. El Everest, aunque relativamente asequible cargando con botellas de oxígeno artificial y una vez que se han fijado las cuerdas hasta al cumbre, cuenta con secciones muy dadas a vomitar toda la furia de la montaña, como la arriesgada Cascada del Khumbu, un sibilino laberinto de seracs y grietas, primer escollo para todos aquellos que deseen ascender por la ruta normal de la vertiente de Nepal. “Cada vez que superamos la sección suspiro aliviado”, confiesa Kami que además de su propia seguridad debe certificar la de sus clientes. “Es muchísima responsabilidad. Llevar las botellas de oxígeno, lograr que todos acepten las decisiones más razonables o sencillamente lidiar con gente que no siempre está del todo preparada. Es un trabajo peligroso, pero es lo que hacemos para poder comer…”.

Vida de récord

En total, Kami ha acumulado 34 ascensiones a ochomiles, entre ellos baluartes de lo inaccesible como como el K2 o el Manaslu, convirtiéndose en uno de los seres humanos que más tiempo ha pasado por encima de la zona de la muerte, más allá de los 7.500 metros, donde el cuerpo ya no puede aclimatarse y comienza a fagocitarse en una desamparada carrera por la supervivencia.

Este año el Everest volverá a pasar a la historia (¿negra?). Aproximadamente unos 750 alpinistas intentarán llegar a la cima en los próximos días

Este año el Everest volverá a pasar a la historia (¿negra?). Aproximadamente unos 750 alpinistas intentarán llegar a la cima en los próximos días por el lado de Nepal, y otros 200 por la vertiente china. El pasado año, 807 personas pisaban el Techo del Mundo y cinco de ellos, incluyendo un porteador, fallecían durante el intento.

Pero Kami Rita Sherpa también piensa en lo que vendrá después, cuando la senda de las grandes cumbres forme tanto parte de su pasado como de los anales del himalayismo. Su primera intención es levantar su propia fundación de caridad en Thame, la humilde aldea donde creció y que apenas cuenta con recursos. Allí todavía no hay ningún centro médico al que puedan acudir sus habitantes. Para los sherpas la montaña es mucho más que la cumbre: es su hogar, su particular síndrome de Stendhal y, por supuesto, la gente que mora en aquellas geografías severas pero hermosísimas.



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