El viaje por "el país de la teranga" recorre un territorio de gente de carácter abierto que atiende al visitante como si fuera familia. Y el primer lugar donde empezar a descubrirlo es Dakar. Con poco más de un millón de habitantes, la capital senegalesa sorprende por su bullicio y colorida vitalidad en medio de un urbanismo decadente. Desde hace años se la considera una de las ciudades más dinámicas e influyentes del África Occidental, con una clara vocación artística y cultural que se ha convertido en referencia para otros países del gran continente.
Al foráneo se le habla en francés, un vestigio del periodo colonial que perdura como idioma oficial
Conviene perderse por los barrios de la Medina, la Corniche y el Plateau, visitar alguno de sus mercados (Kermel, Sandaga, Tilène…), auténticos focos de vida, ruidosos, llenos de mil objetos esperando comprador y con vendedores dispuestos a pasar la mañana regateando entre sonrisas. Al foráneo se le habla en francés, un vestigio del periodo colonial que perdura como idioma oficial; la mayoría de senegaleses, sin embargo, hablan wólof, nombre también de la etnia más influyente del país. Al llegar a la Gran Mezquita, construida en 1964, apetece andar sin rumbo por la Medina para palpar la vida cotidiana, probar la cocina local y curiosear en los puestos de frutas mientras pasan carros tirados por mulos y los niños juegan en las aceras. La Medina de Dakar tiene poco que ver con las medinas magrebís. Se trata más bien de una serie de calles estrechas, dispuestas en cuadrícula y llenas de gente, donde todavía se conservan las típicas casas de madera y las tradicionales viviendas con un patio interior, epicentro de la vida familiar.
Tras visitar la Maison de la Culture Douta Seck, antiguo palacio del gobernador que ahora acoge exposiciones de artistas africanos y actividades culturales, nos sumergimos en el Plateau, el centro histórico de Dakar. Empezamos en la plaza de Soweto, rodeados de edificios ministeriales, embajadas, organismos internacionales y museos como el Theodor Monod, dedicado al arte y las culturas africanas.
Los mercados de Dakar
La avenida del Président Léopold Senghor, donde se alza el Palacio Presidencial, regala bonitas vistas al mar, pero seguimos la avenida Hassan II para alcanzar el mercado de Kermel, una explosión de colores y aromas. Otro mercado auténticamente dakaroise es el de Sandaga. En tenderetes o en el suelo, entre vendedores con colorida vestimenta y actitud relajada, se apilan desde teléfonos móviles de última generación y viejas cintas de video VHS, hasta alimentos y amuletos tribales. Otra de las curiosidades de los mercados senegaleses es que todo se puede comprar en unidades, como las bolsitas de aceite, los paquetitos de té y el omnipresente Jumbo o Adja, las pastillas del aditivo salado con que se aromatizan todos los platos.
De lo que más alardea Dakar es de su Corniche, el paseo marítimo que bordea la ciudad y le confiere esa cadencia portuaria. A escasos 3 kilómetros de esa plácida avenida litoral, emerge la isla de Gorée, un amargo recuerdo de la trata de esclavos en la actualidad convertido en un lugar de peregrinación para los afroamericanos que buscan sus raíces en el continente. Esta pequeña isla de 36 hectáreas permite trasladarse al pasado colonial a través de bonitos edificios del siglo XVIII, colmados de buganvilias y museos que recuperan ese oscuro y trágico pasado.
El siguiente objetivo es Retba, un oasis en medio de un bosque de baobabs que alberga el Lago Rosa, uno de los mayores atractivos de Senegal. Situada 32 kilómetros al norte de Dakar, esta laguna de aguas rosadas es un paraje de gran valor natural, famoso en el mundo del motor porque hasta 2009 acogía la última etapa del Rally París-Dakar. De aquella época sobrevive una oferta de alojamiento y servicios gestionada por las comunidades locales, que desde hace generaciones se dedican a la extracción de la sal acumulada en el lecho del lago.
Rumbo norte, se alcanza Saint Louis, antigua capital del imperio francés en África occidental. La ciudad se halla en la misma desembocadura del río Senegal que, además de dar nombre al país, delimita la frontera al norte con Mauritania y al este con Mali. Senegal deriva de la expresión wólof sunu gaal, que significa "nuestra canoa" y que, al parecer, se originó como resultado del contacto entre los colonizadores portugueses de principios del siglo XV y los pescadores de la etnia wólof que habitaban esta región norteña.
Saint Louis también seduce por su carácter cosmopolita, especialmente durante el Festival Internacional de Jazz que acoge a finales de abril
No es extraño que la Unesco declarara Saint Louis Patrimonio de la Humanidad: el encanto de sus callejuelas y sus edificios coloniales de tonos cálidos son uno de los mayores atractivos urbanos de África. Fundada en 1659, también seduce por su carácter cosmopolita, especialmente durante el Festival Internacional de Jazz que acoge a finales de abril.
Hay que regresar a Dakar para explorar la zona playera más famosa de Senegal, la Petite Côte, la Costa Azul Africana. La población de Toubab Dialaw, a 60 kilómetros de la capital, es el epicentro de esta franja de playas de arena blanca y cocoteros, con localidades llenas de color como Saly, Mbour y Joal-Fadiouth.
Marismas senegalesas
Rumbo sur aparece una de las áreas con mayor riqueza y variedad de ecosistemas del país, el delta de Sine Saloum. En esta región catalogada como Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad, la tierra y el agua se entretejen en más de 76.000 hectáreas de manglares, islas y ríos. Además del paisaje, lo extraordinario de la zona es su increíble vida animal: más de un centenar de especies de aves (pelícanos, marabús, golondrinas de mar...), peces y crustáceos. El proyecto de ecoturismo Keur Bamboung es una excelente propuesta de alojamiento y un campo base para realizar excursiones en compañía de guías de la etnia serer, la comunidad que lo gestiona y que mantiene vivas sus ancestrales tradiciones.
Tambacounda, la ciudad más calurosa del país y parada recomendada antes de acceder a otro enclave natural
Siguiendo la serpenteante silueta del río Gambia se accede a la región más oriental del país, la tierra de los bassari. Para alcanzarla primero habrá que cruzar el país de oeste a este, un trayecto de 700 kilómetros que discurre por buenas carreteras a través de una sabana arbolada. El vehículo todoterreno nos deposita en Tambacounda, la ciudad más calurosa del país y parada recomendada antes de acceder a otro enclave natural que ostenta el título de Reserva de la Biosfera.
El Parque Nacional Niokolo Koba es la gran reserva de fauna africana de Senegal. La naturaleza exuberante de esta inmensa área –especialmente cerca del río Gambia– ha contribuido a que los animales más representativos del continente tengan aquí su hogar: leones, leopardos, hipopótamos, búfalos, licaones, cocodrilos del Nilo, algunos elefantes, facóqueros, diversas especies de monos, antílopes de todos los tamaños y más de 300 especies de aves. Con una superficie de 900.000 hectáreas, el Niokolo Koba constituye el parque nacional más importante del país y el que alberga más especies en peligro de extinción. Su conservación actual pende de un hilo a causa de la falta de recursos para proteger a los animales de la caza furtiva, que se incrementó peligrosamente durante los años posteriores a la independencia del país, en 1960, y sobre la que todavía no existe un control eficaz.
Se recomienda dedicar dos días de estancia para poder acceder a los sitios más recónditos del parque. Uno de ellos es el monte Assirik (311 metros), donde los lugareños aseguran haber visto los últimos elefantes del país. Otra opción consiste en navegar por el río Gambia para avistar hipopótamos y tres especies de cocodrilos: del Nilo, de hocico largo y enano. Para acabar el día, nada mejor que disfrutar de la puesta de sol desde la orilla del río Gambia, cuando las formas de las colinas se van difuminando envueltas en una apoteosis de luces anaranjadas y rojizas.
Senegal disfruta de un clima subtropical de tipo saheliano, con dos estaciones –lluviosa de junio a octubre, seca de noviembre a mayo– y temperaturas que oscilan entre los 40 ºC en la región central y este del país, y los 20 ºC del litoral, donde los vientos alisios suavizan el calor del Sahel. De ahí que la época idónea para visitar el parque Niokolo Koba sea de marzo a junio, cuando las charcas de agua que restan ofrecen cobijo a los animales durante las horas más calurosas.
Cruzando el Parque Nacional Niokolo Koba se alcanza la fuente del río Gambia, corazón del País de los Bassari. Esta región oriental de Senegal, compartida con Guinea Conakry, está salpicada de cascadas y montes. La habitan dos etnias: los bassari y los bedik. Tanto unos como otros han resistido hasta ahora la penetración del islam –que profesa el 80 % de la población senegalesa– refugiándose en áreas remotas. Ambos mantienen sus tradiciones animistas en vistosas ceremonias. Entre las más llamativas destacan la danza de las máscaras, espíritus que bailan durante horas al son de sus propias voces temblorosas y ritmos repetitivos, o los rituales de iniciación de los jóvenes.
Los bassari y los basik mantienen sus tradiciones animistas en vistosas ceremonias. Entre las más llamativas destacan la danza de las máscaras
Entre los atractivos naturales del País Bassari cabe señalar las cascadas de Dindefelo, un salto de agua de 80 metros de altura que en lengua peul significa "al pie de la montaña", nombre que alude a su nacimiento en el cercano monte Dande. Rodeados por este entorno, resulta inevitable no sentirse como un explorador que descubre parajes intactos y mundos que el tiempo borrará. Sobre todo cuando se visitan los poblados bedik situados en lo alto de las montañas, donde las mujeres lucen coloridos pendientes y collares; o en las aldeas bassari, con casas de adobe y techos de paja; o en los mercados locales, un auténtico cruce de caminos entre Senegal y sus vecinos Mali y Guinea Conakry.
En esta parte de África las personas no se adaptan a horario alguno y la percepción del tiempo cambia. Ya lo decía el periodista y escritor Ryszard Kapucynski (1932-2007), un apasionado del continente: "en África el tiempo aparece como consecuencia de nuestros actos y desaparece si lo ignoramos o dejamos de importunarlo". Una afirmación que recordamos a lo largo de todo el viaje.
Un área puramente tropical
El paisaje y las culturas cambian al penetrar en la Casamance, la zona más tropical del país. El estilo de vida de esta región encajada entre Gambia y Guinea-Bissau se ha forjado alrededor del río Casamance que, con sus incontables bolongs (afluentes) repletos de manglares, constituye la principal fuente de alimento, materia prima y vía de comunicación para sus habitantes. El clima benigno, la proximidad del mar y la abundancia de agua dulce hacen de esta región un lugar particularmente diferente del resto de Senegal. En cuanto a la población, los diola constituyen el grupo étnico mayoritario. Se caracterizan por mantener tradiciones ancestrales de carácter animista a pesar de la influencia del cristianismo.
Se suelen destinar una o dos jornadas a penetrar en los múltiples bolongs, entre manglares y aldeas de pescadores
Como base para explorar la Casamance se suele escoger la ciudad de Thionk Essyl, rodeada de bosques de ceibas y baobabs centenarios. En este entorno vegetal y acuático, la única manera de moverse libremente es a bordo de una embarcación a motor. Se suelen destinar una o dos jornadas a penetrar en los múltiples bolongs, entre manglares y aldeas de pescadores. Finalmente se alcanza la isla de Nioumoune, donde funciona un proyecto ecoturístico que permite descubrir el tranquilo quehacer del pueblo diola. Durante la estancia se ve a las mujeres moliendo el sorgo con movimientos rítmicos mientras gallinas y cabras pasean entre las casas de adobe y el olor de comida inunda el ambiente... Esta imagen será una de las más queridas y recordadas del viaje.
Navegando río abajo hasta el estuario del Casamance, aparece la isla de Carabane, un paraje tropical tapizado de palmeras y arrozales. Sin carreteras ni coches, esta isla de 57 km2 y unos 500 habitantes es un remanso de calma en la que despuntan algunos edificios europeos del siglo XIX y la primera iglesia cristiana de la región. La teranga adquiere aquí aún mayor intensidad. La gente muestra su hospitalidad y sonríe a todas horas: cuando saluda al viajero, en el puesto de frutas y también en el restaurante que sirve el plato estrella, gambas guisadas con cebolla y arroz. En este ambiente caribeño, la única tarea consiste en sentarse a contemplar las barcas de pescadores que transitan por el río.
De regreso a tierra firme, el itinerario continúa por carretera hacia el interior, pasando por los pueblos de Elinkine, Kagnut y Mlomp hasta llegar a Oussouye, la ciudad más importante de la baja Casamance. Famosa por sus animados mercados, esta localidad ofrece muchas posibilidades al viajero, desde excursiones en bicicleta por las pequeñas comunidades diola para descubrir su forma de vida y los impluvium (las típicas edificaciones de la región), hasta talleres de artesanía organizados por entidades no gubernamentales locales.
La bulliciosa Ziguinchor
Finalizamos este recorrido en Ziguinchor, ciudad con un encanto entre africano y colonial. Capital de la Casamance, Ziguinchor posee animados mercados y, a la vez, un ambiente relajado que permite sumergirse sin agobios en el caos que reina en las urbes africanas. La Rue Javelier es el corazón de la ciudad. En medio de este bullicio de motos, coches, ruidos, olores y colores, las pacíficas escenas rurales de los últimos días parecen un lejano sueño.
Una buena excusa para visitar el edificio de la Alliance Française es probar las especialidades senegalesas más suculentas
Merece una visita el edificio de la Alliance Française, un centro cultural dedicado al aprendizaje de la lengua francesa que organiza numerosas exposiciones y actividades culturales. También hay una excusa gastronómica para visitarlo porque preparan las especialidades senegalesas más suculentas. La gastronomía en Senegal sorprende por su calidad y variedad. Es una cocina con influencias francesas que se materializan en platos típicos como la salsa yassa, elaborada con mucha cebolla, mostaza, pimiento verde y especias, que acostumbra a acompañar platos de pollo o pescado con arroz. O el maffe, la conocida salsa de cacahuetes que suele servirse con arroz y ternera. La introducción en la cocina del país requiere inevitablemente una visita al animado mercado de Saint Maur para perderse entre sus aromáticos y llamativos puestos.
El Centro Artesanal de Ziguinchor es otro lugar indispensable. Fascina ver cómo los jóvenes artesanos tallan la madera y crean máscaras y figuras del pueblo diola que casi habían caído en el olvido. No hay mejor plan para terminar el día que disfrutar de la puesta de sol en alguna de las terrazas de los hoteles y restaurantes situados a orillas del río Casamance, viendo el deambular de los cayucos que vuelven a puerto después de un largo día de pesca.
Un final emocionante a este viaje por Senegal, la llamada Puerta del África Occidental, consiste en regresar a Dakar por mar, en el ferry que remonta la costa desde Ziguinchor. Un trayecto habitual y cómodo para senegaleses y foráneos (sale a las 13h y llega a las 6h del día siguiente) que prefieren evitar la ruta por tierra que bordea Gambia. Una última vivencia para sumar al viaje por el país de la teranga.
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