Skellig Ring, TOP 10 del 'ranking' de regiones Best in Travel 2017
Las Skelligs: viaje al borde del abismo en Irlanda
La búsqueda de la soledad ha llevado a los peregrinos a los confines del mundo conocido –y más allá– a lo largo de la historia. Pero pocos destinos finales pueden rivalizar con lo remoto de Skellig Michael, una roca solitaria, azotada por las tormentas, en la costa oeste de Irlanda que fue santuario jedi en Star Wars: el despertar de la fuerza.
La excursión al monasterio, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, que hay sobre este imponente pináculo es una de las visitas destacadas del Skellig Ring. Esta pequeña ruta circular en automóvil es una parte de la conocida Ring of Kerry; la ruta ideal para los viajeros que desean ver las atracciones más curiosas. Y lo mejor es que no se ve ni un autobús turístico.
Y así, un lugar que antaño representaba la frontera de la cristiandad –y la devoción extrema– hoy atrae a peregrinos laicos ávidos por explorar esta espectacular región repleta de historia.
VISITAR LAS SKELLIGS
Los monjes que llegaron a Skellig Michael en el s. VI remaron 11,6 km desde la punta de la península de Iveragh, en el condado de Kerry, en el suroeste de Irlanda; algo impensable para un pasajero moderno que cruza el agitado mar con una lancha a motor.
Los barcos circulan de mayo a septiembre, pero a veces se cancelan por mal tiempo; incluso en un día despejado, el cruce de 45 min puede complicarse (y es más emocionante, si uno no se marea); pero que el viajero tenga en cuenta que a remo son cinco horas.
Skellig Michael, Skellig Ring, Irlanda © Brian Kelly / EyeEm / Getty Images / EyeEm
Tras desembarcar en una cala agitada, los visitantes tienen dos horas para subir los vertiginosos 600 escalones que suben en espiral por la roca hasta los bancales del monasterio. El recinto incluye una iglesia, un cementerio, dos oratorios, jardines amurallados y media docena de celdas con forma de colmena.
Rodeada por gaviotas gritonas, es un paraje muy del fin del mundo; “el borde del abismo”, como lo describió un guía, para aquellos hombres de vida contemplativa que sobrevivían comiendo frailecillos hervidos, entre otras capturas y alimentos que cultivaban.
En el s. XII una larga ola de frío y tormentas, junto con cambios en la estructura de la iglesia irlandesa, forzaron a los monjes a abandonar Skellig Michael. Ahora la isla y su hermana gemela, Little Skellig, son dos de las zonas de cría de aves más importantes de Irlanda.
Si bien la isla principal alberga varias especies de aves (frailecillos, fulmares, gaviotas tridáctilas, araos aliblancos y otras), Little Skellig es más espectacular: allí vive la segunda mayor colonia del mundo de alcatraces. En el viaje de vuelta, los barcos rodean esta roca ruidosa y llena de guano.
LA SKELLIG RING EN AUTOMÓVIL
Los monjes se instalaron en un priorato en tierra firme en Ballinskelligs; con vistas a una amplia bahía. Sus ruinas son una de las fascinantes paradas de la Skellig Ring, un desvío de 18 km de la Ring of Kerry.
El viajero no se verá atrapado tras un autobús turístico en esta región gaeltacht (de habla irlandesa) repleta de grandes paisajes, ruinas antiguas e historia moderna, con pueblos de postal y un par de playas con sus merecidas banderas azules. Circulando en sentido antihorario, la ruta empieza cerca de Caherciveen, famoso por ser el pueblo natal de Daniel O’Connell, “el libertador” de la política irlandesa del s. XIX (para ser precisos, nació cerca de allí, en Carhan, se pueden ver las ruinas de sus humildes orígenes).
Isla de Valentía, Skellig Ring, Irlanda © Greg Fellmann / Shutterstock
La Isla de Valentía –a donde se llega en un ferri al oeste de Caherciveen (mar-oct), o por un puente en Portmagee– es un añadido de la Skellig Ring, pero ¿quién querría perderse un lugar que combina momentos históricos de hace más de 385 millones de años y de la segunda mitad del s. XIX?
El primero es el Tetrapod Trackway, las huellas fosilizadas de un anfibio de un metro de largo (una mezcla de tritón y cocodrilo) que surgió del mar durante el Devónico, dejando tras de sí la prueba de un momento clave de la vida en la Tierra: la colonización de su superficie. Es una de las cuatro rutas del Devónico del mundo, y la más larga de todas; está en un sendero próximo a la emisora de radio de la isla, bien señalizada.
En 1858 la evolución ya había progresado mucho cuando Anglo American Cable Company instaló aquí el primer telégrafo transatlántico del mundo, que conectaba Irlanda (y Europa) con Norteamérica. Todavía se ven algunos de los edificios blancos de la estación cerca de Knightstown, el principal asentamiento de la isla. Y se puede visitar el monumento que conmemora la hazaña en lo alto de Foilhomerrum Cliff.
La Isla de Valentia es la sede de Skellig Experience, un centro de visitantes con exposiciones sobre los monjes, los faros de Skellig Michael (dos, uno de ellos en activo) y la vida marina y aviar. De abril a septiembre, el centro organiza visitas a las islas, pero rodeándolas en barco, sin pisar tierra.
Portmagee, Skellig Ring, Irlanda © Pete Seaward / Lonely Planet
Quien quiera subir a la roca puede tomar uno de los barcos privados que salen de Portmagee, junto al puente de Isla de Valentía. Portmagee es poco más que una calle y un muelle, pero es práctico para alojarse si se va a cubrir el peregrinaje de las Skelligs; Moorings es un cómodo B&B con un buen restaurante y un bar acogedor. También puede uno embarcarse desde Ballinskelligs y Caherdaniel. El trayecto cuesta 60 € y conviene reservar plaza con antelación.
Al sur de Portmagee la carretera circular se empina hacia el Coomanaspig Pass (los días despejados, los fans de los acantilados pueden desviarse a medio camino para ir a un mirador familiar a 300 m de altura sobre el furioso Atlántico.
La ruta serpentea en descenso por el otro lado del paso hasta St Finian’s Bay. The Glen, como se conoce a esta zona, tiene varios enclaves antiguos, una pequeña cala de arena y la fábrica de Skelligs Chocolate; que nadie se la pierda, recuerda a la de Willy Wonka y ofrece catas gratis (el chocolate es delicioso).
Ballinskelligs, Skellig Ring, Irlanda © Raymond Llewellyn / Shutterstock
Más al sur se halla Ballinskelligs. Aparte del priorato, el pueblo cuenta con otra ruina interesante, el McCarthy Castle, erosionado por la sal, al final de la playa de Ballinskelligs, de bandera azul. Se construyó en el s. XVI como defensa ante los piratas y para cobrar una tasa a los barcos entrantes. Hoy se desmorona en el mar y es un inquietante telón de fondo para hacer un selfie.
La última parada de la Skellig Ring antes de que la ruta gire hacia Caherciveen es Waterville. Por raro que parezca, Charlie Chaplin la visitaba a menudo, de ahí la estatua de bronce que le recuerda en el paseo marítimo. Pero Chaplin no es la única estrella de Hollywood que ha pasado por Waterville: el campo de golf ha atraído a Catherine Zeta Jones y Michael Douglas, entre otros, además de a grandes iconos de este deporte, como Tiger Woods. Otra atracción es Lough Currane, un lago de truchas y salmones que fascina a pescadores de todo el mundo.
LA RING OF KERRY Y MÁS ALLÁ
Derrynane Bay, Skellig Ring, Irlanda © Pete Seaward / Lonely Planet
En este punto, la mayoría de los visitantes siguen hacia el sur por la N70, incorporándose a la Ring of Kerry, la ruta circular en coche más larga –y quizá más espectacular– de Irlanda. Destaca enseguida el paisaje de Derrynane Bay, pero el circuito completo, de 179 km, repite, a gran escala, los puntos de interés de la Skellig Ring: playas, ruinas, montes, lagos...
Si el viajero tiene tiempo, puede alargar la ruta al norte y al sur para ver algo más de la costa irlandesa en la Wild Atlantic Way. Esta ruta de 2500 km se extiende de County Donegal a County Cork. Está bien señalizada, y permite disfrutar de un montón de atracciones mientras uno planea la visita perfecta al lado agreste de la isla esmeralda.
Por James Kay, autor de Lonely Planet.
Este artículo se publicó por primera vez en agosto del 2015 y se actualizó en agosto del 2016. James Kay viajó a County Kerry con el apoyo de Tourism Ireland. Los autores de Lonely Planet aseguran su integridad y su independencia editorial siguiendo su propio criterio al margen de las instituciones que han prestado algún tipo de colaboración y nunca prometiendo nada a cambio como, por ejemplo, reseñas positivas.
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