lunes, 13 de marzo de 2017

Periodismo viajero. CON DAO (VIETNAM): MISTERIOSA BELLEZA

185 km al sureste de la costa de Vietnam, justo donde el Mar de China se encuentra con el Golfo de Tailandia, 16 islas aparecen como por arte de magia tras la ventanilla del avión. Es el archipiélago de Con Dao, donde el tiempo se detiene a contemplar playas vírgenes y paisajes hermosos, mientras los susurros de una historia desgarradora se confunden en el viento.

 

Había leído mucho sobre Con Son, la principal y única isla habitada del archipiélago de Con Dao. Había leído sobre sus playas de arena blanca, sobre sus templos suspendidos en lo alto de una colina y sobre su aterrador pasado. Había visto fotografías hermosas y escuchado historias horribles. Ahora, pisando por primera vez la única pista de su aeropuerto, iba a tener la oportunidad de descubrir como este islote de solo 52 kilómetros cuadrados es capaz de encerrar tantos sentimientos enfrentados.

 

A pesar de encontrarse a solo una hora en avión desde Ho Chi Minh, pocos son los turistas que llegan hasta aquí, la mayoría opta por la famosa y concurrida isla vietnamita de Phu Quoc. La razón por la que Con Dao no ha explotado como destino turístico de masas no está clara. Si bien contados resorts salpican alguna de sus playas, la isla permanece intacta, salvaje, bella y misteriosa. Dicen los que la habitan, que existe cierto misticismo que mantiene alejados de la isla a los inversores vietnamitas. Una especie de superstición o respeto hacia su pasado sangriento. Quizá miedo, quizá magia, quizá cuestión de tiempo. Y es que durante más de un siglo Con Son fue conocida como “el infierno sobre la Tierra”.

 

Una isla convertida en cárcel, un paraíso testigo de atrocidades tan grandes que el paso de los años jamás podrá borrar. La antigua Poulo Condor, como se conocía a Con Son durante el mandato francés, fue escenario del sufrimiento de más de 200.000 reclusos, de los cuales 20.000 murieron entre rejas víctimas de las torturas, los trabajos forzados, el hambre, la falta de higiene y las enfermedades tropicales. La Administración Colonial francesa construyó el primer penal a finales del SXIX, la inaccesibilidad de las islas desde el continente las convertían en la cárcel perfecta. Por eso, cuando en 1954 los franceses salen derrotados de Vietnam, Con Son sigue siendo utilizada, esta vez por el gobierno de Vietnam del Sur con el apoyo de Estados Unidos, como destino forzado de disidentes políticos y prisioneros de guerra.

En 1975, con el final de la Guerra de Vietnam, las 8 prisiones que había en la isla cerraron, y hoy son museos. Las “Jaulas de tigre”, unas asfixiantes celdas de aislamiento cavadas en el suelo donde se hacinaban los prisioneros considerados más peligrosos, son quizá el recuerdo más crudo de la barbarie. Su existencia conmocionó a la opinión pública estadounidense cuando, en 1970, el fotógrafo Tom Harkin fotografió el horror, y su reportaje fue publicado en la revista Life el 17 de julio de ese mismo año.

 

Conocer la historia es importante, y también lo es recorrer en silencio, con el corazón encogido, las cárceles convertidas en museos. Pero si hay algo que el viajero no debe perderse es la vigilia que cada medianoche tiene lugar en el cementerio de la isla. Porque Con Son es lugar de peregrinaje para miles de vietnamitas que viajan desde todo el país, a veces con un trayecto tortuoso de 13 horas en barco, para presentar sus respetos a los compatriotas asesinados en tantas guerras. Algunos de esos héroes están enterrados aquí, en el cementerio de Hang Duong, pero sin duda la más venerada es Vo Thi Sau, una guerrillera vietnamita de 19 años asesinada cuando luchaba contra la ocupación francesa en 1952. Fue la primera de tantos y tantos prisioneros ejecutados en Con Son. Por eso, junto a su tumba, se agolpan cada noche veteranos de guerra, ex prisioneros y ciudadanos de a pie, en una ceremonia hechizante, casi fantástica. Una mezcla de ofrendas y susurros. Rezos envueltos en un aire denso, impregnado de incienso, que se alargan hasta altas horas de la madrugada. Dicen que a partir de medianoche los prisioneros muertos escuchan las plegarias. Por eso desde esa hora empiezan a llegar, en incesante goteo, centenares de personas cargadas con ofrendas de todo tipo. Comida, vino de arroz, ramos de flores y toneladas de incienso que queman con fervor ante la tumba de su heroína. Quizá el mayor espectáculo de Con Dao sea este.

 

 

Pero el paisaje desde la ventanilla del avión prometía también playas de arena blanca, densa selva y un mar de color azul verdoso. Y una vez en tierra, Con Dao no decepciona. Sin duda y sin miedo, alquilar una moto es la mejor opción. El tráfico suicida de las capitales vietnamitas no existe en esta isla, y la moto es ideal para recorrer sus caminos sin prisa, dejándose sorprender por el paisaje tras cualquier recodo, parándose a contemplar el atardecer en una curva y resguardándose bajo un techo amigo cuando la lluvia te sorprenda en plena ruta.

 

 

La isla es pequeña, pero sabe esconder sus maravillas. Su capital es un delicioso pueblo con diez calles y un paseo marítimo con vistas a las islas vecinas. El ritmo del pueblo y sus habitantes no tiene nada que ver con el frenético alboroto de Ho Chi Minh o Hanoi. En Con Son el trópico se impone y el tiempo pasa despacio. Los atardeceres se contemplan desde la terraza del Café Con Son, con música vietnamita de fondo y un Ca Phe negro y helado entre las manos. El mercado abre también de noche, porque no hay prisa por irse a casa, y en él podemos encontrar alguna fruta local entre manzanas importadas de China, carne, pescado y, como no, incienso y flores para honrar a Vo Thi Sau. Hay que caminar por el pueblo sin rumbo fijo, dejándose contagiar por la pereza, y sentarse a charlar cerca del muelle mientras la noche se llena de olor a mar.

Por la mañana las playas te despiertan la sonrisa. Los colores se funden en un paisaje con el mar a un lado y la jungla al otro, con una franja de arena como única frontera. Playas largas y desiertas como la de Dam Trau, probablemente la mejor de todas, situada en la costa noroeste de la isla. Para alcanzarla, nos esperan 8 km de un trayecto que recorre parte de la escarpada costa Este, por una carretera bien asfaltada que se convierte en un barrizal cuando giramos a la izquierda junto al cartel que indica Mieu Cau. El último kilómetro serpentea sin piedad por una pista embarrada y llena de baches que requiere paciencia y algo de destreza. Pero la playa que se abre ante nuestros ojos bien lo merece. Dam Trau es una media luna de arena blanca, impoluta, solitaria y exótica. Su agua de color verde esmeralda es exactamente como la habíamos soñado.

 

 

Pero Con Dao es mucho más que una playa perfecta. Y para conocer sus secretos puede ayudar pasarse por el Bar 200, un restaurante occidental regentado por un simpático sudafricano que no dudará en sentarse en tu mesa para mostrarte, mapa en mano, los mejores secretos de este trocito de paraíso. Con Gordon, que así se llama, aprendimos que la mejor puesta de sol está en la carretera que lleva hasta el faro, que la única hora para ver monos en el Parque Nacional son las 8 de la mañana y que los fondos de coral que rodean Con Dao son, posiblemente, los mejores de toda Asia para hacer snorkel. Por eso es imprescindible contratar una excursión en barco para bucear en alguna isla vecina.

 

 

Salir temprano del hotel, dejar la moto en el muelle, y subirse a una barquita pintada de azul que te lleva hasta alguno de los muchos puntos de buceo que se encuentran a tiro de piedra. Y cuando crees que la belleza del paisaje visto desde el barco es insuperable, te sumerges. Te sumerges y descubres un fondo de colores que parecen inventados, un arrecife de coral que te deja sin aliento, un agua cálida y transparente donde bailan peces con reflejos amarillos, verdes y azules. Y al salir piensas que si existe un paraíso debe ser muy parecido a este archipiélago frágil y orgulloso. Piensas que la historia le debía algo de paz a tanta belleza. Piensas que por fin se ha hecho justicia con esta bahía que contempla tranquila otro atardecer de ensueño, mientras nuestra barquita azul vuelve al muelle.

Texto y fotos de Gabriel Stitzki



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