Dallas y su modernidad quedan ya a nuestras espaldas, el madrugón me provoca cefaleas, supongo que Dios no me ayuda, así que decidimos recargar cafeína en la primera gasolinera que encontramos. Resulta difícil elegir entre un recipiente de 300 o de 500 ml, hay algo mal entendido sobre el café expreso en este país. Mientras dudo entre desayunar tarta de arándanos o cheese burger, dos robustos veinteañeros entran enfundados en sus botas camperas, camisas de felpa a cuadros y gorros de cowboy. Si de algo se enorgullecen los Texanos es de su legado, el cowboy está vivo y presente en cualquier rincón de las grandes llanuras. Como buenos sureños saludan con un simpático “Howdy!” -muy utilizado entre los locales para decir “Hello”- mientras embadurnan de mostaza unos grasientos hot dogs a mitad de precio.
West Texas se encuentra aún a unas 500 millas de esta gasolinera de los suburbios de Dallas así que será mejor arrancar y conducir acompañados de los litros de café cerca del cambio de marchas. “Everything is bigger in Texas” es lema, fama y realidad del segundo estado más grande de Estados Unidos, aproximadamente del tamaño de la Península Ibérica e Irlanda juntos.
Hora tras hora arañamos millas a las soporíferas rectas mientras se van substituyendo los verdes ranchos del este por el rojizo polvo del inhóspito desierto del oeste. Desierto que flota sobre un mar de oro negro que es hoy motor económico del estado y que a lo largo del siglo pasado enriqueció de forma irracional a familias de rancheros propietarios de estos estériles terrenos. James Dean y Elisabeth Taylor lo ilustraron de maravilla en la película “Giant”, clásico del cine de los 50’ rodada aquí mismo, en West Texas. Frente a nosotros se extiende ahora un mar de máquinas extractoras de petróleo que bailan sin cesar al son del petrodólar. Su ritmo sosegado ralentiza el tiempo mientras los acordes de Bon Iver narcotizan el trayecto, de nuevo se demuestra que lejos del trópico y las palmeras también nos podemos relajar. Llevamos una eternidad sin divisar pueblo o ciudad alguna cuando la cobriza silueta de una escarpada cordillera en el horizonte nos indica que la frontera con México está muy cerca.
Nuestra primera parada es en Marfa, pueblo donde a mediados del siglo XIX rancheros e indios Apaches documentaron divisar misteriosas luces durante la noche en la lejanía del desierto. Aún hoy “…the Marfa lights…” atraen a numerosos curiosos en busca de la prueba definitiva de que no estamos solos… de la existencia de OVNIS.
Dado que nuestro principal objetivo no es ser abducidos por un platillo volante mientras buscamos algo para comer nos refugiamos en una coloreada “taquería” Mexicana. No hace falta pronunciar palabra para que la dueña nos dé una calurosa bienvenida en español, nuestro aspecto nos delata. Manteles a cuadros rojos, fotografías de vírgenes en las paredes, barrotes en las ventanas y grietas a doquier acompañan los jugosos tacos de ternera bañados en salsa de chile verde que nos recuerdan a quién pertenecieron estas tierras apenas doscientos años atrás. La población latina representa ya el 37% de la población de Texas. Documentados e indocumentados conviven poco revueltos con los estadounidenses de tez clara y genética europea en un estado republicano muy dado a cambios de bandera y poder. Texas fue un país independiente después de pertenecer a España, Francia y México hasta que en 1845 decidió anexionarse a Estados Unidos. ¿Es posible mezclar entre cuatro polvorientas calles del desierto hipsters barbudos en cafeterías importadas de Brooklyn, rancheros latinos conversando junto a golpeadas pick-ups, lujosas galerías de arte exponiendo millonarias piezas, tres iglesias, humildes cantinas de tequila y limón y un desconcertante aparador de Prada? Welcome to Marfa. Oscurece, viajar en Noviembre nos protege de la deshidratación durante el día pero nos hiela los huesos durante la noche. Repasamos la ruta del día siguiente en el espectacular camping/restaurante “El Cósmico”, los párpados se nos caen, toca descansar.
Reprendemos la carretera hacia Big Bend National Park, uno de los parques naturales más grandes del país, una joya poco transitada alejada del mundo con cimas de hasta 2400 metros y una biodiversidad sorprendente abrazada al Río Grande -Río Bravo para los Mexicanos-.
Debido a la inmensidad del paraje decidimos explorar el parque durante tres días: 200 km de senderos, 190 km de río, desierto, bosque, coyotes, serpientes de cascabel y correcaminos son motivos de peso para gozar de la que fuese tierra sagrada de indios Comanches, Chisos y Apaches a lo largo de cientos de años. Viendo la riqueza de la zona es fácil comprender la feroz resistencia que siempre opusieron los nativos frente a la ocupación anglosajona, resistencia tantas veces demonizada en los westerns que marcaron nuestra infancia.
A lo largo de las serpenteantes carreteras arropadas por cactus y ocotillos, decenas de carteles advierten sobre la presencia de osos en la zona…osos en el desierto? Es esto un capítulo de Monty Paython? Big Bend National Park alberga enormes zonas boscosas por encima de los 1000 metros donde campan a sus anchas familias de osos negros. Durante la ascensión a Emory Peak unos “rangers” nos advierten de la presencia de osos cerca de la cima…y ante nuestra sorpresa, al coronar el monte, allí se encontraba uno de ellos paseando por la empinada ladera opuesta a nuestro pico. Apenas 200 metros y un acantilado (afortunadamente) nos separaban de él. Esta es sin duda alguna una tierra de enorme belleza, muchas veces salvaje y siempre imponente.
Una vez reponemos algo de agua e hidratos de carbono en forma de exquisito pan de molde reemprendemos el camino hacia la sinuosa frontera natural que separa México y Estados Unidos, el Río Grande. El adjetivo “grande” seguramente es por su longitud, no por los escasos 25 metros que separan una orilla de la otra. Río diariamente cruzado por cientos de inmigrantes en busca de un futuro prometedor quienes poco temen y mucho desconocen la inmensidad del hambriento desierto que les aguarda para engullirlos sin compasión. Este pasado 2016 cerca de 40.000 menores centroamericanos fueron detenidos cruzando ilegalmente en busca de algún familiar residente en el país de las oportunidades.
Tras varias jornadas recorriendo valles, llanuras, picos y secos meandros de Big Bend National Park emprendemos el rumbo hacia uno de los pocos pueblos fantasma aún habitados de la zona, Terlingua.
A finales del siglo XIX este enclave minero se convirtió en uno de los epicentros mundiales de extracción de mercurio. Miles fueron los trabajadores tanto Mexicanos como Estadounidenses que vinieron para hacer fortuna hasta que a principios del siglo XX problemas financieros y la sobreexplotación obligaron a cerrar las minas.
Sobre las suaves laderas que nos rodean se intuyen decenas de sencillas casas de adobe mimetizadas con el entorno. Muchas de ellas abandonadas confieren un misterioso aspecto a un pueblo aislado y olvidado. Terlingua es hoy refugio de artistas que buscan en la soledad la inspiración, es por ello que decenas de esculturas hechas con deshechos de metal, latas de aceite y todo tipo de utensilios reciclados decoran calles, locales y patios dando color y alegría al macilento amarillo del desierto.
Después de conseguir plantar la tienda en un poco acogedor rincón del polvoriento “RV park” conocemos a nuestro mellado vecino Larry quien, lata de cerveza en mano, nos relata las maravillas de la comida local y recomienda las “ribs” (costillas) de la cantina que se encuentra a escasos 700 metros. La efusividad sureña nos convence y muy motivados vamos en busca del costillar, música y cerveza. Al entrar en el local somos escrupulosamente escaneados por las atentas miradas de los habitantes de la barra, cowboys propietarios de un taburete a quien nuestra presencia altera su cómoda monotonía. En una de las esquinas, bajo un trofeo de caza, una banda de música está a punto de comenzar el recital. Poco a poco el local se va llenando de pintorescos artistas emigrados de las grandes ciudades que aquí han encontrado la paz interior. Tanta variedad de cervezas en la carta nos marea… sin haber consumido aún! Las costillas, cocinadas a fuego lento durante un par de horas, son sin lugar a dudas un manjar deliciosamente grasiento que acompaña de manea inmejorable una velada de country, alcohol e historias para no dormir.
Tras una semana de carretera el viaje ha terminado, toca trabajar. Ya de vuelta en Dallas y aún con cansancio acumulado del largo “road trip”, sigo preguntándome si los castigados artistas han encontrado en Terlingua la anhelada paz de los cielos o la escapatoria que brinda el oscuro infierno donde sus pecados no deben ser redimidos. West Texas es el agresivo “far west” por el que muchos murieron y pocos triunfaron. Tierra de magnética belleza e incalculable riqueza éste es destino obligado para el viajero que quiere disfrutar de la inquietante calma fronteriza del desierto de Chiuaua y entender la complejidad de un país en constante metamorfosis como es Estados Unidos.
Texto y fotos de Jordi Martin de Blado
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