Una canción que oí cantar en las Seychelles habla de una isla perdida en medio del mar, como una nube flotando entre el océano y el cielo. La expresión -no me me dirán que no tengo razón- tiene un no se qué de fantástico que le viene como anillo al dedo a las Seychelles.
La mayoría de las Seychelles están formadas por granito acumulado en escarpadas y oscuras montañas de piedra, consumidas por el clima y trabajadas como si de inmensas esculturas se tratase. La tierra está cubierta de bosques tropicales que contienen especies que no se encuentran en ningún otro lugar de la tierra: palmeras coco de mar y árboles medusa; selváticas orquídeas de color vainilla y plantas amarillas en forma de horquilla; papagayos negros, palomas azules y tórtolas de cabeza roja. La tierra está rodeada de un halo como de fábula.
En efecto. Con una superficie de 455 kilómetros cuadrados de tierras emergidas, este archipiélago flota en las azules aguas del océano Índico, frente a la costa oriental africana. Son unas 100 islas donde asoman playas de fina blanca arena encastradas entre una exuberante vegetación e inmensos bloques de granito pulidos por el viento y el agua durante miles de años.
Que nadie se llame a engaño: la estampa típica de Seychelles es lo más parecido a un paseo por el paraíso. En un mundo de plantas, animales y vida marina que nunca había visto ni imaginado, he oído leyendas que estaban a la altura del mágico hechizo del paisaje. Me han hablado del calamar gigante, de la magia negra de los amuletos, de cofres con tesoros perdidos, hallados y mistetiosamente transportados a lo alto de las colinas, quien sabe si por obra y gracia de algún espíritu. El gusto por lo aparentemente irreal e inexplicable es uno de los elementos que contribuyen al hechizo que producen estas islas minúsculas, lejanas, cubiertas de palmeras… En definitiva, unas islas capaces de colmar de sueños y de fantasías una de las hornacinas de nuestra imaginación.
Las islas de Mahé, Praslin y La Digue componen el corazón cultural y económico del fantástico archipiélago. Mahé es la más grande; aquí es donde está Victoria, la capital, y la que concentra la gran mayoría de la población. Por cierto, no hace mucho que las Seychelles están habitadas -los primeros colonos franceses llegaron a ellas hace poco más de dos siglos-. Estas islas nunca han tenido civilizaciones antiguas ni poblaciones indígenas: es más, no han tenido población de ningún tipo antes de 1770.
Casi un centenar de playas dibujan la geografía idílica de Mahé. De entre todas ellas destaca Beau Vallon que está considerada como una de las más bellas del mundo con sus tres kilómetros de arenas color marfil y sus aguas turquesa.
Ya en el norte aparece el Jardin du Roi, un enclave de un verde jugoso que mantiene la tradición francesa del cultivo de la canela, vainilla y té. Aparte del paisaje, no hay que olvidarse de ver algunas de las tradicionales mansiones coloniales diseminadas por la isla, todas siguiendo un estilo afrancesado del siglo XVIII.
No muy lejos de Mahé, hacia el este, está Praslin, la segunda isla del archipiélago. Sus poco más de 15000 habitantes se dedican a la pesca, a la agricultura y al turismo. Menos montañosa que Mahé y rodeada por una barrera de coral, también cuenta con un magnífico litoral de aguas cristalinas. Alterna majestuosas playas con calas recónditas de belleza selvática.
Caminar de punta a punta (la isla es tn pequeña 12 kilómetros de largo por cinco de ancho que en una hora es òsible cruzar de un extremo al otro) es uno de los grandes atractivos de Praslin. De hecho toda la idlsa está salpicada de senderos fantásticos que permiten ir descubriendo sus tesoros. Y su mayor tesoro es el Valle de Mai.
Se trata de un bosque virgen en que constantemente resuena el canto de los pájaros y que contiene uno de los porcentajes más altos del mundo de especies endémicas. Aquí se encuentran treinta de las ochenta especies de flora indígena de las Seychelles, y alguno de los animales y plantas del archipiélago que sólo viven aquí, incluida la especie más extraordinaria de todas: la palmera coco de mar.
Los sensuales frutos de esta palmera (su forma recuerda un “magnífico” trasero femenino) excitaron la imaginación de los marineros que arribaron a estas tierras ya en el siglo XVII que al verlos flotar en las playas creyeron que procedían de bosques que crecían bajo el mar. El coco de mar es una de las más extraordinarias criaturas del mundo vegetal. Es originario y único de Seychelles y el simbolo de las islas.
Siguiendo un estrecho sendero de tierra batida, entramos en el valle de Mai en silencio. Cuando empieza a soplar el viento, los cuatro mil cocos de mar del valle toman vida, como si de árboles encantados se tratara. Las hojas se agitan en la copa, chocando unas contra otras, y algunas de las más viejas caen , con un sonido crepitante, hasta el fondo del bosque. A medida que aumenta el viento, el bosque empieza a hacer olas, en una vertiginosa escena e palmeras oscilantes y estrépito ensordecedor. Encontrarse en medio de los cocos de mar sacudidos por el viento nos produce una salvaje excitación, como si estuviéramos a punto de ser engullidos por un torbellino de viento. Por lo demás Praslin concentra algunas de las playas más célebres del mundo: Anse Boudin, Anse Marie-Louise, Anse Lazio… entre otras muchas.
Con un transbordador llegamos en poco más de 30 minutos a nuestra última etapa: La Digue. Es otra cosa, otra historia. Para empezar mantiene el ritmo de vida lento que todos anhelamos cuando queremos alejarnos del estres cotidiano.
De entrada me sorprende el medio de transporte habitual: en La Digue es el carro tirado por un buey. Me encanta. Y es que el tráfico aunque no está prohibido sí está restringido a unos pocos, muy pocos, elegidos. En realidad no más de 20 coches pueden circular por la isla.
Aquí viven unas 2.000 personas todas ellas dedicadas a la pesca, la elaboración de copra (aceite de coco), la vainilla y el turismo.
Uno de los modos más sugestivos para explorar la isla es alquilar una bicicleta para recorrerla con calma. Nosotros seguimos los consejos de nuestro guía y así llegamos a una de las playas más impresionantes del mundo: Anse Source d´Argent. Aquí descansamos, nos relajamos tomando un baño y nos despedimos del archipiélago.
Hemos disfrutado de un viaje fantástico. Para nosostros ha sido una experiencoa muy gratificante, un descubrimiento soberbio de un lugar realmente especial al que espero algún día retornar.
No hay vuelos directos entre España y Seychelles. . Emirates (www.emirates.com) vuela desde Madrid y Barcelona vía Dubai.
CÓMO MOVERSE
Los vuelos internos se hacen siempre con Air Seychelles. Sólo hay vuelos regulares desde Mahé y Praslin (15 minutos de duración).
DOCUMENTACIÓN
Hay que tener el pasaporte en regla, billete de salida del país y reserva de alojamiento.
CUÁNDO IR
Es un destino para todo el año. Y es que gozan de un clima ecuatorial, cálido y húmedo durante todo el año. Sin embargo el periodo idóneo es de septiembre a noviembre. Las lluvias fuertes caen en diciembre y enero.
MONEDA
La rupia de Seychelles. 1 euro son 16,50 rupias, aproximadamente.
DÓNDE DORMIR
En Mahé: Banyan Tree (www.banyantree.com). Es un lujo: 60 villas en una de las playas más hermosas de la isla. Más económico es Chalets d´Anse Forbans (www.forbans.com).
En La Digue: La Digue Island Lodge (www.ladigue.sc) En Anse Reunion. Muy recomendable.
GASTRONOMÍA
La especialidad de todos los restaurantes el pescado. Se prepara de todas las formas imaginables (a la plancha, al vapor, al horno…) Las especias (vainilla, nuez moscada…) se utilizan mucho.
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