Hubo un tiempo en el que encender una bombilla era un pequeño lujo. Y sí, puede que ahora no sea, precisamente, económico, pero a mediados del siglo XX era mucho peor. La electricidad era algo impensable para las clases bajas, las bombillas se fundían con frecuencia, suponiendo un gran gasto, y cada foco encendido era un tirón más a la factura del mes. Y no hablemos ya del calor que emitían. Las bombillas incandescentes funcionaban calentando un fino filamento hasta hacerlo brillar. Literalmente, generaban luz a base de calor.
¿El gran problema? Que el 95% de la energía que consumía se iba en calor, y solo un 5% se convertía en luz. Es decir, era casi como encender una estufa para leer un libro. Y, durante muchos años, no hubo alternativas. Los tubos fluorescentes mejoraban algo la eficiencia, pero eran frágiles, tardaban en encender y a veces parpadeaban descontroladamente. ¿Acaso la iluminación tendría que ser siempre cara, ineficiente y limitada?
Afortunadamente, algo empezó a cambiar, poco a poco, con una lucecita tenue y de color rojo.
DE LA CHISPA A LA ILUMINACIÓN
Todo comenzó en 1962, cuando un joven ingeniero estadounidense llamado Nick Holonyak inventó el primer LED visible: una pequeña fuente de luz roja. Era débil, sí, no servía para iluminar una habitación, pero tenía algo especial: no se calentaba, no se fundía y consumía poquísima energía. Durante años, los LED rojos y verdes se usaban solo como indicadores en aparatos electrónicos. Estaban en relojes digitales, calculadoras, mandos de televisión… Es decir, luces discretas, pero sin aspiraciones a reemplazar bombillas.
De hecho, el gran obstáculo de esta iluminación era crear un LED azul. Parece un simple detalle, pero la verdad es que sin ese color no se podía hacer luz blanca (la que usamos para iluminar espacios). Fue un gran reto que ruta décadas y que requirió muchos esfuerzos pero, finalmente, en los años 90, tres investigadores japoneses - Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura - lo lograron. Gracias a ellos, por fin se podían combinar los tres colores primarios de la luz y obtener la blanca.
Este descubrimiento fue tan importante para el avance de esta tecnología, que en el año 2014 ganaron el Premio Nobel de Física. Y no es para menos: habían, literalmente, abierto la puerta a una nueva era de iluminación.

LA EFICIENCIA A OTRO NIVEL
Pero lo fascinante de todo esto no es solo su pequeño tamaño o la potencia con la que brillan, sino cómo son capaces de producir esa luz. A diferencia de las bombillas tradicionales, que generan luz calentando materiales, los LED funcionan a través de un fenómeno llamado electroluminiscencia. Es decir, cuando se les aplica corriente eléctrica, ciertos materiales especiales - llamados semiconductores - hacen que los electrones se excitan y suban de nivel energético, “saltando”. Al volver a su sitio, liberan energía en forma de luz y… ¡tenemos el brillo del LED!
Se trata de un proceso que genera muy poco calor, algo que realmente revolucionó el panorama. Menos consumo, más duración y, lo más importante, menos riesgo de averías. De hecho, los números no mienten: una bombilla LED puede durar entre 15.000 y 50.000 horas. Es decir, que si la usaras 3 horas al día, podría durarte hasta 20 años. Algo impensable antes de los LED.
Por si esto fuera poco, son elementos que consumen un 80% menos de energía que una bombilla incandescente. Por eso, aunque bien es cierto que al principio su precio era más alto, con el tiempo se han ido convirtiendo en una de las mejores inversiones para hogares, negocios y ciudades. En pocas palabras, no solo ahorras dinero, sino que también ayudas a reducir el consumo global de energía.

LA LUZ QUE CAMBIÓ TODO
Hoy en día, los LED están en todas partes. No solo en las bombillas domésticas, sino también en los faros de los coches, en las pantallas de las televisiones, los semáforos, linternas, luces de emergencia, quirófanos, invernaderos, espectáculos… Incluso en los móviles que usamos a diario. Son pequeños, resistentes, de bajo consumo y vienen en todos los colores imaginables.
Incluso, su versatilidad ha hecho que los LED también revolucionen el diseño de interiores o la arquitectura. Seguro que alguna vez has visto habitaciones decoradas con tiras LED que cambian de color o edificios que, durante la noche, brillan como si se tratase de obras de arte. ¿Sabías que además existen algunos modelos que permiten incluso ajustar la temperatura de la luz para imitar la luz natural y mejorar el descanso?
Y esto es solo el comienzo. La tecnología LED no para de evolucionar: cada año son más potentes, más eficientes y más inteligentes. Se integran en sistemas de domótica, se controlan con la voz o desde el móvil, y se adaptan a nuestras rutinas. Gracias a ellos, estamos más cerca de un futuro sostenible y eficiente.
via Noelia Freire https://ift.tt/MrWOhVE
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