Imagina que cada vez que respiras, masticas una manzana o simplemente te sirves un vaso de agua, introduces en tu cuerpo fragmentos diminutos de un material que nunca debería haber estado allí: plástico. No se ve, no se siente, pero está presente.
Y, como si de una niebla invisible se tratara, impregna el aire, el agua y los alimentos que consumimos cada día. Bienvenidos al mundo de los microplásticos, una amenaza insidiosa que se ha infiltrado hasta en los rincones más remotos del planeta… y de nuestros cuerpos.
Los microplásticos —esas partículas menores a cinco milímetros— están tan presentes en nuestra vida cotidiana que científicos como Richard Thompson, pionero en su estudio, no dudan en afirmar: “El aire que respiramos, el agua que bebemos, la comida que comemos... están en todo”.
Frente a este panorama, y mientras se investiga la verdadera magnitud del daño que podrían causar a la salud humana, la comunidad científica empieza a trazar un mapa de acciones concretas para protegernos.
¿Qué son exactamente los microplásticos?
Aunque parecen invisibles, los microplásticos son fragmentos que provienen de la descomposición de plásticos más grandes, como envases, bolsas y fibras sintéticas. Un paso más allá están los nanoplásticos —tan pequeños que pueden atravesar membranas celulares y circular por la sangre hasta llegar al cerebro o los pulmones—, cuya peligrosidad potencial empieza a preocupar cada vez más a los investigadores.
La ropa de poliéster, los utensilios de cocina, los empaques de alimentos y hasta los filtros de cigarrillo pueden ser fuentes de estas partículas. Y su viaje hacia nuestros cuerpos no tiene una única ruta: los respiramos, los ingerimos y, posiblemente, incluso los absorbemos a través de la piel.
¿Qué podemos hacer entonces para protegernos?
Aunque la eliminación total de los microplásticos en nuestra vida parece una quimera, los expertos coinciden en que hay medidas que, sin requerir un cambio radical, pueden ayudarnos a reducir nuestra exposición significativamente.
La primera, y quizás más sencilla, es evitar el uso de botellas de plástico de un solo uso, especialmente aquellas que han estado expuestas al sol o al calor. El calor ablanda el plástico y favorece la liberación de partículas y sustancias químicas nocivas.
Otra recomendación clave: no calentar comida en recipientes plásticos. Pasar los alimentos a un recipiente de vidrio o cerámica antes de ponerlos al microondas puede marcar una gran diferencia. Lo mismo aplica a sartenes con revestimiento antiadherente rayado y a tablas de cortar de plástico muy gastadas. El calor y el uso constante aceleran la fragmentación de estos materiales.
La cocina, epicentro de la exposición diaria
En palabras de la doctora Tracey Woodruff, experta en salud ambiental, “la cocina es probablemente la estancia donde más fácilmente podemos reducir nuestra exposición diaria”.
Desde desechar utensilios dañados hasta reducir el consumo de alimentos ultraprocesados —donde la presencia de microplásticos puede multiplicarse debido a su embalaje y proceso industrial—, hay pasos sencillos que pueden marcar una diferencia significativa.
Y no es solo cuestión de lo que usamos, sino de cómo limpiamos. Aspirar con filtros HEPA, fregar con paños húmedos y ventilar bien los espacios interiores reduce la cantidad de microplásticos en suspensión en el hogar.
También es importante prestar atención a la ropa: las prendas sintéticas, como el nylon o el poliéster, liberan fibras con cada lavado y uso, que acaban flotando en el aire que respiramos. Optar por tejidos naturales, como el algodón o la lana, puede ser una medida útil a largo plazo.
¿Hasta qué punto debemos preocuparnos?
La ciencia aún está en las primeras etapas de comprensión de los efectos exactos de los microplásticos en los humanos, pero algunos estudios ya apuntan a vínculos con inflamación crónica, enfermedades cardiovasculares e incluso disminución de la calidad del esperma.
Un estudio reciente demostró cómo los microplásticos pueden suprimir el sistema inmune en animales, lo cual plantea interrogantes alarmantes sobre los efectos acumulativos en nosotros.
Pese a todo, los expertos insisten en no caer en el alarmismo paralizante. “No podemos eliminar por completo nuestra exposición, pero sí podemos reducirla significativamente con pequeños ajustes”, afirma la profesora Christy Tyler.
El truco está en identificar nuestras fuentes principales de exposición y actuar con sentido común: menos plásticos en la cocina, mejor ventilación en casa, tejidos naturales en el vestuario y, sobre todo, evitar el uso de plásticos con calor o deterioro.
Regulación y responsabilidad colectiva
No todo recae en el ciudadano. Los científicos y activistas coinciden en que se necesita una intervención decidida por parte de gobiernos y organismos internacionales. La prohibición de microperlas en cosméticos en EE.UU. y Europa o el tratado internacional que negocian 175 países para frenar la contaminación por plásticos son pasos necesarios. Pero aún queda mucho camino por recorrer.
Dejar de utilizar pajitas de plástico o cambiar a una botella reutilizable no resolverá por sí solo el problema. Sin embargo, cada gesto cuenta, y cada decisión consciente puede sumar para disminuir el torrente de microplásticos que circula dentro y fuera de nosotros.
via Sergio Parra https://ift.tt/rGXOb6D
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