Existe en Jordania un camino que tiene más de 4.000 años. Una ruta ya mencionada en el Antiguo Testamento, pero cuya existencia puede remontarse a la Edad del Bronce. Recibe el nombre de Camino del Rey, no porque se atribuya su trazado a un monarca concreto, sino en atención a su antigüedad e importancia. Este camino conectaba el golfo de Aqaba, en el mar Rojo, con Damasco, en Siria, atravesando de sur a norte la región de Transjordania. Esta zona tenía un interés limitado. Las tierras al este del valle del Jordán y del mar Muerto estaban formadas por una anodina sucesión de mesetas boscosas que daban paso a un inmenso desierto. Ningún gran imperio había surgido allí.
Con una orografía accidentada y escasa disponibilidad de agua dulce, Transjordania ofrecía poco espacio para la agricultura. Pero, aunque era pobre en recursos, su ubicación, en el corazón de una extraordinaria encrucijada de caminos, la convertía en una presa deseada. Al este se extendía Mesopotamia; al suroeste, el valle del Nilo, y al sur, la península arábiga, recorrida por las caravanas de los nabateos, cargadas de incienso del Yemen, perlas del mar Rojo y especias de la India. Las vías que unían estos tres territorios atravesaban la accidentada orografía de Siria-Palestina, y una de las mejores rutas para hacerlo era siguiendo el viejo Camino del Rey.
A comienzos de la Edad del Hierro, en torno al siglo IX a.C., Transjordania estaba habitada por pequeños reinos tribales de carácter ganadero como los amonitas o los moabitas, mencionados con frecuencia en la Biblia hebrea. Sin embargo, toda la región estaba a punto de experimentar profundas transformaciones. Por un lado, la actividad caravanera se incrementó gracias a la domesticación del camello. Los señores del desierto, los nabateos, comenzaron a expandirse cada vez más al norte, y una de sus capitales, Petra, se alzaba junto al Camino del Rey. Por otro, a finales del siglo IV a.C., el Próximo Oriente se integró en el imperio del rey macedonio Alejandro Magno, y tras la muerte de éste, en 323 a.C., quedó dividido entre sus generales.
El orígen mítico de Gerasa
Transjordania se convirtió en un territorio en disputa entre el Egipto ptolemaico y el Imperio seléucida, gobernados ambos por descendientes de nobles macedonios. Durante doscientos años, la cultura griega se extendió por la región, mezclándose con las tradiciones semitas y el idioma arameo, y propiciando el comienzo de una época brillante: el helenismo. Así, los viejos reinos amonitas y moabitas dejaron paso a un ramillete de prósperas ciudades-estado de carácter comercial y cultura helenística, una fórmula que se adaptaba mejor a la accidentada geografía de la zona y al creciente flujo caravanero. Una de estas ciudades fue Gerasa.
A sus moradores les gustaba contar una historia curiosa sobre el nombre de su ciudad. Aseguraban, con orgullo, que el topónimo Gerasa se debía a que sus primeros habitantes fueron veteranos, gerasmenos, de las campañas de Alejandro. Soldados valerosos que, tras haber combatido contra los persas, habían recibido como recompensa una parcela de tierra en las colinas que separaban el valle del Jordán del desierto. Esta historia era seguramente falsa y, como tantos heroicos relatos fundacionales, estaba destinada a aumentar el prestigio de la localidad.
Los habitantes de Gerasa decían que la ciudad fue fundada por veteranos del ejército de Alejandro Magno
El nombre original de la ciudad no parece haber sido Gerasa (un topónimo semita), sino Antiochia ad Chrysorrhoam (Antioquía junto al río de oro), lo que haría remontar su fundación a algún rey seléucida, tal vez Antíoco IV (175- 164 a.C.). Ésta se enmarcó seguramente en un contexto de disputa territorial con Egipto, y los colonos griegos se fusionarían con la población local de un asentamiento habitado desde el Neolítico. Esta primera Gerasa, amurallada y en una colina junto al río, comenzó a desarrollarse con rapidez.
Al igual que el resto de las nuevas ciudades-estado de Transjordania, Gerasa era una entidad política independiente, celosa de su autonomía. Probablemente mantenía estrechos vínculos con otras localidades de la región, como Filadelfia (la actual Amán), que confió al templo de Júpiter en Gerasa la custodia de su propio tesoro municipal. También era un destacado centro comercial y contaba con una población multiétnica: colonos griegos, indígenas arameos y comerciantes nabateos se mezclaban con mercaderes de procedencia más exótica, como persas, partos e incluso indios. Aparentemente, estas localidades pertenecían al ámbito helenístico: muchas habían sido fundadas (o así lo pretendían) por Alejandro o alguno de sus sucesores; el griego y el arameo se empleaban como lenguas comunes, y los monumentos se construían según modelos griegos. Sus jóvenes adinerados debían de frecuentar el gimnasio y el ephebeion, instituciones destinadas a la educación física y moral de los muchachos, mientras sus padres exhibían su riqueza en las primeras filas del teatro. Pero un examen más atento revela la pervivencia de algunas viejas costumbres semíticas. En las inscripciones, nombres griegos se mezclaban con semitas. Para horror de los más helenizados, la circuncisión seguía siendo una práctica habitual, y bajo las pomposas dedicatorias a divinidades helenas pervivía el culto a antiguos dioses semíticos.
En Gerasa convivían las antiguas tradiciones semitas con las nuevas de influencia helenística
Nace la Decápolis
El Imperio seléucida desapareció en el siglo I a.C., y sus viejos dominios en Siria-Palestina acabaron en manos de la República de Roma. Pompeyo, el general que había llevado a cabo la conquista, reorganizó políticamente toda la región y en 63 a.C. agrupó a las ciudades del extremo norte del Camino del Rey en una liga dependiente de la provincia de Siria y administrada por un prefecto romano. La coalición recibió el nombre de Decápolis (diez ciudades). Curiosamente, Plinio el Viejo advertía en su Historia natural de que a pesar del nombre no había acuerdo ni sobre el número ni sobre las ciudades que integraban la liga. Plinio determinó que la Decápolis comenzaba en Damasco y terminaba en Filadelfia (llamada así en honor del rey egipcio Ptolomeo Filadelfo), incorporando ciudades como Escitópolis (al oeste del Jordán), Gadara, Hipo, Dion, Pela, Cánata, Ráfana y, por supuesto, Gerasa.
Para saber más
Gerasa. Colección Arqueología. National Geographic. RBA Coleccionables, Barcelona, 2017.
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