Comprobado. Quien la conoce repite. El resto, sueña con ello. Es el efecto que produce Edimburgo, una de las capitales más atractivas de la vieja Europa. Un imán en forma de ciudad que no se contenta con sus brutales lienzos medievales ni con el aura de misterio y el buen rollo que trasmite, y se reinventa las veces que haga falta para dejarnos con ganas de más. Tenemos la prueba: un fuera de ruta en toda regla en Edinbra, como la llaman los escoceses. Let's go!
El barrio de Leith
Aquí no encontrarás la absoluta perfección de la Royal Mile ni los elegantes edificios neoclásicos de la New Town. No. Leith juega en otra liga, la de un antiguo barrio portuario, situado en el norte de la ciudad, en cuyas calles aún resuenan las canciones de The Proclaimers, las carreras de Transpointing frente a los Banana Flats y los ecos de su pasado marinero.
De sus días como feudo marginal poco o nada queda y hoy en día Leith es una animada zona, diversa y multiétnica, que resulta irresistible. ¿La otra Edimburgo? Exacto. La que discurre a la vera del Water of Leith -el río que dibuja su fisonomía-, y se va de picnic a los Leith Links. La que consume cultura en la Coburg House o en el Leith Theater, curiosea en las tiendas de Easter Road y Leith Walk, y apura los días ale en mano en los pubs y restaurantes de The Shore.
¿Sugerencias gastronómicas? Las que quieras. Cupcakes y brownies en Mimi’s Bakehouse, clásicos escoceses en el victoriano Nobles Café, kebabs y pizzas en Best Kebab House, mejillones, haggis y pescado en The King's Wark, especialidades francesas en Martin Wishart o la cocina de la naturaleza al plato de The Kitchin -ambos con una estrella Michelín.
Para terminar la noche o cuando te plazca, unas pintas en Malt & Hops (Shore, 45) o en el canalla Port’O Leith (Constitution Street, 58). Y si prefieres agua de la vida, apúntate a una cata en The Vaults, una de las sedes de The Scotch Malt Whisky Society. Aunque para copas distendidas, Teuchters Landing, un encantador pub que en su día fue la sala de espera del ferry de vapor que conectaba Edimburgo con Aberdeen. Tomar algo en el jardín con vistas al muelle es de lo más scottish que puedes hacer en Leith –on nice days, obvio.
Para seguir descubriendo este barrio en el que solo pululan turistas bien informados, sigue rumbo al mar hasta llegar a Ocean Terminal. No te mandamos aquí para que compres porque es un centro comercial más. Lo hacemos para que veas una estupenda panorámica del Firth of Forth y, si te apetece, visites el buque real .
¿Nos marcamos un ceilidh?
Para conectar con las raíces de la tierra que pisas, anímate a participar en un ceilidh y aprende a bailar la que posiblemente sea la danza tradicional escocesa más fácil. De entre todos los locales que celebran estos encuentros te recomendamos el Edinburgh Ceilidh Club. La música en directo corre a cargo de bandas como Teannaich, Ceilidh Minogue o Heeliegoleerie, y sus callers, ocurrentes y campechanos, guiarán tus pasos de novato en salas como la mítica Assembly Roxy. El objetivo es conocer gente y divertirse, así que no hay excusa que valga. Si eres de naturaleza tímida, pide algo de beber, siéntate en una mesa y disfruta del ambiente. Y si el término vergüenza no está en tu diccionario, sal a la pista y déjate llevar. Siempre habrá un alma curtida en estas lides que te ofrezca su mano. Palabra de la casa.
Newhaven, un faro y una puesta de sol
¿Una alternativa a los atardeceres de Calton Hill o Arthur's Seat? El que nos regala el puerto de Newhaven, un distrito situado entre Leith y Granton, muy cerca de Ocean Terminal. Ponte en situación. Estás en una terraza con una ración de ostras y una cerveza. Frente a ti, un puñado de barcos de pesca, el rompeolas, la romántica silueta de un faro y, al fondo, los puentes del Forth. Cae la tarde, los sonidos del puerto rasgan el silencio y el sol inicia su descenso. En el cielo, una hermosa sinfonía de colores baila con las nubes. En tu cuerpo, un escalofrío activa tus sentidos. Has llegado en busca de una puesta de sol y Newhaven te ha dado la mejor.
Esa terraza es la del Fishmarket, uno de los restaurantes que ocupan las antiguas lonjas. Te lo sugerimos por la calidad de sus productos y por su política medioambiental. Las cajas de su take away son biodegradables y solo utilizan pajitas de papel para reducir el consumo de plástico.
Los puentes del Forth
Imperdonable. Así sería pasar por alto los Forth Bridges, los tres puentes que salvan el río Forth antes de que sus aguas se fundan en el mar del Norte. Una de las mejores visas de Forth Bridge la encontrarás en South Queensferry, a orillas del fiordo. Toma el tren, baja en Dalmeny y dirígete al Hawes Pier para admirar la potente estampa de este gigante de acero rojo, declarado Patrimonio de la Humanidad, por el que circulan más de 200 trenes al día. Si prefieres verlo desde la orilla norte, acércate al pequeño faro de North Queensferry.
En 1958 se inauguró el Forth Road Bridge, el único que se puede cruzar caminando o en bici. Olvida la pereza porque a lo largo de sus dos kilómetros y medio podrás coleccionar vastas panorámicas de los puentes que lo flanquean: el ya mencionado Forth Bridge y el Queensferry Crossing. Este último se abrió al tráfico en 2017 y es el puente atirantado de tres torres más largo del mundo. Para calibrar sus dimensiones, ve a la marina de Port Edgar. Otro must-do: subir a bordo de los barcos turísticos que recorren el Forth y desembarcar en la isla de Inchcolm para visitar la que dicen es la abadía medieval mejor conservada de Escocia.
Portobello Beach, desconecta junto al mar
Cuando el sol hace acto de presencia y la temperatura acompaña, la playa de Portobello se llena de vida. Y es que, aunque ya no luce como en su época dorada –ya no está el muelle de madera ni las cabinas para los bañistas más recatados del XIX–, la que tuvo, retuvo. En el paseo marítimo, junto a elegantes edificios georgianos y victorianos, hay varias cafeterías, puestos de helados, salones recreativos e incluso unos baños turcos auténticos. En la arena, gente jugando al vóley y familias enteras alrededor de una barbacoa.
Si lo de la barbacoa no te encaja, busca en High Street el Guild of Foresters. Su fish and chips está de vicio y las casetas de colores de su terraza son el mejor rincón para catarlo. Otra opción: la comida eco-friendly y vegana de Green Kilt. Y, si quieres emular a un escocés de pro, llévate el bañador y sumérgete en las aguas del Firth of Forth, valiente.
¡Chsss! Entramos en Dean Village
Muy cerca de la concurrida Princess Street hay una burbuja de paz esperándote. Es Dean Village, una aldea levantada por los monjes de la abadía de Holyrood en el siglo XII que ilustra que Edimburgo es ciudad, sí, pero también pueblo. Lo comprobarás perdiéndote al ralentí por sus calles. Casitas con flores, pequeños negocios, puentes y patios de postal, el canto de los pájaros como banda sonora...
Dean Village es una aldea levantada por los monjes de la abadía de Holyrood en el siglo XII que ilustra que Edimburgo es ciudad, sí, pero también pueblo
Tras visitar esta codiciada zona residencial, continúa paseando por el Water of Leith Walkway, un sendero que discurre junto al río entre inesperados parajes naturales. La Scottish National Gallery of Modern Art –con obras de Francis Bacon, Dalí o Andy Warhol–, el antiguo pueblo molinero de Stockbridge y el espectacular Jardín Botánico son otros puntos de interés de esta ruta que comienza en Balerno y acaba en Leith.
Los Kelpies: historia y mitología cubierta de acero
Junto al canal de Forth and Clyde, en The Helix –un gran parque situado a las afueras de Falkirk–, dos enormes cabezas de caballo revestidas de acero dominan el horizonte. Son los Kelpies, un icono de la nueva y vieja Escocia que ya se ha convertido en el último gran símbolo del país.
El continente, dos esculturas de 30 metros de altura y 300 toneladas de peso cada una. El contenido, un homenaje a la casta de los caballos de tiro –antaño motor de la economía escocesa–, y un guiño a los mitológicos kelpies, unas bestias marinas capaces de modificar su aspecto para atraer a quien ose domarlos. El resultado, una obra maestra de la ingeniería, firmada por el escultor escocés Andy Scott, que reclama a gritos ser visitada cuando se deja ver desde la autovía que conecta Edimburgo con Stirling. Gratis desde el exterior, previo pago en una visita guiada que te llevará hasta sus entrañas.
Como ves, Edimburgo siempre guarda una escalera de color en la manga, algo nuevo por descubrir. Y es en ese algo, real o intangible, donde reside la magia que te hará volver.
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