Avenida África. Esa es la definición de Mozambique que más me convence mientras avanzo por la Ruta Nacional 1, la carretera que une este vasto y alargado país, desde Sudáfrica a Tanzania.
La RN1 es una arteria de coches, chapas (furgonetas atestadas de pasajeros) y camiones que va prácticamente del sur al centro del continente. Casi 3.000 km de asfalto en general bien conservado por cuyos márgenes deambulan los protagonistas cotidianos de África. En cada cuneta de la carretera hay un desfile constante de las imágenes que resumen un continente. Mujeres con un brazo arqueado para sostener una pesada impedimenta de agua o ropa sobre su cabeza, jóvenes en bicicleta a ritmo parsimonioso, aldeas somnolientas que se atraviesan casi sin darse cuenta, tenderetes de comida por doquier, vendedores ambulantes de cacahuetes y papayas que se asoman frente a cada ventana entreabierta...
Existen pocos países en los que una carretera cumpla tanto la función de cordón umbilical como Mozambique. La velocidad por la RN1 no suele ser excesiva, pero de ninguna manera obliga a una lentitud exasperante típica de las pistas africanas. No hablamos de la tierra anaranjada y acartonada que alfombra los múltiples desvíos, sino de asfalto en buen estado. Tampoco es que la velocidad importe o sirva de mucho. Mozambique requiere paciencia. Es de seducción lenta. La sensación de languidez que invade nada más llegar se transforma en admiración poco a poco, día a día, conforme se va viviendo todo lo que el país puede ofrecer.
Mozambique requiere paciencia. Es de seducción lenta
Maputo, la capital
Siempre que pudieron, los portugueses levantaron las metrópolis coloniales a imagen y semejanza de Lisboa. Situada en una bahía que amansa los ímpetus del océano y una desembocadura de río, Maputo no es una excepción, al igual que Luanda, la capital de Angola, o Río de Janeiro, en Brasil. La comparación con Río no es casual. El marco natural de Maputo es bello, aunque no deslumbrante como el de Río, pero las primeras impresiones de la capital mozambiqueña sugieren que uno podría haber aterrizado en Brasil. O incluso en Cuba, cuando se cruza con uno de esos coches de los años 50 llamados «habanas», que ahora se alquilan como taxis.
Es en el Mercado Municipal, situado en la Baixa, la franja costera de la capital, y en la Estación Central, ideada por el taller de Eiffel, cuando se disipa cualquier ensoñación sudamericana. No solo el portugués desaparece en medio del ajetreo populoso sino que el desfile de mujeres en capulana (la tela de colores vivos que se ajusta a la cintura y cae hasta los pies a modo de falda) me sitúa de lleno en esa África suave y amable como la brisa del atardecer.
Maputo es una ciudad animada, de cultura fértil y hospitalaria, que ya ha olvidado el marasmo que provocó la guerra civil ocurrida entre 1977 y 1992, un conflicto típico de la Guerra Fría, sustentado desde el exterior que la inmensa mayoría de mozambiqueños no entendió pero sí sufrió. Ciertamente, Maputo tiene contadas atracciones turísticas pero suficientes para atrapar durante días y recorrerla fácilmente a pie o en las laranjinhas, esos triciclo-taxis con una curiosa forma de naranja.
Antes de lanzarse a la carretera conviene no perderse el Museo de Arte Moderno, la Casa de Hierro y el Teatro Avenida. La Casa de Hierro es una residencia concebida por Gustave Eiffel para alojar al gobernador portugués que ha acabado siendo un monumento a la irracionalidad colonial, una estructura férrea inapropiada para vivir en el trópico diseñada por un reputado arquitecto que nunca pisó el suelo mozambiqueño.
El Teatro Avenida representa uno de los movimientos artísticos más prolíficos del Maputo contemporáneo, sede de una compañía impulsada por el ya fallecido novelista sueco Henning Mankell en épocas de estrecheces presupuestarias y trauma cultural, cuando el país se reconstruía tras la pesadilla. En el Museo Nacional de Arte se puede descubrir la obra de Malangatana, fallecido en 2011. A veces Picasso tropical, a veces Gauguin mozambiqueño, siempre genial, Malangatana pintó objetos tradicionales, personas y animales presentes en la vida del país.
Un 16% de la superficie de Mozambique está protegida, de ahí que sea considerado uno de los mejores destinos de África para observar fauna,
La mayoría de turistas conocen solo un pedazo de Mozambique. La culpa de ello es, en buena parte, la proximidad con el parque Kruger, en Sudáfrica, a apenas dos horas de Maputo y desde luego más cercano que desde la sudafricana Johannesburgo. El otro gran reclamo del país es la isla de Inhaca, en el lado opuesto de la bahía de la capital, donde uno empieza a creer en aquella frase de Mia Couto: «Mozambique es un porche con vistas al Océano Índico». Couto no es solo el mejor escritor que ha alumbrado Mozambique, sino uno de los grandes novelistas contemporáneos, un candidato permanente al premio Nobel de Literatura, creador de un realismo mágico original y africano aún poco reconocido.
Con animales y playas paradisiacas tan cerca de Maputo, muchos viajeros se olvidan de los otros tesoros de Mozambique. Craso error. Nunca se acaba de conocer este inmenso país hasta que no se llega a la isla que le da nombre, Ilha de Moçambique en portugués, la fortaleza dispuesta tras el paso de Vasco da Gama en 1498 para tener un lugar de control y abastecimiento en la ruta de las especias hacia la India. Y, por supuesto, las maravillas de los archipiélagos de Bazaruto y las Quirimbas, islas pintadas sobre el azur menos profundo del océano.
En las islas Quirimbas y Bazaruto se ven ballenas, delfines, dugones, tortugas y varios tipos de coral.
Como corresponde a un país que se desinteresó del turismo hasta hace un par de décadas, Mozambique es un destino poco explorado que va captando más visitas conforme mejora sus infraestructuras.
La carretera pavimentada hasta Ponta do Ouro, en la frontera con Sudáfrica, ha abierto la región más sureña al turismo, con sus arenales blancos ideales para el surf y otros deportes acuáticos. También ha facilitado el acceso a la Reserva Natural de Maputo, uno de los escasos bosques sobre dunas del planeta. Este parque es, además, un refugio para elefantes –uno de los lugares del país en el que sobrevivieron durante la guerra civil–, en el que también se dejan ver cocodrilos, ñus, impalas y hasta algún león.
Ya en la Ruta Nacional 1, rumbo norte, la primera parada es Macaneta, una playa de arena suntuosa, alargada, sin fin. Para llegar hasta ella hay que atravesar un río en pontón y seguir luego por una lengua de tierra estrecha. Mozambique ofrece arenales que, a veces, se extienden durante kilómetros. Y como sucede en la mayoría de playas, hay un restaurante para completar la felicidad de un día hedonista. El de Macaneta es una chiringuito con brasas. Los gambones gigantes con la salsa pire pire (picante picante) es la delicatesen local y de toda la provincia de Maputo.
En la mayoría de playas de Mozambique siempre hay un restaurante para completar la felicidad de un día hedonista
Desde Macaneta la carretera se hunde en el interior de campos de cultivo y no vuelve asomar por el litoral hasta Bilene y Xai Xai. Son los mejores arenales de la provincia de Gaza, conocida por el Gran Parque Nacional Limpopo, una zona de protección transfronteriza hermanada con el parque Kruger de Sudáfrica y el Gonarezhou de Zimbabue. Hasta Vilankulo, la verdadera capital playera del país, se suceden los arenales que están dando reputación a Mozambique. Y no solo para contemplar cómo discurre la vida bajo un cocotero sino también para bucear, surfear y, sobre todo, para ver ballenas, a veces desde la costa misma.
Desde Inhambane, a unos 500 km de Maputo, hasta Beira, la segunda ciudad más grande del país, el mapa de Mozambique deja de escorarse hacia el este y apunta al norte otra vez. En el recorrido, Inhambane y Tofo son los parajes más codiciados antes de llegar a Vilankulo, punto de partida, vía marítima, al archipiélago y Parque Nacional de Bazaruto. Este conjunto de islas de arenas blancas, corales y rica vida submarina se ha convertido en un destino caro, frecuentado por los sudafricanos adinerados. Por suerte Vilankulo cuenta con servicios adaptados a todos los presupuestos y resulta fácil organizar escapadas en barca para disfrutar del snorkel en el archipiélago.
Inhambane y Tofo son los parajes más codiciados antes de llegar a Vilankulo, puerta de entrada al archipiélago de Bazaruto.
Conforme se avanza hacia al norte se percibe el desarrollo desigual del país. La pista se va deteriorando y la marcha se ralentiza. Ironías de la historia, el polo económico de Mozambique estuvo siempre en el centro y el norte, y se trasladó al sur cuando irrumpió, a principios del siglo xx, la fiebre del oro en Sudáfrica y hechizó a los campesinos mozambiqueños.
A unos 40 km de lo que ahora es Beira, se halla Sofala. En 1505 fue el primer enclave portugués de Mozambique, y por aquel entonces ya tenía una tradición de núcleo comercial con Tanzania. Las ruinas del antiguo fortín de Sofala sirvieron para construir la actual catedral de Beira, una ciudad desde la que organizar la visita a Gorongosa, el gran parque nacional de Mozambique, donde es posible ver leones, elefantes, rinocerontes y los otros grandes animales africanos en libertad. A partir de Beira la costa está más dominada por los manglares y el vasto delta del río Zambeze.
La RN1 se esconde otra vez tierra adentro hasta Nacala, donde vuelve a serpentear por la costa. Poco antes de Nacala, ya a 2.200 km de Maputo, aguarda la Ilha de Moçambique, el gran patrimonio histórico del país. Pequeña y conectada por un puente al continente, posee ese espíritu de decadencia grandiosa, con fachadas desconchadas olvidadas por la historia y otros edificios restaurados con el maná monetario de la declaración de Patrimonio de la Humanidad.
El fuerte de San Sebastián es la construcción más importante de la época portuguesa, junto al monumento a Luis Camões, que escribió parte de la gran epopeya Os Lusíadas (1572) en esta isla encantadora. Pero si Ilha de Moçambique se distingue por algo es por esa arquitectura swahili que recurre a las fachadas de coral.
Desde la isla de Mozambique partían rutas hacia el lago Niassa y el interior de África. La pequeña islita era un centro del comercio portugués de especias, de tráfico de esclavos y de influencias con los reinos de la costa swahili. Ahora perdura como un enclave que abre una perspectiva histórica del Mozambique que durante siglos tejió los hilos de las culturas del Índico.
Más al norte, hacia la frontera con Tanzania, queda la sorpresa del archipiélago de las Quirimbas, playas de ensueño pero ya diferentes, de calas más recónditas y rocosas. Los más intrépidos quizá prefieran un safari por la reserva de Niassa, una aventura al margen de los animales que se pueda fotografiar, la última maravilla de uno de los países más diversos y desconocidos de África.
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