María Zambrano escribió que “una ciudad sin escritores queda vaciada de su esencia de ciudad”. Pero no hay vacío posible en Barcelona: están Don Quijote y Sancho, George Orwell y su homenaje a Cataluña, Carvalho comprando en la Boquería, el Pijoaparte y Teresa buscando un lugar imposible, la poesía de Josep Carner, Onofre Bouvila convirtiéndose en el hombre más poderoso de la ciudad de los prodigios, la poesía auténtica de J.V. Foix, los del boom latinoamericano con Carmen Balcells, la ciudad íntima de Mercè Rodoreda, la silueta eterna de Pere Gimferrer, los compactos de Jorge Herralde, los tipos duros de Carlos Zanón, el Cementerio de los Libros Olvidados, la ironía de Quim Monzó, libreros y librerías como una esperanza... Si te quedaste con ganas de más literatura en Barcelona, ¡seguimos en ruta!
Del barrio de Gràcia al Raval: más literatura en Barcelona
Cuando Juan Marsé publicó Últimas tardes con Teresa en 1966 ubicó el Carmel en la geografía literaria de la ciudad; mientras, la otra, la geografía real, se obstinaba en darle la espalda. En los cincuenta, el barrio, por entonces de casas autoconstruidas y barracas, era algo que estaba ahí pero que parte de la ciudad ignoraba, como le ocurría a la madre de Teresa, para quien "el Monte Carmelo era algo así como el Congo, un país remoto e infrahumano con sus leyes propias, distintas". Hoy, en cambio, los búnquers de Can Baró son un plan imprescindible si se visita Barcelona. Las vistas de la ciudad lo valen. A los pies del mirador, se ve el Parque del Guinardò, barrio de Francis (o Mr. Frankie), el protagonista de la novela Yo fui Johny Thunders, de Carlos Zanón.
La atalaya de los búnquers de Can Baró ofrecen una de las mejores vistas de la ciudad
En el Carmel, hay lugares por los que parece que el tiempo no pasa, como el bar Delicias. Su selección de patatas bravas es antológica. Y uno, cuando entra, siempre piensa que tal vez hoy sí, se encuentre al Pijoaparte, “junto a la estufa y jugando a la manilla con tres jubilados". La ciudad quiso vincular el nombre de Juan Marsé con el barrio y, con buen criterio, en lugar de una placa o una estatua, levantaron una nueva biblioteca con su nombre, especializada en novela contemporánea relacionada con Barcelona.
Al otro lado del Carmel, está el Parque Güell, uno de los símbolos modernistas de Barcelona. Cuenta la escritora Cristina Peri Rossi que una tarde de otoño tuvo que acompañar a un insistente Julio Cortázar hasta el recinto del parque. El argentino solía ver en sueños un extraño lugar con un dragón de colores brillantes. Su madre le confirmó que el lugar era real y que allí, en el Parque Güell, jugó muchas tardes durante los dos años que vivieron en la ciudad. Cuando volvió mucho tiempo después, no quiso perderse el reencuentro con sus propios recuerdos.
Desde el Carmel, me dirijo al barrio de Gràcia. Al llegar, veo a otros niños jugando en las plazas. El juego en las calles es un lujo en una ciudad. Esta es la ciudad íntima de Mercè Rodoreda. Siempre que llego a Gràcia recupero el prólogo de Mirall trencat (Espejo roto, en su edición española) donde explica su relación con la escritura: "Las calles han sido siempre para mí motivo de inspiración, como algún trozo de una buena película, como un parque en todo el estallido de la primavera…”. Una vez en Gràcia hay que ir, como mínimo, a la Plaza del Diamante que dio título a la obra más popular de Mercè Rodoreda. Bajo la misma, otro recuerdo de la guerra en forma de refugio antiaéreo. El barrio está lleno de tiendas de diseño que conviven con negocios de los de toda la vida, bares, restaurantes y librerías de todo tipo. Desciendo por Verdi, paso por delante de los míticos cines y de la librería Taifa, saludo al recuerdo de su fundador José Batlló, que fue modelo de tantos libreros barceloneses, y me encamino con decisión por el Paseo de Gràcia hacia el centro de la ciudad.
Dejo el Eixample atrás. Como los ríos a la mar, voy a dar a Plaza Cataluña. Aquí se celebran tanto victorias y fiestas como derrotas y reivindicaciones. Paso por delante del escaparate de ese altar tecnológico que es la Apple Store. El edificio actual reemplazó al bello Hotel Colón, que en 1936 fue sede del Partido Socialista Obrero Catalán. Dolores Ibárruri, la Pasionaria, hizo célebre desde él aquel “¡No pasarán!”. Pero sí pasaron, y, más, derribaron el edificio. Sigo por la histórica esquina del Zúrich que, tras las obras que albergan el centro comercial, mantuvo el aire de antiguo café literario. Por aquí pasaron Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán, entre muchos otros escritores.
La ciudad entera está ahí, esperando a que la miremos, a que la leamos, a que la caminemos. Sólo hay que atreverse
Pocos pasos más y sigo hasta "La Central", la Facultad de Filología de la Universitat de Barcelona. Siempre que paso por delante, recuerdo mis años de estudiante. Los bancos del claustro y el jardín -un tesoro desapercibido en el centro de la ciudad- fueron escuela para muchos futuros escritores. También, no lo negaré, el bar, ante cafés con leche que se enfriaban en eternas horas de charlas. Lo describe Montserrat Roig en su recopilación de artículos Dime que me quieres aunque sea mentira: “Mi aprendizaje literario fue muy diferente. Se inició en un local cerrado, lleno de humo y que olía a salchicas de frankfurt”, y, añado, que también a tortillas hechas en la plancha.
El Raval, el barrio más literario de Barcelona
Entro en el barrio del Raval a la altura de Plaza Universidad. Tal vez sea éste el barrio más literario de Barcelona. También fue escuela de grandes y admirados escritores. Por supuesto, de Manuel Vázquez Montalbán, el periodista y padre de Carvalho, el detective de buen comer que nació en el número 11 de la calle de Botella. Hoy hay una placa que lo recuerda, y la coincidencia -o es que al destino le gusta jugar- ha hecho que en los bajos de la casa natal se haya abierto el Arume, una marisquería gallega que habría hecho las delicias del escritor.
Barcelona está llena de pasajes, que son algo así como las galerías parisinas, lugares que sirven para ir de aquí a allá, para unir mundos
Maruja Torres, íntima de Manuel Montalbán, también describió su infancia en las calles del Raval en multitud de ocasiones, como en la novela autobiográfica Diez veces siete, una chica de barrio nunca se rinde. Terenci Moix, que también nació en el Raval, en concreto en Joaquín Costa, 37, supo transmitir la esencia de aquella época en El día que murió Marilyn. Terenci Moix tiene una plaza que le recuerda, frente a la calle Valldonzella. En ella hay unas canastas y los chicos del barrio pasan las horas encestando. Si seguimos, llegaremos a Tallers, que desemboca en La Rambla. En el 45, vivió y escribió Roberto Bolaño antes de ser el mito Bolaño, en un piso de poco más de 25 metros cuadrados con baño compartido.
Si es domingo, conviene pasear por el Raval hasta llegar al Mercat de Sant Antoni. Allí todo es posible, desde encontrar aquel cromo que nos falta, a la revista o diario que coincide con nuestra fecha de nacimiento, libros de segunda mano que buscan una nueva oportunidad, postales con remites olvidados, cómics extraños, libros de todo tipo. Para muchos, el mercado es una tradición familiar. El plan alcanza la perfección si paramos en alguno de los bares de la zona para tomar algo mientras hojeamos las páginas de las nuevas adquisiciones. Si llegamos a la cercana Calle Parlament, además, nos encontraremos con la librería Calders. Hay que prestar atención porque se encuentra en un pasaje. Y es que Barcelona está llena de pasajes, que son algo así como las galerías parisinas, lugares que sirven para ir de aquí a allá, para unir mundos. “Los pasajes están ahí, esperando a que los miremos”, explica Jorge Carrión, que, en Barcelona. Libro de los pasajes, contabilizó más de cuatrocientos en toda la ciudad.
La ciudad entera está ahí, esperando a que la miremos, a que la leamos, a que la caminemos. Sólo hay que atreverse. ¿Y si todo fue realidad o ficción, qué importa? Lo dejó claro Eduardo Mendoza en el prólogo a una nueva edición de La ciudad de los prodigios. Eran muchos los lectores que le preguntaban sobre si lo contado en la novela era verídico o imaginado. Respondió que eso no importaba, “puesto que todo, en definitiva, es sólo una novela”.
En definitiva, Barcelona es esa novela.
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