El mar va y viene bañando la costa, suena a las olas rompiendo en la orilla, al viento soplando en las velas, a las risas de los niños jugando en la arena; y también suena en la voz de Serrat, que cantó al Mediterráneo como a esa especial patria líquida donde se cruzaron las civilizaciones más importantes de la historia. La esencia de los lugares está hecha de cosas así: “llevo tu luz y tu olor por dondequiera que vaya, y amontonado en tu arena guardo amor, juegos y penas”. Y así es, todo luz y olores, como se siente un viaje por Cataluña recorriendo el Mediterráneo.
Un viaje al encuentro del mar
Desde el castillo de Ulldecona no se ve el mar porque la Serra de Montsià lo impide; pero se nota cerca. A nuestra espalda dejamos los olivos milenarios -más que árboles, monumentos- y las pinturas rupestres de la Ermita de la Piedad, en la Serra de Godall, y vamos al encuentro del Delta del Ebro. Antes, pasaremos por el municipio más meridional de Cataluña: Alcanar, la pequeña perla de las Terres de l’Ebre, donde, desde la ermita de la Mare de Déu del Remei, divisamos el Mediterráneo brillando en el horizonte. La panorámica más bella la obtendremos en Las Casas d’Alcanar, un preciosa villa marinera en la costa, donde los pescadores siguen faenando de forma artesanal. Sería delito no disfrutar aquí de la gastronomía de la región, de un suquet, de un arroz, de langostinos o pulpo o boquerones. El sabor del marisco pescado en la desembocadura del Ebro conjuga el agua dulce y la salada.
En Las Casas d’Alcanar, una preciosa villa marinera en la costa, toda vía podemos ver a los pescadores faenando de forma artesanal
En el Delta del Ebro nos esperan atardeceres, calma y el espectáculo de su fauna y flora -más de 500 especies vegetales, más de 300.000 aves y 300 especies distintas-. Un tesoro medioambiental a poco menos de 200 kilómetros de Barcelona. En la parte meridional del delta, encontramos Sant Carles de la Rápita, junto a la bahía dels Alfacs, uno de los puertos naturales más grandes del Mediterráneo, que constituye una buena base para conocer en profundidad esta maravillosa reserva natural.
Una costa de aguas cristalinas
Dejamos el Montsià para adentrarnos en la comarca del Baix Ebre, en la provincia de Tarragona. L’Ametlla de Mar nos da la bienvenida a la Costa Daurada con una profusión de calas y bellas playas a lo largo de 16 kilómetros. El litoral que vemos, en parte abrupto con acantilados y pinos que van a tocar las aguas cristalinas, y en parte liso con playas aptas para todo público donde ondea la Bandera Azul, se va repitiendo a nuestro paso por Cambrils y Salou, hasta llegar a Tarragona.
Tarragona, o mejor, Tarraco, el lugar desde el que César Augusto dirigió el Imperio Romano durante dos años, impresionará al viajero. Fundada en el 218 a. C., se convirtió en una de las ciudades más importantes de la época. El conjunto de sus monumentos romanos fue declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO. Si nos sentamos en una de las gradas del antiguo anfiteatro, tendremos en un único encuadre la razón por la que Tarraco se convirtió en una de las ciudades más importantes del Imperio Romano: vivía de cara al Mediterráneo.
De Tarragona a Sitges, aparece en nuestra ruta un espectacular castillo de estilo románico. El castillo de Tamarit se alza sobre un promontorio y mira al mar: sus rocas llevan desde el siglo XI escuchando el rumor de las olas del mar, como si el tiempo nunca acabara de pasar. Los que también se acostumbraron a escuchar el rumor del mar fueron los indianos que viajaron a América para hacer fortuna. Tal vez, en cada ola llegaban recuerdos de la lejana patria.
Muchos de estos indianos salieron de Sitges y de otros pueblos del Garraf. Sitges es nuestra siguiente parada en la ruta. Fue conocida como el Caribe barcelonés y prueba de aquel encanto se mantiene vivo en el centro del municipio. Una curiosidad: Sitges fue la cuna de Facundo Bacardí, que diera nombre al famoso ron. Un pueblo marinero que supo convivir siempre con artistas. Para captar la bohemia es imprescindible una visita al museo Cau Ferrat de Santiago Rusiñol o, bien, acudir al Festival Internacional de Cine de Terror.
Barcelona, una ciudad abierta al Mediterráneo
De Sitges a Barcelona hay pocos kilómetros de distancia, pero nos podemos entretener y convertir el desplazamiento en un paseo agradable. La carretera comarcal que recorre las costas del Garraf tiene varios puntos panorámicos sobre el Mediterráneo. Avanzar junto al mar nos ayuda a comprender Barcelona como ciudad de puerto que redescubre el mar cada poco tiempo. Lugares como la Barceloneta, el Port Vell, el Moll de la Fusta, las Drassanes, Colón en las Ramblas o el Museo Marítimo nos indican que estamos en una metrópolis abierta al Mediterráneo.
Dejando atrás Barcelona nos adentramos en la comarca del Maresme para disfrutar del mismo mar, pero de forma diferente. Mataró es la capital de esta estrecha comarca catalana, cuyos asentamientos tienen, como explicó Josep Pla, dos versiones separadas por una riera o rambla. Así están Vilassar de Mar y Vilassar de Dalt, Arenys de Mar y Arenys de Munt… La razón de esto fueron los peligrosos ataques piratas que padecían las antiguas poblaciones, por lo que los habitantes solían retirarse del litoral.
Mataró fue la ciudad natal del arquitecto modernista Puig i Cadafalch, del que el viajero atento habrá visto distintas obras en Barcelona. Para conocer su legado podremos seguir la Ruta Modernista Puig i Cadafalch, de Mataró a Argentona. Precisamente, a muy poca distancia de Argentona, Caldes d’Estrac es un municipio que guarda la memoria de los primeros veraneantes, aristócratas y burgueses que llegaban desde localidades como Barcelona o Terrassa. El Casino Colón fue famoso internacionalmente, había un ferrocarril, la "Fletxa d'Or", que unía directamente Barcelona con Caldetes e, incluso, llegó a funcionar una pequeña pista de aterrizaje hasta el cierre del casino, en 1924. Calella recogió el testimonio de Caldes d’Estrac, y en 1970 se convirtió en centro de veraneantes.
En Barcelona, además de obras de Gaudí, podemos encontrar edificios del arquitecto modernista mataronense, Josep Puig i Cadafalch
¿Y qué sería del Mediterráneo sin música? De ello, se encarga excepcionalmente bien la villa marinera de Canet de Mar, muy cerca en nuestra ruta. Música clásica con el Festival del castell de Santa Florentina, en los meses de julio y agosto, y música rock con el Canet Rock, cuya primera edición, todavía con la dictadura de Franco, en 1975, se basó en el mítico Woodstock de 1969. Se repitió hasta 1978 y en la actualidad el actual festival tomó el relevo del histórico en el 2014.
La Costa Brava, un mar de posibilidades
El castillo de Tossa de Mar nos da la bienvenida a la Costa Brava, donde podemos encontrar algunas de las playas más bellas de Cataluña. Con el crepúsculo, el cielo se tiñe de rosados y las luces iluminan el emblemático castillo, declarado Monumento Histórico Artístico Nacional. La belleza del paisaje explica que éste fuera un enclave deseado desde antiguo: vestigios prehistóricos, íberos, la Túrissa romana y la Tursa medieval hasta llega a la Tossa de la actualidad. Recorrer las callejuelas del interior amurallado nos brinda la oportunidad de encontrarnos rincones encantadores y, ya fuera de la muralla, en el barrio de sa Roqueta, sentiremos la esencia marinera. Multitud de calas, tal vez sea Cala Pola la más conocida, en los alrededores, nos brindarán un día perfecto de baño, rodeados de la característica naturaleza del Mediterráneo.
Los pueblos de la Costa Brava viven de cara al mar. De él nacen sus costumbres, el trabajo y los placeres, la riquísima gastronomía, elaborada con productos de calidad tan apreciados como la gamba roja de Palamós o las anchoas de La Escala, sin olvidarnos del aceite y el vino del Empordà. Poco más de 40 kilómetros separan Palamós y La Escala, bajo y alto Ampurdán, así que el viajero hará bien en pasar por ambos municipios en su recorrido. Vistas al litoral, la vida del puerto y los cascos históricos son sus principales reclamos viajeros. Entre ambos municipios, el castillo de Begur captará nuestra atención. Vale la pena subir hasta él para divisar el mar en todo su esplendor, con las Islas Medas de fondo. La playa de Sa Tuna puede ser el lugar ideal para tomarnos un descanso en nuestra ruta. Y, por supuesto, hay que ir de La Escala a los orígenes de la cultura mediterránea: a los griegos y a los romanos. Las ruinas de Empúries y el Museo de Arqueología de Cataluña son visitas imprescindibles si queremos hacernos con la esencia del Mediterráneo.
En la Costa Brava podremos degustar productos de calidad tan apreciados como la gamba roja de Palamós o las anchoas de La Escala
Más en el interior, nos aguarda Pals. Se trata de un espectacular pueblo medieval donde cualquiera querría retirarse de la vorágine del día a día. Sus edificios góticos son los más bellos del Empordà. Por otra parte, el arroz que se cultiva en Pals desde el siglo XV tiene una merecida fama mundial, por lo que haremos bien en hacer un alto en el camino y disfrutar de un arroz a la cazuela. Sin duda, una sabrosa forma de recuperar fuerzas para nuestro último tramo de ruta que nos llevará más al norte, hasta Potbou, pasando por Castelló d’Empúries y Llançà, siguiendo el litoral como si estuviéramos resiguiendo el contorno de un dibujo con manos temblorosas. Antes, eso sí, haremos un alto cerca de Llançà, en el Monasterio de Sant Pere de Rodes. Desde el espectacular monasterio benedictino hay unas vistas espectaculares de la bahía de Llansá y del Port de la Selva.
Con los últimos kilómetros de ruta, alcanzamos Portbou, un símbolo. Lo es por ser municipio fronterizo y por su bello entorno natural, lo es porque hasta aquí podemos seguir el Mediterráneo en Cataluña. Y lo es, especialmente, porque aquí acabaron los días del filósofo Walter Benjamin -los más interesados podrán seguir la ruta que marca los escenarios por los que pasó durante su trágica estancia-. No pudo escapar de los fascismos que dominaban Europa en su época; pero sí los denunció y luchó por la libertad. Ahí está el memorial a Walter Benjamín, obra de Dani Karavan, y que es memoria también del exilio y denuncia de los autoritarismos. La obra, junto al cementerio de Portbou, es un largo pasillo que desciende y acaba con un encuadre del mar: ese Mediterráneo que continúa más allá de la frontera con Francia como el mar de libertad al que cantó Serrat y que nosotros hemos perseguido de sur a norte en Cataluña.
Ruta variante
Tal vez, algunos viajeros prefieran tomar un desvío en Castelló d’Empúries para ir hasta la bohemia Cadaqués y El Port de la Selva. Ambos son modelos de los pueblos marineros con más encanto de Cataluña: casitas blancas, vistas al mar, esencia marinera. Cadaqués, además, está estrechamente relacionada con la figura de Salvador Dalí. El genial pintor surrealista dejaba Figueres, su ciudad natal, para veranear junto a su familia en esta localidad. De su memoria se ocupa la Casa Museo Salvador Dalí, en la cercana bahía de Portlligat. Desde allí, decía Dalí, era la primera persona de la península en ver salir el sol. Desde Portlligat, a tan solo seis kilómetros está el faro del Cap de Creus, el punto más oriental de la Península Ibérica. A nuestro alrededor, solo el mar, todo el Mediterráneo.
Extensión de ruta
Si hay fuerzas, ganas y días suficientes, a pocos kilómetros del recorrido principal que hemos seguido en esta ruta, encontramos diversas opciones sorprendentes. Destacamos dos ciudades: Reus, porque allí nació Gaudí, y el Mediterráneo atrajo siempre a los grandes genios, y Vilafranca del Penedès, capital del vino y una de las ciudades donde conocer de primera mano la importante cultura de los castellers, los famosos castillos humanos.
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