viernes, 15 de diciembre de 2017

Viajes. La fascinación de Tarraco

Este doctor en Geología del Cuaternario y en Historia lleva toda la vida estudiando el devenir de la especie humana desde sus orígenes. Gran viajero y comunicador, Eudald Carbonell se presta a hacernos de cicerone por la provincia de Tarragona y su valioso legado histórico.

Como un soldado de una legión romana en pleno desfile. Así se sintió Eudald Carbonell cuando, siendo joven, visitó Tarragona por primera vez. Y es que, para este historiador –además de arqueólogo, paleontólogo, geólogo, antropólogo y gran amante de la prehistoria–, pasear por el que en su día fue uno de los centros neurálgicos de la Hispania romana "es como visionar una película de la historia de la humanidad, tanto por la relación de la ciudad con el medio como por su estructura social, su arquitectura y sus calles".



Nacido hace 64 años en Ribes de Freser, Girona, Carbonell, enamorado de todo lo relacionado con la evolución humana, lleva más de 30 años codirigiendo las excavaciones burgalesas de Atapuerca, uno de los yacimientos paleontológicos más célebres del mundo y cuna de los europeos más ancestrales.

Esa experiencia le ha dotado de una sabia mirada con la que capta mejor que nadie la pátina que ha ido modelando Tarragona a lo largo de los siglos. A pocos kilómetros de aquí tuvieron lugar las primeras ocupaciones humanas de la península Ibérica, en el Barranc de la Boella, donde Carbonell ha trabajado largo tiempo.

La ocupación romana

Aunque, sin duda, uno de los períodos fundamentales de este territorio fue la ocupación romana, cuya grandiosidad, afirma el científico, "se hace evidente en los restos del anfiteatro, el circo, el forum, el acueducto y las murallas".

Del final de esa época data otra visita ineludible: la necrópolis paleocristiana de Tarragona, situada a orillas del río Francolí, fuera del casco urbano. "Aquí lo más interesante es observar el abanico de creencias, rituales y ceremonias que se desarrollaban en torno a la muerte entre los siglos III y V", apunta.

En paralelo a la ruta romana, más desconocida pero igual de destacable, está la de la Tarragona medieval, ubicada en la parte alta de la ciudad. "Los habitantes de entonces aprovecharon las murallas romanas para erigir nuevas torres, como la de les Monges y la Torre d’Arandes", explica Carbonell.

Uno de los lugares donde mejor se refleja el rastro de la Edad Media "es la zona del Pla de la Seu, presidido por la catedral, junto a la que se halla, pared con pared, un edificio gótico conocido como la Casa Balcells o Palacio de la Cambrería. También hay otros lugares emblemáticos de esa época, como el museo diocesano y las capillas de Sant Pau y Santa Tecla", añade. Y no hay que obviar, recalca, que a menos de 50 kilómetros hay dos auténticas joyas medievales: los monasterios reales de Santes Creus y de Poblet, que, junto con Vallbona de les Monges, conforman la Ruta del Císter.

Llegados a este punto, resalta el antropólogo, ¿qué mejor que concluir nuestra visita asomándonos al modernismo? "Ese movimiento artístico, que surgió paralelamente al crecimiento económico y a la consolidación de la burguesía que tuvo lugar a principios del siglo XX, dejó en Reus auténticas obras maestras, como la casa Navàs, la casa Pinyol, el Museo del Vermut o el Institut Pere Mata, y en la ciudad de Tarragona, edificios como el teatro Metropol y el antiguo matadero".


No hay duda de que para Eudald Carbonell el interés histórico de la antigua Tarraco es incuestionable. Un valor, dice, realzado en gran medida por esa lumi­nosidad mediterránea tan característica y por la eterna mirada que esta ciudad brinda a ese mar por el que arribaron tantísimos moradores.

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