Situada en el corazón del viejo continente, en la región de Franconia y Baviera -no lejos de Munich o Praga-, Núremberg es una tranquila ciudad de 500.000 habitantes, de casas bajas que se cobijan a la sombra de las agujas de iglesias góticas y se reflejan en las aguas del río Pegnitzn, un río no navegable que tiene en sus orillas multitud de terrazas que invitan a sentarse y tomar cerveza.
Los habitantes de Nuremberg son gentes orgullosas de su ciudad y de su pasado medieval, seguramente es por ello que se esforzaron en reconstruir su hermoso casco antiguo, que los aliados dejaron prácticamente reducido a escombros tras la II Guerra Mundial.
Y aunque los trabajos para recuperar la historia desde las simples cenizas fueron titánicos, el resultado merece la visita: la ciudad vieja, reconstruida de acuerdo a los planos originales y con los restos que se pudieron recuperar, luce hoy espléndida y ofrece la oportunidad de gozar de buenos paseos, de tranquilas charlas en las terrazas de sus cafés, o de un plato de salchichas y una cerveza en las mesas de madera que los restaurantes instalan en las plazas.
Dado que el casco antiguo está rodeadas por cinco kilómetros de muralla medieval (con un foso claramente visible, hoy convertido en zona verde y vía de circulación de bicicletas) el acceso debe realizarse a través de alguna de sus diez puertas.
Cruzada la antigua defensa, el paseante se adentra en un entramado de calles con fachadas medievales, que dan idea del brillo y poder que tuvo la ciudad durante varios siglos.
Durante el Sacro Imperio Romano, los emperadores germanos otorgaron a Nuremberg una serie de prebendas, como el cobro de impuestos y aduanas, la custodia del tesoro real o el honor de albergar la primera reunión de cada nuevo emperador con su corte. La ciudad se erigió como uno de los principales polos del renacimiento en Centroeuropa, albergando a una cada vez mayor población de artesanos, comerciantes y artistas que obligó a ampliar su territorio con la construcción de una segunda muralla en el año 1350.
El casco antiguo, mayoritariamente peatonal, se divide en dos grandes barrios separados por el Pegnitz. El primero, situado en la parte baja, es el barrio de San Lorenzo, cobijaba a comerciantes y patricios, y debe su nombre a la basílica erigida, a modo de bienvenida, justo donde acababa la Via Triumfali usada por los emperadores en su llegada a la ciudad. Destacan en su interior los vitrales y numerosas figuras medievales (protegidos durante la II Guerra Mundial, junto con otras obras importantes, en el refugio subterráneo conocido como “el búnker del arte”), y especialmente un sagrario gótico de s.XV, espléndidamente tallado en piedra, que se alza como una aguja junto al altar; este sagrario, que por sus dimensiones era imposible de transportar al búnker, fue protegido de los bombardeos mediante un recubrimiento de hormigón que permitió que se mantuviera incólume en el interior de una iglesia que quedó prácticamente arrasada.
Fuera de la basílica proliferan los edificios de estilo románico y gótico, así como numerosos puentes sobre el río. Entre los muchos edificios medievales, sorprende al visitante el gran número de torres que se alzan por doquier; algunas fueron torres vigías privadas de casas nobiliarias; otras ejercían la función de graneros municipales, almacenando cereales que aseguraba la supervivencia de la ciudad en caso de guerra o hambruna.
La mayoría de estas torres quedaron seriamente dañadas por causa de los bombardeos, pero el ayuntamiento puso en marcha un curioso plan de recuperación: lanzó una campaña de “adopción” de una torre, que permitió a empresas y particulares hacerse cargo de la restauración de una de ellas y, a cambio, decidir el destino social de la misma. Así es como hoy Nuremberg ha recuperado hasta 80 torres de las más de 150 que llegó a tener la ciudad, reconvertidas en residencias de estudiantes, museos, galerías de arte y otros espacios lúdicos y culturales para el disfrute de sus habitantes y visitantes.
Un edificio especial que debe visitarse en San Lorenzo es la Torre del Verdugo, así llamada porque era la vivienda que el ayuntamiento cedía al funcionario público quien ejercía dicho cargo. A la casa se accede a través de un bonito puente de madera cubierto, que históricamente permitía al verdugo mantener su cara en penumbras al entrar y salir, manteniendo así su anonimato y evitando el rechazo social que su actividad generaba.
Dejando atrás el río y San Lorenzo, las calles se empinan. Es la subida a San Sebaldo, antiguo barrio de artesanos que también debe su nombre a su iglesia principal. Ésta se empezó a construir en 1070, y supone un delicado equilibrio de románico y gótico. En este barrio se encu entra también el bonito edificio del ayuntamiento, la casa natal del pintor Durero -hoy convertida en museo- y el castillo imperial en lo alto de la colina, desde cuyos jardines se divisa una estupenda vista de los tejados, cúpulas y campanarios de la vieja ciudad.
También en San Sebaldo debe visitarse la Weissgerbergasse, una calle formada por preciosas casas medievales originales, antiguos talleres de artesanos hoy reconvertidos en tiendas de diseño y bares que, al caer la noche, acogen a los numerosos universitarios que cursan sus estudios en Núremberg
Pero la ciudad no sólo ofrece paseos por sus calles. Otra visita interesante es el recorrido por su red de túneles subterráneos, creados originariamente para la fabricación artesanal de cerveza, pues gracias a un ingenioso sistema de ventilación ofrecían las condiciones de humedad y temperatura necesarias para su fermentación. La posterior aparición de las fábricas cerveceras dejaron inactivos los túneles hasta la II Guerra Mundial, cuando la población los utilizó masivamente como refugio antiaéreo.
Núremberg entró en decadencia a partir de 1527, cuando los artesanos (que eran más de la mitad de su población) decidieron abrazar el luteranismo, en claro enfrentamiento a los patricios y a la corte, que eran católicos. Ello hizo que se le retiraran varios de sus privilegios y que los emperadores se olvidaran de visitarla. Y no fue hasta el s.XX que volvió a ser el centro político de Alemania, esta vez de la mano de Hitler quien, buscando asemejarse a los antiguos emperadores, la eligió como sede de los congresos del Partido Nacional Socialista, para lo que construyó en sus afueras algunos de los escenarios que más se identifican con el nazismo.
Son especialmente famosos el Coliseo –un centro de congresos inconcluso- y el Campo Zeppelin, una enorme explanada con una tribuna para el Führer, frente a la que desfilaron cada año –entre 1933 y 1938- hasta 250.000 personas venidas de toda Alemania. Hoy estas instalaciones están abandonadas y algo desmoronadas, pero permiten apreciar la megalomanía del Tercer Reich. Uno de los pabellones del Coliseo alberga una interesante exposición permanente que explica, con fotografías y videos, los motivos del crecimiento, el auge y la derrota del nazismo.
Y si bien es cierto que Núremberg es considerada una de las ciudades más ligadas al movimiento nazi, también simboliza más que ninguna otra la derrota del mismo gracias a los famosos Procesos de Núremberg que, finalizada la contienda, supusieron la creación del primer tribunal internacional que enjuició crímenes de guerra y que sentó en el banquillo de los acusados a 24 líderes nazis. Hoy puede visitarse la sala del Palacio de Justicia en que durante más de un año se desarrolló el juicio, así como una exposición explicativa del mismo
Pero no sólo de historia vive Núremberg, una ciudad estrechamente ligada a la música. Una relación que se remonta a sus asociaciones de poetas y músicos renacentistas (inmortalizadas por Wagner en su ópera “Los Maestros Cantores de Núremberg”) y que hace que hoy la ciudad cuente con teatro de la ópera, una orquesta filarmónica y una sinfónica, estas dos últimas tan populares que, en sus respectivos conciertos al aire libre durante el verano, congregan a más de 100.000 personas en uno de los principales parques de las afueras.
Y por si todo esto fuera poco, en invierno Núremberg acoge el principal mercado navideño de Europa, de marcado carácter tradicional y artesano, que es visitado cada año por más de 2.000.000 de personas venidas de todo el mundo para el evento.
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