sábado, 7 de junio de 2025

Viajes. Siguiendo a los grandes tiburones para salvar los océanos

¿Qué tienen en común los tiburones, las ballenas, las tortugas marinas y las focas? Pues además de ser una parte fundamental de los ecosistemas marinos, estas especies han visto su modo de vida gravemente alterado por las acciones humanas. «Hemos encontrado que estos animales comparten espacios con la pesca, las rutas comerciales, contaminación por plásticos y temperaturas cada vez más altas», incide Ana Sequeira, profesora asociada en la Australian National University que ha liderado MegaMove, una investigación con cerca de 400 científicos de 50 países.

Durante años, estos investigadores y conservadores han seguido la friolera de 15.845 individuos de 121 especies de lo que se conoce como megafauna oceánica. En total, han observado 11 millones de puntos en los mapas de los océanos con lo que han podido desenmarañar áreas claves para su ciclo vital, como aquellas que usan como residencia o para las migraciones. Todo este trabajo tiene un fin muy concreto: conocer para proteger.

En la actualidad, el 8 % de la superficie de los océanos tiene la consideración de área de protección marina, pero según explican en el artículo, esto no es, ni de lejos suficiente, y llevan años trabajando para que el territorio protegido se amplíe hasta, al menos, el 30 %. Por ello, según explica el Dr. Jorge Rodríguez, coautor del estudio del Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos de Palma de Mallorca. Han esbozado las zonas claves clasificándolas en función de su uso por las especies de megafauna marina.

Las zonas clave para la protección

«Nuestro análisis identifica qué zonas del océano mundial utilizan estas especies como residencias o corredores migratorios. En concreto, nos hemos centrado en clasificar mejor las zonas utilizadas por el mayor número de especies» Continúa, ya que de este modo podrán garantizar que los esfuerzos de conservación sean lo más beneficiosos posible para estos magníficos animales.

Pero como también indican en el estudio, el objetivo del 30 % de protección se queda muy corto. Los datos muestran que los animales utilizan como residencia o como corredor migratorio al menos el 63 % de los océanos durante el 80 % del tiempo. Es decir, que con un 30 %, aunque es una mejora importante, seguirá siendo insuficiente para garantizar la conservación de la megafauna marina.

Aunque pueda parecer contraintuitivo, ya que se comen a otras especies, los superdepredadores como los tiburones cumplen una función esencial en los ecosistemas, y su desaparición podría suponer el colapso de muchas otras especies de las que se alimentan.

Otro hecho a tener en cuenta, como explica Simon Thorrold, científico senior en el Woods Hole Oceanographic Institution (WHOI) y coautor de estudio, es que los esfuerzos de conservación y gestión también han de adaptarse al dinamismo de los ecosistemas oceánicos. Y justo en por ello, haber conseguido reunir datos de cientos de científicos es una forma realmente eficaz de establecer estrategias para proteger correctamente a la megafauna.

Además de las áreas protegidas, la Dra. Sequeira también ha evaluado el impacto que tienen otras regulaciones en cómo se explotan las áreas marinas. Por ejemplo, regulando el tráfico marino, implementando luces en las redes de pesca, o usando técnicas más tradicionales y respetuosas, pueden aliviar significativamente la presión a la que están sometidas muchas especies marinas.

Cómo seguir a un tiburón

Para lograr seguir a estas especies han utilizado todo tipo de sistemas de localización. Desde etiquetas visuales hasta equipos avanzados de geolocalización vía satélites. Algunos de estos dispositivos se adhieren al animal sin causarle daño y pueden estar durante meses, o incluso años, enviando señales que los investigadores reciben y añaden a la base de datos.

Como explica el Dr. Camrin Braun, investigador en WHOI y explorador de National Geographic, «Necesitamos todas las herramientas posibles si queremos equilibrar con éxito los objetivos de conservación con los usos humanos en un océano cambiante». Pero no sólo físicas, si no también herramientas digitales y voces que se alcen para que los datos se traduzcan en acciones reales.

Estas investigaciones son claves de cara a un futuro en el que cada vez la humanidad es más consciente acerca de la importancia de la biosfera para nuestra propia supervivencia. Como ya se ha demostrado en otros lugares del mundo, las reservas marinas no sólo ayudan a salvaguardar las especies, si no que también ayudan a las comunidades que viven de la pesca a sus alrededores. Por ello, conociendo las dinámicas de las especies en los océanos, y estableciendo planes para crear más zonas críticas de protección es una situación beneficiosa para todos los animales que dependemos de los mares y océanos.



via Daniel Pellicer Roig https://ift.tt/16hNMkv

lunes, 2 de junio de 2025

Viajes. Un nuevo cuerpo celeste reaviva la teoría del Planeta Nueve

En los márgenes oscuros del sistema solar, donde la luz del Sol apenas susurra y el tiempo se estira en ciclos de decenas de miles de años, ha surgido un nuevo protagonista. Bautizado como 2017 OF201, este cuerpo celeste de alrededor de 700 kilómetros de diámetro transita una órbita tan excéntrica como esquiva. 

Se trata de un posible planeta enano, hallado tras una meticulosa revisión de imágenes captadas entre 2010 y 2017 por los telescopios Blanco (Chile) y Canadá-Francia-Hawái (EE.UU.). Su recorrido, más una elipse alargada que un círculo regular, lo lleva a alejarse hasta 1.600 veces la distancia entre la Tierra y el Sol, un periplo que tarda cerca de 25.000 años en completarse.

El hallazgo, presentado en arXiv el pasado 21 de mayo, aún espera revisión por pares, pero ya ha sido reconocido oficialmente por el Minor Planet Center de la Unión Astronómica Internacional. 

Los astrónomos estiman que su último paso cercano al Sol ocurrió en 1930, curiosamente el mismo año en que se descubrió a Plutón. Desde entonces, 2017 OF201 ha seguido alejándose en una danza solitaria hacia los confines del sistema solar, desafiando tanto a la lógica como a los modelos actuales de dinámica planetaria.

¿El hipotético Planeta Nueve?

El carácter extremo de su órbita ha despertado un renovado interés en el debate sobre el Planeta Nueve, ese hipotético gigante oculto que muchos creen que aún se esconde más allá de Neptuno. 

Y es que, aunque 2017 OF201 no sigue el patrón de alineación orbital que ciertos objetos transneptunianos presentan (y que ha sido utilizado para justificar la existencia de ese planeta), su mera presencia sugiere que el mapa que tenemos de nuestro propio sistema solar está aún lleno de lagunas y sorpresas.

Lo que hace aún más intrigante a este nuevo cuerpo es que apenas pasa el 1% de su tiempo orbital lo suficientemente cerca como para ser visible con la tecnología actual. Si hemos logrado detectarlo bajo tales circunstancias, los investigadores se preguntan cuántos más podrían estar allí fuera, moviéndose lentamente por rutas invisibles, escapando incluso a los telescopios más poderosos.

 

Imagen compuesta que muestra los cinco planetas enanos reconocidos por la Unión Astronómica Internacional, además del recién descubierto objeto transneptuniano 2017 OF201.

El astrofísico Sihao Cheng, miembro del Instituto de Estudios Avanzados en Princeton, lo sugiere con claridad: "Podría haber decenas, quizá cientos de objetos similares, simplemente demasiado lejanos para ser vistos ahora".

La comunidad científica lleva décadas persiguiendo un misterio que ya ha adoptado múltiples nombres: Planeta X, Planeta Nueve o simplemente “ese algo” que perturba las órbitas en el cinturón de Kuiper. En 2016, los astrónomos Konstantin Batygin y Mike Brown del Instituto de Tecnología de California propusieron, a partir de análisis gravitacionales, la existencia de un planeta aún no observado, con una masa entre cinco y diez veces la de la Tierra y una órbita extremadamente alargada, capaz de alterar el movimiento de objetos como Sedna, 2012 VP113 y otros TNOs.

Imagen que muestra la ubicación actual de Plutón, Neptuno y el 2017 OF201.

Pero 2017 OF201 parece desafiar incluso esa hipótesis. Si el Planeta Nueve estuviera realmente allí, sus fuerzas gravitacionales habrían expulsado ya a este nuevo objeto del sistema solar, escriben los autores del estudio. Este punto de fricción podría indicar una complejidad aún mayor en la dinámica de los confines solares, en la que además de Neptuno, el propio tirón de la Vía Láctea podría haber jugado un papel en moldear la trayectoria de este errante glacial.

Más allá del hallazgo

El descubrimiento también pone en tela de juicio la idea de un cinturón de Kuiper relativamente vacío más allá de ciertas distancias. Si el cosmos lejano está más poblado de lo que creíamos, entonces muchos de nuestros supuestos sobre la evolución temprana del sistema solar necesitan ser replanteados. 

Cheng y su equipo utilizaron sofisticadas herramientas computacionales para rastrear la firma orbital de este objeto y desentrañar los pasos que lo llevaron a su posición actual: "Podría haber sido arrojado primero hacia la nube de Oort y luego retornado por alguna interacción cósmica aún desconocida."

El eco de 2017 OF201 resuena con un matiz histórico: nos recuerda que, igual que con Plutón hace casi un siglo, los grandes descubrimientos no siempre ocurren de golpe, sino que se gestan en el análisis meticuloso, en la mirada paciente y en la voluntad de cuestionar lo establecido

Porque en la vastedad del cosmos, el conocimiento no siempre avanza en línea recta. A veces, como 2017 OF201, lo hace en curvas lentas, casi imperceptibles, orbitando nuestras certezas hasta transformarlas.



via Sergio Parra https://ift.tt/sCKRimd

miércoles, 28 de mayo de 2025

Viajes. El estigma que la película 'Tiburón' causó en los escualos

El próximo 20 de junio se cumplen 50 años del estreno de Tiburón. El filme de Steven Spielberg no solo fue un éxito de taquilla, también significó la primera aproximación del público al mundo de los escualos. Sin embargo, la imagen que daba de estos majestuosos peces dista mucho de la realidad. Charlie Sarria, biólogo marino y divulgador especializado en tiburones, explica por qué no debemos creer todo lo que vemos en la gran pantalla.

National Geographic: ¿Es el tiburón blanco tan voraz como se muestra en la película?
Charlie Sarria: No en el contexto referente al ser humano. El tiburón blanco (Carcharodon carcharias) es un superdepredador, sí, pero eso no significa que ataque todo lo que se mueve. Es un cazador eficiente y especializado que prefiere presas como focas, lobos marinos o peces grandes como túnidos. El ser humano no forma parte de su dieta. De hecho, muchos de los pocos ataques a humanos se consideran “errores de identificación”: el tiburón muerde, pero rara vez consume.

Por desgracia, a veces se producen casos fatales, aunque estos se dan como consecuencia de encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado y variables como aguas turbias, animales muertos cerca de zonas estuáricas o chapoteos. Cabe recalcar que, si fuéramos un alimento habitual, los ataques serían mucho más frecuentes y letales. Hay numerosos videos de surfistas en California practicando deporte junto con tiburones blancos al lado, y normalmente no pasa nada.

El biólogo marino Charlie Sarria, junto a un tiburón azul (Prionace glauca) en Bermeo, País Vasco.

National Geographic: ¿Hasta qué punto Tiburón contribuyó a tener una idea equivocada de los escualos? 

Charlie Sarria: Tuvo mucho que ver. Más allá de ser una obra maestra del suspense, la película instauró una narrativa de terror alrededor de los tiburones, especialmente del blanco. Su éxito fue tal que generó un miedo colectivo a bañarse en el mar y, lo que es más grave, justificó campañas de exterminio. En los años posteriores a su estreno, miles de tiburones fueron cazados bajo la falsa premisa de estar “limpiando” las playas. Hoy sabemos que los ataques de tiburones blancos son extremadamente raros, pero la imagen del tiburón como “asesino insaciable” sigue presente en el imaginario popular

A pesar de que nací 11 años después del estreno de esta película, recuerdo a mis padres diciéndome que la gente tenía miedo de nadar en las playas de Málaga por temor a que un tiburón apareciese y se los llevase al fondo del océano. El condicionamiento psicológico fue enorme, pero quiero pensar que todo ello también hizo que tanto yo como algunos de los mayores expertos de elasmobranquios hoy en día se interesaran, quizás desde el morbo, por estos animales tan importantes en el planeta, cambiando su punto de vista radicalmente.

National Geographic: A pesar de ser la especie más representada en el mundo del cine, no es ni de lejos la más conocida. Al contrario, muchos datos ecológicos, como su área de cría, siguen siendo un misterio. ¿A qué crees que se debe?

Charlie Sarria:  Se debe a que los tiburones blancos son unos peces esquivos, de movimientos amplísimos, y habitan zonas muy difíciles de estudiar: aguas abiertas, lugares remotos o profundidades complicadas. Además, su baja densidad poblacional hace difícil rastrearlos. En los últimos años, tecnologías como los transmisores vía satélite han revelado rutas migratorias increíbles, pero aún hay lagunas: no sabemos con certeza, por ejemplo, cómo se reproducen, cuánto viven en libertad o cuántos individuos aproximados puede haber. Algo que quedó claro con la noticia sobre el posible avistamiento de un neonato de tiburón blanco en aguas estadounidenses publicada en National Geographic España. Esta falta de datos es peligrosa, porque sin conocimiento no hay conservación, o no tanta como quizás debería.

National Geographic: A pesar del miedo que muchos espectadores tienen a los escualos, estos son imprescindibles para los ecosistemas marinos. ¿Por qué son tan importantes?

Charlie Sarria: El tiburón blanco es un auténtico superdepredador. Se encuentra en lo más alto de la cadena trófica y, por lo tanto, regula los ecosistemas desde la cima, lo que en inglés se conoce como top-down. Son especies vitales, pues, aunque su número no es elevado, tienen la capacidad de regular los ecosistemas. Su pérdida implicaría la desaparición del rol al no existir otra especie con el mismo papel y cambios abruptos en la cadena trófica. Si desaparecen, el ecosistema entra en desequilibrio: aumentan los mesodepredadores (de niveles intermedios), bajan las poblaciones de peces pequeños y se altera toda la red trófica.

Estos peces regulan las poblaciones de presas como lobos marinos y focas, y su sola presencia influye en el comportamiento animal. Cuando no hay tiburones, estos cambian las rutas migratorias y los hábitos de caza, incluso cambian sus rutas, su forma de cazar, incluso sus zonas de alimentación. Lo vimos en False Bay, Sudáfrica: al desaparecer los tiburones blancos, aumentaron las focas y cayeron las poblaciones de tiburones más pequeños y peces. Es el típico ejemplo de “efecto cascada”. Por todo ello, conservar al tiburón blanco no es solo proteger a una especie, es cuidar de todo el océano.

National Geographic: Como explorador marino, en más de una ocasión has estado rodeado de escualos. ¿Qué recomendaciones darías a algún inexperto? ¿Qué debemos hacer —y qué no debemos hacer— cuando nos ataca un tiburón?

Charlie Sarria:  Lo primero es conocer el entorno, dónde estás, cómo funciona el lugar, si vas a ir solo o con expertos y guías locales. El contexto es vital para que la manera de ver a esos escualos sea la más segura y que menos altera el comportamiento natural de la especie o especies.

  • Si vamos a bucear con tiburones o hacer snorkel, debemos estar lo más calmados posible. Los ataques son rarísimos, y un comportamiento errático solo atrae curiosidad
  •  Si ves un tiburón: mantén el contacto visual, retrocede lentamente y sal del agua sin salpicaduras si es que no estabas buscando el avistamiento.
  • No nades solo ni al amanecer o atardecer o extrema las precauciones (horas de mayor depredación de grandes especies pelágicas).
  • Evita zonas con bancos de peces, sangre o residuos orgánicos. Podrías ser un POI (Point of Interest) de los tiburones al adentrarte en una zona que aumenta tus posibilidades de interacción negativa con ellos.
  •  No lo acorrales ni intentes tocarlo. Evita perseguirlos, ni invadir su espacio o ponerte frente a ellos. Los tiburones miden constantemente su dominancia tanto con individuos de su especie como con otros. Nadan en paralelo, persiguen a otras especies y llevan a cabo un sinfín de comportamientos para expresar quién es más dominante. Intenta mantener una posición vertical y no ir directamente hacia ellos.
  • Si el tiburón denota giros bruscos, pectorales hacia abajo o curiosidad excesiva, sal del agua y aborta el buceo. ¡Siempre podrás volver y disfrutar de esta maravillosa experiencia en otro momento!


via Sergi Alcalde https://ift.tt/E9Dz8BX

domingo, 25 de mayo de 2025

Viajes. Lo que los científicos recomiendan para protegerte de los microplásticos

Imagina que cada vez que respiras, masticas una manzana o simplemente te sirves un vaso de agua, introduces en tu cuerpo fragmentos diminutos de un material que nunca debería haber estado allí: plástico. No se ve, no se siente, pero está presente. 

Y, como si de una niebla invisible se tratara, impregna el aire, el agua y los alimentos que consumimos cada día. Bienvenidos al mundo de los microplásticos, una amenaza insidiosa que se ha infiltrado hasta en los rincones más remotos del planeta… y de nuestros cuerpos.

Los microplásticos —esas partículas menores a cinco milímetros— están tan presentes en nuestra vida cotidiana que científicos como Richard Thompson, pionero en su estudio, no dudan en afirmar: “El aire que respiramos, el agua que bebemos, la comida que comemos... están en todo”. 

Frente a este panorama, y mientras se investiga la verdadera magnitud del daño que podrían causar a la salud humana, la comunidad científica empieza a trazar un mapa de acciones concretas para protegernos.

¿Qué son exactamente los microplásticos?

Aunque parecen invisibles, los microplásticos son fragmentos que provienen de la descomposición de plásticos más grandes, como envases, bolsas y fibras sintéticas. Un paso más allá están los nanoplásticos —tan pequeños que pueden atravesar membranas celulares y circular por la sangre hasta llegar al cerebro o los pulmones—, cuya peligrosidad potencial empieza a preocupar cada vez más a los investigadores.

La ropa de poliéster, los utensilios de cocina, los empaques de alimentos y hasta los filtros de cigarrillo pueden ser fuentes de estas partículas. Y su viaje hacia nuestros cuerpos no tiene una única ruta: los respiramos, los ingerimos y, posiblemente, incluso los absorbemos a través de la piel.

¿Qué podemos hacer entonces para protegernos?

Aunque la eliminación total de los microplásticos en nuestra vida parece una quimera, los expertos coinciden en que hay medidas que, sin requerir un cambio radical, pueden ayudarnos a reducir nuestra exposición significativamente. 

La primera, y quizás más sencilla, es evitar el uso de botellas de plástico de un solo uso, especialmente aquellas que han estado expuestas al sol o al calor. El calor ablanda el plástico y favorece la liberación de partículas y sustancias químicas nocivas.

Otra recomendación clave: no calentar comida en recipientes plásticos. Pasar los alimentos a un recipiente de vidrio o cerámica antes de ponerlos al microondas puede marcar una gran diferencia. Lo mismo aplica a sartenes con revestimiento antiadherente rayado y a tablas de cortar de plástico muy gastadas. El calor y el uso constante aceleran la fragmentación de estos materiales.

La cocina, epicentro de la exposición diaria

En palabras de la doctora Tracey Woodruff, experta en salud ambiental, “la cocina es probablemente la estancia donde más fácilmente podemos reducir nuestra exposición diaria”. 

Desde desechar utensilios dañados hasta reducir el consumo de alimentos ultraprocesados —donde la presencia de microplásticos puede multiplicarse debido a su embalaje y proceso industrial—, hay pasos sencillos que pueden marcar una diferencia significativa.

Y no es solo cuestión de lo que usamos, sino de cómo limpiamos. Aspirar con filtros HEPA, fregar con paños húmedos y ventilar bien los espacios interiores reduce la cantidad de microplásticos en suspensión en el hogar. 

También es importante prestar atención a la ropa: las prendas sintéticas, como el nylon o el poliéster, liberan fibras con cada lavado y uso, que acaban flotando en el aire que respiramos. Optar por tejidos naturales, como el algodón o la lana, puede ser una medida útil a largo plazo.

¿Hasta qué punto debemos preocuparnos?

La ciencia aún está en las primeras etapas de comprensión de los efectos exactos de los microplásticos en los humanos, pero algunos estudios ya apuntan a vínculos con inflamación crónica, enfermedades cardiovasculares e incluso disminución de la calidad del esperma. 

Un estudio reciente demostró cómo los microplásticos pueden suprimir el sistema inmune en animales, lo cual plantea interrogantes alarmantes sobre los efectos acumulativos en nosotros.

Pese a todo, los expertos insisten en no caer en el alarmismo paralizante. “No podemos eliminar por completo nuestra exposición, pero sí podemos reducirla significativamente con pequeños ajustes”, afirma la profesora Christy Tyler. 

El truco está en identificar nuestras fuentes principales de exposición y actuar con sentido común: menos plásticos en la cocina, mejor ventilación en casa, tejidos naturales en el vestuario y, sobre todo, evitar el uso de plásticos con calor o deterioro.

Regulación y responsabilidad colectiva

No todo recae en el ciudadano. Los científicos y activistas coinciden en que se necesita una intervención decidida por parte de gobiernos y organismos internacionales. La prohibición de microperlas en cosméticos en EE.UU. y Europa o el tratado internacional que negocian 175 países para frenar la contaminación por plásticos son pasos necesarios. Pero aún queda mucho camino por recorrer.

Dejar de utilizar pajitas de plástico o cambiar a una botella reutilizable no resolverá por sí solo el problema. Sin embargo, cada gesto cuenta, y cada decisión consciente puede sumar para disminuir el torrente de microplásticos que circula dentro y fuera de nosotros.




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sábado, 24 de mayo de 2025

Viajes. Un megatsunami amenaza a EE.UU.


Bajo las aguas profundas del Pacífico, en la zona de subducción de Cascadia, una falla sísmica de más de mil kilómetros de longitud se extiende desde la isla de Vancouver hasta el norte de California. 

Allí, donde las placas tectónicas de Juan de Fuca y América del Norte se encuentran en un abrazo tenso, los científicos han identificado un escenario tan aterrador como plausible: un megaterremoto de gran magnitud que podría desencadenar un megatsunami de hasta 300 metros de altura.

El impacto de este fenómeno, según las proyecciones presentadas por investigadores de Virginia Tech y publicadas en Proceedings of the National Academy of Sciences sería devastador. Las gigantescas olas recorrerían la costa oeste en cuestión de minutos, afectando gravemente los estados de Washington, Oregón y el norte de California, donde más de 70.000 kilómetros cuadrados están en riesgo directo.

19 eventos

Los cálculos del equipo de investigación liderado por la científica geológica Tina Dura destacan que este fenómeno no es meramente teórico. Las capas de sedimentos marinos analizadas muestran evidencia de al menos 19 eventos similares en los últimos 10.000 años. 

El más reciente ocurrió en 1700 y generó olas que alcanzaron incluso las costas del Japón. Pero lo que preocupa a los expertos no es el pasado, sino la certeza con la que se anticipa el próximo gran evento: un temblor que podría alcanzar magnitudes superiores a 9.0 en la escala de Richter, y que desataría una pared líquida de destrucción incontenible.

Radiografía de una amenaza

Para entender mejor esta amenaza, es vital comprender la mecánica tectónica de la zona de subducción. Las placas involucradas no se deslizan suavemente, sino que quedan trabadas durante siglos, acumulando energía que, al liberarse repentinamente, da lugar a terremotos colosales. 

Esta liberación de energía es también la que desplaza enormes volúmenes de agua, generando los megatsunamis. A diferencia de un tsunami común, donde las olas pueden medir entre 10 y 20 metros, un megatsunami puede arrasar ciudades enteras incluso antes de que su sombra haya tocado tierra.

Los investigadores también han comenzado a modelar con inteligencia artificial diferentes escenarios de impacto. Uno de los modelos más alarmantes sugiere que las ciudades costeras como Seattle y Portland podrían ser arrasadas en menos de 15 minutos después del sismo inicial. 

Esto deja poco o ningún margen de tiempo para la evacuación, lo que incrementa exponencialmente la cantidad de víctimas potenciales. En el peor de los casos, las pérdidas humanas y materiales podrían superar las de cualquier desastre natural registrado en la historia moderna de EE. UU.

Los datos son tan contundentes que han motivado a varias agencias gubernamentales y organizaciones científicas a redoblar esfuerzos en la creación de infraestructuras de alerta temprana, simulacros de evacuación y reforzamiento de edificaciones costeras. Sin embargo, el desafío va más allá de lo técnico: se trata también de generar conciencia real y sostenida en una población que, muchas veces, vive de espaldas al mar que podría convertirse en su verdugo.

El megatsunami no solo amenaza con su furia a nivel local, sino que podría tener consecuencias geopolíticas. Según el análisis, el colapso de las principales ciudades portuarias y económicas del oeste estadounidense modificaría rutas comerciales, economías regionales y podría precipitar una respuesta militar o humanitaria de escala internacional.

Así, bajo el reflejo turbio del Pacífico, el tiempo corre en silencio. Mientras millones continúan su vida cotidiana en la costa oeste, un titán dormido espera su momento. No hay certeza del “cuándo”, pero sí del “cómo”. Y en ese “cómo” yace la urgencia de prepararse, de comprender que el verdadero monstruo no es la ola, sino la ignorancia ante su existencia.



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miércoles, 21 de mayo de 2025

Viajes. Esta es la mayor preocupación de Bill Gates

En un mundo sacudido por las heridas aún frescas del COVID-19, Bill Gates no ha dudado en advertir que: “Si logramos evitar una gran guerra, entonces sí, habrá otra pandemia, probablemente en los próximos 25 años”. Así lo ha declarado recientemente el fundador de Microsoft en una entrevista. 

No se trata de una predicción apocalíptica gratuita, sino de una evaluación fría y meticulosa de las tendencias actuales, donde factores como el cambio climático, la densidad poblacional y la globalización configuran el terreno fértil para la propagación de nuevos virus.

Gates no es ajeno al papel de profeta moderno. Desde hace casi dos décadas ha alertado sobre los riesgos globales que amenazan la estabilidad de nuestras sociedades, desde desastres climáticos hasta ciberataques. 

Pero entre todas las amenazas, hay dos que ocupan un lugar prioritario en su lista de preocupaciones: el estallido de una guerra de escala global y el resurgimiento de una pandemia que vuelva a poner de rodillas al planeta. Y si evitamos la primera —dice—, la segunda es prácticamente inevitable.

Mundo descoordinado

El multimillonario recuerda con claridad lo que ocurrió en 2020, cuando el mundo, sorprendido y mal preparado, enfrentó el embate del coronavirus. Incluso la nación que debía liderar la respuesta —Estados Unidos— falló, afirma Gates. 

La descoordinación política, la falta de estrategias de contención efectivas y la desinformación socavaron cualquier posibilidad de liderazgo efectivo. “El país que el mundo esperaba que liderara, no estuvo a la altura”, sentencia con una mezcla de decepción y determinación.

A raíz de esa experiencia, Gates publicó en 2022 el libro How to Prevent the Next Pandemic, donde detalló una hoja de ruta con recomendaciones claras: invertir en investigación de vacunas, fortalecer los sistemas de detección temprana, implementar políticas de cuarentena más estrictas y crear infraestructuras globales de respuesta rápida. 

Aunque reconoce ciertos avances —sobre todo en la inversión para la preparación pandémica—, su juicio sobre el progreso general es pesimista. “Se han aprendido algunas lecciones, pero mucho menos de lo que esperaba”, lamenta.

Y no es el único en sostener esta visión crítica. En el documental de Netflix What’s Next? The Future with Bill Gates, el magnate se sienta a conversar con el Dr. Anthony Fauci. En este episodio centrado en la prevención de enfermedades globales, ambos coinciden en que los países con mayores recursos, como Estados Unidos, tienen una “responsabilidad moral” de actuar con liderazgo y compartir sus medios para evitar futuras catástrofes sanitarias.

Fauci, que también publicó recientemente sus memorias bajo el título On Call, expone en ellas una de las amenazas menos visibles pero más corrosivas del presente: la erosión de la confianza pública en la ciencia, alimentada por la desinformación. “Estamos en medio de una crisis de la verdad”, advierte. 

No obstante, conserva una chispa de esperanza. En una entrevista con People expresó su creencia en que los valores fundamentales de la humanidad acabarán prevaleciendo. “Todavía soy un optimista cauteloso. Creo que los mejores ángeles de cada persona terminarán por manifestarse”.

¿Cuándo y cómo?

Mientras el reloj avanza hacia una posible nueva emergencia sanitaria, la pregunta que flota en el aire no es si habrá otra pandemia, sino cuándo, y sobre todo, cómo reaccionaremos ante ella. Las divisiones políticas, que en su momento dificultaron una respuesta eficaz ante el COVID-19, siguen presentes. 

Y para Gates, ese sigue siendo el mayor obstáculo. “Todavía no estamos reflexionando seriamente sobre lo que hicimos bien y lo que hicimos mal”, afirma. “Tal vez en los próximos cinco años eso empiece a mejorar. Pero hasta ahora, es sorprendente lo poco que hemos avanzado”.

El legado de esta advertencia está claro: no podemos permitirnos la complacencia. La historia ya nos dio una muestra de lo que puede ocurrir cuando no estamos listos. 



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martes, 20 de mayo de 2025

Viajes. Nieve y silencio

El blanco inmaculado de la Laponia sueca domina esta escena capturada en la ruta de Kungsleden, también conocida como el “Camino del Rey”. Un caminante avanza en medio del silencio helado arrastrando su pulka, un trineo diseñado para transportar provisiones y equipo durante expediciones en terrenos nevados. Esta forma de viajar, tan exigente como austera, permite adentrarse en los paisajes más remotos del Ártico, donde la huella humana es casi inexistente.

Kungsleden se extiende a lo largo de unos 440 kilómetros por el norte de Suecia, y cruza algunos de los paisajes más salvajes del continente europeo. Durante el invierno, las temperaturas pueden caer por debajo de los -30 °C, y el día apenas dura unas pocas horas. Aun así, cada año aventureros de todo el mundo se enfrentan a este desafío, combinando deporte, aventura y la búsqueda de una conexión profunda con la naturaleza más inmaculada. Aquí no hay carreteras, ni electricidad, ni siquiera un refugio calentito: solo nieve y silencio.



via Abel G.M. https://ift.tt/eqdmfHI