Ha pasado una semana de la catástrofe de la DANA que arrasó parte de la Península Ibérica. Una semana que, para cientos de miles de personas, ha sido con diferencia la peor de sus vidas. Estas personas han observado impotentes cómo la fuerza del agua arrastraba a conocidos, amistades, familiares y recuerdos de toda una vida y los convertía en un amasijo de barro y lodo.
La magnitud del desastre ha sido tal que, a pesar de los esfuerzos de miles de voluntarios y de la ayuda de las unidades de emergencia, muchas calles y caminos siguen impracticables y, a pesar de que las lluvias ya han vuelto a la normalidad, cientos de garajes, puentes y depresiones del terreno siguen inundadas.
Tras una semana en el agua estancada, los microorganismos patógenos han comenzado a alcanzar niveles peligrosos para la salud de los voluntarios y trabajadores. Los más preocupantes, según los expertos, serían Clostridium tetani, Salmonella typhi, Escherichia coli, las bacterias del género Leptospira y, en menor medida, Legionella spp.
Estos microorganismos pueden provocar enfermedades como el tétanos, la leptospirosis, gastroenteritis bacterianas, neumonías o hepatitis del tipo A. Algunas de estas enfermedades tienen tiempos de incubación de más de una semana, por lo que las personas infectadas pueden no caer enfermas hasta varios días después del contacto.
Por ello, las autoridades sanitarias piden a los voluntarios y profesionales en el terreno el uso de ropa de manga larga, guantes, mascarillas y que maximicen la higiene a la hora de comer y beber. También advierten del riesgo de tocarse la cara o las mucosas con los guantes sucios, ya que algunos de estos microorganismos únicamente necesitan muy pocos individuos para provocar una infección.
Además, insisten que, en caso de producirse cualquier lesión, dejen las labores de limpieza y se centren en desinfectar la herida primero mediante jabón y luego aplicando agua oxigenada o cualquier antiséptico en spray. Como reza la frase, en caso de catástrofe, lo más importante es protegerse a uno mismo para poder proteger a los demás.
Coordinando la asistencia sanitaria en una emergencia
Estas directrices van sobre todo dirigidas a la población general, nos cuenta Paula García Notario, médico de urgencias y del Servicio de Emergencias Sanitarias de la Comunitat Valenciana (SESCV) en una entrevista telefónica. Pero aun llevando el máximo cuidado, es inevitable que algunas de las personas que se encuentran en el terreno enfermen o sufran lesiones. El barro de las calles es muy resbaladizo, y, las caídas, habituales. Esto, sumado a la presencia de cristales, trozos de metal y otros objetos afilados ha provocado que varias decenas de personas hayan tenido que ser atendidas en distintos puntos de atención sanitaria habilitados en la zona.
Paula, a través de sus redes sociales “En la puerta de urgencias”, explica que algunos de estos puntos se encuentran en la zona cero de la catástrofe, donde se han habilitado puntos de asistencia sanitaria en locales normalmente empleados para otros usos. En el caso en que no se haya podido encontrar un lugar adecuado, se han habilitado rutas para derivar a otros pueblos y puntos de asistencia alternativos. En estos refugios, se pueden encontrar tanto a los médicos asignados, como voluntarios, que proceden de toda la comunidad para ayudar a los pacientes.
En algunos puntos especialmente afectados por la riada, las carreteras y caminos todavía son impracticables para las ambulancias, por lo que necesitan del apoyo de vehículos todoterreno para garantizar la asistencia sanitaria. Es por esto que en la actualidad se están coordinando con otros servicios de emergencia desplegados en la zona que disponen de ese tipo de vehículos mucho más robustos y preparados para salvar los obstáculos del camino.
¿una epidemia en ciernes?
Como nos explica Adrian Aginagalde, especialista en medicina preventiva y salud pública, el riesgo de epidemia es bajo, aunque conviene monitorizar con cautela la situación. En la actualidad, considera que el riesgo al que más se exponen los voluntarios serían las infecciones por tétanos en heridas sufridas en labores de desescombro. Afortunadamente, la vacuna contra el tétanos está incluida en el calendario de vacunación de todas las comunidades españolas, por lo que la mayoría de la población está protegida de los casos graves de la enfermedad.
Otro riesgo sería la exposición a las aguas contaminadas con Leptospira, S. typhi o E. coli, que podrían provocar leptospirosis (una infección sistémica) o casos graves de gastroenteritis. También es posible la infección por Legionella, que se transmite a través de aerosoles y provoca neumonías graves. Sin embargo, explica Adrian, es muy complicado que se produzca una epidemia con algunas de estas enfermedades, ya que tienen largos periodos de incubación y, en muchas ocasiones, los enfermos son asintomáticos o no contagiosos.
Estas conclusiones se recogen de otros episodios similares vividos en inundaciones en nuestro país, como la ocurrida en Bilbao en 1983, donde muchas de las personas que se sumergieron en las aguas contaminadas estuvieron expuestas y padecieron leptospirosis.
La buena noticia es que por el momento se descarta la aparición de brotes de enfermedades epidémicas trasmisibles por cadáveres, como el cólera, tifus o la peste. Estas enfermedades todavía están muy presentes en la mente popular por los estragos que causaron antaño, pero afortunadamente hace décadas que no se detectan en España. Por tanto, sería muy complicado que apareciesen estos microorganismos en las aguas estancadas, ya que para ser trasmisibles, las personas tendrían que haber fallecido a causa de alguna de estas enfermedades.
Por tanto, como apuntan ambos profesionales, se espera un gran repunte en tétanos y enfermedades gastrointestinales entre los voluntarios, enfermedades que tienen poca probabilidad de convertirse en una epidemia. Aún con esto, Adrian destaca la importancia de llevar una vigilancia sindrómica de la catástrofe, es decir, de los síntomas que puedan sufrir las personas de las zonas afectadas, ya que hay muchas variables a controlar para minimizar los riesgos. Sin embargo, la baja probabilidad de epidemia no quiere decir que haya que descuidarse, sino todo lo contrario. Para poder seguir trabajando en las labores de limpieza, lo más importante es seguir las recomendaciones de los servicios sanitarios y protegerse a uno mismo.
Cómo protegerse como voluntario
A pesar de las mascarillas y guantes, es muy probable que al barrer, al palear, o al mover objetos voluminosos se pueden producir pequeñas gotículas o manchas de barro que caigan fuera de las zonas protegidas. En estos casos, lo ideal es limpiar la zona lo antes posible. Para ello se puede aplicar agua limpia y jabón, y posteriormente, limpiar con gel hidroalcohólico para asegurar la desinfección.
Además, hay que evitar las situaciones de riesgo en la medida de lo posible. Es decir, alejarse de lugares inestables, posibles desprendimientos, y zonas inundadas que puedan esconder socavones profundos, los equipos profesionales cuentan con protocolos para realizar esas labores de forma segura.
También es necesario tomarse un descanso cuando sea necesario. Según pasan los minutos y tenemos menos energía, tendemos a descuidar más lo que ocurre en nuestro entorno. Por tanto, el agotamiento físico y mental pueden ser un factor de riesgo, ya que nos puede llevar a cometer errores que, en estos casos, puede acabar en una lesión.
Una vez finalizada la limpieza, es imprescindible deshacerse de todo el equipo desechable en las zonas habilitadas y, una vez en casa, lo ideal sería lavar la ropa embarrada en una lavadora únicamente destinada a esas prendas utilizado con agua a 60ºC para acabar con la mayoría de patógenos. De este modo minimizaremos los riesgos de infectarnos nosotros o a nuestros seres queridos.
via Daniel Pellicer Roig https://ift.tt/0cbqOGk