Durante más de tres décadas, el iceberg A-23A ha surcado las aguas del hemisferio sur como una reliquia flotante del pasado glacial del planeta. Sin embargo, desde marzo de 2025, su gélido reinado parece llegar a su fin.
Encajado frente a la remota isla de Georgia del Sur, este bloque monumental ha comenzado a deshacerse lentamente, víctima del sol austral, el oleaje inclemente y el paso inevitable del tiempo.
Aunque todavía ostenta el título del mayor iceberg a la deriva en el planeta, las cifras muestran una pérdida alarmante de masa. Según el Centro Nacional del Hielo de Estados Unidos (USNIC), entre el 6 de marzo y el 3 de mayo, ha visto desaparecer más de 360 kilómetros cuadrados de superficie: una extensión superior a la mitad del municipio de Madrid.
Este fenómeno, conocido como “edge wasting” o desgaste del borde, ocurre cuando pequeñas porciones de hielo se desprenden a lo largo de sus flancos, sin alterar su forma general pero reduciendo notablemente su tamaño.
A pesar de no haberse desplazado significativamente desde marzo, A-23A ha continuado su desintegración pasiva. Las imágenes captadas por el espectrorradiómetro MODIS a bordo del satélite Aqua de la NASA el pasado 3 de mayo muestran una estructura erosionada, rodeada de escombros helados.
Esta zona del Atlántico Sur, particularmente el fondo marino poco profundo cercano a Georgia del Sur, es conocida por atrapar icebergs en su viaje hacia el norte. A-23A no ha sido la excepción: lleva meses varado, expuesto a temperaturas más cálidas de lo habitual para su biografía antártica.
La escena que rodea al iceberg es tanto poética como alarmante: miles de fragmentos flotan en sus inmediaciones, recordando un cielo estrellado que se refleja sobre un océano sombrío. Algunos de estos pedazos, como el A-23C—nombrado oficialmente por el USNIC tras desprenderse en abril—alcanzan dimensiones preocupantes para la navegación marítima. Muchos miden más de un kilómetro de ancho y representan amenazas flotantes invisibles para embarcaciones que surcan estas rutas.
El coloso ya había mostrado signos de fragilidad durante 2024, cuando fue captado girando dentro del Pasaje de Drake, una de las regiones más hostiles para los icebergs.
Ahora, a casi 55° de latitud sur, se encuentra alejado de las frías aguas antárticas que lo conservaron desde que se desgajó del Filchner Ice Shelf en 1986. En esas décadas, había sobrevivido casi intacto, resistiendo tanto el tiempo como la corriente.
Científicos que estudian el comportamiento de estos gigantes flotantes mediante imágenes satelitales reconocen tres patrones principales de fragmentación: el “edge wasting”, la fractura en grandes bloques y la desintegración total.
El A-23A, hasta ahora, parece seguir el primero, aunque con señales de estar evolucionando hacia una fase más crítica. La extensa franja de hielo desprendido a lo largo de su flanco norte sugiere eventos recientes de debilitamiento acelerado.
Futuro escrito
Sea cual sea el desenlace, el destino de este iceberg está casi escrito. Más del 90 % de los témpanos que se desprenden del continente antártico siguen una ruta similar: se incorporan al Giro de Weddell, avanzan hacia el norte bordeando la Península Antártica y cruzan el Pasaje de Drake.
Una vez allí, quedan a merced de las aguas más cálidas del Atlántico Sur, y, como todos los anteriores, terminan por derretirse, invisibles ante los ojos humanos pero profundamente transformadores para el equilibrio oceánico.
via Sergio Parra https://ift.tt/KO8VlWS