En un rincón remoto de la Tierra, donde hoy reina el hielo y el silencio, un diminuto rinoceronte sin cuerno dejó sus huellas hace más de 20 millones de años. Esta criatura, bautizada como Epiaceratherium itjilik, ha sido desenterrada en el corazón del Ártico canadiense, muy por encima del Círculo Polar Ártico.
Su descubrimiento no solo asombra por su ubicación extrema, sino también por lo que revela: el norte congelado de Canadá, que hoy parecería completamente inhóspito para mamíferos de gran tamaño, alguna vez fue hogar de bosques templados y fauna sorprendente.
Fue en la isla Devon, una de las más desoladas del planeta, donde los primeros fragmentos óseos de este rinoceronte fueron descubiertos hace casi cuatro décadas por la paleontóloga Mary Dawson.
En una depresión formada por el impacto de un meteorito, el cráter Haughton, se encontraron restos que, pese a su desgaste por el tiempo, aún conservaban la forma y textura de huesos reconocibles. A Dawson no le quedó duda: estaba ante un rinoceronte. Pero este ejemplar era diferente, un enigma entre los miembros de su familia evolutiva.
Un esqueleto casi completo
Con el paso de los años y tras múltiples expediciones al yermo ártico, los científicos lograron recuperar cerca del 75 % del esqueleto de E. itjilik, una hembra pequeña, de no más de un metro de altura a la cruz, que probablemente se desplazaba en un bosque boreal junto a nutrias arcaicas, liebres, cisnes y musarañas.
Tenía un hocico estrecho, ideal para ramonear entre arbustos, y pies de cuatro dedos, una característica arcaica entre los rinocerótidos. Su nombre, itjilik, significa “helado” en inuktitut, el idioma de los pueblos inuit que aún habitan estas latitudes extremas.
Durante el Mioceno temprano, el Ártico era muy distinto a lo que es hoy. Los hielos perpetuos no cubrían estas tierras. En su lugar, existían densos bosques de alisos, abedules, alerces y pinos, con un clima comparable al de la actual Ontario meridional. Sin embargo, los inviernos eran largos y oscuros. E. itjilik sobrevivió, probablemente, gracias a una densa capa de pelaje, aunque los investigadores aún no han confirmado esta hipótesis.
Más allá de su fisonomía única, lo más revelador del hallazgo es su procedencia evolutiva. A diferencia de otras especies de rinocerontes descubiertas en América del Norte, como Teleoceras major o Floridaceras whitei, E. itjilik muestra un parentesco más cercano con especies europeas y del sudoeste asiático. ¿Cómo es posible que haya terminado en el Ártico canadiense?
Un puente terrestre
La clave podría estar en el llamado Puente Terrestre del Atlántico Norte (NALB, por sus siglas en inglés), una antigua franja de tierra que conectó Europa con América del Norte durante periodos cálidos del Paleógeno y que se creía desaparecida hace más de 50 millones de años. Sin embargo, los investigadores sugieren que el NALB pudo haber persistido, al menos de forma fragmentada, hasta bien entrado el Mioceno, facilitando así migraciones faunísticas de gran escala. El hielo estacional, que comenzaba a formarse desde el Eoceno medio, podría haber servido como plataforma natural para el cruce de especies terrestres en inviernos largos y oscuros.
El análisis detallado de las proteínas conservadas en el esmalte dental del rinoceronte fue clave para ubicarlo en el árbol genealógico de los rinocerótidos. Este enfoque, conocido como paleoproteómica, permite establecer relaciones filogenéticas incluso cuando el ADN ya se ha degradado completamente. La calidad excepcional de los fósiles, tridimensionales y con poca alteración mineral, proporcionó una ventana única hacia un linaje hasta ahora desconocido.
Pero el hallazgo no solo es una joya taxonómica. Tambi��n lanza interrogantes audaces sobre las rutas migratorias de mamíferos prehistóricos y la resiliencia biológica en zonas extremas. ¿Qué otros secretos podría esconder el cráter Haughton? ¿Podrían camellos ancestrales o caballos primitivos haber recorrido los mismos senderos congelados?
Tal vez sea una conjetura demasiado aventurada, habida cuenta de la evidencia geológica predominante. Sea como fuere, cada descubrimiento fósil en el Ártico amplía nuestra comprensión de esta región como epicentro evolutivo, no simple periferia gélida del planeta.
via Sergio Parra https://ift.tt/e3GJrgj