Tras la muerte de Mao y el inicio de las reformas de Deng Xiaoping en los años 70, Estados Unidos se convirtió en el referente para la élite del Partido Comunista Chino por su poder económico, bienestar, universidades y avances tecnológicos.
La admiración era profunda. Muchos dirigentes y empresarios enviaron a sus hijos a estudiar allí. El propio Xi Jinping, el actual presidente chino, mandó a su hija a Harvard.
Pero cuando Xi llegó al poder, el panorama había cambiado. Las guerras de Irak y Afganistán, la crisis financiera de 2008 y el auge del populismo en Occidente dañaron la imagen de Estados Unidos. Mientras tanto, China crecía con fuerza, sacaba a millones de la pobreza, enviaba astronautas al espacio y ampliaba su influencia global.
El PCCh comenzó a confiar más en su propio modelo y a destacar el declive estadounidense. El enfrentamiento con Estados Unidos se volvió ideológico.
La propaganda china respondió con dureza a las críticas occidentales, acusando a Washington de frenar el desarrollo chino y de promover un sistema injusto. China defendía el suyo como más justo y orientado al bien común.
La actual guerra arancelaria solo es un recrudecimiento de esta tensión de las que ya son las dos grandes potencias del mundo.
La confrontación económica
En el gran tablero de ajedrez económico mundial, pocas piezas pesan tanto como las que representan a Estados Unidos y China. Y ahora, con el repentino aumento de aranceles decretado por Donald Trump —una escalada que eleva algunos gravámenes a más del 100%—, se ha puesto en marcha una nueva partida, una donde el jaque mate puede afectar no solo a sus oponentes directos, sino al resto del mundo.
Pekín, firme en su postura, ha jurado resistir hasta el final, denunciando lo que considera un chantaje imperial. La guerra comercial ya no es una amenaza futura: es una realidad que se despliega con velocidad y consecuencias impredecibles.
Esta confrontación económica se produce en un contexto de intercambio descomunal: en 2024, el comercio bilateral de bienes entre ambas potencias ascendió a 585.000 millones de dólares. Sin embargo, el déficit estadounidense —con importaciones desde China por 440.000 millones frente a exportaciones por solo 145.000— se ha convertido en un punto de fricción recurrente. Un desequilibrio que Trump ha dramatizado, afirmando, sin base verificable, que alcanza el billón de dólares.
Atajos y cuellos de botella arancelarios
Desde la primera oleada de aranceles durante el mandato inicial de Trump, pasando por su mantenimiento e incluso endurecimiento bajo la presidencia de Joe Biden, el flujo de bienes chinos hacia Estados Unidos ha disminuido sustancialmente: de representar el 21% de las importaciones estadounidenses en 2016, ha caído al 13%.
Pero como bien advierten los analistas, el comercio global es una criatura escurridiza: muchas empresas chinas han adaptado sus rutas comerciales, enviando productos ensamblados en países del sudeste asiático para evadir las restricciones. Es el caso paradigmático de los paneles solares, cuyos componentes son originarios de China pero terminan siendo exportados desde naciones como Vietnam o Tailandia.
La respuesta de Estados Unidos ha sido ampliar los aranceles a estos países intermediarios, lo que implica una nueva capa de encarecimiento en productos ampliamente utilizados por los consumidores estadounidenses.
Teléfonos inteligentes, computadoras, juguetes, baterías para vehículos eléctricos: todo está en la mira. Paradójicamente, empresas norteamericanas como Apple, que produce buena parte de sus dispositivos en territorio chino, también están siendo arrastradas al vórtice. En las últimas semanas, las acciones de la compañía han caído un 20%, reflejando un mercado cada vez más inquieto ante la incertidumbre.

Cómo puede afectar al resto del mundo
No solo los consumidores de Estados Unidos sufrirán las consecuencias. En el otro extremo del Pacífico, los aranceles recíprocos que China ha anunciado también amenazan con encarecer productos esenciales como la soja, que es la principal exportación agrícola estadounidense hacia el país asiático.
Este grano, fundamental para alimentar a los más de 400 millones de cerdos en China, simboliza la profunda interdependencia entre estas dos economías. A eso se suman productos farmacéuticos, energéticos y, en sentido inverso, materiales estratégicos como tierras raras, galio y germanio, claves para las tecnologías avanzadas y la industria militar.
La confrontación trasciende los bienes tangibles. Estados Unidos ha comenzado a endurecer su embargo tecnológico, restringiendo el acceso chino a semiconductores avanzados que resultan cruciales para el desarrollo de inteligencia artificial y otras aplicaciones punteras. China, por su parte, podría recortar el suministro de minerales críticos, sabedora de que su posición en la cadena de refinamiento de estos recursos le otorga una ventaja silenciosa pero poderosa. Esta guerra comercial se libra también en los corredores invisibles de la geopolítica tecnológica.

La pregunta inevitable es: ¿cómo afecta esto al resto del mundo? Según el Fondo Monetario Internacional, Estados Unidos y China representarán en 2025 aproximadamente el 43% de la economía global. Una desaceleración coordinada —o una recesión en ambas potencias, provocada por el encarecimiento de productos, la pérdida de inversión y el debilitamiento de la demanda— se traduciría en menor crecimiento global, reducción de empleo, y volatilidad en los mercados emergentes. La economía mundial, interconectada como nunca antes, no puede permitirse una fractura prolongada entre sus dos pilares más sólidos.
Además, la dinámica actual podría saturar otros mercados. Si China no logra colocar sus productos en Estados Unidos, podría volcar su oferta hacia Europa, América Latina y África. A primera vista, esto podría significar productos más baratos. Pero detrás de esa bonanza aparente se oculta un problema más profundo: la desestabilización de industrias locales, incapaces de competir con bienes subsidiados que llegan a precios artificialmente bajos.
El eco de esta guerra comercial, por tanto, se escucha ya más allá del Pacífico. Es un conflicto que redefine el presente y el futuro del comercio mundial. Una batalla entre gigantes que puede terminar hiriendo a todos los demás. Y mientras las tarifas se multiplican y los discursos se endurecen, la economía global observa el choque entre dos titanes cuya enemistad amenaza con oscurecer la luz de la recuperación mundial.
via Sergio Parra https://ift.tt/Rcj2SEh
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