Cathy Newman: Usted se crio en un hogar que frecuentaban desde el explorador polar Robert Peary hasta el paleontólogo Louis Leakey o la aviadora Amelia Earhart. Su bisabuelo, Alexander Graham Bell, inventor del teléfono, fue uno de los fundadores de la Sociedad. La prensa llamaba a sus abuelos [Gilbert H. y Elsie Bell Grosvenor] «don y doña Geografía». ¿Significó para usted una carga el hecho de ser un Grosvenor?
Gilbert M. Grosvenor: Así es. Me movía el miedo al fracaso y no podía soportar la idea de hacer mal las cosas. Al principio de mi carrera, cuando trabajaba como fotógrafo para la revista, sabía que todo el mundo tenía los ojos puestos en mí cada vez que hacía una foto.
C.N.: Hablemos de su vida antes de la Geographic. Lo más irónico es que en su época de estudiante en Yale cursó una asignatura de geografía.
G.G.: Aquello fue un espanto. ¿Cuántas bananas exportó Brasil el año pasado? Por entonces la geografía era eso, así que lo dejé.
C.N.: En un principio su idea era estudiar medicina, pero su vida dio un giro.
G.G.: Entre el tercer y cuarto año de carrera estuve en los Países Bajos como parte de un programa de ayuda a la reconstrucción tras una inundación gravísima. Un amigo y yo nos ofrecimos voluntarios y mi padre nos propuso escribir un artículo para la revista. Me impresionaron los daños que aquella tragedia había ocasionado, pero también el espíritu de los holandeses. Me di cuenta de que la única manera de que el mundo se enterase de aquello era a través de National Geographic. Aquello me cambió la vida. Me enganché al poder de la narración y descubrí el poder del periodismo.
C.N.: Se incorporó a la «empresa familiar» en calidad de editor gráfico de la revista, pasó a ser su director a los 39 años y publicó una serie monográfica sobre la contaminación, dando a entender que la Geographic acababa de quitarse esas gafas de color de rosa cuyo uso se le criticaba. Tal vez lo más polémico fue el artículo de junio de 1977 sobre Sudáfrica, un duro análisis del apartheid y su legado de pobreza. El Gobierno sudafricano lo tachó de tendencioso.
G.G.: Cuando le enviamos una preimpresión del número al embajador de Sudáfrica, Pik Botha, este me citó en su despacho. Estaba furioso. Cuando le dejé las cosas claras y le señalé un ejemplar de Time con un reportaje que ponía de vuelta y media a su país, Botha cogió la preimpresión, la estampó en la mesa y rugió: «¡Usted no lo entiende! ¡La gente se cree lo que escriben!».
C.N.: Botha «había sintetizado sin darse cuenta el secreto de nuestro éxito», escribe usted en su libro. Sin lugar a dudas, la credibilidad es más importante que nunca en esta época de fake news.
G.G.: Sí, y esa confianza está depositada en el personal de National Geographic, muy especialmente en los investigadores [verificadores de datos] de la revista.
C.N.: Aquel artículo sobre Sudáfrica también creó una agria polémica en el seno del consejo de administración de National Geographic. Algunos integrantes lo desaprobaban. Por un momento se cernió sobre la revista la amenaza de un comité de supervisión editorial.
G.G.: Yo estaba decidido a no perder el control editorial. Los enterré [a los miembros del consejo de administración] en papeles. Hice que trajeran a la sala un carro cargado con montones y montones de documentos que daban fe de la exhaustivísima verificación de datos que llevábamos a cabo para garantizar la exactitud de lo publicado, demostrando que hasta la última palabra se había revisado dos y tres veces antes de imprimirse. Y al final ganó la integridad editorial.
C.N.: Hablemos de las mujeres que tuvieron un papel importante en la Sociedad, empezando por su abuela, Elsie Bell Grosvenor.
G.G.: Se quedaba levantada hasta las tantas con el abuelo, mientras él trabajaba para transformar la revista. Diseñó la bandera de National Geographic. Era sufragista y logró que el abuelo se manifestase con ella en el Desfile por el Sufragio Femenino de 1913. También estaba Eliza Scidmore. Ella animó a mi abuelo a publicar en la revista fotografías en color y a ella debemos los cerezos japoneses que se plantaron alrededor de la Tidal Basin. También había fotógrafas en los primeros tiempos, como Scidmore y Harriet Chalmers Adams, por no hablar de las exploradoras y científicas contemporáneas, como Jane Goodall, Sylvia Earle, Eugenie Clark, Dian Fossey y Birute Galdikas.
C.N.: En la revista trabajaron grandes nombres que han pasado a la historia.
G.G.: Y les debemos que la revista siempre haya roto moldes. Cuando Luis Marden –que llegaría a dirigir el equipo editorial en el extranjero– acudió para su entrevista de trabajo en los años treinta, voló desde Boston en un avión de la época. Luis localizó los restos de la H.M.S. Bounty, fue pionero en la fotografía submarina en color, descubrió una nueva especie de orquídea que lleva su nombre y reconstruyó el viaje de Colón utilizando el cuaderno de bitácora original de la flota. De adolescente aprendió a leer jeroglíficos egipcios. Luego estaba mi mejor amigo, Tom Abercrombie, pionero de la fotografía moderna en la revista y primer periodista que puso un pie en el polo Sur. Recorrió los 2.500 kilómetros de la ruta del incienso a través de la península arábiga y se desenvolvía perfectamente en árabe. Y Franc Shor, un redactor jefe que afirmaba conocer a todas las familias reales del mundo y hablaba turco, persa y mandarín. Un tipo enorme, también en el sentido literal, muy dado a los excesos. Tenía su propia bodega en el Ritz de París.
C.N.:«Que nadie tirase la revista lo decía todo», escribe. Incluso en esta era digital, muchos hogares tienen estantes combados por el peso de la revista del marco amarillo. El presidente Ronald Reagan aludió a ello en 1984 al inaugurar un edificio del complejo de National Geographic.
G.G.: Reagan vino a nuestro auditorio, echó un vistazo a la inmensa sala y dijo: «Supongo que a ustedes también les falta espacio para almacenar las National Geographic viejas». ¡Menudas carcajadas!
C.N.:Usted ha dicho: «Si uno no sabe dónde está, no está en ninguna parte», así que pensemos en la geografía. Al fin y al cabo, el nombre de la revista es National Geographic. ¿Por qué es importante la geografía?
G.G.: La geografía afecta a casi todo. Ucrania, pongamos por caso. Para entender por qué es importante, hay que saber que conforma una zona de transición entre Rusia y Europa. Es uno de los mayores exportadores de trigo del mundo y suministra el 40 por ciento del aceite de girasol del planeta. Por la ventana de mi cabaña de Nueva Escocia veo las corrientes y la marea. ¿Por qué una botella tirada al mar en la costa de Florida acaba en Irlanda? Porque la arrastra la corriente del Golfo. ¿Y el pronunciado desplazamiento de la flora y la fauna hacia el norte? Efecto del calentamiento global. Saber geografía es comprender el mundo y sus problemas, no solamente los políticos, sino también el cambio climático, la desertificación, la acidificación de los océanos, los flujos migratorios. Debemos aprender geografía si queremos gestionar mejor el mundo en que vivimos, si queremos asegurar nuestra calidad de vida, quizás incluso nuestra supervivencia misma.
C.N.: A pesar de los problemas –que no son pocos–, concluye usted con una nota optimista.
G.G.: Creo que podemos demostrar resiliencia y capacidad de adaptación. Podemos preservar, y de hecho ya preservamos, vastas extensiones de bosque y extraer de forma sostenible únicamente la madera necesaria. Podemos utilizar una energía más limpia. Podemos reservar vastas extensiones de arrecifes de coral y otros puntos calientes de biodiversidad marina.
C.N.: ¿Qué consejo daría a sus sucesores?
G.G.: Que hagan lo que mejor se nos da. No lo que hacen los demás.
Cathy Newman fue editoria de National Geographic. También ha trabajado para The Economist, NPR.com y Science. Sígala en Twitter en @wordcat12.
Este artículo pertenece al número de Febrero de 2023 de la revista National Geographic.
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